CP XI Ese será el día - Ororo
Publicado: 17 Abr 2016 22:32
ÉSE SERÁ EL DÍA
Bushwick, Brooklyn, Nueva York
2 de febrero de 2016
Tiene veintidós años y sonríe como nadie. Siente el éxito al alcance de las manos y no lo dejará escapar. Nadie sabe que repite una y otra vez cada tema delante del espejo roto de su habitación por las mañanas hasta que el número es perfecto. Piensan que su talento es algo innato, algo que no necesita ensayo ni dedicación. Creen que es fácil coger una guitarra, cantar y ponerse a prueba ante el público. Pero cómo se equivocan. Requiere esfuerzo y horas de perfeccionamiento. Aunque a él le encanta.
Coge las gafas, se ajusta la americana y sale del cuarto con su guitarra. Le sigue con la mirada su hermano mayor Larry, que continuará tirado en el viejo colchón cuando salga y dé un portazo. Por poco no se vendrá abajo el marco podrido de la puerta y Larry apurará la botella de whisky, se dará media y, con algo de suerte, conciliará el sueño antes de que los vecinos comiencen a gritarse.
Las calles de Brooklyn a las ocho de la tarde son frías como cuchillas. Charles ha tenido muchas veces ganas de dejarlo todo ya cansado de tocar en antros de mala reputación pero, al final, siempre ha encontrado motivos para seguir. Su economía le permite vivir, pero en más de una ocasión ha tenido que sisar comida en el supermercado o cigarrillos en el local de Ahmed. Sin embargo, no es ése el verdadero motivo que le impulsa a seguir de garito en garito tocando los éxitos de su ídolo. Es salir de la rutina diaria de su apartamento de treinta metros cuadrados; es huir de las humedades y los gritos para sumergirse en el mundo feliz del rock and roll. Un mundo donde la gente sonríe, baila, los más tímidos se contonean, y todo eso a ritmo de rock.
Sí, hoy todo será distinto. Hoy cambiará el rumbo de su vida. Le han dado cita en el Diamond, un local de cierto prestigio entre las bandas de música emergentes. Se prepara para darlo todo. Esa noche será el veinteañero desgarbado de grandes gafas de pasta al que todo el mundo adora.
The Surf Ballroom, Clear Lake, Iowa
2 de febrero de 1959
El público completamente entregado. La música flotando en el aire. La voz de Buddy temblando en el corazón de los chicos. Oh, boy, when you’re with me. Cientos de miradas posadas en el escenario. Especialmente en él. Cuando toca se deja llevar, siente el ritmo en el cuerpo, se traslada a otra dimensión, de eso no cabe duda. El público piensa que es un ángel que debe de pasarse horas componiendo y ensayando para dar ese tipo de espectáculos. Ven algo nuevo, algo que les vuelve locos. Es cierto, ha sido un ángel revolucionario que ha cambiado el mundo de la música para siempre. Un ángel trabajador y entusiasta que ha querido conquistar América y lo ha logrado. Ahora piensa más en el dinero que le hace falta para mantener su casa de Nueva York, donde su mujer le espera. Las deudas se han acumulado y esa gira con los nuevos Crickets por más de veinte ciudades le salvará de muchos apuros.
Cantar lo es todo para él, que nadie diga lo contrario. Disfruta al tocar, que nadie intente dudarlo. Le entusiasma, pero llega un momento en que las actuaciones se convierten en algo monótono y repetitivo. El mismo orden, el mismo bis, el mismo chiste. El agotamiento hace el resto. Le gustaría estar en casa junto a María Elena tumbado en la cama hablando sobre cualquier nimiedad. Un encuentro con un vecino chismoso, un café caliente que se derrama y les hace reír, un beso en la comisura de los labios…, descansar hasta quedarse dormidos. Eso es lo que le apetece. Y la música es su vida, oh, boy, claro que lo es. Pero hoy está cansado.
