CN5 - Agnes de Papá Noél - Megan
Publicado: 25 Dic 2016 11:07
Agnes de Papá Noél
Era un invierno terrible en la ciudad de Oslo. El cielo, de color gris plomizo, llevaba días sin dejar de descargar agua hora tras hora, el viento arreciaba con una fuerza indescriptible y hacía mucho más frío de lo normal en esa época.
Agnes miraba por la ventana de su dormitorio y se lamentaba de que no mejorara. No soportaba estar encerrada en casa con sus padres y, mucho menos a dos días de Nochebuena, cuando había fiestas en todos lados. Los jardines de su calle, incluido el de ella, estaban adornados con hermosos arreglos navideños y por la noche prendían las luces de colores, creando un bellísimo paisaje.
No salió en todo el día del dormitorio, cuando llegó la noche, bajó a cenar en el moderno comedor de una casa que destacaba por su gran lujo y sus comodidades. Tenía un bello jardín, cancha de tenis y piscina al fondo. Allí vivían Agnes y sus padres, Ingrid y Herman, ambos profesionales muy exitosos en el área de la economía. La jovencita, siendo hija única, era el centro de su mundo, pero, lamentablemente, les daba mucho trabajo. Aunque había sido bien educada, por ellos y en los mejores colegios, sus actitudes demostraban todo lo contrario.
Desde el punto de vista de Agnes eran demasiado estrictos con ella y se cansaba de oír los sermones de todos los días sobre el colegio, donde le iba muy mal. Además querían que compitiera en nado sincronizado y ella lo odiaba. No sabía que iba a hacer, sólo deseaba que la dejaran en paz, salir con sus amigos y divertirse fumando y bebiendo. Pero con sus diecisiete años aún le controlaban la conducta tan rebelde que tenía.
Después de cenar, sin mediar palabra alguna, mientras sus padres hablaban de cómo habían sido sus días e intentando que Agnes interviniera en alguna de sus conversaciones, se levantó de la mesa y fue a su dormitorio. Lloró tirada sobre la cama, porque se sentía muy sola y nadie la entendía, se daba cuenta de que sus padres la querían, pero necesitaba ser libre y eso la acongojaba tanto que la volvía muy malhumorada.
Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, escuchó el ulular del viento y el sonido de la lluvia, saltó de la cama y miró por la ventana, estaba peor que el día anterior. Pero ya no le importaba, iba a salir a buscar a sus amigos para divertirse, no iba a soportar otro día encerrada allí
Se miró en el espejo y notó que su largo cabello rubio, ahora teñido de negro, estaba bastante alborotado, por lo que decidió arreglarlo. Decidió maquillarse también, tenía unos bellos ojos verdes, que no se notaban mucho por el lápiz negro intenso que usaba para pintarse. Además, solía vestirse siempre de negro con prendas de estilo gótico, que la hacían parecer aún más delgada. Todo esto coincidía con la música punk, agresiva y desenfrenada que tanto le gustaba.
Había terminado de arreglarse y se miraba en el espejo cuando sonó su celular, lo miró y vio que ponía «Número privado». Algo sorprendida tomó el teléfono.
—¿Hola, quién habla?—preguntó la joven.
—¿Hablo con Agnes?—dijo una voz de hombre.
—Sí ¿quién habla?—insistió Agnes.
—¡Ah! Por fin te encuentro, ¡Qué alegría! —exclamó la voz entusiasmada.
—Pero ¿quién habla?—repitió la chica con malhumor.
—Mi querida niña, habla Papá Noél, necesito hablar de algo contigo—dijo la voz.
Hubo un silencio, la chica no entendía nada. De pronto, pensó que era una broma de sus amigos de la secundaria y sonrió irónicamente.
—Imagino que son Adam y Erik, se nota que ya terminamos las clases y no tienen nada mejor que hacer—exclamó riendo Agnes.
—Mira pequeña, estoy algo apurado, así que te comento lo que sucede—insistió la voz.
—Escuchen chicos, tengo cosas para hacer, llamen a otra para las bromas, ahora no puedo —repitió la joven algo más seria.
—No niña, escúchame, en verdad soy Papá Noél y necesito de tu ayuda—exclamó algo ansioso.
