CT II - Ánproma - Cait
Publicado: 23 Oct 2017 18:12
Ánproma
Recuerdo perfectamente el momento en que llegué a la aldea como si acabase de suceder, aunque en mi estado es difícil saber cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Si aún fuese capaz de tener emociones o sentir, sé que estaría profundamente disgustado por mi decisión de aparecer por aquí. La urgencia me cegó, me hizo olvidar todas las historias que había escuchado y que, para ser sincero, nunca creí.
Ahora entiendo el error tan grave que cometí, pero no puedo hacer nada, mi único entretenimiento es recordar una y otra vez todos los pasos que di aquel día. Sé que es un capricho absurdo a estas alturas, pero trato de entenderlo todo.
Me gustaba hacer senderismo, notar el viento en mi cara, esos paisajes casi fantásticos a los que tan difícil era acceder. Me hacía sentir en sintonía con la naturaleza, aunque fuese efímero. La realidad adquiría otro sentido adentrándote en ella.
Siempre he sido muy atrevido y planificado, sí, pero también me he dejado llevar. Me hacía sentir más libre y encontraba lugares maravillosos, únicos. Con mi experiencia, lejos de ser precavido, me iba volviendo ambicioso. Ya no quería rutas de otros, quería rutas propias así que me propuse ir allí donde pocos habían querido probar.
Yo conocía las historias, pero creía que eran cosas que se cuentan a los niños para que cumplan con sus obligaciones o se porten bien.
Esa mañana estaba decidido, iba a ser el primero en trazar una ruta o empezar a trabajar en un sendero. Me equipé mi hacha de mano que usaba como cortarramas y guardé el mapa de montaña. Lo había estado estudiando, había un lago al otro lado de la montaña y mi objetivo era llegar hasta él.
No había tiempo que perder, quería estar de vuelta a casa antes del atardecer.
Llegué con mi coche, lo dejé en un lado de la carretera, un poco apartado. Me parecía que esa era la zona más dócil por la cual acceder. Ilusionado me puse manos a la obra.
Con el calor de los primeros rayos de luz acariciando mi nuca, empecé a adentrarme en la maleza, cortando las ramas más molestas y marcando una aproximación de mi recorrido en el mapa. Se escuchaban cigarras de fondo, algunos pájaros, el sonido de las ramas crujir por los distintos animalillos que estarían correteando por ahí, asustados por mi presencia. Era cansado, pero estaba eufórico. Mi propia ruta, me sentía todo un explorador.
Cada rato paraba para marcar el mapa, dejar algunas señales en las rocas, beber un poco y seguir. Hacia el mediodía decidí parar. Comí y pensé con calma los kilómetros que debía llevar hasta ese momento. Me di cuenta de que debía darme más prisa o tendría que dejarlo para otro día. No, ese trabajo se podía hacer ese mismo día. Hablaría de mi todo el pueblo después de eso.
Tenía que emprender la marcha, cada vez la naturaleza era más frondosa y me costaba más avanzar. Debería haber dado la vuelta. El sol quemaba en mi espalda, estaba empapado en sudor. Me empezaban a doler los brazos, pero quería seguir. Necesitaba esa victoria, podría darme más prisa.
Mirase donde mirase estaba lleno de ramas, no había ningún signo de que nadie hubiese pasado por ahí en años, el suelo estaba lleno de raíces. Entonces, supongo que, por el cansancio, el sudor, el esfuerzo físico o una mezcla de todo, enredé tontamente mi pie en una rama y caí.
Cuando desperté, noté un dolor agudo en la cabeza recubierta de sangre seca. Me tranquilizó que solo fuese una herida superficial, me la limpié con un poco de agua. No estaba seguro de lo que había pasado, pero el calor ya no ahogaba tanto. Miré mi reloj. No podía ser. Tenía que volver o pasaría la noche en la montaña.
Emprendí la marcha con cuidado, estaba un poco desorientado y tenía la pierna dormida. Descubrí un feo arañazo en el brazo izquierdo, pero no le di más importancia. Poco a poco me fui despejando, caí en la cuenta de que no estaba seguro de por dónde iba y, además, notaba algo enrarecido en la atmósfera. Estaba más cargada, era muy extraño.
Ya no se escuchaba ningún sonido. Estaba completamente solo y eso me puso algo nervioso. Quería irme de allí. Intenté darme más prisa, pero cada poco volvía sobre mis pasos porque no encontraba mis señales. Estaba desorientado, no sabía si ya había pasado la montaña o no había conseguido llegar tan lejos. Se me aceleró un poco el pulso.
De pronto me repuse. No, no podía dejarme llevar por el pánico.
