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TITULO ORIGINAL: Un buen día lo tiene cualquiera
AÑO: 2007
DURACIÓN: 84 min.
PAÍS: España
DIRECTOR: Santiago Lorenzo
GUIÓN: Santiago Lorenzo
MÚSICA: Malcom Scarpa
FOTOGRAFÍA: José Luis Moreno
REPARTO: Diego Martín, Juan Antonio Quintana, Roberto Álamo, María Ruiz, Antonio Molero, Ana Otero
SINOPSIS: Tras perder su empresa, su dinero y su casa, Arturo decide aprovecharse de un programa social en el que ancianos solitarios acogen en sus casas a estudiantes jóvenes sin recursos por un alquiler ínfimo. Arturo, que ni es estudiante y hace tiempo que dejó de ser joven, falsifica la solicitud y entra a vivir con Onofre, un encantador abuelito bajo cuya apariencia afable se esconde un auténtico Mr. Hyde.
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He aquí una película que nadie va a ir a ver, y es una verdadera lástima, porque hacía mucho tiempo que yo no me reía tanto en el cine. Y eso es lo peor de la película, su invisibilidad, su paso por las salas de cine con más pena que gloria porque esta peli es, incluso antes de su estreno, carne de olvido y menosprecio por parte de los espectadores que desconocen y desconocerán, tristemente, su gran e inexpugnable potencial. Lo mejor, todo absolutamente: su humor negro y corrosivo, su historia, su giro de guión totalmente acertado, sus personajes, sus actores (geniales Diego Martín y Juan Antonio Quintana… ambos huelen a nominación a Goya, sobre todo el segundo), sus diálogos ingeniosos, agudos y sutiles, mezclados con un punto de humor tonto y friki que la convierte en un curioso, casi único, especimen dentro del género de la comedia negra.
No he visto el anterior film del director, Santiago Lorenzo (“Mamá es boba”), pero no pienso perdérmelo porque me he reído a carcajada limpia, sin pausa y sin un solo momento de respiro, con esta extraña y poética creación titulada “Un buen día lo tiene cualquiera”, una exaltación de lo cotidiano y de lo rancio (al más puro estilo Álex de la Iglesia, aunque no tan salvaje y sí mucho más cómico) convertido en grotesco, donde el escenario (el trasnochado piso de Onofre, el surrealista café del Norte y la tienda de golosinas Candy… ¡magníficos, entrañables!) baila acorde con el carácter de los personajes y el espíritu de la obra, un engendro bastardo entre la comedia fácil y el humor inteligente que contiene, pese a toda su mala leche y pitorreo, un mensaje tan claro y simple como difícil de resolver: el problema de la vivienda en nuestro país.
En fin, no perdérsela, leñe!
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