—Pero, Papá Noél no existe—dijo enojada.
—Por supuesto que existo, en este momento para ti y para otros, en la noche del veinticuatro para todos los que me necesiten, recuerda que no todos los niños tienen regalos, hay pequeños muy necesitados y es fundamental que yo les traiga regalos todas las navidades— le dijo el hombre.
—Mire, yo estoy ocupada, mejor llame a otra persona y le hace el cuento— dijo bastante molesta.
—Agnes, por favor, escúchame. Aquí no se trata de bromas ni de tontería alguna, necesito tu ayuda y no puedo perder más tiempo—exclamó el hombre.
—Mire señor voy a cortar, no soporto que me hagan bromas de esta índole —gritó muy enojada.
—Es que no es una broma mi querida niña, ¿quieres que te demuestre que no es una broma? —insistió el hombre.
—Sí, pero yo no pienso salir de adentro de mi casa —dijo la joven con tono amenazador.
—No tienes por qué hacerlo, sólo mira por la ventana —exclamó entusiasmado.
Agnes corrió las cortinas de la gran ventana que daba al jardín y quedó estupefacta por lo que vio. No podía creerlo, era imposible, pero allí, frente a ella, había un gran trineo con seis renos y un hombre vestido de Papá Noél con un bolso enorme.
Lo más increíble de todo era que estaba suspendido en el aire, flotando, nada lo sujetaba. Agnes miraba al hombre de cara risueña tras el bigote y la gran barba blanca y no podía creerlo.
Abrió temerosa la ventana y siguió buscando lo que podía sujetar a semejante trineo y no encontró nada, entonces miró al supuesto Papá Noél.
—Pero… no es posible… cuando crecí me dijeron que era una fábula, el trineo, los renos, usted, no entiendo…—susurró maravillada la chica.
Además, comprobó que todo alrededor era agua y viento, pero el trineo, los renos y el hombre estaban secos y no les afectaba el viento.
—¿Y bien, ahora me crees? —preguntó el hombre.
—Pero entonces, ¿eres real, Papá Noél existe?— dudó Agnes.
—Aquí me ves jovencita, ahora vamos a lo nuestro —replicó el anciano muy sonriente.
—¿A lo nuestro?—repitió asombrada la joven.
—Sí, hace años que te observo y esperé hasta ahora para venir a visitarte—le explicó el hombre.
—¿Que usted me observa?— preguntó la chica sin poder creerlo.
—Sí, pero no puedo entrar en detalles ahora. Necesito que me ayudes, Agnes. Vine a ti primero porque vivo muy cerca de aquí —dijo ansioso el hombre.
—Pero ¿dónde vive usted? —exclamó Agnes.
—Vivo en Laponia, Finlandia. No puedo retrasarme más, te voy a dejar dos envíos para que los hagas entre hoy y mañana —explicó el hombre.
—¿Que yo entregue regalos? ¿No debe hacerlo usted? —dijo la joven.
—Pequeña mía, te darás cuenta que es imposible que yo esté en todos los lados a la vez ¿verdad?, pues lo que he hecho toda mi vida es elegir personas de buen corazón, presentarme y pedirles que dejen los regalos en las direcciones que les doy, tengo miles de asistentes en todos los países, en todas las ciudades del mundo —contestó el anciano tiernamente—. No te elegí antes porque eras muy pequeña, pero ahora eres una jovencita que necesita conocer la bondad que hay en el mundo a pesar de todo. Así podrás ser más feliz y convivir mejor con tus padres que se preocupan tanto por ti. ¡Te felicito por entrar en mi círculo de asistentes mundial! —gritó Papá Noél muy contento.
Agnes quedó impresionada por la amabilidad del anciano, le gustó como le hablaba y la alegría que emanaba. De pronto sintió ganas de llorar y lloró mucho.
—Todos lloran como tú, hay seres humanos que valen oro puro, por eso siempre estoy feliz cuando tengo que cumplir con mi misión anual, conozco a personas como tú y eso es hermoso porque logro sacar su bondad y alejar todo lo malo que sienten —dijo dulcemente el hombre.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Agnes muy emocionada, mientras se secaba las lágrimas.
