CN3 - Parca Navidad - Shigella
Publicado: 01 Ene 2015 11:01
Parca Navidad
Estaba sentado en una cafetería que no conocía y no sabía cómo había llegado hasta allí. Una chica joven y rubia me sonreía desde la silla al otro lado de la mesa.
— ¿Qué hago aquí? ¿Quién eres?— le pregunté asustado.
— Me llamo Dulce— contestó—. Verás, ha llegado a nuestro conocimiento que pretendes suicidarte estas Navidades.
Su contestación me dejó sin habla. No se lo había dicho a nadie, pero llevaba tres semanas pensando en quitarme la vida. De repente me acordé de “Qué bello es vivir” y el ángel que intenta convencer a James Stewart de que no se suicide. Esa chica con ese nombre y esos rizos rubios podría ser un ángel. En ese momento, Dulce estalló en carcajadas y atrajo todas las miradas de la cafetería.
— No, no, no. No soy un ángel.
— ¿Cómo sabías…?
— Verás, se supone que Santa Claus tiene un taller de elfos que trabajan para él, porque él solo no puede hacerse cargo de tanto trabajo en tan poco tiempo. ¿Verdad?
— Supongo.
— Bueno, pues a la Muerte le pasa lo mismo. Con la diferencia de que la Muerte existe de verdad. Todo el año hay trabajo, pero en Navidades los suicidios se disparan, así que, ante tal demanda, hace unos años se creó un equipo de refuerzo para estas fechas. Digamos que soy una especie de “elfo” de la Muerte.
— ¿Vienes a llevarme?
— Cuando lleguemos a un acuerdo, sí.
— ¿Pero tú no eres la Muerte?
— No.
— ¿Y entonces qué hace la Muerte?
— Pues… lo que hacen todos los jefes— contestó mirando fijamente su café.
Después de unos segundos de silencio incómodo, carraspeó y cambió de tema.
— En fin. Hablemos de negocios. Te he traído el catálogo.
— ¿Catálogo?
— Es nuestra oferta navideña. Puedes elegir cualquier tipo de muerte que puedas imaginar. En el catálogo están recogidas experiencias de otras personas, por si os inspiran o queréis copiar alguna. Sé que tú sólo has pensado en ahorcarte con espumillón y tirarte a las vías del metro, así que te puede interesar echarle un vistazo.
Abrí el catálogo al azar. Una fotografía de una habitación inmensa llena de mesas de trabajo ocupaba la parte superior de la página. Debajo podía leerse:
Pack “Tortura en el taller”
¡Sea desmembrado por el propio Santa Claus en persona!
Testimonios:
“Yo era un elfo del taller de Santa Claus. No podíamos parar de trabajar. Teníamos las bocas cosidas para no poder hablar entre nosotros. Cuando algún elfo bajaba el ritmo debido al cansancio, Santa Claus le descosía un brazo delante de todos los demás, como aviso. Después, el elfo tenía que coserse el brazo a sí mismo y seguir trabajando o se lo daban de comer a los renos. Los ojos nos escocían por la mala iluminación de las velas. Curioso, ya que nuestros ojos eran botones.”
— ¡Qué horror!— dije al terminar de leer.
— No sé, a mí me parece original y navideño.
— ¿No decías que Santa Claus no existía?
— Eso no importa. Podemos recrear cualquier fantasía. Aunque también hay otras muertes más sencillas. Por ejemplo, están los narcisistas que siempre quieren ser el centro de atención. Una vez, un hombre quiso morir vestido de Santa Claus con una niña en sus rodillas y veinte niños más haciendo cola para verle. Fue de muy mal gusto— añadió, moviendo la cabeza en desaprobación—. Un fotógrafo pidió ser atravesado por las luces del árbol de Navidad y que se enchufaran después. Su esófago, estómago e intestinos se iban iluminando de distintos colores intermitentemente. Artistas…— y después de una breve pausa, dijo, como si se le acabara de ocurrir— aunque si lo piensas bien, tuvo su gracia.
— Mejor pienso otra cosa— se me estaban revolviendo las tripas.
— Un aspirante a escritor de tres al cuarto se cortó las venas y pidió que no nos lleváramos su alma hasta que rellenase el cargador de la pluma con su sangre, escribiese una carta de amor a una mujer a la que acosaba y la mandase por correo a un periódico. ¿Te lo puedes creer?
