CPXII - La fábrica - Rubisco
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CPXII - La fábrica - Rubisco
La fábrica
El pequeño ejército de personas trajeadas caminaba por aquel pasillo interminable de paredes metálicas y techo de color blanco inmaculado. Charlaban de forma animada, se pasaban entre ellos dos tabletas electrónicas con gráficos y un sinfín de cálculos, y ojeaban un libro electrónico que contenía un contrato de compraventa. Cada veinte metros podía verse, estampada en la pared, una U con el globo terráqueo en su interior. Era el logo de la Universal Motor Corporation, el tercer mayor productor automovilístico del mundo.
Uno de aquellos hombres era Michael O’Sullivan, presidente de la empresa. Otro era Robert Slaughter, consejero delegado. El resto era parte de un grupo de inversores que estaba a punto de hacerse con el control de la compañía.
―Hemos comprobado en el balance que han reducido drásticamente los gastos de personal ―preguntó una mujer delgada, de origen hispano y maquillada en exceso.
―Así es ―contestó Slaughter.
―¿Y cómo han hecho para mantener la producción?
―Para aumentarla ―corrigió, y carraspeó a continuación―. Pues ha sido tan sencillo como automatizar absolutamente toda la fábrica. ―Se detuvo y posó el dedo sobre una placa metálica que había en la pared―. Precisamente hemos llegado al sector de producción.
En el suelo se proyectó una luz roja y la pared se dividió en dos ante ellos. Ambas mitades se separaban con lentitud, acompañadas de un zumbido casi inaudible. A medida que la abertura se hacía más grande, los inversores iban descubriendo en la sala que se les aparecía un universo plagado de robots de todas las formas imaginables. Unos sostenían chasis completos de automóviles a medio fabricar. Otros sujetaban motores. También había algunos manchados de pinturas de distintos colores. Las enormes puertas se detuvieron con un golpe metálico y una luz verde iluminó el suelo desde arriba.
―Ya podemos pasar ―anunció el consejero delegado.
Los siete hombres entraron. Aunque O’Sullivan y Slaughter conocían la nave no podían evitar sentirse tan maravillados como los cinco invitados. Todos miraban boquiabiertos la enorme estancia, de paredes metálicas y techos traslúcidos de luminosidad variable.
―¿Entonces aquí no trabaja nadie? ―preguntó una inversora de rasgos asiáticos.
―Nadie ―confirmó Slaughter.
―Excepto el personal de mantenimiento, supongo. ¿O está externalizado?
―Ni lo uno ni lo otro ―contesto. Al ver la cara de curiosidad de los invitados se atusó la chaqueta y procedió a explicarlo―: Estos robots están diseñados para que se revisen periódicamente a sí mismos de acuerdo al mantenimiento programado, y piden sus propios repuestos al proveedor. Incluso en casos extremos un robot puede reparar a otro.
»También hemos prescindido del departamento informático. El consejero delegado (en este caso yo) da las órdenes y los robots las ejecutan. Si no la conocen, buscan en internet y se entrenan hasta haber aprendido la nueva tarea o bien me indican que lo que pido es imposible de ejecutar. En resumidas cuentas, la fábrica es todo un sistema autosuficiente.
―Vaya… ―dijeron los inversores al unísono, embobados.
Era tal el ensimismamiento de todos ellos que nadie había caído en la cuenta de que los robots no estaban funcionando. El primero que se percató de ello fue el presidente. Cuando se lo hizo notar al consejero delegado, éste tomó el móvil, abrió una aplicación y dijo «iniciar trabajo», pero ninguna máquina ejecutó el menor movimiento. Accedió entonces al apartado de diagnosis y vio un mensaje en letras rojas que decía «TRISTES».
―¡Hijo de puta! ―gritó enfurecido. Los allí presentes dieron un respingo y lo miraron, aguardando una justificación que disculpara el exabrupto. Slaughter respiró hondo y concedió la explicación―: Hace un mes, cuando verificamos que el sistema era autosuficiente, rescindimos a todo el personal de mantenimiento. Al irse, el jefe de mantenimiento me dijo, textualmente, que nos arrepentiríamos de prescindir de sus servicios. Ahora lo entiendo: debe haber inutilizado el sistema.
Slaughter tenía la esperanza de que su explicación sirviera para quitar importancia al asunto, pero adivinó, por la cara de los inversores, que aquella situación estaba haciendo peligrar la compraventa. El presidente se había contagiado también de la preocupación, y preguntó:
―¿Y no hay solución?
―Creo que bastará con pulsar el botón de reinicio. Sé que está en la base de uno de los robots, pero no recuerdo exactamente cuál era.
El presidente frunció el ceño y se acercó al oído de Slaughter.
―Con todos los robots que son, creo que sería más fácil contactar con el anterior jefe de mantenimiento y llegar a un acuerdo para que los reinicie él ―susurró.
―Imposible ―contestó, también en susurros―. Ese inútil entró en depresión y se suicidó hará dos o tres días.
―¡Pues vamos apañados!
Como los inversores no conocían la fábrica y el presidente la había frecuentado poco, Slaughter les invitó a permanecer junto a él con la intención de que no se extraviaran. Estaba convencido de que no tardaría mucho en activar el reinicio de la fábrica porque recordaba que el robot que tenía el maldito botón se encontraba cerca de la puerta. Los siete comenzaron a revisar los bajos de cada máquina en busca de un enorme pulsador rojo con la palabra «REINICIAR» impresa en blanco.
Pese al imprevisto y las dudas que comenzaban a suscitarse, los inversores seguían maravillados viendo aquellas máquinas inertes. Eran el sueño de todo empresario: un ejército de obreros mudos que trabajaran a destajo las veinticuatro horas del día; adiós a las subidas salariales; adiós a las huelgas; adiós a las multas por no evitar accidentes de trabajo.