—Mira, necesito que lleves estas dos bolsas a las direcciones anotadas en este papel, son algo grandes, pero no debes temer, no te pasará nada— rió el hombre.
—¿Adónde las llevo? — preguntó la joven.
—Una es para el Hogar de niños huérfanos de Oslo y la otra es para el Centro de pacientes jóvenes con cáncer de Escandinavia, no están muy lejos de aquí. Entonces, ¿cuento contigo jovencita? — dijo el hombre.
—Por supuesto que lo haré, con el mayor de los gustos, me ha dejado tan emocionada que no sé qué decirle —tartamudeó la chica mirando al anciano con ojos llorosos.
—A mí no me tienes que decir nada, sé lo que estás sintiendo en este preciso momento —dijo amablemente el anciano.
—¿Qué hará usted ahora? —preguntó Agnes.
—Llevaré los regalos a mis asistentes en todo el mundo y cuando termine, el veinticuatro de nochecita, iré a llevar los míos—respondió Papá Noél.
—¿No lo veré más? —le dijo la joven con tristeza.
—Me verás todos los años de tu vida en esta época —respondió el anciano.
Agnes se emocionó mucho y en ese momento se dio cuenta que sólo ella veía a Papá Noél, pues la gente pasaba por la vereda, la miraban y hacían gestos como de pena por la locura de la chica hablando sola por la ventana.
A primera hora de la tarde disminuyó la lluvia y el viento, aunque no el tremendo frío y Agnes muy feliz, cumplió con los encargos de Papá Noél.
Cuando llegó a su casa, se sentó en un sillón del living cerca de la estufa a leña para calentarse, pues estaba helada de caminar por el frío invernal, y miró a sus padres con otros ojos. Algo había cambiado en ella, se sentía feliz consigo misma y de tener a sus padres que la querían tanto.
—¿Te fue bien cariño? — preguntó su madre, algo sorprendida de verla sentada allí con ellos.
—Me fue muy bien mamá — le dijo Agnes sonriendo, sin poder contar nada de lo que le había sucedido. Porque eso era parte de ser asistente de Papá Noél, nadie más que ellos podían saber que realmente existía y la felicidad que emanaba para cambiar a personas que lo necesitaban.
FIN
Era un invierno terrible en la ciudad de Oslo. El cielo, de color gris plomizo, llevaba días sin dejar de descargar agua hora tras hora, el viento arreciaba con una fuerza indescriptible y hacía mucho más frío de lo normal en esa época.
Agnes miraba por la ventana de su dormitorio y se lamentaba de que no mejorara. No soportaba estar encerrada en casa con sus padres y, mucho menos a dos días de Nochebuena, cuando había fiestas en todos lados. Los jardines de su calle, incluido el de ella, estaban adornados con hermosos arreglos navideños y por la noche prendían las luces de colores, creando un bellísimo paisaje.
No salió en todo el día del dormitorio, cuando llegó la noche, bajó a cenar en el moderno comedor de una casa que destacaba por su gran lujo y sus comodidades. Tenía un bello jardín, cancha de tenis y piscina al fondo. Allí vivían Agnes y sus padres, Ingrid y Herman, ambos profesionales muy exitosos en el área de la economía. La jovencita, siendo hija única, era el centro de su mundo, pero, lamentablemente, les daba mucho trabajo. Aunque había sido bien educada, por ellos y en los mejores colegios, sus actitudes demostraban todo lo contrario.
Desde el punto de vista de Agnes eran demasiado estrictos con ella y se cansaba de oír los sermones de todos los días sobre el colegio, donde le iba muy mal. Además querían que compitiera en nado sincronizado y ella lo odiaba. No sabía que iba a hacer, sólo deseaba que la dejaran en paz, salir con sus amigos y divertirse fumando y bebiendo. Pero con sus diecisiete años aún le controlaban la conducta tan rebelde que tenía.
Después de cenar, sin mediar palabra alguna, mientras sus padres hablaban de cómo habían sido sus días e intentando que Agnes interviniera en alguna de sus conversaciones, se levantó de la mesa y fue a su dormitorio. Lloró tirada sobre la cama, porque se sentía muy sola y nadie la entendía, se daba cuenta de que sus padres la querían, pero necesitaba ser libre y eso la acongojaba tanto que la volvía muy malhumorada.
