Una muy buena y enmarañada historia contada con el estilo de la
novela. Al menos desde el principio. Pasados los tres primeros cuartos (quizá los cuatro quintos), la narración se embala para adquirir el formato de
cuento.
La apuesta le sale bien a
Marsé pero sólo si el lector tiene la audacia de saltar por entre las largas
descripciones y los
párrafos densos e interminables.
Me temo que esta forma de contar ha envejecido mal. A mí el
Kindle se me caía de las manos. ((Siempre es peor la rotura de la táblet que la de un libro)).
O quizá lo que haya avanzado demasiado rápido —como le ocurre al mundo tecnológico y a todo de lo que él tira— sea la forma de leer: desde que los galopines han aprendido a contar empezando por el final haciendo que lo que interese no sea el
desenlace (que ya te lo cuentan en la primera página) sino averiguar cómo
la protagonista ha terminado hospitalizada con amnesia sobre los golpes que lleva encima (hablo del cuento
Melilla Madrid), digo que esta otra forma de contar
taaan lenta y tan descriptiva —que en realidad es de ayer mismo si consideramos el tiempo histórico— pues se me antoja que
ha envejecido mal.
Además, en ese último cuarto o último quinto de la narración, cuando ha cogido
velocidad de crucero, digo…
de cuento, he empezado a recordarlo… justo con la llegada de la cuñada a la casa de la playa. Y el caso es que no recuerdo nada de lo leído con anterioridad hasta ese momento. Y es que la
acción, aunque sea en pasado, se dispara a partir de ese instante. Tal vez sea que la mente recuerda mejor la
acción y no las profusas y espesas
descripciones. Me ha resultado curioso cómo sólo al final nos dan el dato de que la muchacha tiene los mismos ojos que el narrador-narrado.
Por cierto, hablando de ese narrador que es también narrado, ha estado bien ese juego que se traía el
Marsé saltando del
discurrir de conciencia del narrador a un
narrador en tercera persona no muy alejado de su mente… Como si el narrador en tercera persona fuera una parte del discurrir de conciencia donde el protagonista se habla a sí mismo como si fuera una persona externa a él. Confuso al principio hasta que le coges el tranquillo, pero necesario para escribir el final.
Por suerte es un cuento, porque si el
Marsé usa esa técnica en una novela lo mismo cansa.
Tal vez a la fanaticada del
Marsé le gustará saber
qué reconocía el escritor sobre este cuento.