Las primeras notas del último tema saben a gloria. La canción que todo el mundo adora y tararea con desconsuelo sabiendo que el espectáculo está llegando a su fin. Al reconocerla, los gritos de los jóvenes son una oleada de alegría por toda la localidad. Es invierno y hace mucho frío. La llama incandescente de That’ll be the day les mantendrá a tono. Tiene veintidós años y sonríe como nadie.
The Diamond, Brooklyn, Nueva York
2 de febrero de 2016
Ha caminado por la calle con prisa. Tenía ganas de llegar al club para gozar como todas las noches, para darlo todo al público al que se debe. Esas cabezas que afirman con cada movimiento su condición de artista. Eso no tiene precio. Él solo ve sombras cuando está en el escenario. Los focos le alumbran y entonces comienza a vivir. Olvida el agujero donde vive y es feliz.
Las primeras notas del tema más famoso de Buddy Holly resuenan en la sala. Charles se muestra alegre, impetuoso, se mueve al ritmo de That’ll be the day. Su cuerpo larguirucho vibra con cada nota. Adora ser esa persona risueña y olvidar su apartamento, la soledad, a su hermano Larry…, no hay nada que salvar de su vida gris. Varias cabezas permanecen inmóviles echando bocanadas de humo. El local está decorado con murales pintados de grandes figuras del rock. Jimmy Hendrix, Johnny Cash, Janis Joplin… El ambiente es, sin embargo, denso, enfermizamente caliente. El camarero reposa sobre sus codos apoyados en la barra y comienza a mover la cabeza. Oh, boy, sí, comienza la marcha.
The Surf Ballroom, Clear Lake, Iowa
2 de febrero de 1959
Unas cervezas les irían bien. El éxito se suda, les cansa, duele en las yemas de los dedos. La garganta tiembla y necesita un poco de cariño. Sí, tres cervezas les irían muy bien. El festival está dando sus frutos, aunque todavía les quedan unas cuantas actuaciones para acabar la gira. El frío es implacable y les empuja hacia el bar del pueblo, donde descansarán un rato antes de volver ponerse en marcha. Lo que comenzó como una aventura cargada de éxito y talento se ha convertido en un deber que pesa demasiado. Exhaustos, recogen sus instrumentos y se dirigen hacia el bar. Son casi las doce de la noche y la luna mengua.
Entran en el bar, se sientan en los taburetes de la barra y piden sus cervezas. Unas chicas les miran desde una mesa junto al billar y se ríen entre ellas. Ritchie las ve y hace un gesto a sus compañeros. Las chicas se acercan a ellos y les piden un autógrafo que ellos, duchos en el juego del flirteo, admiten plasmar en los discos que llevan sin reparo alguno. Los chicos se divierten. Buddy sonríe como nadie, tiene veintidós años.
The Diamond, Brooklyn, Nueva York
3 de febrero de 2016
¿Que si compone? ¿Si tiene temas propios? Es la bomba, esa noche ha dado en el clavo. Ése es el día, sí señor. Tras el impacto de su mejor interpretación como Buddy Holly, Charles pone sus propios temas en marcha y canta como los ángeles. Los cazatalentos que le han convocado se miran y sonríen levemente mientras mueven el pie a su ritmo. Los cazados son ellos. Nada le puede parar.
El ambiente enfermizo del club por fin se transforma en cálido y acogedor. Las nubes de humo le abrazan mientras esculpe su canción. Es una canción de amor, no es Peggy Sue, pero su ritmo frenético le va a la zaga.
Rookie's Bar, Clear Lake, Iowa
3 de febrero de 1959
Tres cervezas no han sido suficientes; Buddy y sus colegas alargan la medianoche. Entre bromas y risas, el chico de las gafas grandes se ausenta. Camina cansado hacia una de las mesas junto a la ventana y toma asiento en un banco de madera. Apoya la cerveza en él y mira a través del cristal. Ventisca, qué esperaba; es invierno y está en Iowa. Dirige la mirada hacia donde están sus colegas y les ve reír y conversar alegremente con las chicas, con el camarero, con cualquiera que se acerca a darles la enhorabuena. Todos desean conocerles. Él sería el primero en disfrutar de la fiesta, pero está agotado.