Cuando abrió los ojos a la mañana siguiente, escuchó el ulular del viento y el sonido de la lluvia, saltó de la cama y miró por la ventana, estaba peor que el día anterior. Pero ya no le importaba, iba a salir a buscar a sus amigos para divertirse, no iba a soportar otro día encerrada allí
Se miró en el espejo y notó que su largo cabello rubio, ahora teñido de negro, estaba bastante alborotado, por lo que decidió arreglarlo. Decidió maquillarse también, tenía unos bellos ojos verdes, que no se notaban mucho por el lápiz negro intenso que usaba para pintarse. Además, solía vestirse siempre de negro con prendas de estilo gótico, que la hacían parecer aún más delgada. Todo esto coincidía con la música punk, agresiva y desenfrenada que tanto le gustaba.
Había terminado de arreglarse y se miraba en el espejo cuando sonó su celular, lo miró y vio que ponía «Número privado». Algo sorprendida tomó el teléfono.
—¿Hola, quién habla?—preguntó la joven.
—¿Hablo con Agnes?—dijo una voz de hombre.
—Sí ¿quién habla?—insistió Agnes.
—¡Ah! Por fin te encuentro, ¡Qué alegría! —exclamó la voz entusiasmada.
—Pero ¿quién habla?—repitió la chica con malhumor.
—Mi querida niña, habla Papá Noél, necesito hablar de algo contigo—dijo la voz.
Hubo un silencio, la chica no entendía nada. De pronto, pensó que era una broma de sus amigos de la secundaria y sonrió irónicamente.
—Imagino que son Adam y Erik, se nota que ya terminamos las clases y no tienen nada mejor que hacer—exclamó riendo Agnes.
—Mira pequeña, estoy algo apurado, así que te comento lo que sucede—insistió la voz.
—Escuchen chicos, tengo cosas para hacer, llamen a otra para las bromas, ahora no puedo —repitió la joven algo más seria.
—No niña, escúchame, en verdad soy Papá Noél y necesito de tu ayuda—exclamó algo ansioso.
—Pero, Papá Noél no existe—dijo enojada.
—Por supuesto que existo, en este momento para ti y para otros, en la noche del veinticuatro para todos los que me necesiten, recuerda que no todos los niños tienen regalos, hay pequeños muy necesitados y es fundamental que yo les traiga regalos todas las navidades— le dijo el hombre.
—Mire, yo estoy ocupada, mejor llame a otra persona y le hace el cuento— dijo bastante molesta.
—Agnes, por favor, escúchame. Aquí no se trata de bromas ni de tontería alguna, necesito tu ayuda y no puedo perder más tiempo—exclamó el hombre.
—Mire señor voy a cortar, no soporto que me hagan bromas de esta índole —gritó muy enojada.
—Es que no es una broma mi querida niña, ¿quieres que te demuestre que no es una broma? —insistió el hombre.
—Sí, pero yo no pienso salir de adentro de mi casa —dijo la joven con tono amenazador.
—No tienes por qué hacerlo, sólo mira por la ventana —exclamó entusiasmado.
Agnes corrió las cortinas de la gran ventana que daba al jardín y quedó estupefacta por lo que vio. No podía creerlo, era imposible, pero allí, frente a ella, había un gran trineo con seis renos y un hombre vestido de Papá Noél con un bolso enorme.
Lo más increíble de todo era que estaba suspendido en el aire, flotando, nada lo sujetaba. Agnes miraba al hombre de cara risueña tras el bigote y la gran barba blanca y no podía creerlo.
Abrió temerosa la ventana y siguió buscando lo que podía sujetar a semejante trineo y no encontró nada, entonces miró al supuesto Papá Noél.
—Pero… no es posible… cuando crecí me dijeron que era una fábula, el trineo, los renos, usted, no entiendo…—susurró maravillada la chica.
Además, comprobó que todo alrededor era agua y viento, pero el trineo, los renos y el hombre estaban secos y no les afectaba el viento.
—¿Y bien, ahora me crees? —preguntó el hombre.
—Pero entonces, ¿eres real, Papá Noél existe?— dudó Agnes.
—Aquí me ves jovencita, ahora vamos a lo nuestro —replicó el anciano muy sonriente.