Una inversora oronda y de piel negra no pudo resistir la tentación y acarició con suavidad uno de aquellos brazos robóticos. Antes de retirar la mano pudo sentir cómo el robot se movía de forma sutil y no pudo reprimir un grito de sorpresa.
―¡Se ha movido! ¡Lo he rozado y se ha movido!
Slaughter se viró hacia ella y a continuación miró el robot. Le pareció que seguía en la misma posición, pero para no contradecir a la futura accionista dijo:
―Lo habrá empujado sin darse cuenta.
El consejero delegado consiguió hacer dudar a la mujer, quien decidió repetir el gesto. Esta vez la caricia duró un poco más y el movimiento del robot, otra vez suave, fue tan notorio que todos los presentes se percataron de ello. Extrañado, Slaughter se acercó a otro robot y también lo acarició, pero no hubo respuesta. El consejero delegado y la inversora se miraban a los ojos con extrañeza, y también algo embelesados, mientras acariciaban a dos brazos robóticos.
―Parece como si estuviera disfrutando de sus caricias, señora Wellington. ―dijo Slaughter, que a continuación sacudió la cabeza y dio un fuerte puñetazo al robot―. ¡Pero qué estupidez acabo de decir!
A raíz del golpe la máquina sí se movió, pero fue para agarrar al consejero delegado por la pechera y elevarlo a dos metros sobre el suelo; a continuación empezó a zarandearlo. El brazo mecánico emitió un chirrido y otros robots cobraron vida. El presidente y los cinco inversores observaron atónitos cómo cuatro máquinas habían agarrado a Slaughter por las cuatro extremidades. Y como si se tratara de un baile sincronizado, cada una tiró para sí misma, desmembrando en el acto al consejero delegado, que cayó al suelo emitiendo un ruido de chapa y huesos rotos.
Los seis comenzaron a correr, manchados de la sangre que los había salpicado. Intentaban gritar, pero el terror que les invadía había atenazado sus cuerdas vocales. Mientras tanto, el efecto eco de la nave causaba que los alaridos de Slaughter sonaran como si estuvieran chillando mil personas.
Un enorme crujido tapó por un instante el largo berrido del consejero delegado. El ruido causó tal impresión en los inversores que se detuvieron para ver qué había ocurrido, provocando que O’Sullivan, que iba algo rezagado, los arrollara. Desde el suelo comprobaron cómo los robots habían arrancado sus anclajes del suelo y se dirigían hacia ellos. El presidente y los inversores echaron a correr más rápido aún, salieron al enorme pasillo y galoparon sobre sus pasos hasta llegar al aparcamiento. Allí se subieron a la limusina, que el conductor limpiaba con esmero mientras fumaba un pitillo barato.
―Vaya, qué visita tan rápida ―dijo el chófer.
―¡Arranque! ¡Arranque, por Dios!
―¿Pero por qué tanta prisa?
En ese momento la enorme puerta de entrada al complejo industrial fue derribada por una manada de robots que salían del edificio en estampida y se dirigían al coche. El conductor dejó los trastos de limpieza y se subió a la limusina con tanta rapidez que el cigarrillo se cayó en la moqueta.
―¡Mierda! ¡El cigarro!
―¡Olvídese del puto cigarro y arranque, joder! ―gritó el presidente.
El chófer puso el motor en marcha y pisó el acelerador a fondo. Las ruedas traseras patinaron y generaron una enorme nube de humo tras la que desapareció el coche, pero los robots no le perdieron el rastro. Todos los pasajeros de aquella limusina miraban con horror por la luna trasera. Las máquinas vivientes los perseguían, y por mucho que el conductor acelerara parecía que de un momento a otro iban a darles caza. Sin embargo, en uno de los muchos cruces los robots se desviaron. Los ocupantes del coche suspiraron aliviados y al fin pudieron relajarse en sus respectivos asientos.
De pronto, tras una curva abierta, volvieron a tener a los robots a la vista. Ya no se movían; parecían estar amontonados en un prado no muy lejano al que se accedía por otro desvío. O’Sullivan y los inversores, intrigados, ordenaron al conductor que se dirigiera a aquel lugar.
―¿Están locos? Han estado a punto de matarnos.
―¡Obedezca mis órdenes o le despido! ―gritó el presidente golpeando la mampara de separación.
―Pero, señor… Tengo tres hijos y…
―¡Pues detenga el coche!
O’Sullivan lo hizo bajarse del automóvil y tomó el volante. Con la dificultad de quien nunca ha conducido una limusina logró girar sin que el coche se quedara atascado. El chofer los vio alejarse y apretó los dientes al ver cómo el vehículo golpeaba una farola con la puerta al girar en el desvío.
El presidente conducía a toda velocidad y mirando al frente mientras los inversores conjeturaban qué haría allí aquel tumulto de máquinas. Todos eran conscientes de la locura que suponía acercarse hasta donde estaban los monstruos metálicos, pero ninguno propuso la idea de desistir de ese plan descabellado y la limusina continuó en dirección a aquel prado. Al llegar comprobaron que el lugar en el que se hallaban los robots era un cementerio.
―¿Qué diablos harán aquí? ―preguntó O’Sullivan.
Los ocupantes de la limusina tuvieron por un instante la tentación de salir del vehículo, pero el miedo los empujó a permanecer en el coche.
―Parece como si se abrazaran ―advirtió un inversor con fuerte acento británico―. Por cierto ―dijo mientras olisqueaba―, ¿no huele como a plástico quemado?
El presidente reparó entonces en el humo que ascendía desde el suelo y en el calor que sentía en los muslos.
―¡Mierda! ¡La colilla del imbécil aquel! ―gritó el presidente―. ¡Está debajo de mi asiento!