— Artistas…— repetí yo, para seguirle la corriente.
— Y que lo digas. ¿Quién manda cartas por correo hoy en día habiendo emails? Hay que estar como un cencerro. En fin. ¿No tienes ningún deseo? ¿Nada que siempre hayas querido hacer?
— Bueno…— medité— siempre quise ver la aurora boreal. Y los Fiordos. Podría morir en Noruega.
— Buena idea. Muy invernal.
— Aunque si pudiese volver y colgar las fotos de la aurora boreal en Facemoo, mis amigos se morirían de envidia.
— Nadie muere de envidia— su voz sonaba sorprendida.
— Es un decir.
— Ah.
Hubo una pausa en la que dio un sorbo a su café. Era uno de esos con nombres como “Latte-ginger-christmas-caramel-machiatto” y similares. Olía a canela y clavo y tenía nata montada encima.
— Oh, tengo que hablarte de la promoción “Trae a un amigo”— continuó—. Si conoces a alguien que creas que está pensando en suicidarse y consigues que lo tramite conmigo, te ofrezco una última cena gratis. Toma mi tarjeta, por si acaso— La tarjeta rezaba “Srta. D. Ceso”.
— Gracias, pero creo que no conozco a nadie.
— Sobre todo, no contrates a Rubén, es un chapuza. El año pasado yo tenía a una clienta que quería ahogarse en el Atlántico en el mismo lugar donde el Titanic chocó con el iceberg. Le gustaba mucho la película y le parecía romántico. Rubén me la robó, se llevó el mérito y al final la ahogó en una bañera con cubitos de hielo. Un chapuza y un ladrón de clientes es lo que es.
— Em… ¿vosotros cobráis por el trabajo?
— No, tranquilo. Imagínate que sólo pudieran morirse los ricos— ahora el que sonrió fui yo—. Pero nos dan puntos, estatus, nos pueden ascender a otros trabajos… y que no me da la gana que me quiten mis clientes.
— Claro, claro.
— Bueno, te dejo que te mires el catálogo, yo tengo que irme. Tengo una cita con un ebanista y una sierra de mesa. Va a ser un desastre si no me presento a mi hora.
Me imaginé a un hombre con la yugular borboteando y sin morir y asentí con la cabeza.
— Nos vemos en unos días y cerramos el trato. Chao.
— Adiós.
Lo primero que hice al despertar por la mañana fue convencerme de que todo había sido un sueño. Luego vi el catálogo y la tarjeta en la mesilla.
Me pasé los dos días siguientes leyendo las experiencias de otras personas. Había de todo tipo, aunque no me sentía demasiado atraído por ninguna. Al tercer día, salí tiritando de la ducha y, envuelto en la toalla como si fuera un rollito de primavera andante, fui dando saltitos hasta el salón, donde me encontré con un desconocido sentado en el sofá. Lucía un traje impecable y los dientes más blancos que he visto nunca.
— ¿Quién es usted?— Su sonrisa de anuncio me desconcertó y no pude enfurecerme como es de esperar cuando un extraño se cuela en tu salón.
— Rubén Tierro. Encantado de conocerle— contestó mientras se levantaba y me daba la mano enérgicamente—. Venía a hablar de negocios con usted. He oído que está pensando en suicidarse.
— Sí, pero me estaba atendiendo otra chica. Dulce.
— Sí, sí, Dulce. Lamentablemente, Dulce está muy ocupada hoy y no podía venir, así que he venido en su lugar. ¿Ha mirado el catálogo?— Preguntó, cogiéndolo de la mesa y hojeándolo con desidia.
— Sí. Le he echado un vistazo, pero no me termino de decidir.
— Lógico. No sé cómo pretende captar clientes con una táctica tan aburrida y desfasada como un triste folleto— lo lanzó al suelo con desprecio y continuó—. Menos mal que estoy yo aquí. ¡Música!
De repente, mi salón se oscureció y diferentes luces de colores empezaron a girar por la habitación, aunque no fui capaz de ver ningún foco. El sonido de un bajo setentero llegó hasta mis oídos y una fila de patinadores invadió mi salón al ritmo de música disco. Por si mi sorpresa fuera pequeña, Rubén se puso a cantar. Sus dientes refulgían violetas bajo las luces de discoteca.
