bblanco escribió:Creo que eres muy radical al afirmar de Marías que es un "pésimo novelista" , opinión que basas en una concepción de novela que es tuya pero que no tiene por qué ser la opinión generalizada.
¡Por supuesto que baso mis críticas en mi concepción de la novela! Y, francamente, la opinión generalizada me trae sin cuidado. Defiendo mis ideas, no las de los demás. Por ese motivo, afirmo que Marías y Coelho (por poner otro ejemplo) son pésimos novelistas, aunque haya muchas personas (millones en el caso del segundo) que los adoren.
bblanco escribió:La frase a la que te refieres está totalmente sacada fuera de contexto. Se refiere a que por muy nobles que nos creamos, preferimos que en el momento último de enfrentarnos con la muerte el muerto sea otro, y no nosotros. No me parece algo tan disparatado, ciertamente. A ti sí?
A veces sí, a veces no.
En cualquier caso, mi crítica a Marías es la misma de siempre: que se dedique a perorar y a pontificar, afirmando que todo el mundo se comporta o piensa de una misma manera, y, de paso, a llenar páginas escribiendo listas de objetos, hechos y suposiciones.
bblanco escribió:Partiendo de la base de que el protagonista de las novelas de Marías es una persona "normal" (no es James Bond, no es un detective privado, y estamos hablando de novela contemporánea y no de novela negra) esperar que pasen constantemente cosas excitantes me parece un poco absurdo. Quizá has confundido el género. O me dirás que en Saramago, en Todos los nombres, por ejemplo, pasan cosas excitantes?
No confundas: no espero aventuras, asesinatos, persecuciones...; espero que lo que sucede, sea una pelea, sea una clase magistral de literatura sueca, esté ambientada como corresponde. Mi principal crítica a Marías (otra vez) es que, esté el protagonista junto a un amante que agoniza, persiguiendo a otro individuo, recibiendo una felación, en un entierro o haciendo [casi] cualquier cosa, escribe a base de enjaretar digresiones sobre cualquier cosa, cuando no simples enumeraciones.
Ejemplo de cómo ambientar un suceso más o menos cotidiano: el concierto de Berthe Trèpat que se narra en el capítulo 23 de
Rayuela. A pesar de estar narrado en tercera persona, la acción se observa desde el punto de vista de Horacio Oliveira. Lo más mágico del capítulo es cómo Cortázar consigue pasar de la más hilarante comedia al más terrible drama a base de jugar con los elementos narrativos. Compárese la ironía y el sarcasmo de este párrafo al comienzo del capítulo:
Los aplausos le hicieron abrir los ojos y asistir a la trabajosa inclinación con que madame Berthe Trépat agradecía. Antes de verle bien la cara lo paralizaron los zapatos, unos zapatos tan de hombre que ninguna falda podía disimularlos. Cuadrados y sin tacos, un cintas inútilmente femeninas. Lo que seguía era rígido y ancho a la vez, una especie de gorda metida en un corsé implacable. Pero Berthe Trépat no era gorda, apenas si podía definírsela como robusta. Debía tener ciática o lumbago, algo que la obligaba a moverse en bloque, ahora frontalmente, saludando con trabajo, y después de perfil, deslizándose entre el taburete y el piano y plegándose geométricamente hasta quedar sentada. Desde allí la artista giró bruscamente la cabeza y saludó otra vez, aunque ya nadie aplaudía. "Arriba debe de haber alguien tirando de los hilos", pensó Oliveira.
con la tristeza que dimana el que sigue, que pertenece al final:
En la esquina de la rue Tournefort, Oliveira se dio cuenta de que llevaba todavía el cigarrillo entre los dedos, apagado por la lluvia y medio deshecho. Apoyándose contra un farol, levantó la cara y dejó que la lluvia lo empapara del todo. Así nadie podría darse cuenta, con la cara cubierta de agua nadie podría darse cuenta. Después se puso a caminar despacio, agachado, con el cuello de la canadiense abotonado contra el mentón; como siempre, la piel del cuello olía horrendamente a podrido, a curtiembre. No pensaba en nada, se sentía caminar como si hubiera estado mirando un gran perro negro bajo la lluvia, algo de patas pesadas, de lanas colgantes y apelmazadas moviéndose bajo la lluvia. De cuando en cuando levantaba la mano y se la pasaba por la cara, pero al final dejó que le lloviera, a veces sacaba el labio y bebía algo salado que le corría por la piel.
bblanco escribió:Para mí Saramago y Marías tienen un aspecto importante en común: su prosa es un fluir de pensamientos de los protagonistas, en el caso de Marías, a mi entender, con una prosa muy fluida; en el caso de Saramago, llegando al límite, obviando signos de puntuación, puntos y aparte, guiones en los diálogos... Saramago es mucho más innovador en este aspecto. Pero lo que consiguen es lo mismo: una gran fluidez en la expresión de las ideas. Supongo entonces que Saramago tampoco te agrada, no? Porque no puedes negarme que en ese aspecto se asemejan bastante.
¿Qué es lo que me gusta de Saramgo? Ahí va una lista:
--Su extraordinario manejo del simbolismo literario, manifestado principalmente en la alegoría. Es decir, que sus tramas trascienden el argumento y expresan mucho más.
--Su brillante caracterización de los personajes.
--El papel del narrador. Sus novelas están escritas en tercera persona, pero con un recurso muy original: que el narrador, como ente externo a la trama, participa a veces en ella, dialogando incluso con los personajes. Con ello, Saramago consigue crear la impresión de que se trata de una narración oral y dirigida en exclusiva al lector, como cuando un abuelo le cuenta una historia a su nieto y modifica detalles en función de las peticiones de éste. La inmersión de los diálogos dentro de la narración, una de las características más llamativas de su estilo, acrecienta esta impresión, pues elimina el carácter objetivo de los diálogos marcados con guiones y los convierte en una elaboración del narrador.
--La profundidad de sus ocurrencias y lo bien desarrolladas que están, desde el realismo más social de
Levantado del suelo a la narración histórico-fantástica de
Memorial del convento. Destaca, en particular, cómo utiliza pequeños recursos para crear grandes atmósferas. Ejemplo paradigmático, cuando, en
Ensayo sobre la ceguera, la mujer del médico se derrumba al comprobar que se le ha parado el reloj. Otro ejemplo: las ventanas que no se abren del moderno edificio de
La caverna.