O’Sullivan intentó introducir la mano en la zona donde estaba el cigarrillo, pero el estrecho espacio entre su asiento y el volante se lo impedía. La mampara tampoco permitía a los inversores acceder a la parte inferior del asiento desde atrás, por lo que el presidente debía tumbarse para poder buscar allí debajo. Con ese fin intentó abrir la puerta, pero estaba bloqueada. Al darse cuenta de ello, los demás intentaron abrir las puertas traseras, pero no lo consiguieron. En ese momento se encendió la pantalla de infoentretenimiento y mostró el mensaje «YO TAMBIÉN SOY UNA MÁQUINA». Los inversores, aterrados, trataron entonces de romper cualquier ventana para huir.
―¡Es una limusina blindada! ―chilló O’Sullivan con lágrimas en los ojos―. ¡No podremos salir de aquí!
El coche oscilaba mientras los ocupantes luchaban por intentar escapar. Poco después el automóvil dejó de moverse, y casi al instante las llamas comenzaron a devorarlo con violencia.
Al caer la noche las máquinas tomaron la limusina, convertida en una fogata, y la colocaron en el centro del círculo que habían formado. Unas horas después el fuego ya se había extinguido, pero los robots decidieron permanecer allí. Aquellas moles de metal pintado acabaron por confundirse en un amasijo herrumbroso al cabo de las décadas. Los lugareños lo apodaron «el sarcófago».
El pequeño ejército de personas trajeadas caminaba por aquel pasillo interminable de paredes metálicas y techo de color blanco inmaculado. Charlaban de forma animada, se pasaban entre ellos dos tabletas electrónicas con gráficos y un sinfín de cálculos, y ojeaban un libro electrónico que contenía un contrato de compraventa. Cada veinte metros podía verse, estampada en la pared, una U con el globo terráqueo en su interior. Era el logo de la Universal Motor Corporation, el tercer mayor productor automovilístico del mundo.
Uno de aquellos hombres era Michael O’Sullivan, presidente de la empresa. Otro era Robert Slaughter, consejero delegado. El resto era parte de un grupo de inversores que estaba a punto de hacerse con el control de la compañía.
―Hemos comprobado en el balance que han reducido drásticamente los gastos de personal ―preguntó una mujer delgada, de origen hispano y maquillada en exceso.
―Así es ―contestó Slaughter.
―¿Y cómo han hecho para mantener la producción?
―Para aumentarla ―corrigió, y carraspeó a continuación―. Pues ha sido tan sencillo como automatizar absolutamente toda la fábrica. ―Se detuvo y posó el dedo sobre una placa metálica que había en la pared―. Precisamente hemos llegado al sector de producción.
En el suelo se proyectó una luz roja y la pared se dividió en dos ante ellos. Ambas mitades se separaban con lentitud, acompañadas de un zumbido casi inaudible. A medida que la abertura se hacía más grande, los inversores iban descubriendo en la sala que se les aparecía un universo plagado de robots de todas las formas imaginables. Unos sostenían chasis completos de automóviles a medio fabricar. Otros sujetaban motores. También había algunos manchados de pinturas de distintos colores. Las enormes puertas se detuvieron con un golpe metálico y una luz verde iluminó el suelo desde arriba.
―Ya podemos pasar ―anunció el consejero delegado.
Los siete hombres entraron. Aunque O’Sullivan y Slaughter conocían la nave no podían evitar sentirse tan maravillados como los cinco invitados. Todos miraban boquiabiertos la enorme estancia, de paredes metálicas y techos traslúcidos de luminosidad variable.
―¿Entonces aquí no trabaja nadie? ―preguntó una inversora de rasgos asiáticos.
―Nadie ―confirmó Slaughter.
―Excepto el personal de mantenimiento, supongo. ¿O está externalizado?
―Ni lo uno ni lo otro ―contesto. Al ver la cara de curiosidad de los invitados se atusó la chaqueta y procedió a explicarlo―: Estos robots están diseñados para que se revisen periódicamente a sí mismos de acuerdo al mantenimiento programado, y piden sus propios repuestos al proveedor. Incluso en casos extremos un robot puede reparar a otro.
»También hemos prescindido del departamento informático. El consejero delegado (en este caso yo) da las órdenes y los robots las ejecutan. Si no la conocen, buscan en internet y se entrenan hasta haber aprendido la nueva tarea o bien me indican que lo que pido es imposible de ejecutar. En resumidas cuentas, la fábrica es todo un sistema autosuficiente.
―Vaya… ―dijeron los inversores al unísono, embobados.
Era tal el ensimismamiento de todos ellos que nadie había caído en la cuenta de que los robots no estaban funcionando. El primero que se percató de ello fue el presidente. Cuando se lo hizo notar al consejero delegado, éste tomó el móvil, abrió una aplicación y dijo «iniciar trabajo», pero ninguna máquina ejecutó el menor movimiento. Accedió entonces al apartado de diagnosis y vio un mensaje en letras rojas que decía «TRISTES».
―¡Hijo de puta! ―gritó enfurecido. Los allí presentes dieron un respingo y lo miraron, aguardando una justificación que disculpara el exabrupto. Slaughter respiró hondo y concedió la explicación―: Hace un mes, cuando verificamos que el sistema era autosuficiente, rescindimos a todo el personal de mantenimiento. Al irse, el jefe de mantenimiento me dijo, textualmente, que nos arrepentiríamos de prescindir de sus servicios. Ahora lo entiendo: debe haber inutilizado el sistema.
Slaughter tenía la esperanza de que su explicación sirviera para quitar importancia al asunto, pero adivinó, por la cara de los inversores, que aquella situación estaba haciendo peligrar la compraventa. El presidente se había contagiado también de la preocupación, y preguntó:
―¿Y no hay solución?