“En un belén viviente participó
Personificaba a la Virgen María
Pero lo encontró aburrido y pensó
Que en un belén de muerte lo convertiría”
“¡Piénsalo! ¡Piénsalo!” Corearon los patinadores girando a nuestro alrededor.
“Arnau recordaba sus Navidades al uso
El Caga Tió que apaleaban de chicos
Una barretina y una mantita se puso
“Reventó por dentro” dijeron los médicos”
“¡Piénsalo! ¡Piénsalo!”
“Juan era más de los Reyes Magos
No se perdía ni una cabalgata
El caramelo en la cabeza fue un mal trago
Peor puntería y por poco no le mata”
“¡Piénsalo! ¡Piénsalo!”
“A Pili le encantaban los calendarios de adviento
Quería saborear tranquilamente la muerte
Así que cada día un poquito de veneno
Acabó con ella estupendamente”
“¡Piénsalo!”
”¡PIÉN-SA-LO!”
Desperté bañado en sudor como un culturista rebozado en aceite. Mi corazón seguía latiendo a ritmo de música disco.
Durante los dos días siguientes pasé fuera de casa todo el tiempo que pude e intenté no dormirme. Necesitaba digerir los acontecimientos de los últimos días, y quería tener una respuesta clara antes de la próxima visita.
Al tercer día llamaron a la puerta. Era un señor de unos cincuenta años, con entradas y un traje viejo y barato que se le ajustaba demasiado a la zona abdominal.
— ¿Puedo ayudarle?
— Buenos días. Me llamo Valentín Farto— se presentó con voz insegura y aliento de carajillo—. Tengo entendido que tiene unos asuntos pendientes con unos compañeros y… quería saber si se ha decidido… ya sabe… ¡Aaaahhh!
Le había pillado un pie sin querer al cerrarle la puerta en las narices.
Escribo esto un mes después mientras espero a que se terminen de subir mis fotos de la aurora boreal a Facemoo. Me he dado cuenta de que no quiero saber nada de la Muerte hasta dentro de mucho, mucho tiempo. ¿Quién necesita ángeles cuando existen los comerciales?
Estaba sentado en una cafetería que no conocía y no sabía cómo había llegado hasta allí. Una chica joven y rubia me sonreía desde la silla al otro lado de la mesa.
— ¿Qué hago aquí? ¿Quién eres?— le pregunté asustado.
— Me llamo Dulce— contestó—. Verás, ha llegado a nuestro conocimiento que pretendes suicidarte estas Navidades.
Su contestación me dejó sin habla. No se lo había dicho a nadie, pero llevaba tres semanas pensando en quitarme la vida. De repente me acordé de “Qué bello es vivir” y el ángel que intenta convencer a James Stewart de que no se suicide. Esa chica con ese nombre y esos rizos rubios podría ser un ángel. En ese momento, Dulce estalló en carcajadas y atrajo todas las miradas de la cafetería.
— No, no, no. No soy un ángel.
— ¿Cómo sabías…?
— Verás, se supone que Santa Claus tiene un taller de elfos que trabajan para él, porque él solo no puede hacerse cargo de tanto trabajo en tan poco tiempo. ¿Verdad?
— Supongo.
— Bueno, pues a la Muerte le pasa lo mismo. Con la diferencia de que la Muerte existe de verdad. Todo el año hay trabajo, pero en Navidades los suicidios se disparan, así que, ante tal demanda, hace unos años se creó un equipo de refuerzo para estas fechas. Digamos que soy una especie de “elfo” de la Muerte.
— ¿Vienes a llevarme?
— Cuando lleguemos a un acuerdo, sí.
— ¿Pero tú no eres la Muerte?
— No.
— ¿Y entonces qué hace la Muerte?
— Pues… lo que hacen todos los jefes— contestó mirando fijamente su café.
Después de unos segundos de silencio incómodo, carraspeó y cambió de tema.
— En fin. Hablemos de negocios. Te he traído el catálogo.
— ¿Catálogo?
— Es nuestra oferta navideña. Puedes elegir cualquier tipo de muerte que puedas imaginar. En el catálogo están recogidas experiencias de otras personas, por si os inspiran o queréis copiar alguna. Sé que tú sólo has pensado en ahorcarte con espumillón y tirarte a las vías del metro, así que te puede interesar echarle un vistazo.