Recorrí con calma un pequeño perímetro que fui marcando para no perderme más, pero al poco rato volví. Repetí la operación varias veces hasta que empezó a oscurecer. Tendría que hacerme a la idea de pasar la noche en el bosque, era una buena noche, tampoco sería para tanto y tenía experiencia en esas cosas. Entonces lo vi.
Vi una luz entre los árboles. No podía creerlo, eso arrojaba algo de esperanza a lo que parecía el principio de una larga noche. Que ingenuo fui. Me levanté sin pensarlo y me acerqué, vi que la luz provenía de la lejanía. Aún no estaba muy oscuro así que decidí aventurarme en un camino en el que solo se escuchaba el crujir de las hojas y ramas bajo mis pies.
Me fui acercando más y más hasta ver que el punto provenía de una aldea compuesta por unas pocas casas que se mantenían en pie a duras penas entre otras muchas que estaban en ruinas. De una de ellas salía la luz. Estaba cerca del lago y, para mi sorpresa, nada lejos de mi posición. Podría llegar antes de que la oscuridad me impidiese seguir avanzando, pedir ayuda, pasar la noche y salir pronto por la mañana. Quizá incluso pudiese acabar la ruta al día siguiente.
Me dirigí a toda prisa guiado por esa luz, casi resbalé un par de veces, pero llegué pronto a una explanada que había frente al lago. Fui tranquilamente a la aldea, por un pequeño camino casi borrado por la vegetación y la falta de uso. La naturaleza parecía haberse comido casi por completo lo que alcanzaba a ver de aquel lugar.
Por primera vez desde la visión de la luz, me pregunté qué clase de persona vivía así, en un sitio tan abandonado, quiero decir, ¿cómo se suministraba? Tenía el pueblo a no demasiados kilómetros, sí, pero muy mal comunicado ¿por qué preferir vivir aquí? No me gustó mucho esa idea. Una voz en mi cabeza me gritaba que algo no iba bien, pero no quería dormir en la montaña. Me tranquilizó reflexionar de forma razonada y pensar que quizá fuese algún hippie que se autoabastecía o una persona mayor.
Iba pensando en ello, mientras una brisa fría recorría la zona, sin ninguna dirección aparente. Resultaba molesto. Las ramas de los árboles que empezaban a aparecer ya más cerca de la aldea se movían con furia. Entre hierba muy crecida vi un cartel ennegrecido por la corrosión en el que a duras penas se leía la palabra Ánproma. Vi un gato atigrado, me miró y silbó amenazante. Entonces se giró y se fue.
Si ese gato había sobrevivido en ese lugar, yo también podría hacerlo una noche. Después de verlo desaparecer tras unos árboles, desvié mi mirada hacía el lago. Vi bancos de forja y madera a escasos metros, como si fuese un mirador. Una figura estaba allí sentada. Me acerqué, el viento me silbaba en el oído, los árboles se estremecían y el agua se mecía con más violencia que hacía un rato.
Al llegar hasta la altura de los bancos, pude ver que la figura correspondía a un hombre de mediana edad, con pantalones de tela, camisa y un chaleco. El conjunto estaba muy desgastado. Tenía la mirada perdida y fija en el lago. Traté de hablarle, pero parecía no ser consciente de que estaba allí. Me acerqué más a él hasta encontrármelo de frente.
Me paralicé de cuerpo entero al comprobar que tenía la cara algo azulada y casi petrificada. Con la mano muy temblorosa, me acerqué a él temiéndome lo peor. Le zarandee un poco. Estaba frío y su mirada seguía fija en el lago. Me alejé de un salto. Ese hombre estaba muerto y no de hacía poco. Sentí mi corazón muy acelerado y solo fui consciente eché a correr hacía el pueblo.
Tenía que encontrar la casa con luz y olvidar esa pesadilla. Entré en la aldea. La mayoría de las casas tenían techos hundidos por donde salía victoriosa una maraña de árboles y plantas mientras las enredaderas parecían dispuestas a tragarse hasta el último ladrillo. Seguía vislumbrándose algo bajo mis pies de lo que en su momento debieron ser calles. En algunas paredes se podía ver los restos de algún cartel borrado por las lluvias o tapado por un musgo que parecía impregnarlo casi todo.
Tras pasar una carreta abandonada junto a un lavadero decorado por los años a juego con el resto del pueblo, llegué a una especie de plaza. A un lado había un pozo y en el centro una horca. En su madera ponía algo escrito en latín de lo que solo pude entender Dominum ¿Qué era aquel lugar?
Me estaba arrepintiendo de haber llegado hasta ahí, quizá no hubiese sido tan mala idea quedarme en el bosque. De todos modos, ya había oscurecido demasiado como para cambiar de opinión.