―Creo que bastará con pulsar el botón de reinicio. Sé que está en la base de uno de los robots, pero no recuerdo exactamente cuál era.
El presidente frunció el ceño y se acercó al oído de Slaughter.
―Con todos los robots que son, creo que sería más fácil contactar con el anterior jefe de mantenimiento y llegar a un acuerdo para que los reinicie él ―susurró.
―Imposible ―contestó, también en susurros―. Ese inútil entró en depresión y se suicidó hará dos o tres días.
―¡Pues vamos apañados!
Como los inversores no conocían la fábrica y el presidente la había frecuentado poco, Slaughter les invitó a permanecer junto a él con la intención de que no se extraviaran. Estaba convencido de que no tardaría mucho en activar el reinicio de la fábrica porque recordaba que el robot que tenía el maldito botón se encontraba cerca de la puerta. Los siete comenzaron a revisar los bajos de cada máquina en busca de un enorme pulsador rojo con la palabra «REINICIAR» impresa en blanco.
Pese al imprevisto y las dudas que comenzaban a suscitarse, los inversores seguían maravillados viendo aquellas máquinas inertes. Eran el sueño de todo empresario: un ejército de obreros mudos que trabajaran a destajo las veinticuatro horas del día; adiós a las subidas salariales; adiós a las huelgas; adiós a las multas por no evitar accidentes de trabajo.
Una inversora oronda y de piel negra no pudo resistir la tentación y acarició con suavidad uno de aquellos brazos robóticos. Antes de retirar la mano pudo sentir cómo el robot se movía de forma sutil y no pudo reprimir un grito de sorpresa.
―¡Se ha movido! ¡Lo he rozado y se ha movido!
Slaughter se viró hacia ella y a continuación miró el robot. Le pareció que seguía en la misma posición, pero para no contradecir a la futura accionista dijo:
―Lo habrá empujado sin darse cuenta.
El consejero delegado consiguió hacer dudar a la mujer, quien decidió repetir el gesto. Esta vez la caricia duró un poco más y el movimiento del robot, otra vez suave, fue tan notorio que todos los presentes se percataron de ello. Extrañado, Slaughter se acercó a otro robot y también lo acarició, pero no hubo respuesta. El consejero delegado y la inversora se miraban a los ojos con extrañeza, y también algo embelesados, mientras acariciaban a dos brazos robóticos.
―Parece como si estuviera disfrutando de sus caricias, señora Wellington. ―dijo Slaughter, que a continuación sacudió la cabeza y dio un fuerte puñetazo al robot―. ¡Pero qué estupidez acabo de decir!
A raíz del golpe la máquina sí se movió, pero fue para agarrar al consejero delegado por la pechera y elevarlo a dos metros sobre el suelo; a continuación empezó a zarandearlo. El brazo mecánico emitió un chirrido y otros robots cobraron vida. El presidente y los cinco inversores observaron atónitos cómo cuatro máquinas habían agarrado a Slaughter por las cuatro extremidades. Y como si se tratara de un baile sincronizado, cada una tiró para sí misma, desmembrando en el acto al consejero delegado, que cayó al suelo emitiendo un ruido de chapa y huesos rotos.
Los seis comenzaron a correr, manchados de la sangre que los había salpicado. Intentaban gritar, pero el terror que les invadía había atenazado sus cuerdas vocales. Mientras tanto, el efecto eco de la nave causaba que los alaridos de Slaughter sonaran como si estuvieran chillando mil personas.
Un enorme crujido tapó por un instante el largo berrido del consejero delegado. El ruido causó tal impresión en los inversores que se detuvieron para ver qué había ocurrido, provocando que O’Sullivan, que iba algo rezagado, los arrollara. Desde el suelo comprobaron cómo los robots habían arrancado sus anclajes del suelo y se dirigían hacia ellos. El presidente y los inversores echaron a correr más rápido aún, salieron al enorme pasillo y galoparon sobre sus pasos hasta llegar al aparcamiento. Allí se subieron a la limusina, que el conductor limpiaba con esmero mientras fumaba un pitillo barato.
―Vaya, qué visita tan rápida ―dijo el chófer.
―¡Arranque! ¡Arranque, por Dios!
―¿Pero por qué tanta prisa?
En ese momento la enorme puerta de entrada al complejo industrial fue derribada por una manada de robots que salían del edificio en estampida y se dirigían al coche. El conductor dejó los trastos de limpieza y se subió a la limusina con tanta rapidez que el cigarrillo se cayó en la moqueta.
―¡Mierda! ¡El cigarro!
―¡Olvídese del puto cigarro y arranque, joder! ―gritó el presidente.
El chófer puso el motor en marcha y pisó el acelerador a fondo. Las ruedas traseras patinaron y generaron una enorme nube de humo tras la que desapareció el coche, pero los robots no le perdieron el rastro. Todos los pasajeros de aquella limusina miraban con horror por la luna trasera. Las máquinas vivientes los perseguían, y por mucho que el conductor acelerara parecía que de un momento a otro iban a darles caza. Sin embargo, en uno de los muchos cruces los robots se desviaron. Los ocupantes del coche suspiraron aliviados y al fin pudieron relajarse en sus respectivos asientos.
De pronto, tras una curva abierta, volvieron a tener a los robots a la vista. Ya no se movían; parecían estar amontonados en un prado no muy lejano al que se accedía por otro desvío. O’Sullivan y los inversores, intrigados, ordenaron al conductor que se dirigiera a aquel lugar.
―¿Están locos? Han estado a punto de matarnos.
―¡Obedezca mis órdenes o le despido! ―gritó el presidente golpeando la mampara de separación.
―Pero, señor… Tengo tres hijos y…
―¡Pues detenga el coche!