—¿A lo nuestro?—repitió asombrada la joven.
—Sí, hace años que te observo y esperé hasta ahora para venir a visitarte—le explicó el hombre.
—¿Que usted me observa?— preguntó la chica sin poder creerlo.
—Sí, pero no puedo entrar en detalles ahora. Necesito que me ayudes, Agnes. Vine a ti primero porque vivo muy cerca de aquí —dijo ansioso el hombre.
—Pero ¿dónde vive usted? —exclamó Agnes.
—Vivo en Laponia, Finlandia. No puedo retrasarme más, te voy a dejar dos envíos para que los hagas entre hoy y mañana —explicó el hombre.
—¿Que yo entregue regalos? ¿No debe hacerlo usted? —dijo la joven.
—Pequeña mía, te darás cuenta que es imposible que yo esté en todos los lados a la vez ¿verdad?, pues lo que he hecho toda mi vida es elegir personas de buen corazón, presentarme y pedirles que dejen los regalos en las direcciones que les doy, tengo miles de asistentes en todos los países, en todas las ciudades del mundo —contestó el anciano tiernamente—. No te elegí antes porque eras muy pequeña, pero ahora eres una jovencita que necesita conocer la bondad que hay en el mundo a pesar de todo. Así podrás ser más feliz y convivir mejor con tus padres que se preocupan tanto por ti. ¡Te felicito por entrar en mi círculo de asistentes mundial! —gritó Papá Noél muy contento.
Agnes quedó impresionada por la amabilidad del anciano, le gustó como le hablaba y la alegría que emanaba. De pronto sintió ganas de llorar y lloró mucho.
—Todos lloran como tú, hay seres humanos que valen oro puro, por eso siempre estoy feliz cuando tengo que cumplir con mi misión anual, conozco a personas como tú y eso es hermoso porque logro sacar su bondad y alejar todo lo malo que sienten —dijo dulcemente el hombre.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Agnes muy emocionada, mientras se secaba las lágrimas.
—Mira, necesito que lleves estas dos bolsas a las direcciones anotadas en este papel, son algo grandes, pero no debes temer, no te pasará nada— rió el hombre.
—¿Adónde las llevo? — preguntó la joven.
—Una es para el Hogar de niños huérfanos de Oslo y la otra es para el Centro de pacientes jóvenes con cáncer de Escandinavia, no están muy lejos de aquí. Entonces, ¿cuento contigo jovencita? — dijo el hombre.
—Por supuesto que lo haré, con el mayor de los gustos, me ha dejado tan emocionada que no sé qué decirle —tartamudeó la chica mirando al anciano con ojos llorosos.
—A mí no me tienes que decir nada, sé lo que estás sintiendo en este preciso momento —dijo amablemente el anciano.
—¿Qué hará usted ahora? —preguntó Agnes.
—Llevaré los regalos a mis asistentes en todo el mundo y cuando termine, el veinticuatro de nochecita, iré a llevar los míos—respondió Papá Noél.
—¿No lo veré más? —le dijo la joven con tristeza.
—Me verás todos los años de tu vida en esta época —respondió el anciano.
Agnes se emocionó mucho y en ese momento se dio cuenta que sólo ella veía a Papá Noél, pues la gente pasaba por la vereda, la miraban y hacían gestos como de pena por la locura de la chica hablando sola por la ventana.
A primera hora de la tarde disminuyó la lluvia y el viento, aunque no el tremendo frío y Agnes muy feliz, cumplió con los encargos de Papá Noél.
Cuando llegó a su casa, se sentó en un sillón del living cerca de la estufa a leña para calentarse, pues estaba helada de caminar por el frío invernal, y miró a sus padres con otros ojos. Algo había cambiado en ella, se sentía feliz consigo misma y de tener a sus padres que la querían tanto.
—¿Te fue bien cariño? — preguntó su madre, algo sorprendida de verla sentada allí con ellos.
—Me fue muy bien mamá — le dijo Agnes sonriendo, sin poder contar nada de lo que le había sucedido. Porque eso era parte de ser asistente de Papá Noél, nadie más que ellos podían saber que realmente existía y la felicidad que emanaba para cambiar a personas que lo necesitaban.
FIN