Escuché un murmullo que provenía del edificio menos ruinoso de lo que había podido ver por allí. Era la casa con luz, por fin. Me dirigí a zancadas hasta allí. La casa tenía unas escaleras, un letrero que no llegaba a leer y un cartel junto a la puerta muy demacrado con motivos modernistas. Alguien estaba sentado en las escaleras, con el mismo aspecto que el señor que ya había visto a la entrada del pueblo. Éste era un joven de unos treinta años y tenía una cerveza en la mano.
Lo llamé y no respondió. En ese momento solo desee con todas mis fuerzas no tener más sorpresas. Tenía un cuchillo clavado en el pecho, pero no tenía restos de sangre. Su mirada era todo lo tranquila que un cadáver pudiese transmitir. Un sudor frio recorrió toda mi espalda, intenté gritar, pero no me salió la voz, tenía las piernas paralizadas, pero me temblaba todo el cuerpo. Ese joven me miraba directamente a los ojos y vi un reflejo que le recorrió el rostro. Me dio la sensación de que iba a ponerse en pie en cualquier momento.
Quería correr y salir de allí, y eso hice. Salí corriendo con todas las fuerzas que pude hacia las afueras del pueblo. Paré al encontrarme en la casi absoluta oscuridad, ahora solo podía ver las sombras de figuras que, tan solo un rato antes, me habían hecho sentir más seguro. El corazón me latía con tanta fuerza que temía que algún ser lo escuchase y viniese en mi busca. Intenté tranquilizarme y respirar con calma al menos para callar los latidos de mi corazón. En ese instante empecé a vomitar.
Invertí largos minutos en hacer ejercicios de respiración que me permitiesen recobrar un poco la compostura y el sentido común. Fue en ese momento cuando escuché una voz a mis espaldas que se iba aproximando.
— Te lo dije, Marcos. Juraría haber escuchado el correteo de algún merodeador por aquí.
— ¿Cómo pretendías que creyese a un borracho en algo tan disparatado como recibir visitas? Ja.
— Seré un borracho, pero tú tienes el oído de la vieja Juana.
— Eh, con Juana no te metas.
— Tranquilo chico, no te pongas violento ahora…
— ¡Eh, tú! ¿qué estabas haciendo en el bar?
Estaba perplejo, cuando me giré para verlos vi a dos hombres en vaqueros, el que se dirigía a mi llevaba una camiseta gris y una barba espesa, el otro una camisa a cuadros de leñador y una linterna en la mano. Los dos tenían un aspecto desaliñado.
La luz de la linterna me cegó, me dolía mucho la cabeza y apenas era consciente de si se estaban dirigiendo a mí.
— ¡Eh, ¿no me escuchas? ¿Eres una rata ladrona o solo te apetecía dar un paseo de noche por aquí?! -
— So… solo… he vevevenido a buscar ayuda… - conseguí tartamudear. Retiraron el foco de mi cara y pude ver que iban armados, uno con un cuchillo de carnicero y el otro con una palanca.
— ¿Tú qué piensas, Carlos?
— Pienso que deberíamos llevárnoslo a casa a ver a qué podemos jugar con él.
— No seas inmaduro, yo le creo. – Dijo Marcos, a lo que su compañero respondió con un bufido.
— Algún día ser tan bueno te costará caro, en fin. Tú, como te llames, acércate.
Me quitaron mis cosas y me quedé con lo puesto. Me llevaron de vuelta por los callejones que ya había recorrido. Siguieron hablando amistosamente entre insultos mientras me dedicaban algunas palabras a las que yo correspondía con monosílabos. Tenía la sensación de que acababa de convertirme en un prisionero y no me figuraba ninguna manera de salir de ahí. Estaba muy cansado y trastornado para pensar en algo.
Llegamos al bar y palidecí, el joven que había visto seguí allí, pero juraría que sus brazos y piernas habían cambiado de posición. Seguía con la mirada perdida y el cuchillo en el pecho. Me estremecí y la situación se tornó más peliaguda cuando al pasar con indiferencia por su lado, los dos desconocidos lo saludaron con un breve levantamiento de cabeza. Definitivamente estaba perdiendo el juicio, empecé a hiperventilar.
— Oh, no me digas que te asusta. – Los dos se echaron a reír – Definitivamente eres todo un forastero.
— A ver, proyecto de rata, entra a contarnos qué estás haciendo aquí y veremos si nos podemos hacer amigos.
Les seguí hasta el interior de la taberna que tenía aun la luz encendida. El suelo era de madera y estaba muy pegajoso. Había una barra al fondo y cuatro mesas redondas con algunas sillas de distintos diseños a su alrededor. Las paredes se mantenían en sintonía con la habitación, decadente en general. A un lado, diez sillas recorrían una tras otra la pared y una señora gorda que parecía dormida estaba en la cuarta más cercana a la barra. La saludaron al entrar y ella ni se inmutó. Marcos me dijo que esa era Juana.