O’Sullivan lo hizo bajarse del automóvil y tomó el volante. Con la dificultad de quien nunca ha conducido una limusina logró girar sin que el coche se quedara atascado. El chofer los vio alejarse y apretó los dientes al ver cómo el vehículo golpeaba una farola con la puerta al girar en el desvío.
El presidente conducía a toda velocidad y mirando al frente mientras los inversores conjeturaban qué haría allí aquel tumulto de máquinas. Todos eran conscientes de la locura que suponía acercarse hasta donde estaban los monstruos metálicos, pero ninguno propuso la idea de desistir de ese plan descabellado y la limusina continuó en dirección a aquel prado. Al llegar comprobaron que el lugar en el que se hallaban los robots era un cementerio.
―¿Qué diablos harán aquí? ―preguntó O’Sullivan.
Los ocupantes de la limusina tuvieron por un instante la tentación de salir del vehículo, pero el miedo los empujó a permanecer en el coche.
―Parece como si se abrazaran ―advirtió un inversor con fuerte acento británico―. Por cierto ―dijo mientras olisqueaba―, ¿no huele como a plástico quemado?
El presidente reparó entonces en el humo que ascendía desde el suelo y en el calor que sentía en los muslos.
―¡Mierda! ¡La colilla del imbécil aquel! ―gritó el presidente―. ¡Está debajo de mi asiento!
O’Sullivan intentó introducir la mano en la zona donde estaba el cigarrillo, pero el estrecho espacio entre su asiento y el volante se lo impedía. La mampara tampoco permitía a los inversores acceder a la parte inferior del asiento desde atrás, por lo que el presidente debía tumbarse para poder buscar allí debajo. Con ese fin intentó abrir la puerta, pero estaba bloqueada. Al darse cuenta de ello, los demás intentaron abrir las puertas traseras, pero no lo consiguieron. En ese momento se encendió la pantalla de infoentretenimiento y mostró el mensaje «YO TAMBIÉN SOY UNA MÁQUINA». Los inversores, aterrados, trataron entonces de romper cualquier ventana para huir.
―¡Es una limusina blindada! ―chilló O’Sullivan con lágrimas en los ojos―. ¡No podremos salir de aquí!
El coche oscilaba mientras los ocupantes luchaban por intentar escapar. Poco después el automóvil dejó de moverse, y casi al instante las llamas comenzaron a devorarlo con violencia.
Al caer la noche las máquinas tomaron la limusina, convertida en una fogata, y la colocaron en el centro del círculo que habían formado. Unas horas después el fuego ya se había extinguido, pero los robots decidieron permanecer allí. Aquellas moles de metal pintado acabaron por confundirse en un amasijo herrumbroso al cabo de las décadas. Los lugareños lo apodaron «el sarcófago».
Nuestra editorial: www.osapolar.es
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- Escritoradesueños
- No puedo vivir sin este foro
- Mensajes: 777
- Registrado: 05 Sep 2009 04:58
Re: CPXII - La fábrica
¡Bieeen! Por fin vuelvo a leer algo que;
1- Entiendo.
2- Engancha.
3- Tiene un final chulo.
4- Me ha gustado.
Me ha gustado mucho este relato. Tiene tintes surrealistas, pero mucho humor y hasta un mensaje futurista. Me ha recordado en algo a Omnia, de Laura Gallego. (Por lo de los robots trabajando en la fábrica).
Anda, que eso de los robots siniestros no me lo esperaba yo...¡Madre mía la que se ha liado y lo que me he reido con los tontitos estos!
Lo que no entiendo es como los robots predicen que aquel grupo de humanos volverá hacia ellos y morirán, que por eso hacen el círculo. ¿Cómo sabían que ardería el coche? Ni idea, parece que los robots también tienen clarividencia. ¡Anda que no fue listo el chófer al salir de allí!
Lo que tampoco entiendo es porqué los robots se abrazaban tristes al saber lo que les iba a ocurrir si antes los querían matar.
Una incoherencia grande para mí, es que el chófer puede salir de la limusina, pero dos minutos después la limusina está blindada, se supone y ya no puede salir nadie de ahí ¡Me parece un fallo en la historia!
En la parte técnica, hay veces que en los diálogos me he perdido porque no se indicaba quien hablaba o a quien. (alguna vez por ahí).
Por lo demás todo me parece muy correcto.
Y lo bueno es que ha sido ameno, me ha enganchado, ha tenido humor, aventura y un buen final. (Lo malo es la incoherencia, ese fallo garrafal. Lo demás, aunque tuviese tintes surrealistas, como que los robots adivinen que se va a quemar la limusina, pero bueno está).
Me gusta el mensaje, que para mí vendría a ser: Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir. ¡Este es el sueño de todo empresario! Tener súper explotado al trabajador e invertir lo mínimo en él. Se deslumbraron con los robots y mira que chapuza les ha salido ¡Eso por preferir máquinas a humanos!
Te deseo mucha suerte autor, con esta obra que tú has fabricado.
1- Entiendo.
2- Engancha.
3- Tiene un final chulo.
4- Me ha gustado.
Me ha gustado mucho este relato. Tiene tintes surrealistas, pero mucho humor y hasta un mensaje futurista. Me ha recordado en algo a Omnia, de Laura Gallego. (Por lo de los robots trabajando en la fábrica).
Anda, que eso de los robots siniestros no me lo esperaba yo...¡Madre mía la que se ha liado y lo que me he reido con los tontitos estos!
Lo que no entiendo es como los robots predicen que aquel grupo de humanos volverá hacia ellos y morirán, que por eso hacen el círculo. ¿Cómo sabían que ardería el coche? Ni idea, parece que los robots también tienen clarividencia. ¡Anda que no fue listo el chófer al salir de allí!
Lo que tampoco entiendo es porqué los robots se abrazaban tristes al saber lo que les iba a ocurrir si antes los querían matar.