Abrí el catálogo al azar. Una fotografía de una habitación inmensa llena de mesas de trabajo ocupaba la parte superior de la página. Debajo podía leerse:
Pack “Tortura en el taller”
¡Sea desmembrado por el propio Santa Claus en persona!
Testimonios:
“Yo era un elfo del taller de Santa Claus. No podíamos parar de trabajar. Teníamos las bocas cosidas para no poder hablar entre nosotros. Cuando algún elfo bajaba el ritmo debido al cansancio, Santa Claus le descosía un brazo delante de todos los demás, como aviso. Después, el elfo tenía que coserse el brazo a sí mismo y seguir trabajando o se lo daban de comer a los renos. Los ojos nos escocían por la mala iluminación de las velas. Curioso, ya que nuestros ojos eran botones.”
— ¡Qué horror!— dije al terminar de leer.
— No sé, a mí me parece original y navideño.
— ¿No decías que Santa Claus no existía?
— Eso no importa. Podemos recrear cualquier fantasía. Aunque también hay otras muertes más sencillas. Por ejemplo, están los narcisistas que siempre quieren ser el centro de atención. Una vez, un hombre quiso morir vestido de Santa Claus con una niña en sus rodillas y veinte niños más haciendo cola para verle. Fue de muy mal gusto— añadió, moviendo la cabeza en desaprobación—. Un fotógrafo pidió ser atravesado por las luces del árbol de Navidad y que se enchufaran después. Su esófago, estómago e intestinos se iban iluminando de distintos colores intermitentemente. Artistas…— y después de una breve pausa, dijo, como si se le acabara de ocurrir— aunque si lo piensas bien, tuvo su gracia.
— Mejor pienso otra cosa— se me estaban revolviendo las tripas.
— Un aspirante a escritor de tres al cuarto se cortó las venas y pidió que no nos lleváramos su alma hasta que rellenase el cargador de la pluma con su sangre, escribiese una carta de amor a una mujer a la que acosaba y la mandase por correo a un periódico. ¿Te lo puedes creer?
— Artistas…— repetí yo, para seguirle la corriente.
— Y que lo digas. ¿Quién manda cartas por correo hoy en día habiendo emails? Hay que estar como un cencerro. En fin. ¿No tienes ningún deseo? ¿Nada que siempre hayas querido hacer?
— Bueno…— medité— siempre quise ver la aurora boreal. Y los Fiordos. Podría morir en Noruega.
— Buena idea. Muy invernal.
— Aunque si pudiese volver y colgar las fotos de la aurora boreal en Facemoo, mis amigos se morirían de envidia.
— Nadie muere de envidia— su voz sonaba sorprendida.
— Es un decir.
— Ah.
Hubo una pausa en la que dio un sorbo a su café. Era uno de esos con nombres como “Latte-ginger-christmas-caramel-machiatto” y similares. Olía a canela y clavo y tenía nata montada encima.
— Oh, tengo que hablarte de la promoción “Trae a un amigo”— continuó—. Si conoces a alguien que creas que está pensando en suicidarse y consigues que lo tramite conmigo, te ofrezco una última cena gratis. Toma mi tarjeta, por si acaso— La tarjeta rezaba “Srta. D. Ceso”.
— Gracias, pero creo que no conozco a nadie.
— Sobre todo, no contrates a Rubén, es un chapuza. El año pasado yo tenía a una clienta que quería ahogarse en el Atlántico en el mismo lugar donde el Titanic chocó con el iceberg. Le gustaba mucho la película y le parecía romántico. Rubén me la robó, se llevó el mérito y al final la ahogó en una bañera con cubitos de hielo. Un chapuza y un ladrón de clientes es lo que es.
— Em… ¿vosotros cobráis por el trabajo?
— No, tranquilo. Imagínate que sólo pudieran morirse los ricos— ahora el que sonrió fui yo—. Pero nos dan puntos, estatus, nos pueden ascender a otros trabajos… y que no me da la gana que me quiten mis clientes.
— Claro, claro.
— Bueno, te dejo que te mires el catálogo, yo tengo que irme. Tengo una cita con un ebanista y una sierra de mesa. Va a ser un desastre si no me presento a mi hora.