Ritchie Valens se acerca a la mesa y le da una fuerte palmada en la espalda. Tenéis que seguir, Buddy, hay que ponerse en marcha. Ritchie le pregunta acalorado si se ha cansado de tocar. Y Buddy se le queda mirando a los ojos durante unos segundos para acabar bromeando con una gran sonrisa: ¡ése será el día en que me muera, amigo! Se carcajean, apuran sus cervezas y caminan abrazados en busca de Big Bopper hacia la salida. Una avioneta les espera en Mason City.
Bushwick, Brooklyn, Nueva York
3 de febrero de 2016
El camino a casa nunca ha sido tan agradable. Sentado en el metro, Charles recorre la madrugada al ritmo de cuarenta dólares en el bolsillo. Calderilla, pero qué bien saben después de un buen trato. El dinero es lo de menos, di que sí. Saca un pequeño cuaderno de su mochila y comienza a escribir la letra de su siguiente canción. La inspiración está de su lado y también la buena suerte. Garabatea unas letras, añade unos dibujos y se deja llevar por el traqueteo del vagón.
Su parada. Mira sus apuntes y ve que sin ser consciente ha dibujado hileras e hileras de campos de maíz. Lo que es la imaginación. Sonríe y sale del metro. Hogar, dulce hogar, se dice, y comienza a reír a carcajadas por la calle. Un grupo de chiquillos se calienta en torno a un contenedor ardiendo. No le quitan el ojo de encima. Todavía le quedan unos metros para llegar a su edificio, así que enciende un cigarrillo. Un par de ellos se le acercan, les apetece fumar esa noche a su lado, según dicen. ¿Que qué llevo aquí? Una guitarra, chavales, que suena como Dios. No os la voy a enseñar, que es tarde. No insistáis, es más de la una de la mañana. El forcejeo cesa en cuanto siente la navaja en el cuello. Tranquilos, tranquilos, está bien. Entonces, un gran estruendo que parece venir del cielo le salva del asalto y echa a correr hacia su dulce, sí, ahora dulce hogar.
Aeródromo de Mason City, Iowa
3 de febrero de 1959
Preparados, listos, ya. Te ha tocado, Ritchie, y Big Bopper tiene fiebre. Cuanto antes salgamos, mejor. Venga, de un salto. ¿Te has creído John Wayne? Pese al cansancio y al frío viento, los tres músicos comienzan a reírse a mandíbula batiente. Callad, malditos, me duele el estómago de tanto reír.
Sentados en la avioneta, intentan descansar. Es noche cerrada, pero al despegar las luces del avión les permiten divisar el Surf Ballroom, el lago y los campos de maíz que abundan en la zona. Luego, cierran los ojos.
Bushwick, Brooklyn, Nueva York
3 de febrero de 2016
Ha amanecido, pero Charles lleva un buen rato despierto. No para de pensar en qué fue lo que ayer le salvó de que esos chicos le robaran la guitarra, los cuarenta dólares y le dejaran malherido. Está nervioso, pero al mismo tiempo triste. Hoy es el aniversario de la muerte de su ídolo y quiere hacer algo especial. Ya está Larry con el televisor. Cuántas veces te he dicho que... ¿Qué estás viendo? Centauros del desierto, gran película. Y los dos hermanos se quedan embobados hasta que termina. Charles para ver cuando John Wayne dice la famosa frase que tanto le ha dado, That'll be the day, y Larry esperando a que aparezca la espectacular Natalie Wood.
Con medio cuerpo sobresaliendo por la ventana, fuma un cigarrillo. El calor del sol es suave, pero suficiente como para cerrar los ojos y respirar. Vuelve al interior del cuarto y coge su guitarra. It doesn't matter anymore es la mejor opción, sí. Se sienta en la cama y comienza a tocarla para él.