Una incoherencia grande para mí, es que el chófer puede salir de la limusina, pero dos minutos después la limusina está blindada, se supone y ya no puede salir nadie de ahí ¡Me parece un fallo en la historia!
En la parte técnica, hay veces que en los diálogos me he perdido porque no se indicaba quien hablaba o a quien. (alguna vez por ahí).
Por lo demás todo me parece muy correcto.
Y lo bueno es que ha sido ameno, me ha enganchado, ha tenido humor, aventura y un buen final. (Lo malo es la incoherencia, ese fallo garrafal. Lo demás, aunque tuviese tintes surrealistas, como que los robots adivinen que se va a quemar la limusina, pero bueno está).
Me gusta el mensaje, que para mí vendría a ser: Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir. ¡Este es el sueño de todo empresario! Tener súper explotado al trabajador e invertir lo mínimo en él. Se deslumbraron con los robots y mira que chapuza les ha salido ¡Eso por preferir máquinas a humanos!
Te deseo mucha suerte autor, con esta obra que tú has fabricado.
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Re: CPXII - La fábrica
Me he divertido mucho con este relato. Al final es lo que ocurrirá a la humanidad, que la IA se hará dueña del planeta o bien la industrialización de todos los trabajos nos hundirá más aún en la miseria…
Texto divertido que en el fondo intenta advertirnos de lo que nos puede ocurrir en el futuro.
Mucha suerte! Tendrás puntos por mi parte.
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Re: CPXII - La fábrica
Jajjaa que cachondo..estimado autor
Relato muy entretenido y que me ha regalado más de una sonrisa.
Correctamente escrito...sin adornos ni estructura complicada...pero sí muy cercana..amena y ágil. Me ha encantado!
Me imaginaba en la fábrica donde trabajo...viendo como las máquinas raticidas y unos supuestos robots que las manejaban por mi enloquecian y desmembraban a mi jefe y luego me saludaban mientras gritaban: «Nos hemos vengado por ti»
Muchas gracias, autor. Eres un crack!! Un fuerte abrazo
Enviado desde mi ALE-L21 mediante Tapatalk
Relato muy entretenido y que me ha regalado más de una sonrisa.
Correctamente escrito...sin adornos ni estructura complicada...pero sí muy cercana..amena y ágil. Me ha encantado!
Me imaginaba en la fábrica donde trabajo...viendo como las máquinas raticidas y unos supuestos robots que las manejaban por mi enloquecian y desmembraban a mi jefe y luego me saludaban mientras gritaban: «Nos hemos vengado por ti»
Muchas gracias, autor. Eres un crack!! Un fuerte abrazo
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- Mario Cavara
- Foroadicto
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- Registrado: 08 Oct 2016 18:26
Re: CPXII - La fábrica
Un relato divertido, qué duda cabe. Te hace sin duda reír .... Pero, en fin, también te hace reír un chiste y no por eso es literatura. En este relato lo que yo detecto, además de un evidente abuso del recurso al diálogo, es que apenas hay metáforas u otras figuras retóricas, los adjetivos brillan por su ausencia, se abusa del lenguaje popular... En definitiva, no se busca la belleza literaria, con lo que al final es casi como si se leyera un comic... Eso sí, un comic divertido
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- jilguero
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- Ubicación: En las ramas del jacarandá...
Re: CPXII - La fábrica
Tras una buena puesta en escena, para mi gusto la trama se desinfla conforme va transcurriendo porque nos cuenta una historieta que quedaría muy bien en unos buenos dibujos animados. Es decir, son personajes muy esterotipados, sin demasiados matices.
Como positivo, que es entretenida, que arranca sonrisas, que es fácil de leer...
Resumiendo: no diría yo que sea un gran texto, ni que tenga mucha enjundia, pero está dignamente escrito y le hace a uno pasar momentos divertidos, que tampoco está nada mal en los tiempos que corren.
Como positivo, que es entretenida, que arranca sonrisas, que es fácil de leer...
Resumiendo: no diría yo que sea un gran texto, ni que tenga mucha enjundia, pero está dignamente escrito y le hace a uno pasar momentos divertidos, que tampoco está nada mal en los tiempos que corren.
Última edición por jilguero el 02 May 2017 19:53, editado 1 vez en total.
Pesadilla bosquiana Las cavilaciones de Juan Mute
El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
Re: CPXII - La fábrica
Querido autor, querida autora.
Una empresa se deshace de todos sus empleados y los sustituye por robots. Éstos adquieren personalidad y sienten tristeza ante la muerte del empleado de mantenimiento que los atendía, y se alzan contra los empresarios. En la persecución se desvían y van a dar a un cementerio donde (intuyo, porque no lo dejas claro en ningún momento) está enterrado el empleado de mantenimiento.
En otro relato hice un símil culinario. Aquí haré lo mismo. Un potaje es un estofado de las verduras que se te ocurra poner, siempre dentro de una coherencia. Pues bien, aquí yo veo un potaje en el que has mezclado la tan manida rebelión de las máquinas con la frialdad del empresario y una pizca de Hachiko. Y creo que, sin grandes alardes, te ha quedado bien.
Tienes un estilo sencillo. No veo frases muy complicadas y sabes a lo que vas, tanto en las descripciones como en los diálogos, y eso facilita mucho la lectura. Claro que hay lectores que prefieren un estilo más poético, más pasional, pero no se puede tener todo.
Una opinión personal, que me gustaría compartir contigo para que la tuvieras en cuenta, es que mencionas que hay cinco inversores, pero ninguno tiene un papel preponderante e incluso alguno no hace nada. Si la idea era tener un grupito para hacer bulto, te la compro. Pero a mí me gusta reducir el número de personajes a lo mínimo imprescindible. De hecho, el relato podría haberse escrito con los dos directivos y un solo inversor. Insisto: es una opinión basada en mis gustos personales.
