CP XI Recuerdos de un presente sin futuro - Landra
Publicado: 17 Abr 2016 22:39
RECUERDOS DE UN PRESENTE SIN FUTURO
Apesadumbrada caminaba sin rumbo por la calle. La cabeza me daba vueltas, el estómago se retorcía, un nudo en la garganta me impedía producir ningún tipo de sonido. Aunque triste, mi rostro producía una pequeña y extraña sonrisa, las calles estaban abarrotadas de personas, personas anónimas, que no conocía y que nunca conoceré, mi irónica sonrisa iba dirigida a todas ellas. “Gracias”. Gracias por ser como sois, gracias por ignorarme, gracias por hacerme sentir sola, lo necesito, necesito estar dentro de mí, pensar, meditar, gracias a todos por no pararse a preguntarme, por no mirarme con cara de pena o curiosidad, simplemente gracias por vuestro desinterés.
***
Todo ha cambiado, las cosas ya no son como antes. El sol no brilla como siempre pero su calor nos asfixia a su paso. La luna nunca está llena y perfecta. Siempre con claros oscuros en su cara visible, escondida la mayoría de las veces tras las nubes, no quiere asomarse, no quiere presentarse ante los curiosos que le esperan con ansias de contemplar su belleza. Se avergüenza de lo que sus ojos observa todas las noches desde su distancia privilegiada.
Los días especiales ya no lo son. Todos van y vienen. Miran a su alrededor sin ver nada, miran en el espejo sin reconocer lo que ven. Los amigos son conocidos y los conocidos no son nadie. Los grupos están disueltos como esporas que lleva el viento, algunas consiguen convertirse en un ser propio e individual, otras dependen de estas primeras condenadas a jamás ser nadie.
***
Mi camino sin rumbo, me llevó a las afueras de la ciudad. Me adentré en un pequeño bosque y sin quererlo, llegué a mi diminuto reino de paz.
***
Amenazados transcurrimos nuestros días. De manera incalculable son las formas en las que podemos trascender a otra dimensión, a la cuarta o a la quinta, ya pocos creemos en un jardín florecido. Para más inri, no suficiente con las olas y tsunamis del libre albedrío, o de la vengativa natura, según se mire, nos adentramos en aumentar los porcentajes negativos entre nosotros mismos. Banderas con pólvora crean las peores fronteras entre la injusticia y la sed de sangre, poder y barbarie de anormales que nos hacen seguir su rumbo y dirección. Guiándonos hasta el peor de los desastres. Y unos pocos, que pensamos diferente, acabamos pisoteados enterrados allá donde jamás nos encontraran.
***
Este es mi sitio…este es mi lugar…- pensaba mientras caminaba por una pequeña senda, esa que tantas veces había recorrido y que siempre me llevaba al mismo lugar.
Mi garganta parecía estar menos atada, mi estómago dejó de hacer ruidos extraños y el dolor se mitigó. Mi cabeza comenzó a relajarse, al fin parecía que todo volvía a la normalidad. Pero no era así, aún necesitaba encontrar, tenía que seguir buscando para llegar a la calma total, para ser lo que era.
***
Las imágenes nos educan, contraen nuestras sensaciones, arriba abajo, izquierda derecha, todo se basa en números y colores. Si te saltas esos números no serás válido, si no aceptas los colores serás repudiado. Como una colonia de hormigas, caminando en círculo hacía ninguna dirección.
***
Alcé mi vista al cielo, entre las ramas de los árboles vi una nube, con una forma extraña, una forma que me hizo recordar. No me había dado cuenta, pero hacía mucho viento, la extraña nube pronto se escapó a mi vista. Aumentando mi paso la seguí entre árbol y árbol, apenas conseguía verla, quería saber a qué me recordaba. Acabé corriendo por el bosque.
***
Es un ciclo que se propaga desde que el hombre es hombre. El día que el mono se irguió, se ganó algo llamado humanidad y se perdió en ese mismo momento lo que significaba. Era tras era, chamán tras chamán, ducado tras ducado, milagro tras milagro.
Lo que un día el hielo tapó y enterró para siempre, ahora el hombre lo hace reaparecer. Nuestro planeta se volverá azul y todo volverá a empezar.