Bushwick, Brooklyn, Nueva York
2 de febrero de 2016
Tiene veintidós años y sonríe como nadie. Siente el éxito al alcance de las manos y no lo dejará escapar. Nadie sabe que repite una y otra vez cada tema delante del espejo roto de su habitación por las mañanas hasta que el número es perfecto. Piensan que su talento es algo innato, algo que no necesita ensayo ni dedicación. Creen que es fácil coger una guitarra, cantar y ponerse a prueba ante el público. Pero cómo se equivocan. Requiere esfuerzo y horas de perfeccionamiento. Aunque a él le encanta.
Coge las gafas, se ajusta la americana y sale del cuarto con su guitarra. Le sigue con la mirada su hermano mayor Larry, que continuará tirado en el viejo colchón cuando salga y dé un portazo. Por poco no se vendrá abajo el marco podrido de la puerta y Larry apurará la botella de whisky, se dará media y, con algo de suerte, conciliará el sueño antes de que los vecinos comiencen a gritarse.
Las calles de Brooklyn a las ocho de la tarde son frías como cuchillas. Charles ha tenido muchas veces ganas de dejarlo todo ya cansado de tocar en antros de mala reputación pero, al final, siempre ha encontrado motivos para seguir. Su economía le permite vivir, pero en más de una ocasión ha tenido que sisar comida en el supermercado o cigarrillos en el local de Ahmed. Sin embargo, no es ése el verdadero motivo que le impulsa a seguir de garito en garito tocando los éxitos de su ídolo. Es salir de la rutina diaria de su apartamento de treinta metros cuadrados; es huir de las humedades y los gritos para sumergirse en el mundo feliz del rock and roll. Un mundo donde la gente sonríe, baila, los más tímidos se contonean, y todo eso a ritmo de rock.
Sí, hoy todo será distinto. Hoy cambiará el rumbo de su vida. Le han dado cita en el Diamond, un local de cierto prestigio entre las bandas de música emergentes. Se prepara para darlo todo. Esa noche será el veinteañero desgarbado de grandes gafas de pasta al que todo el mundo adora.
The Surf Ballroom, Clear Lake, Iowa
2 de febrero de 1959
El público completamente entregado. La música flotando en el aire. La voz de Buddy temblando en el corazón de los chicos. Oh, boy, when you’re with me. Cientos de miradas posadas en el escenario. Especialmente en él. Cuando toca se deja llevar, siente el ritmo en el cuerpo, se traslada a otra dimensión, de eso no cabe duda. El público piensa que es un ángel que debe de pasarse horas componiendo y ensayando para dar ese tipo de espectáculos. Ven algo nuevo, algo que les vuelve locos. Es cierto, ha sido un ángel revolucionario que ha cambiado el mundo de la música para siempre. Un ángel trabajador y entusiasta que ha querido conquistar América y lo ha logrado. Ahora piensa más en el dinero que le hace falta para mantener su casa de Nueva York, donde su mujer le espera. Las deudas se han acumulado y esa gira con los nuevos Crickets por más de veinte ciudades le salvará de muchos apuros.
Cantar lo es todo para él, que nadie diga lo contrario. Disfruta al tocar, que nadie intente dudarlo. Le entusiasma, pero llega un momento en que las actuaciones se convierten en algo monótono y repetitivo. El mismo orden, el mismo bis, el mismo chiste. El agotamiento hace el resto. Le gustaría estar en casa junto a María Elena tumbado en la cama hablando sobre cualquier nimiedad. Un encuentro con un vecino chismoso, un café caliente que se derrama y les hace reír, un beso en la comisura de los labios…, descansar hasta quedarse dormidos. Eso es lo que le apetece. Y la música es su vida, oh, boy, claro que lo es. Pero hoy está cansado.
