Al leer libros descubro cartas

Aquellas maravillosas cartas.

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Cape
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Re: Al leer libros descubro cartas

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El beso de la mujer araña - Manuel Puig

Querida... Marta: te extrañará... recibir esta carta. Me siento... solo, te necesito, quiero hablar con vos, quiero... estar cerca tuyo, quiero... que me digas... una palabra de aliento. Estoy en mi celda, quién sabe dónde estarás vos a esta hora... y cómo estarás, y en qué pensarás, y en necesidad de qué tendrás...
Pero te voy a escribir esta carta, aunque no te la mande, pero sí te la voy a mandar, quién sabe lo que pasará... pero déjame que te hable... porque tengo miedo... de que me explote algo dentro... si no me desahogo un poco. Si pudiéramos hablar vos me entenderías... porque en este momento, no podría presentarme ante mis compañeros y hablarles, me daría vergüenza ser tan débil...
Marta, siento que tengo derecho a vivir algo más, y a que alguien me eche un poco de... miel... sobre las heridas... adentro estoy todo llagado, y solamente vos me vas a comprender... porque vos también fuiste criada en tu casa limpia y cómoda para gozar de la vida, y yo como vos no me conformo a ser un mártir. Marta, me da rabia ser mártir, no soy un buen mártir, y en este momento pienso si no me equivoqué en todo...
Me torturaron, y no confesé nada... claro que me ayudaba que yo nunca supe los nombres verdaderos de mis compañeros, y les dije los nombres de batalla, porque con eso no podían avanzar nada, pero dentro mío tengo otro torturador... y desde hace días no me da tregua... Es que estoy pidiendo justicia, mirá qué absurdo lo que te voy a decir, estoy pidiendo que haya una justicia. que intervenga la providencia... porque yo no me merezco podrirme para siempre en esta celda, o ya sé, ahora veo más claro, Marta... tengo miedo porque estoy enfermo... y tengo miedo... miedo terrible de morirme... y que todo quede ahí, que mi vida se haya reducido a este poquito, porque pienso que no me lo merezco, que siempre actué con generosidad, que nunca exploté a nadie... y que luché, desde que tuve un poco de discernimiento... contra la explotación de mis semejantes... Y yo, que siempre putié contra las religiones, porque confunden a la gente y no dejan que se luche por la igualdad... divina. Estoy pidiendo que haya un Dios... un Dios que me vea, y me ayude, porque quiero salir algún día a la calle, y que sea pronto, y no morirme. Y a veces me pasa por la cabeza que nunca, nunca más voy a tocar a una mujer, y no me puedo conformar... y cuando pienso en las mujeres... no te veo en la imaginación más que a vos, y casi sería un alivio creer que en este momento, de aquí a que te termine esta carta, vos vas a pensar en mí... y te vas a pasar la mano por tu cuerpo que tan bien recuerdo... y vas a pensar que es mi mano... y qué consuelo tan grande sería... mi amor, que pudiera ocurrir eso... porque sería como tocarte yo mismo, porque algo de mí te quedó adentro tuyo, ¿verdad?, como a mí también me quedó dentro de la nariz tu perfumito... y debajo de la yema de los dedos tengo también la sensación de que tengo tu piel... como memorizada, ¿me entiendes? Aunque no es cuestión de entender... es cuestión de creerlo, y a veces estoy convencido de que me llevé algo tuyo... y que no lo entendí, y a veces no, siento que no estoy en esta celda más que yo solo... y que nada deja huella, y que la suerte de haber sido tan feliz junto a vos, de haber pasado esas noches, y tardes, y mañanas de puro goce, ahora no me sirve para nada, al contrario, todo eso se vuelve contra mí... porque te extraño como un loco, y lo único que siento es la tortura de mi soledad, y en la nariz tengo nada más que el olor asqueroso de la celda, y de mí mismo... que no me puedo bañar porque estoy enfermo, debilitadísimo, y el agua fría me podría dar un pulmonía, y debajo de la yema de los dedos lo que siento es el frío del miedo a la muerte, en los huesos ya siento ese frío... Que terrible es perder la esperanza, y eso es lo que me ha pasado... el torturado que tengo adentro me dice que ya se acabó todo, que esta agonía es mi última experiencia sobre la tierra... y hablo como un cristiano, como si después viniera otra vida, que no la hay, ¿verdad que no?
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Cape
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Re: Al leer libros descubro cartas

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Unos ojos azules - Thomas Hardy