Carlos se colocó tras la barra y abrió tres cervezas sin etiquetar, Marcos me miraba de arriba abajo, estudiándome. Mi mente utilizaba todos sus recursos para buscar una salida. En la estancia solo había una ventana que daba a la montaña, justo detrás de la barra, y a su derecha una puerta cerrada. No sabía qué hacer.
Traté de explicarles lo ocurrido, pero no paraba de tartamudear, por más que lo intentase no conseguía hacer que mi lengua y mis piernas dejasen de temblar.
— Vamos, ratita, no te asustes tanto ¿acaso te has encontrado con la gente de por aquí? Solo son un puñado de personas que han tenido mejor muerte que vida. – Al escuchar eso, Carlos soltó una sonora risotada.
— Sí, incluso diría que ahora están más vivos que nunca esos canallas. Cuando menos te lo esperes, acabaremos en el fondo de ese lago y ellos serán los que se emborrachen aquí. Esos tipos pueden llegar a ser muy peligrosos si se lo proponen. Hay que educarlos bien.
— Solo te diré que Juana esta mañana se me ha insinuado.
— ¡Vamos a ver, ¿qué te he dicho de Juana?!
Yo aún no había probado mi cerveza, aunque no tenía ninguna intención de hacerlo, pero se me hizo un nudo en la garganta al escuchar esto último. Me giré muy despacio hacia la señora gorda y la observé mejor. El sabor de la bilis subió por mi garganta. Dejé de escuchar lo que estaban diciendo y todo empezó a dar vueltas. Marcos y Carlos estaban gritándose algo, yo vi mi oportunidad y salí corriendo de ese lugar por segunda vez a donde fuese que me llevasen las piernas.
Corrí al extremo opuesto del pueblo para que no les fuese tan fácil volverme a encontrar, si me escondía bien, quizá me dejasen tranquilo y al amanecer podría salir sigilosamente y volver a casa.
Cuando pensaba que los había despistado decidí empezar a caminar con extremo cuidado por las estrechas calles de la zona, tenía que ser sigiloso por si me encontraba con alguien más.
Entré en un gran edificio, al menos más grande que otros. Huelga decir lo ruinoso que estaba todo, olía a putrefacción y se escuchaban los pasitos que supuse pertenecían a ratas. Cuando mis ojos se acostumbraron mejor a la oscuridad, decidí buscar un sitio donde esconderme. Estaba en un gran salón, con una mesa volcada y algunas sillas rotas. La casa parecía haber sido saqueada. Una alfombra cubría el suelo.
Me aterraba la idea de vagabundear por la casa en esa aldea de locos, pero tenía que encontrar un sitio donde esconderme.
Abrí la puerta del salón, chirrió como si la casa estuviese intentando denunciar mi posición a los perseguidores. Se me cortó la respiración intentando agudizar mi oído al máximo, no escuché ningún sonido del exterior. Tras unos instantes, salí al largo pasillo que había al otro lado de la puerta. Estaba lleno de puertas cerradas y maldije para mí, no quería hacer más ruido.
Entre en una habitación al azar, chirrió algo menos que la anterior, pero fue igual de estridente, era la cocina. Tenía una gran ventana y una puerta de cristal que daba a un patio exterior. Vi una sombra moverse por ahí fuera. Salí con sigilo hasta el pasillo para que no me vieran.
Probé con otra habitación, más al fondo. Era un dormitorio y … No podía ser, otra monstruosa figura, una niña, sentada en la cama, mirando al suelo. El pelo le cubría la cara, con una mano en su regazo y la otra sobre una vieja muñeca. Sentí que iba a cundir el pánico en mi interior. Entonces escuché algo fuera.
— Ven, ratita, ratita. –Eran ellos.
Me metí a toda prisa debajo de la cama y empecé a rezar todo lo que fui capaz de recordar y hacer todo tipo de promesas al dios con el que me habían educado. Pasaron los segundos seguidos de minutos aterradores, tenía las pulsaciones disparadas y el vello erizado de puro terror.
Una hora más larga de lo que podría haber imaginado jamás fue suficiente para calmarme un poco. No se escuchaba nada, pero las imágenes de todo lo que había visto a lo largo de la noche no paraban de venirme a la cabeza.
Entonces, noté unas frías manitas cogiéndome los tobillos y tiraron con fuerza de mí hacia fuera. Mi cuerpo se deslizó sobre el suelo hasta quedar tendido junto a la cama. Permanecí en esa posición con los ojos cerrados por el miedo. Noté algo frio cerca de mi cara y abrí los ojos horrorizado. Vi la cara desfigurada de la niñita a escasos centímetros de mí, mirándome fijamente y sonriendo de forma perversa.
Solo tengo una cosa segura desde entonces, y es que ese día se habló mucho de mí en el pueblo.