Las primeras notas del último tema saben a gloria. La canción que todo el mundo adora y tararea con desconsuelo sabiendo que el espectáculo está llegando a su fin. Al reconocerla, los gritos de los jóvenes son una oleada de alegría por toda la localidad. Es invierno y hace mucho frío. La llama incandescente de That’ll be the day les mantendrá a tono. Tiene veintidós años y sonríe como nadie.
The Diamond, Brooklyn, Nueva York
2 de febrero de 2016
Ha caminado por la calle con prisa. Tenía ganas de llegar al club para gozar como todas las noches, para darlo todo al público al que se debe. Esas cabezas que afirman con cada movimiento su condición de artista. Eso no tiene precio. Él solo ve sombras cuando está en el escenario. Los focos le alumbran y entonces comienza a vivir. Olvida el agujero donde vive y es feliz.
Las primeras notas del tema más famoso de Buddy Holly resuenan en la sala. Charles se muestra alegre, impetuoso, se mueve al ritmo de That’ll be the day. Su cuerpo larguirucho vibra con cada nota. Adora ser esa persona risueña y olvidar su apartamento, la soledad, a su hermano Larry…, no hay nada que salvar de su vida gris. Varias cabezas permanecen inmóviles echando bocanadas de humo. El local está decorado con murales pintados de grandes figuras del rock. Jimmy Hendrix, Johnny Cash, Janis Joplin… El ambiente es, sin embargo, denso, enfermizamente caliente. El camarero reposa sobre sus codos apoyados en la barra y comienza a mover la cabeza. Oh, boy, sí, comienza la marcha.
The Surf Ballroom, Clear Lake, Iowa
2 de febrero de 1959
Unas cervezas les irían bien. El éxito se suda, les cansa, duele en las yemas de los dedos. La garganta tiembla y necesita un poco de cariño. Sí, tres cervezas les irían muy bien. El festival está dando sus frutos, aunque todavía les quedan unas cuantas actuaciones para acabar la gira. El frío es implacable y les empuja hacia el bar del pueblo, donde descansarán un rato antes de volver ponerse en marcha. Lo que comenzó como una aventura cargada de éxito y talento se ha convertido en un deber que pesa demasiado. Exhaustos, recogen sus instrumentos y se dirigen hacia el bar. Son casi las doce de la noche y la luna mengua.
Entran en el bar, se sientan en los taburetes de la barra y piden sus cervezas. Unas chicas les miran desde una mesa junto al billar y se ríen entre ellas. Ritchie las ve y hace un gesto a sus compañeros. Las chicas se acercan a ellos y les piden un autógrafo que ellos, duchos en el juego del flirteo, admiten plasmar en los discos que llevan sin reparo alguno. Los chicos se divierten. Buddy sonríe como nadie, tiene veintidós años.
The Diamond, Brooklyn, Nueva York
3 de febrero de 2016
¿Que si compone? ¿Si tiene temas propios? Es la bomba, esa noche ha dado en el clavo. Ése es el día, sí señor. Tras el impacto de su mejor interpretación como Buddy Holly, Charles pone sus propios temas en marcha y canta como los ángeles. Los cazatalentos que le han convocado se miran y sonríen levemente mientras mueven el pie a su ritmo. Los cazados son ellos. Nada le puede parar.
El ambiente enfermizo del club por fin se transforma en cálido y acogedor. Las nubes de humo le abrazan mientras esculpe su canción. Es una canción de amor, no es Peggy Sue, pero su ritmo frenético le va a la zaga.
Rookie's Bar, Clear Lake, Iowa
3 de febrero de 1959
Tres cervezas no han sido suficientes; Buddy y sus colegas alargan la medianoche. Entre bromas y risas, el chico de las gafas grandes se ausenta. Camina cansado hacia una de las mesas junto a la ventana y toma asiento en un banco de madera. Apoya la cerveza en él y mira a través del cristal. Ventisca, qué esperaba; es invierno y está en Iowa. Dirige la mirada hacia donde están sus colegas y les ve reír y conversar alegremente con las chicas, con el camarero, con cualquiera que se acerca a darles la enhorabuena. Todos desean conocerles. Él sería el primero en disfrutar de la fiesta, pero está agotado.