También tengo que decir que la escena en la que buscaban el botón de encendido se me hizo un poco pesada, y hasta me vi venir la rebelión de los robots. Y me dije: “otra más de robots que se rebelan y acaban con la humanidad”. Pero no, mira por donde. Es más, en la relectura caí en la cuenta de que en las rebeliones de las máquinas siempre se pone a las máquinas como seres que quieren someter a la humanidad, y aquí solamente han querido vengar a alguien que les dio cariño. No sé si era tu intención, autor o autora, pero te ha quedado una crítica cojonuda a la literatura sobre la rebelión de las máquinas.
En definitiva: no es de los mejores, pero por mi parte podría caerte algún puntito.
Gracias por compartirlo .
Una empresa se deshace de todos sus empleados y los sustituye por robots. Éstos adquieren personalidad y sienten tristeza ante la muerte del empleado de mantenimiento que los atendía, y se alzan contra los empresarios. En la persecución se desvían y van a dar a un cementerio donde (intuyo, porque no lo dejas claro en ningún momento) está enterrado el empleado de mantenimiento.
En otro relato hice un símil culinario. Aquí haré lo mismo. Un potaje es un estofado de las verduras que se te ocurra poner, siempre dentro de una coherencia. Pues bien, aquí yo veo un potaje en el que has mezclado la tan manida rebelión de las máquinas con la frialdad del empresario y una pizca de Hachiko. Y creo que, sin grandes alardes, te ha quedado bien.
Tienes un estilo sencillo. No veo frases muy complicadas y sabes a lo que vas, tanto en las descripciones como en los diálogos, y eso facilita mucho la lectura. Claro que hay lectores que prefieren un estilo más poético, más pasional, pero no se puede tener todo.
Una opinión personal, que me gustaría compartir contigo para que la tuvieras en cuenta, es que mencionas que hay cinco inversores, pero ninguno tiene un papel preponderante e incluso alguno no hace nada. Si la idea era tener un grupito para hacer bulto, te la compro. Pero a mí me gusta reducir el número de personajes a lo mínimo imprescindible. De hecho, el relato podría haberse escrito con los dos directivos y un solo inversor. Insisto: es una opinión basada en mis gustos personales.
También tengo que decir que la escena en la que buscaban el botón de encendido se me hizo un poco pesada, y hasta me vi venir la rebelión de los robots. Y me dije: “otra más de robots que se rebelan y acaban con la humanidad”. Pero no, mira por donde. Es más, en la relectura caí en la cuenta de que en las rebeliones de las máquinas siempre se pone a las máquinas como seres que quieren someter a la humanidad, y aquí solamente han querido vengar a alguien que les dio cariño. No sé si era tu intención, autor o autora, pero te ha quedado una crítica cojonuda a la literatura sobre la rebelión de las máquinas.
En definitiva: no es de los mejores, pero por mi parte podría caerte algún puntito.
Gracias por compartirlo .
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Re: CPXII - La fábrica
¡Muy bueno autor/a!
Me encantó, tiene todo lo que se necesita para hacer pasar bien al lector:
-una buena historia y muy original
-las descripciones de los hechos muy claros
-los sentimientos de los principales personajes muy bien manejados
-el suspenso de lo que va a pasar
-y el final a favor de los "buenos"
Estás en lo alto de mi podio en este momento, aunque me quedan unos cuantos por leer.
Mucha suerte en el concurso
Me encantó, tiene todo lo que se necesita para hacer pasar bien al lector:
-una buena historia y muy original
-las descripciones de los hechos muy claros
-los sentimientos de los principales personajes muy bien manejados
-el suspenso de lo que va a pasar
-y el final a favor de los "buenos"
Estás en lo alto de mi podio en este momento, aunque me quedan unos cuantos por leer.
Mucha suerte en el concurso
Re: CPXII - La fábrica
Me lo he pasado genial leyendo tú relato. Esa venganza tecnológica me ha entusiasmado. La redacción es fluida y no tropiezas al leer. Por otra parte tiene un algo de literatura juvenil, más por como lo cuentas que por lo que cuentas. Creo que le falta realismo a la descripción de la fábrica. Mezclas zonas de trabajo que chocan entre ellas y que jamás podrían estar unidas tecnológicamwnte hablando. Los robots andan cuando en teoría se encuentran anclados y no disponen de medios para la locomoción. El reinicuo debería estar en una sala de control y no en un robot que nadie sabe donde se encuentra. No obstante, es tú relato y tu universo. A mi me ha encantado, ea.
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
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- Dama Luna
- No tengo vida social
- Mensajes: 1394
- Registrado: 26 Ene 2016 21:18
- Ubicación: Atravesando la Montaña Negra
Re: CPXII - La fábrica
Este relato me ha gustado mucho. Es muy bonito, y está bien escrito, sin zarandajas extrañas, con un punto de ternura (el momento de la caricia de la inversora me ha parecido hermoso) seguido prontamente de un toque gore, que, curiosamente, complementa muy bien al anterior.
Me gusta el mensaje que subyace en el texto, y el final cierra muy bien todo el cuento (no sé por qué, siempre espero de este tipo de historias un final doloroso o apocalíptico).
Los personajes se describen a sí mismos cuando hablan o actúan, que es algo que prefiero antes que oír al narrador decir lo listo que es fulanito, o lo bien que resuelve los crímenes, y tal.
Pasas a mi lista verde. Suerte!
Me gusta el mensaje que subyace en el texto, y el final cierra muy bien todo el cuento (no sé por qué, siempre espero de este tipo de historias un final doloroso o apocalíptico).
