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Memorias de un vagón de ferrocarril es una novela deliciosa pero ingenua, y que tiene un inconveniente: el lector no sólo debe aceptar la convención de que la voz narradora la encarne un vagón de ferrocarril sino que, en nombre de la amenidad y por aquello de facilitar la inclusión de diálogos y la diversidad de puntos de vista, el lector también debe aceptar que tengan voz propia los restantes vagones del convoy y sus máquinas tractoras, así como los vagones y las máquinas tractoras de los trenes que van y vienen de unas ciudades a otras. (...)
Pero su fuerte, claro está, son los pasajeros, entre los cuales hay de todo: matrimonios desgarrados por la infidelidad, ladrones salteadores de trenes, la fugaz aparición del torero famoso que viaja rodeado de su séquito habitual, el señorito calavera que se viste de esmoquin...
Hace mucho tiempo que leí esta novela así que el recuerdo que guardo es vago. No sabría precisar ahora su valía, pero entonces me pareció una lectura deliciosa [como apunta Javier Fernández de Castro en el artículo de El boomeran(g)] y que ofrece una visión única de los felices años veinte a lo largo de toda la geografía española.
Transcribo el inicio por si logra interesar a alguien:
Nací, por fortuna mía, vagón de primera clase, y mi ejecutoria acredita la reciedumbre y nobleza de mi origen. En las buenas estaciones provincianas, y más aún en las fronterizas, donde abundan los tipos cosmopolitas acostumbrados a viajar, mi aspecto procer y la pátina oscura que me dieron, primero mis barnizadores y luego la cruda intemperie y el polvo de los caminos, dicen mi largo historial vagabundo y atraen la curiosidad de las gentes.
Procedo de Francia, de los famosos talleres de Saint-Denis, pero fui construido con materiales oriundos de diferentes países, y esta especie de "protoplasma internacional" — llamémoslo así — que me integra, unido a mi vivir errático, me vedan sentir fuertemente ese "amor a la patria", en cuyo nombre la ciega humanidad se ha despedazado tantas veces.
José I.Cordero Gómez en este estudio nos habla del trabajo de documentación realizado por Zamacois:
A su regreso de un viaje a Canarias para dar unas conferencias:
“....se me ocurrió mi novela Memorias de un vagón de ferrocarril. Para “vivir” el tema, antes de llevarlo al papel, hice varios viajes en las locomotoras de los expresos Madrid-Hendaya “como ayudante de máquina”. (...)
Si a ese trabajo de investigación, “in situ” y que nos recuerda al realizado por Zola para escribir La bestia humana, se añade la larga experiencia viajera del autor, estamos ante la obra que cuenta con la documentación previa más extensa del autor hasta la fecha. Zamacois dosifica esa documentación a lo largo de toda la novela, convirtiéndola en otro de los puntos de interés de la misma.