MI QUERIDA SEÑORA: Aunque lamento mucho que mis observaciones le parecieran intempestivas, me resulta un placer descubrir que han provocado una réplica tan ingeniosamente argumentada. Por desgracia, ha pasado mucho tiempo desde que escribí esa reseña, y mi memoria no es capaz de encontrar nada que decir en mi defensa, aun suponiendo que quede algo por decir, cosa dudosa. Por la carta que le he escrito a la señora Swancourt averiguara que, contrariamente a lo que imaginábamos, no somos unos desconocidos. Puede que tenga el placer de verla pronto, y entonces cualquier discusión que quiera usted proponer recibirá la atención que merece.
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Cape
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Re: Al leer libros descubro cartas

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Unos ojos azules - Thomas Hardy

¿Recuerdas, querida, la primera mañana de mi llegada a tu casa, cuando tu padre leyó en las oraciones el milagro de la curación del paralítico, cuando se le dice que se levante de la cama y eche a andar? Yo sí, y ahora comprendo toda la fuerza de ese pasaje. La esterilla más pequeña le sirve de cama al oriental, y ayer vi a un nativo llevar a cabo esa misma acción, y por eso te lo menciono. Pero tú eres más leída que yo y quizá lo sabías de hace tiempo... Un día compré unos pequeños ídolos nativos para enviarte como curiosidad, pero al averiguar que habían sido fabricados en Inglaterra y los habían traído a la India tras hacer que parecieran antiguos, los tiré disgustado.
Esto me recuerda que, para construir nuestros edificios, nos vemos obligados a importar todos los herrajes de Inglaterra. A la hora de erigir un edificio hay que preverlo todo. Antes de comenzar, hay que encargar todas las columnas, los cerrojos, goznes y tornillos necesarios. No podemos ir a la calle de al lado, como en Londres, y comprarlos por la mañana para la tarde. El señor L. dice que alguien tendrá que ir pronto a Inglaterra a supervisar la selección de un importante pedido de este tipo. Ojalá me escojan a mí.
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madison
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Re: Al leer libros descubro cartas

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Me encantan estas dos cartas que has puesto del libro de Hardy :P
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Cape
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Re: Al leer libros descubro cartas

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Pues te animo a que leas la novela porque está muy bien :wink:

Unos ojos azules - Thomas Hardy

SEÑOR: Una mujer que no tiene gran cosa que perder en este mundo, por mucha censura que pueda acarrearle este acto, desea comunicarle algunos detalles referentes a la mujer que usted ama. Si se digna aceptar una advertencia antes de que sea demasiado tarde, averiguará lo que su corresponsal tiene que decirle.
Le han engañado. Una mujer así, ¿puede ser respetable?
Una mujer que alentó a un joven honesto a amarla, y luego le desairó, a resultas de lo cual el joven falleció.
Una mujer que a continuación tuvo como enamorado a un hombre que no era de noble linaje, a quien el padre de ella prohibió entrar en casa.
Una mujer que dejó en secreto su casa para casarse con ese hombre, se reunió con él, y juntos fueron a Londres.
Una mujer que, por alguna razón, regresó sin haberse casado. Una mujer que, en la correspondencia que posteriormente mantuvo con ese hombre, llegó a dirigirse a él como «mi marido».
Una mujer que me escribió la carta que le adjunto, en la que me pide que mantenga en secreto el escándalo, pues soy quien mejor conoce esa historia.
Espero estar pronto fuera del alcance de reproches y halagos. Pero antes de llevarme de este mundo, Dios me ha concedido el poder de vengar la muerte de mi hijo.

GERTRUDE JETHWAY
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Cape
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Re: Al leer libros descubro cartas

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Unos ojos azules - Thomas Hardy

QUERIDA SEÑORA JETHWAY. He venido a visitarla. Quería verla, pero no puedo seguir esperando. He venido a suplicarle que no cumpla las amenazas que me ha repetido. ¡No lo haga, se lo suplico, señora Jethway, que nadie se entere de lo que hice! Eso arruinaría mi vida y me rompería el corazón. Haré lo que sea por usted, si se porta bien conmigo. En nombre de esa condición de mujer que compartimos, se lo imploro, no me mezcle en ningún escándalo. Atentamente, E. SWANCOURT
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madison
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Re: Al leer libros descubro cartas

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Cartas de la guerra, de António Lobo Antunes