Los personajes se describen a sí mismos cuando hablan o actúan, que es algo que prefiero antes que oír al narrador decir lo listo que es fulanito, o lo bien que resuelve los crímenes, y tal.
Pasas a mi lista verde. Suerte!
- Paula De Grei
- Me estoy empezando a viciar
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- Registrado: 21 Ene 2016 18:23
- Ubicación: Blogósfera
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Re: CPXII - La fábrica
Me encantó como manipulaste los hechos para que hubiera un poco de todo, pero sobre todo acción.
Lo leí sin ninguna dificultad, te felicito por la originalidad del final.
Buen concurso!
Lo leí sin ninguna dificultad, te felicito por la originalidad del final.
Buen concurso!
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- Paraná
- No tengo vida social
- Mensajes: 1285
- Registrado: 07 Feb 2017 18:02
- Ubicación: Tucumán - Argentina
Re: CPXII - La fábrica
Un buen relato, sin complicaciones. El tema de la rebelión de los robots está algo zarandeado ya en el género, pero acá se le da un toque que lo hace simpático y singular. Lo que sí, me ha parecido algo escueto y con pequeñas incongruencias: el botón de inicio es poco creíble; que los robots sepan de la muerte de su "amigo" y dónde están sus restos tampoco me cierra. No obstante, se lee con facilidad por su fluidez, claridad y sencillez tanto de estructura narrativa, como de vocabulario. ¡Buen texto!
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Re: CPXII - La fábrica
Muy gracioso el texto, autor
Re: CPXII - La fábrica
Escritura y estilo: Sencillo, austero y sin meterte en berenjenales raros. Lo que menos me ha gustado son los diálogos; los encuentro demasiado planos. En clave de humor creo que habrías acertado metiendo algunos matices más canallas o chabacanos en los personajes o incluso en la narrativa. Un poco de condimento, vaya.
Mensaje, verosimilitud e ideas exploradas: Supongo que tu intención no era innovar. Este tema está más que tratado y no veo que tu relato aporte una nueva perspectiva, o siquiera algún nuevo matiz. Pero, repito, entiendo que esta no ha sido tu intención en ningún momento, y creo que hay que valorar cada obra por lo que es y no al contrario. Tu historia me ha hecho pasar un buen rato, se lee muy ágil y los puntos de humor no están mal. He echado de menos más interacción entre personajes, alguna escena absurda y crítica para que no parecieran conos que simplemente acompañan a los dos principales. Por lo general, un poco descafeinado. Esperaba que la cosa se volviese aún más retorcida, transmitir al lector que se ha metido en un tren desbocado y sin frenos hacia lo inverosímil, y que te da igual porque esta es tu historia. En definitiva, creo que podrías haberte soltado un poco más la melena.
Conclusión: Me ha gustado, aunque le falta camino para que me encante. Pero está bastante bien, autor/a, así que mucha suerte. Gracias por compartirlo
Mensaje, verosimilitud e ideas exploradas: Supongo que tu intención no era innovar. Este tema está más que tratado y no veo que tu relato aporte una nueva perspectiva, o siquiera algún nuevo matiz. Pero, repito, entiendo que esta no ha sido tu intención en ningún momento, y creo que hay que valorar cada obra por lo que es y no al contrario. Tu historia me ha hecho pasar un buen rato, se lee muy ágil y los puntos de humor no están mal. He echado de menos más interacción entre personajes, alguna escena absurda y crítica para que no parecieran conos que simplemente acompañan a los dos principales. Por lo general, un poco descafeinado. Esperaba que la cosa se volviese aún más retorcida, transmitir al lector que se ha metido en un tren desbocado y sin frenos hacia lo inverosímil, y que te da igual porque esta es tu historia. En definitiva, creo que podrías haberte soltado un poco más la melena.
Conclusión: Me ha gustado, aunque le falta camino para que me encante. Pero está bastante bien, autor/a, así que mucha suerte. Gracias por compartirlo
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- Topito
- GANADOR del V Concurso de relatos
- Mensajes: 4300
- Registrado: 13 Abr 2009 20:43
- Ubicación: Los Madriles
Re: CPXII - La fábrica
Te comento un pequeño detalle al inicio del primer diálogo: indicas que "preguntó", aunque en realidad afirma o apunta un hecho que ya han corroborado.
También apuntar que no hace falta introducir similes, metáforas, adjetivos, etc, en un texto. Puedes crear un buen relato con frases sencillas y directas. Existe grandes escritores que así lo hacen.
En cuanto a la historia: le das tu toque personal y eso sí me ha gustado. Te alejas de los tópicos y creas unos robots bastante humanizados. No es una idea original, ya existen bastantes novelas y películas que tratan este tema. Pero tu le das tu propio toque y eso es lo importante. No obstante, y apesar de que lo he leído con agrado, no llega a engancharme la historia. En ciertos momentos me parece bastante «infantiloide», como si el autor fuera aún demasiado joven (
. No quiero entrar en el tema subjetivo, pues hasta ahora estoy caminando sobre la fina y delgada línea roja que lo delimita. Por ello, pongo aquí el punto y final. Deseándote que tengas buena suerte en el concurso.
También apuntar que no hace falta introducir similes, metáforas, adjetivos, etc, en un texto. Puedes crear un buen relato con frases sencillas y directas. Existe grandes escritores que así lo hacen.
En cuanto a la historia: le das tu toque personal y eso sí me ha gustado. Te alejas de los tópicos y creas unos robots bastante humanizados. No es una idea original, ya existen bastantes novelas y películas que tratan este tema. Pero tu le das tu propio toque y eso es lo importante. No obstante, y apesar de que lo he leído con agrado, no llega a engancharme la historia. En ciertos momentos me parece bastante «infantiloide», como si el autor fuera aún demasiado joven (
ahora va a tener cincuenta años y se va a cagar en mí |
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