Algo de lo que subrayé:
Fui perdiéndola poco a poco en vida hasta que se desvaneció por completo. Como algo gastado por la erosión, que acaba siendo arrancado de raíz y arrastrado por una ola gigante.
Pretender escudriñar por completo en el corazón de otra persona, por muy compenetrado que estés con esa persona o por mucho que la ames, es pedir demasiado. Lo único que consigues es sufrir. Sin embargo, tratándose de nuestro propio corazón, se supone que, esforzándonos, deberíamos poder escudriñarlo tan a fondo como grande sea nuestro esfuerzo. Así pues, ¿no crees que, al final, lo que tenemos que hacer es pactar con firmeza y honradez con nuestros propios corazones? Si uno desea ver en serio a los demás, no le queda más remedio que observarse en profundidad, de frente, a sí mismo.
Yo me bañaba muy rápido. Enseguida me hartaba de estar quieto, sumergido en el agua caliente. En la bañera no se puede leer ni escuchar música. Sin esos dos elementos, no sé cómo pasar el tiempo.
Era una chica tan guapa que, al verla, uno sentía el impulso irrefrenable de silbar.
En ocasiones la música tiene el poder de reavivar los recuerdos con tal intensidad que a uno hasta le duele el corazón.
Aunque todos sus amigos intentasen convencerlo al unísono: «Digas lo que digas, los hijos son una bendición», aquel reclamo no le resultaba nada creíble. Seguramente querían hacerle cargar a él con el peso que ellos llevaban. Creían que todos los seres humanos tenían la obligación de pasar por un calvario idéntico al que vivían ellos.
Y un buen día, quién iba a imaginárselo, se enamoró perdidamente. Como un astuto zorro que por descuido cae en una trampa.
—¿Y dice que está haciendo un esfuerzo para que alguien no le guste demasiado?
—Exactamente. Justo ahora, en este preciso momento, estoy haciendo ese esfuerzo.
—¿Y por qué?
—Por un motivo muy sencillo: cuando alguien te gusta demasiado, lo pasas mal. Sufres. Como no creo que mi corazón sea capaz de soportar tal peso, me esfuerzo todo lo posible para que no me guste.
—¿Funciona?
—No. No mucho.
Tengo la impresión de que si sigo pensando en ella, hasta el funcionamiento de mis órganos acabará por alterarse. Sobre todo los del los aparatos digestivo y respiratorio.
Cuando se enteró de que me ganaba la vida escribiendo, poco a poco empezó a hablarme también de su vida privada y no sólo de trivialidades. Quizá creyese que la gente que escribe, al igual que los terapeutas o los religiosos, poseen el derecho legítimo (o la obligación) de escuchar las confesiones de los demás.
Aunque quede con otra, su imagen no deja de acudir a mi mente. No consigo alejarla. Los síntomas son graves.
«Los síntomas son graves», pensé. Lo imaginé llamando a una ambulancia por teléfono. «Por favor, envíen una ambulancia urgentemente. Los síntomas son graves. Me cuesta respirar y tengo la sensación de que el corazón se me va a partir...»
Cuando su corazón se mueve, tira del mío. Como dos barcas atadas por una cuerda.
Yo mismo soy una isla desierta.
Lo único que sabía es que deseaba ver una vez más a aquella chica jorobada. Deseaba intensamente verla. Quería estar a solas con ella y poder charlar tranquilamente. Quería ir desvelando poco a poco con ella los misterios del mundo. Quería observar desde distintos ángulos cómo se contorsionaba en todas las dimensiones para ajustarse el sujetador. Y, si era posible, quería tocar su cuerpo aquí y allá. Quería sentir directamente el tacto y el calor de su piel en las yemas de los dedos. Y probar a subir y bajar, uno detrás del otro, escaleras de todo el mundo.
Al pensar en ella y recordar su imagen, sintió una suave calidez en el pecho. Y poco a poco comenzó a alegrarse de no haberse convertido en pez o girasol. No cabía duda de que andar a dos patas, vestirse, comer valiéndose de cuchillo y tenedor era muy pesado. Había demasiadas cosas que aprender en este mundo. Pero de haber sido un pez o un girasol, y no un ser humano, ¿habría notado esa misteriosa calidez en el corazón?
La conmoción que provoca una muerte reciente es altamente contagiosa. Se transforma en un temblorcillo que se propaga por la línea telefónica, deforma el eco de las palabras y hace que el mundo se sincronice con su vibración.
Tú eres una alfombra persa de tonos claros, y la soledad, la mancha del Burdeos que nunca se eliminará.