Recuerdo perfectamente el momento en que llegué a la aldea como si acabase de suceder, aunque en mi estado es difícil saber cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Si aún fuese capaz de tener emociones o sentir, sé que estaría profundamente disgustado por mi decisión de aparecer por aquí. La urgencia me cegó, me hizo olvidar todas las historias que había escuchado y que, para ser sincero, nunca creí.
Ahora entiendo el error tan grave que cometí, pero no puedo hacer nada, mi único entretenimiento es recordar una y otra vez todos los pasos que di aquel día. Sé que es un capricho absurdo a estas alturas, pero trato de entenderlo todo.
Me gustaba hacer senderismo, notar el viento en mi cara, esos paisajes casi fantásticos a los que tan difícil era acceder. Me hacía sentir en sintonía con la naturaleza, aunque fuese efímero. La realidad adquiría otro sentido adentrándote en ella.
Siempre he sido muy atrevido y planificado, sí, pero también me he dejado llevar. Me hacía sentir más libre y encontraba lugares maravillosos, únicos. Con mi experiencia, lejos de ser precavido, me iba volviendo ambicioso. Ya no quería rutas de otros, quería rutas propias así que me propuse ir allí donde pocos habían querido probar.
Yo conocía las historias, pero creía que eran cosas que se cuentan a los niños para que cumplan con sus obligaciones o se porten bien.
Esa mañana estaba decidido, iba a ser el primero en trazar una ruta o empezar a trabajar en un sendero. Me equipé mi hacha de mano que usaba como cortarramas y guardé el mapa de montaña. Lo había estado estudiando, había un lago al otro lado de la montaña y mi objetivo era llegar hasta él.
No había tiempo que perder, quería estar de vuelta a casa antes del atardecer.
Llegué con mi coche, lo dejé en un lado de la carretera, un poco apartado. Me parecía que esa era la zona más dócil por la cual acceder. Ilusionado me puse manos a la obra.
Con el calor de los primeros rayos de luz acariciando mi nuca, empecé a adentrarme en la maleza, cortando las ramas más molestas y marcando una aproximación de mi recorrido en el mapa. Se escuchaban cigarras de fondo, algunos pájaros, el sonido de las ramas crujir por los distintos animalillos que estarían correteando por ahí, asustados por mi presencia. Era cansado, pero estaba eufórico. Mi propia ruta, me sentía todo un explorador.
Cada rato paraba para marcar el mapa, dejar algunas señales en las rocas, beber un poco y seguir. Hacia el mediodía decidí parar. Comí y pensé con calma los kilómetros que debía llevar hasta ese momento. Me di cuenta de que debía darme más prisa o tendría que dejarlo para otro día. No, ese trabajo se podía hacer ese mismo día. Hablaría de mi todo el pueblo después de eso.
Tenía que emprender la marcha, cada vez la naturaleza era más frondosa y me costaba más avanzar. Debería haber dado la vuelta. El sol quemaba en mi espalda, estaba empapado en sudor. Me empezaban a doler los brazos, pero quería seguir. Necesitaba esa victoria, podría darme más prisa.
Mirase donde mirase estaba lleno de ramas, no había ningún signo de que nadie hubiese pasado por ahí en años, el suelo estaba lleno de raíces. Entonces, supongo que, por el cansancio, el sudor, el esfuerzo físico o una mezcla de todo, enredé tontamente mi pie en una rama y caí.
Cuando desperté, noté un dolor agudo en la cabeza recubierta de sangre seca. Me tranquilizó que solo fuese una herida superficial, me la limpié con un poco de agua. No estaba seguro de lo que había pasado, pero el calor ya no ahogaba tanto. Miré mi reloj. No podía ser. Tenía que volver o pasaría la noche en la montaña.
Emprendí la marcha con cuidado, estaba un poco desorientado y tenía la pierna dormida. Descubrí un feo arañazo en el brazo izquierdo, pero no le di más importancia. Poco a poco me fui despejando, caí en la cuenta de que no estaba seguro de por dónde iba y, además, notaba algo enrarecido en la atmósfera. Estaba más cargada, era muy extraño.
Ya no se escuchaba ningún sonido. Estaba completamente solo y eso me puso algo nervioso. Quería irme de allí. Intenté darme más prisa, pero cada poco volvía sobre mis pasos porque no encontraba mis señales. Estaba desorientado, no sabía si ya había pasado la montaña o no había conseguido llegar tan lejos. Se me aceleró un poco el pulso.
De pronto me repuse. No, no podía dejarme llevar por el pánico.
Recorrí con calma un pequeño perímetro que fui marcando para no perderme más, pero al poco rato volví. Repetí la operación varias veces hasta que empezó a oscurecer. Tendría que hacerme a la idea de pasar la noche en el bosque, era una buena noche, tampoco sería para tanto y tenía experiencia en esas cosas. Entonces lo vi.