***
En mi precipitada acción tropecé y caí al suelo. Me levanté lentamente dolorida de una pierna, miré a mí alrededor y comprendí que había llegado al mismo lugar de siempre, pero había algo diferente. Delante de mí se presentaba un viejo árbol, un sauce llorón, enorme, majestuoso, sin duda, debería tener cientos de años:
¿Cómo ha llegado este árbol aquí? – pensé, sintiéndome familiarizada con él.
Me puse de rodillas a su sombra, no sin dejar de admirarlo, su majestuosidad, esa cálida luz que parecía emitir, el sonido de sus hojas al ser golpeadas por el viento.
Ese sonido…
Ese sonido parecía una canción, una canción familiar, una canción que sin duda había escuchado, esas notas dulces, tenues, brillantes como el sol.
Estoy cansada… - Con ese pensamiento, caí en la oscuridad.
Hace un día muy agradable, el viento acaricia mi cabello, lo ondea en todas direcciones. Me encanta esta sensación, el sol consigue llegar hasta mí, este calor me reanima la piel, me hace sentir más vigorosa, más saludable, mis brazos parecen alcanzar el cielo cuando lo observo, es un día muy agradable… ¡ya llegaron! Al fin puedo jugar con ellos, me rodean con sus brazos en alza mientras giran a mí alrededor cantando una canción, que pequeños tan simpáticos. Mientras los mayores preparan una deliciosa comida, sonríen y hablan sin parar.
Ya es hora de la comida, todos se juntan a mi lado, que agradable es ver a esta familia tan unida y que honrada me siento de poder disfrutar de su compañía.
Ya terminaron de comer, ahora queda la mejor parte. El hombre más mayor reúne a toda la familia junto a mí. Tiene una bolsa de cuero, raída y antigua, de la cual saca una pequeña caja de madera, más antigua si cabe. La abre y un sonido, una música, que me hace estremecer de pies a cabeza empieza a sonar, mientras el hombre se dispone a contar una historia que me hace llorar…
Érase una vez, un sauce llorón…
Despierto. Miro hacia abajo y veo que la realidad vuelve a mí. No hay familia, no hay pequeños, no hay personas hablando y riendo mientras hacen de comer, no está el hombre mayor, no escucho mi querida caja de música, no hay nadie, no cuentan mi historia… Todo ha cambiado, las cosas ya no son como antes.
Apesadumbrada caminaba sin rumbo por la calle. La cabeza me daba vueltas, el estómago se retorcía, un nudo en la garganta me impedía producir ningún tipo de sonido. Aunque triste, mi rostro producía una pequeña y extraña sonrisa, las calles estaban abarrotadas de personas, personas anónimas, que no conocía y que nunca conoceré, mi irónica sonrisa iba dirigida a todas ellas. “Gracias”. Gracias por ser como sois, gracias por ignorarme, gracias por hacerme sentir sola, lo necesito, necesito estar dentro de mí, pensar, meditar, gracias a todos por no pararse a preguntarme, por no mirarme con cara de pena o curiosidad, simplemente gracias por vuestro desinterés.
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Todo ha cambiado, las cosas ya no son como antes. El sol no brilla como siempre pero su calor nos asfixia a su paso. La luna nunca está llena y perfecta. Siempre con claros oscuros en su cara visible, escondida la mayoría de las veces tras las nubes, no quiere asomarse, no quiere presentarse ante los curiosos que le esperan con ansias de contemplar su belleza. Se avergüenza de lo que sus ojos observa todas las noches desde su distancia privilegiada.
Los días especiales ya no lo son. Todos van y vienen. Miran a su alrededor sin ver nada, miran en el espejo sin reconocer lo que ven. Los amigos son conocidos y los conocidos no son nadie. Los grupos están disueltos como esporas que lleva el viento, algunas consiguen convertirse en un ser propio e individual, otras dependen de estas primeras condenadas a jamás ser nadie.
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Mi camino sin rumbo, me llevó a las afueras de la ciudad. Me adentré en un pequeño bosque y sin quererlo, llegué a mi diminuto reino de paz.
