Este relato pertenece a una recopilación de relatos y poemas de temática LGTB de autores rusos que realizó la editorial Dosbigotes en 2014 llamada El armario de acero (Amores clandestinos en la Rusia actual).
En él vemos reflejada la angustia de un homosexual ante la acusación de la madre de un amigo del protagonista, posible futuro novio. La Rusia de Putin con su ley contra la propaganda homosexual ha convertido a las personas LGTB en parias y perseguidos. La homosexualidad puede ser causa, como en la España franquista de escarnio, persecución policial, acoso laboral y social. Esta ley persigue cualquier signo o demostración de homosexualidad, no se puede educar ni hablar positivamente de una orientación sexual diferente a la heterosexualidad, bajo pena de prisión. Esto quiere decir mantener a la población en la ignorancia, y esto se refleja en la madre de Ilya, para ella su hijo nunca será homosexual y lo que ocurre es que el protagonista es un pervertido que lo que quiere es seducir a su hijo, eso lo he visto yo durante muchos años en chicos que me han dicho lo mismo respecto de lo que pensaban sus madres sobre el tema. Niegan la realidad y echan la culpa a los "otros", los pervertidos.
Sin embargo, Sergey e Ilya no han hecho nada, ambos están enamorados, pero es un amor que ellos mismos no se atreven a consumar, por muchos miedos, se ve en cómo Sergey cuenta cómo Ilya se queda a dormir en su casa pero no tienen ningún contacto sexual. El cuarto personaje en discordia es la casera, en realidad una persona mayor que ya habrá visto de todo y que es comprensiva, que sabe lo que ocurre y no juzga, que sabe que el amor es el amor y no entiende de orientaciones ni de leyes.
En fin, es un relato que no destaca por el estilo, aunque algunas imágenes consigan sobresalir, esas botas en el pasillo que asemejan cabezas cortadas, un símbolo de la opresión y la persecución que sufre y puede sufrir el protagonista, La sordidez de esa clase media-baja rusa, que se ha visto condenada casi a la miseria por el capitalismo salvaje, desde la primera escena con el pago a escondidas de ese plus que la dentista esconde bajo la libreta, la vivienda de esta, el encuentro con el ciego que no tiene ni un bastón decente, en esos pasillos angostos, y la casa de huéspedes, casi como una casa soviética, compartida por varias personas, donde se pasa frío por no encender aún la calefacción, él no puede dormir si la gata no le calienta los pies, la dueña de la casa con su camisón tapada con una manta y esas lámparas viejas con el hilo colgando y el interruptor.
Se ve incluso la homofobia interiorizada de Sergey, el cual es consciente de sus deseos sobre Ilya pero que él mismo no se atreve a insinuar, como Ilya tampoco, llegando al punto de interiorizar el rechazo de la sociedad y la ley en sí mismo: "soy un monstruo" llega a decir. Siendo la patrona la persona que le va a dar apoyo, su contestación es realmente enternecedora: ¿Le han hecho algo?, ella sabe pero no condena, entiende, y sabe que lo que ha dicho él es porque algo ha ocurrido, algo grave, su preocupación se dirige hacia él, sobre qué le pueden haber hecho para que diga algo así de sí mismo.
En fin, muchos matices, muchas cosas en un relato corto, en un estilo directo, sin florituras, y que va directamente a contar una historia que nos haga ver la situación real en la Rusia actual para la población LGTB.