Vi una luz entre los árboles. No podía creerlo, eso arrojaba algo de esperanza a lo que parecía el principio de una larga noche. Que ingenuo fui. Me levanté sin pensarlo y me acerqué, vi que la luz provenía de la lejanía. Aún no estaba muy oscuro así que decidí aventurarme en un camino en el que solo se escuchaba el crujir de las hojas y ramas bajo mis pies.
Me fui acercando más y más hasta ver que el punto provenía de una aldea compuesta por unas pocas casas que se mantenían en pie a duras penas entre otras muchas que estaban en ruinas. De una de ellas salía la luz. Estaba cerca del lago y, para mi sorpresa, nada lejos de mi posición. Podría llegar antes de que la oscuridad me impidiese seguir avanzando, pedir ayuda, pasar la noche y salir pronto por la mañana. Quizá incluso pudiese acabar la ruta al día siguiente.
Me dirigí a toda prisa guiado por esa luz, casi resbalé un par de veces, pero llegué pronto a una explanada que había frente al lago. Fui tranquilamente a la aldea, por un pequeño camino casi borrado por la vegetación y la falta de uso. La naturaleza parecía haberse comido casi por completo lo que alcanzaba a ver de aquel lugar.
Por primera vez desde la visión de la luz, me pregunté qué clase de persona vivía así, en un sitio tan abandonado, quiero decir, ¿cómo se suministraba? Tenía el pueblo a no demasiados kilómetros, sí, pero muy mal comunicado ¿por qué preferir vivir aquí? No me gustó mucho esa idea. Una voz en mi cabeza me gritaba que algo no iba bien, pero no quería dormir en la montaña. Me tranquilizó reflexionar de forma razonada y pensar que quizá fuese algún hippie que se autoabastecía o una persona mayor.
Iba pensando en ello, mientras una brisa fría recorría la zona, sin ninguna dirección aparente. Resultaba molesto. Las ramas de los árboles que empezaban a aparecer ya más cerca de la aldea se movían con furia. Entre hierba muy crecida vi un cartel ennegrecido por la corrosión en el que a duras penas se leía la palabra Ánproma. Vi un gato atigrado, me miró y silbó amenazante. Entonces se giró y se fue.
Si ese gato había sobrevivido en ese lugar, yo también podría hacerlo una noche. Después de verlo desaparecer tras unos árboles, desvié mi mirada hacía el lago. Vi bancos de forja y madera a escasos metros, como si fuese un mirador. Una figura estaba allí sentada. Me acerqué, el viento me silbaba en el oído, los árboles se estremecían y el agua se mecía con más violencia que hacía un rato.
Al llegar hasta la altura de los bancos, pude ver que la figura correspondía a un hombre de mediana edad, con pantalones de tela, camisa y un chaleco. El conjunto estaba muy desgastado. Tenía la mirada perdida y fija en el lago. Traté de hablarle, pero parecía no ser consciente de que estaba allí. Me acerqué más a él hasta encontrármelo de frente.
Me paralicé de cuerpo entero al comprobar que tenía la cara algo azulada y casi petrificada. Con la mano muy temblorosa, me acerqué a él temiéndome lo peor. Le zarandee un poco. Estaba frío y su mirada seguía fija en el lago. Me alejé de un salto. Ese hombre estaba muerto y no de hacía poco. Sentí mi corazón muy acelerado y solo fui consciente eché a correr hacía el pueblo.
Tenía que encontrar la casa con luz y olvidar esa pesadilla. Entré en la aldea. La mayoría de las casas tenían techos hundidos por donde salía victoriosa una maraña de árboles y plantas mientras las enredaderas parecían dispuestas a tragarse hasta el último ladrillo. Seguía vislumbrándose algo bajo mis pies de lo que en su momento debieron ser calles. En algunas paredes se podía ver los restos de algún cartel borrado por las lluvias o tapado por un musgo que parecía impregnarlo casi todo.
Tras pasar una carreta abandonada junto a un lavadero decorado por los años a juego con el resto del pueblo, llegué a una especie de plaza. A un lado había un pozo y en el centro una horca. En su madera ponía algo escrito en latín de lo que solo pude entender Dominum ¿Qué era aquel lugar?
Me estaba arrepintiendo de haber llegado hasta ahí, quizá no hubiese sido tan mala idea quedarme en el bosque. De todos modos, ya había oscurecido demasiado como para cambiar de opinión.