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Amenazados transcurrimos nuestros días. De manera incalculable son las formas en las que podemos trascender a otra dimensión, a la cuarta o a la quinta, ya pocos creemos en un jardín florecido. Para más inri, no suficiente con las olas y tsunamis del libre albedrío, o de la vengativa natura, según se mire, nos adentramos en aumentar los porcentajes negativos entre nosotros mismos. Banderas con pólvora crean las peores fronteras entre la injusticia y la sed de sangre, poder y barbarie de anormales que nos hacen seguir su rumbo y dirección. Guiándonos hasta el peor de los desastres. Y unos pocos, que pensamos diferente, acabamos pisoteados enterrados allá donde jamás nos encontraran.
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Este es mi sitio…este es mi lugar…- pensaba mientras caminaba por una pequeña senda, esa que tantas veces había recorrido y que siempre me llevaba al mismo lugar.
Mi garganta parecía estar menos atada, mi estómago dejó de hacer ruidos extraños y el dolor se mitigó. Mi cabeza comenzó a relajarse, al fin parecía que todo volvía a la normalidad. Pero no era así, aún necesitaba encontrar, tenía que seguir buscando para llegar a la calma total, para ser lo que era.
***
Las imágenes nos educan, contraen nuestras sensaciones, arriba abajo, izquierda derecha, todo se basa en números y colores. Si te saltas esos números no serás válido, si no aceptas los colores serás repudiado. Como una colonia de hormigas, caminando en círculo hacía ninguna dirección.
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Alcé mi vista al cielo, entre las ramas de los árboles vi una nube, con una forma extraña, una forma que me hizo recordar. No me había dado cuenta, pero hacía mucho viento, la extraña nube pronto se escapó a mi vista. Aumentando mi paso la seguí entre árbol y árbol, apenas conseguía verla, quería saber a qué me recordaba. Acabé corriendo por el bosque.
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Es un ciclo que se propaga desde que el hombre es hombre. El día que el mono se irguió, se ganó algo llamado humanidad y se perdió en ese mismo momento lo que significaba. Era tras era, chamán tras chamán, ducado tras ducado, milagro tras milagro.
Lo que un día el hielo tapó y enterró para siempre, ahora el hombre lo hace reaparecer. Nuestro planeta se volverá azul y todo volverá a empezar.
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En mi precipitada acción tropecé y caí al suelo. Me levanté lentamente dolorida de una pierna, miré a mí alrededor y comprendí que había llegado al mismo lugar de siempre, pero había algo diferente. Delante de mí se presentaba un viejo árbol, un sauce llorón, enorme, majestuoso, sin duda, debería tener cientos de años:
¿Cómo ha llegado este árbol aquí? – pensé, sintiéndome familiarizada con él.
Me puse de rodillas a su sombra, no sin dejar de admirarlo, su majestuosidad, esa cálida luz que parecía emitir, el sonido de sus hojas al ser golpeadas por el viento.
Ese sonido…
Ese sonido parecía una canción, una canción familiar, una canción que sin duda había escuchado, esas notas dulces, tenues, brillantes como el sol.
Estoy cansada… - Con ese pensamiento, caí en la oscuridad.
Hace un día muy agradable, el viento acaricia mi cabello, lo ondea en todas direcciones. Me encanta esta sensación, el sol consigue llegar hasta mí, este calor me reanima la piel, me hace sentir más vigorosa, más saludable, mis brazos parecen alcanzar el cielo cuando lo observo, es un día muy agradable… ¡ya llegaron! Al fin puedo jugar con ellos, me rodean con sus brazos en alza mientras giran a mí alrededor cantando una canción, que pequeños tan simpáticos. Mientras los mayores preparan una deliciosa comida, sonríen y hablan sin parar.
Ya es hora de la comida, todos se juntan a mi lado, que agradable es ver a esta familia tan unida y que honrada me siento de poder disfrutar de su compañía.
Ya terminaron de comer, ahora queda la mejor parte. El hombre más mayor reúne a toda la familia junto a mí. Tiene una bolsa de cuero, raída y antigua, de la cual saca una pequeña caja de madera, más antigua si cabe. La abre y un sonido, una música, que me hace estremecer de pies a cabeza empieza a sonar, mientras el hombre se dispone a contar una historia que me hace llorar…
Érase una vez, un sauce llorón…
Despierto. Miro hacia abajo y veo que la realidad vuelve a mí. No hay familia, no hay pequeños, no hay personas hablando y riendo mientras hacen de comer, no está el hombre mayor, no escucho mi querida caja de música, no hay nadie, no cuentan mi historia… Todo ha cambiado, las cosas ya no son como antes.