Me imaginé a un hombre con la yugular borboteando y sin morir y asentí con la cabeza.
— Nos vemos en unos días y cerramos el trato. Chao.
— Adiós.
Lo primero que hice al despertar por la mañana fue convencerme de que todo había sido un sueño. Luego vi el catálogo y la tarjeta en la mesilla.
Me pasé los dos días siguientes leyendo las experiencias de otras personas. Había de todo tipo, aunque no me sentía demasiado atraído por ninguna. Al tercer día, salí tiritando de la ducha y, envuelto en la toalla como si fuera un rollito de primavera andante, fui dando saltitos hasta el salón, donde me encontré con un desconocido sentado en el sofá. Lucía un traje impecable y los dientes más blancos que he visto nunca.
— ¿Quién es usted?— Su sonrisa de anuncio me desconcertó y no pude enfurecerme como es de esperar cuando un extraño se cuela en tu salón.
— Rubén Tierro. Encantado de conocerle— contestó mientras se levantaba y me daba la mano enérgicamente—. Venía a hablar de negocios con usted. He oído que está pensando en suicidarse.
— Sí, pero me estaba atendiendo otra chica. Dulce.
— Sí, sí, Dulce. Lamentablemente, Dulce está muy ocupada hoy y no podía venir, así que he venido en su lugar. ¿Ha mirado el catálogo?— Preguntó, cogiéndolo de la mesa y hojeándolo con desidia.
— Sí. Le he echado un vistazo, pero no me termino de decidir.
— Lógico. No sé cómo pretende captar clientes con una táctica tan aburrida y desfasada como un triste folleto— lo lanzó al suelo con desprecio y continuó—. Menos mal que estoy yo aquí. ¡Música!
De repente, mi salón se oscureció y diferentes luces de colores empezaron a girar por la habitación, aunque no fui capaz de ver ningún foco. El sonido de un bajo setentero llegó hasta mis oídos y una fila de patinadores invadió mi salón al ritmo de música disco. Por si mi sorpresa fuera pequeña, Rubén se puso a cantar. Sus dientes refulgían violetas bajo las luces de discoteca.
“En un belén viviente participó
Personificaba a la Virgen María
Pero lo encontró aburrido y pensó
Que en un belén de muerte lo convertiría”
“¡Piénsalo! ¡Piénsalo!” Corearon los patinadores girando a nuestro alrededor.
“Arnau recordaba sus Navidades al uso
El Caga Tió que apaleaban de chicos
Una barretina y una mantita se puso
“Reventó por dentro” dijeron los médicos”
“¡Piénsalo! ¡Piénsalo!”
“Juan era más de los Reyes Magos
No se perdía ni una cabalgata
El caramelo en la cabeza fue un mal trago
Peor puntería y por poco no le mata”
“¡Piénsalo! ¡Piénsalo!”
“A Pili le encantaban los calendarios de adviento
Quería saborear tranquilamente la muerte
Así que cada día un poquito de veneno
Acabó con ella estupendamente”
“¡Piénsalo!”
”¡PIÉN-SA-LO!”
Desperté bañado en sudor como un culturista rebozado en aceite. Mi corazón seguía latiendo a ritmo de música disco.
Durante los dos días siguientes pasé fuera de casa todo el tiempo que pude e intenté no dormirme. Necesitaba digerir los acontecimientos de los últimos días, y quería tener una respuesta clara antes de la próxima visita.
Al tercer día llamaron a la puerta. Era un señor de unos cincuenta años, con entradas y un traje viejo y barato que se le ajustaba demasiado a la zona abdominal.
— ¿Puedo ayudarle?
— Buenos días. Me llamo Valentín Farto— se presentó con voz insegura y aliento de carajillo—. Tengo entendido que tiene unos asuntos pendientes con unos compañeros y… quería saber si se ha decidido… ya sabe… ¡Aaaahhh!
Le había pillado un pie sin querer al cerrarle la puerta en las narices.
Escribo esto un mes después mientras espero a que se terminen de subir mis fotos de la aurora boreal a Facemoo. Me he dado cuenta de que no quiero saber nada de la Muerte hasta dentro de mucho, mucho tiempo. ¿Quién necesita ángeles cuando existen los comerciales?
Los nombres de los comerciales son un auténtico puntazo 
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