Escuché un murmullo que provenía del edificio menos ruinoso de lo que había podido ver por allí. Era la casa con luz, por fin. Me dirigí a zancadas hasta allí. La casa tenía unas escaleras, un letrero que no llegaba a leer y un cartel junto a la puerta muy demacrado con motivos modernistas. Alguien estaba sentado en las escaleras, con el mismo aspecto que el señor que ya había visto a la entrada del pueblo. Éste era un joven de unos treinta años y tenía una cerveza en la mano.
Lo llamé y no respondió. En ese momento solo desee con todas mis fuerzas no tener más sorpresas. Tenía un cuchillo clavado en el pecho, pero no tenía restos de sangre. Su mirada era todo lo tranquila que un cadáver pudiese transmitir. Un sudor frio recorrió toda mi espalda, intenté gritar, pero no me salió la voz, tenía las piernas paralizadas, pero me temblaba todo el cuerpo. Ese joven me miraba directamente a los ojos y vi un reflejo que le recorrió el rostro. Me dio la sensación de que iba a ponerse en pie en cualquier momento.
Quería correr y salir de allí, y eso hice. Salí corriendo con todas las fuerzas que pude hacia las afueras del pueblo. Paré al encontrarme en la casi absoluta oscuridad, ahora solo podía ver las sombras de figuras que, tan solo un rato antes, me habían hecho sentir más seguro. El corazón me latía con tanta fuerza que temía que algún ser lo escuchase y viniese en mi busca. Intenté tranquilizarme y respirar con calma al menos para callar los latidos de mi corazón. En ese instante empecé a vomitar.
Invertí largos minutos en hacer ejercicios de respiración que me permitiesen recobrar un poco la compostura y el sentido común. Fue en ese momento cuando escuché una voz a mis espaldas que se iba aproximando.
— Te lo dije, Marcos. Juraría haber escuchado el correteo de algún merodeador por aquí.
— ¿Cómo pretendías que creyese a un borracho en algo tan disparatado como recibir visitas? Ja.
— Seré un borracho, pero tú tienes el oído de la vieja Juana.
— Eh, con Juana no te metas.
— Tranquilo chico, no te pongas violento ahora…
— ¡Eh, tú! ¿qué estabas haciendo en el bar?
Estaba perplejo, cuando me giré para verlos vi a dos hombres en vaqueros, el que se dirigía a mi llevaba una camiseta gris y una barba espesa, el otro una camisa a cuadros de leñador y una linterna en la mano. Los dos tenían un aspecto desaliñado.
La luz de la linterna me cegó, me dolía mucho la cabeza y apenas era consciente de si se estaban dirigiendo a mí.
— ¡Eh, ¿no me escuchas? ¿Eres una rata ladrona o solo te apetecía dar un paseo de noche por aquí?! -
— So… solo… he vevevenido a buscar ayuda… - conseguí tartamudear. Retiraron el foco de mi cara y pude ver que iban armados, uno con un cuchillo de carnicero y el otro con una palanca.
— ¿Tú qué piensas, Carlos?
— Pienso que deberíamos llevárnoslo a casa a ver a qué podemos jugar con él.
— No seas inmaduro, yo le creo. – Dijo Marcos, a lo que su compañero respondió con un bufido.
— Algún día ser tan bueno te costará caro, en fin. Tú, como te llames, acércate.
Me quitaron mis cosas y me quedé con lo puesto. Me llevaron de vuelta por los callejones que ya había recorrido. Siguieron hablando amistosamente entre insultos mientras me dedicaban algunas palabras a las que yo correspondía con monosílabos. Tenía la sensación de que acababa de convertirme en un prisionero y no me figuraba ninguna manera de salir de ahí. Estaba muy cansado y trastornado para pensar en algo.
Llegamos al bar y palidecí, el joven que había visto seguí allí, pero juraría que sus brazos y piernas habían cambiado de posición. Seguía con la mirada perdida y el cuchillo en el pecho. Me estremecí y la situación se tornó más peliaguda cuando al pasar con indiferencia por su lado, los dos desconocidos lo saludaron con un breve levantamiento de cabeza. Definitivamente estaba perdiendo el juicio, empecé a hiperventilar.
— Oh, no me digas que te asusta. – Los dos se echaron a reír – Definitivamente eres todo un forastero.
— A ver, proyecto de rata, entra a contarnos qué estás haciendo aquí y veremos si nos podemos hacer amigos.
Les seguí hasta el interior de la taberna que tenía aun la luz encendida. El suelo era de madera y estaba muy pegajoso. Había una barra al fondo y cuatro mesas redondas con algunas sillas de distintos diseños a su alrededor. Las paredes se mantenían en sintonía con la habitación, decadente en general. A un lado, diez sillas recorrían una tras otra la pared y una señora gorda que parecía dormida estaba en la cuarta más cercana a la barra. La saludaron al entrar y ella ni se inmutó. Marcos me dijo que esa era Juana.
