Editorial: Tusquets
Año: 2013 (escrito en 1999 y publicado en el año 2000)
ISBN: 9788483834497
Precio: 17 €
Páginas: 192
Título original: 神の子どもたちはみな踊る Kami no kodomo-tachi wa mina odoru
En su prólogo a Rashomon, el escritor japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949) se refiere a su antecesor y compatriota Ryunosuke Akutagawa como a uno de esos pianistas con un don tan raro como natural, dotados de un poder que les permite mover los dedos sobre el teclado superando aun a la velocidad del pensamiento. Así, la música y la historia brotando por encima de toda partitura o página preestablecida. Murakami, está claro, podría estar refiriéndose también al don que da forma y que deforma su propia literatura: una particular mezcla de compulsión epifánica, lenguaje complejamente sencillo, finales abiertos pero herméticamente cerrados, pura intuición y –al mismo tiempo, cuando todo parece a punto de venirse abajo– una firme precisión para afectar al lector de maneras siempre impredecibles haciéndole sentir que aquello que se le cuenta no está escrito sino que está sucediendo en el acto para que sea él quien termine de convertirlo en íntima trama. Porque Murakami es uno de esos contados escritores (Salinger, al que, nada es casual, tradujo Murakami al japonés, es el primero que se me ocurre) que, si bien han seducido a millones, siempre parecen estar dirigiéndose única y exclusivamente a quien en ese momento los lee y experimenta la extraña nostalgia de algo que no se vivió pero, de pronto, se recuerda. Por desgracia, tal efecto sólo se alcanza cuando se está ahí dentro. O quizá sea mejor –más sano– así. Todo esto –que suele distinguir a sus novelas– es todavía más evidente, en poderosas dosis homeopáticas, en los relatos de Murakami. Rodrigo Fresán.