Ritchie Valens se acerca a la mesa y le da una fuerte palmada en la espalda. Tenéis que seguir, Buddy, hay que ponerse en marcha. Ritchie le pregunta acalorado si se ha cansado de tocar. Y Buddy se le queda mirando a los ojos durante unos segundos para acabar bromeando con una gran sonrisa: ¡ése será el día en que me muera, amigo! Se carcajean, apuran sus cervezas y caminan abrazados en busca de Big Bopper hacia la salida. Una avioneta les espera en Mason City.
Bushwick, Brooklyn, Nueva York
3 de febrero de 2016
El camino a casa nunca ha sido tan agradable. Sentado en el metro, Charles recorre la madrugada al ritmo de cuarenta dólares en el bolsillo. Calderilla, pero qué bien saben después de un buen trato. El dinero es lo de menos, di que sí. Saca un pequeño cuaderno de su mochila y comienza a escribir la letra de su siguiente canción. La inspiración está de su lado y también la buena suerte. Garabatea unas letras, añade unos dibujos y se deja llevar por el traqueteo del vagón.
Su parada. Mira sus apuntes y ve que sin ser consciente ha dibujado hileras e hileras de campos de maíz. Lo que es la imaginación. Sonríe y sale del metro. Hogar, dulce hogar, se dice, y comienza a reír a carcajadas por la calle. Un grupo de chiquillos se calienta en torno a un contenedor ardiendo. No le quitan el ojo de encima. Todavía le quedan unos metros para llegar a su edificio, así que enciende un cigarrillo. Un par de ellos se le acercan, les apetece fumar esa noche a su lado, según dicen. ¿Que qué llevo aquí? Una guitarra, chavales, que suena como Dios. No os la voy a enseñar, que es tarde. No insistáis, es más de la una de la mañana. El forcejeo cesa en cuanto siente la navaja en el cuello. Tranquilos, tranquilos, está bien. Entonces, un gran estruendo que parece venir del cielo le salva del asalto y echa a correr hacia su dulce, sí, ahora dulce hogar.
Aeródromo de Mason City, Iowa
3 de febrero de 1959
Preparados, listos, ya. Te ha tocado, Ritchie, y Big Bopper tiene fiebre. Cuanto antes salgamos, mejor. Venga, de un salto. ¿Te has creído John Wayne? Pese al cansancio y al frío viento, los tres músicos comienzan a reírse a mandíbula batiente. Callad, malditos, me duele el estómago de tanto reír.
Sentados en la avioneta, intentan descansar. Es noche cerrada, pero al despegar las luces del avión les permiten divisar el Surf Ballroom, el lago y los campos de maíz que abundan en la zona. Luego, cierran los ojos.
Bushwick, Brooklyn, Nueva York
3 de febrero de 2016
Ha amanecido, pero Charles lleva un buen rato despierto. No para de pensar en qué fue lo que ayer le salvó de que esos chicos le robaran la guitarra, los cuarenta dólares y le dejaran malherido. Está nervioso, pero al mismo tiempo triste. Hoy es el aniversario de la muerte de su ídolo y quiere hacer algo especial. Ya está Larry con el televisor. Cuántas veces te he dicho que... ¿Qué estás viendo? Centauros del desierto, gran película. Y los dos hermanos se quedan embobados hasta que termina. Charles para ver cuando John Wayne dice la famosa frase que tanto le ha dado, That'll be the day, y Larry esperando a que aparezca la espectacular Natalie Wood.
Con medio cuerpo sobresaliendo por la ventana, fuma un cigarrillo. El calor del sol es suave, pero suficiente como para cerrar los ojos y respirar. Vuelve al interior del cuarto y coge su guitarra. It doesn't matter anymore es la mejor opción, sí. Se sienta en la cama y comienza a tocarla para él.