Carlos se colocó tras la barra y abrió tres cervezas sin etiquetar, Marcos me miraba de arriba abajo, estudiándome. Mi mente utilizaba todos sus recursos para buscar una salida. En la estancia solo había una ventana que daba a la montaña, justo detrás de la barra, y a su derecha una puerta cerrada. No sabía qué hacer.
Traté de explicarles lo ocurrido, pero no paraba de tartamudear, por más que lo intentase no conseguía hacer que mi lengua y mis piernas dejasen de temblar.
— Vamos, ratita, no te asustes tanto ¿acaso te has encontrado con la gente de por aquí? Solo son un puñado de personas que han tenido mejor muerte que vida. – Al escuchar eso, Carlos soltó una sonora risotada.
— Sí, incluso diría que ahora están más vivos que nunca esos canallas. Cuando menos te lo esperes, acabaremos en el fondo de ese lago y ellos serán los que se emborrachen aquí. Esos tipos pueden llegar a ser muy peligrosos si se lo proponen. Hay que educarlos bien.
— Solo te diré que Juana esta mañana se me ha insinuado.
— ¡Vamos a ver, ¿qué te he dicho de Juana?!
Yo aún no había probado mi cerveza, aunque no tenía ninguna intención de hacerlo, pero se me hizo un nudo en la garganta al escuchar esto último. Me giré muy despacio hacia la señora gorda y la observé mejor. El sabor de la bilis subió por mi garganta. Dejé de escuchar lo que estaban diciendo y todo empezó a dar vueltas. Marcos y Carlos estaban gritándose algo, yo vi mi oportunidad y salí corriendo de ese lugar por segunda vez a donde fuese que me llevasen las piernas.
Corrí al extremo opuesto del pueblo para que no les fuese tan fácil volverme a encontrar, si me escondía bien, quizá me dejasen tranquilo y al amanecer podría salir sigilosamente y volver a casa.
Cuando pensaba que los había despistado decidí empezar a caminar con extremo cuidado por las estrechas calles de la zona, tenía que ser sigiloso por si me encontraba con alguien más.
Entré en un gran edificio, al menos más grande que otros. Huelga decir lo ruinoso que estaba todo, olía a putrefacción y se escuchaban los pasitos que supuse pertenecían a ratas. Cuando mis ojos se acostumbraron mejor a la oscuridad, decidí buscar un sitio donde esconderme. Estaba en un gran salón, con una mesa volcada y algunas sillas rotas. La casa parecía haber sido saqueada. Una alfombra cubría el suelo.
Me aterraba la idea de vagabundear por la casa en esa aldea de locos, pero tenía que encontrar un sitio donde esconderme.
Abrí la puerta del salón, chirrió como si la casa estuviese intentando denunciar mi posición a los perseguidores. Se me cortó la respiración intentando agudizar mi oído al máximo, no escuché ningún sonido del exterior. Tras unos instantes, salí al largo pasillo que había al otro lado de la puerta. Estaba lleno de puertas cerradas y maldije para mí, no quería hacer más ruido.
Entre en una habitación al azar, chirrió algo menos que la anterior, pero fue igual de estridente, era la cocina. Tenía una gran ventana y una puerta de cristal que daba a un patio exterior. Vi una sombra moverse por ahí fuera. Salí con sigilo hasta el pasillo para que no me vieran.
Probé con otra habitación, más al fondo. Era un dormitorio y … No podía ser, otra monstruosa figura, una niña, sentada en la cama, mirando al suelo. El pelo le cubría la cara, con una mano en su regazo y la otra sobre una vieja muñeca. Sentí que iba a cundir el pánico en mi interior. Entonces escuché algo fuera.
— Ven, ratita, ratita. –Eran ellos.
Me metí a toda prisa debajo de la cama y empecé a rezar todo lo que fui capaz de recordar y hacer todo tipo de promesas al dios con el que me habían educado. Pasaron los segundos seguidos de minutos aterradores, tenía las pulsaciones disparadas y el vello erizado de puro terror.
Una hora más larga de lo que podría haber imaginado jamás fue suficiente para calmarme un poco. No se escuchaba nada, pero las imágenes de todo lo que había visto a lo largo de la noche no paraban de venirme a la cabeza.
Entonces, noté unas frías manitas cogiéndome los tobillos y tiraron con fuerza de mí hacia fuera. Mi cuerpo se deslizó sobre el suelo hasta quedar tendido junto a la cama. Permanecí en esa posición con los ojos cerrados por el miedo. Noté algo frio cerca de mi cara y abrí los ojos horrorizado. Vi la cara desfigurada de la niñita a escasos centímetros de mí, mirándome fijamente y sonriendo de forma perversa.
Solo tengo una cosa segura desde entonces, y es que ese día se habló mucho de mí en el pueblo.