Mi hijita querida
Ayer supe que habías nacido, y no puedes imaginar la alegría que esa noticia me dio. No sé el día, no sé la hora, no sé cómo fue. Pero sé que ya estás aquí, en este mundo, y eso es lo que importante.
Soy tu padre. Hace nueve meses que siento por ti un amor como nunca había sentido por nadie. Un amor diferente. Hace nueve meses que sueño con este día, que pienso cómo serán tus ojos, tu pelo, tu cara. Y estoy seguro de que eres la niña más bonita del mundo y ya me siento muy orgullosote ti.
No te imaginas lo importante que eres para mi. Hasta ahora he tenido dos momentos de gran, de intensa felicidad en mi vida. El primero cuando me casé con tu madre. El segundo fue ayer, al saber que habías nacido, tú, mi hija mayor. Eres testimonio del amor de tus padres, y un motivo más para unirlos, para darles fuerza y valor. Eres nuestra hija. Y esperamos que seas siempre feliz y que no nos detestes por haber nacido. Y que seas alegre y nos ayudes a vivir.
Trata bien a tu madre. Ella y tú sois las dos personas que más quiero en el mundo. Hazle compañía para que no me eche mucho de menos. No seas arisca. No hay nada peor que una persona arisca, y piensa en mí de vez en cuando, en mí que siento tanta añoranza de ambas.
Bueno, ahora tengo dos mujeres en casa creo que me he quedado en minoría…Y espero que te parezcas a tu madre. Siempre quise tener una hija que se pareciese a Zé ( Zé es tu madre) y fuese tan guapa como ella. Nosotros hemos puesto tanto amor en ti que estoy seguro de que eres preciosa. Para nosotros eres la más bonita del mundo. Eres nuestra hija.
Otra cosa que quería decirte es que fueses cariñosa conmigo. Cuando yo sea viejo, cuento contigo para que me ayudes. Para entonces yo seré el bebé, el más pequeño. Y tú me acostarás en tu cama y me contarás historias para que me duerma.
Muchos recuerdos de tu padre que te adora, y muchos besos.
Papá
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Cape
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El día de mañana - Ignacio Martínez de Pisón

Hubo un momento en el que tuviste que elegir y elegiste, y no puedo recriminártelo...
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Sawadee
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El cuento número trece - Diane Setterfield

Esta carta no representaba en absoluto semejante desafío. Comenzaba con un seco «Señorita Lea»; de ahí en adelante, los jeroglíficos se transformaban por sí solos en caracteres, luego en palabras, después en frases.

He aquí lo que leí:

En una ocasión concedí una entrevista al Banbury Herald. Debería ponerme a buscarla un día de éstos, para la biografía. Me enviaron un tipo extraño. En realidad, solo un muchacho. Alto como un hombre, pero con mofletes de adolescente. Incómodo dentro de su traje nuevo, que era marrón y feo, pensado para un hombre mucho mayor. El cuello, el corte, la tela, todo era desacertado. Era la clase de traje que una madre compraría a su hijo cuando este deja el colegio para incorporarse a su primer empleo, segura de que el muchacho acabará llenándolo. Pero los muchachos no dejan atrás la niñez en cuanto dejan de vestir el uniforme del colegio.
Había algo peculiar en su actitud. Intensidad. Nada más posar mis ojos en él, pensé: «Hummm…, ¿qué habrá venido a buscar?».
No tengo nada en contra de las personas que aman la verdad, salvo el hecho de que resultan ser una compañía tediosa. Mientras no les dé por hablar de la sinceridad y terminen contando embustes —eso, lógicamente, me irrita— y siempre y cuando me dejen tranquila, nunca pretendo hacerles ningún daño.
Mi queja no va dirigida a los amantes de la verdad, sino a la Verdad misma. ¿Qué auxilio, qué consuelo brinda la Verdad en comparación con un relato? ¿Qué tiene de bueno la Verdad a medianoche, en la oscuridad, cuando el viento ruge como un oso en la chimenea? ¿Cuando los relámpagos proyectan sombras en la pared del dormitorio y la lluvia repiquetea en la ventana con sus largas uñas? Nada. Cuando el miedo y el frío hacen de ti una estatua en tu propia cama, no ansíes que la Verdad pura y dura acuda en tu auxilio. Lo que necesitas es el mullido consuelo de un relato. La protección balsámica, adormecedora, de una mentira.
Hay escritores que detestan las entrevistas. Se indignan. Las mismas preguntas de siempre, se quejan. ¿Y qué esperan? Los periodistas son meros gacetilleros. Nosotros, los escritores, escribimos de verdad. El hecho de que ellos hagan siempre las mismas preguntas no significa que tengamos que darles siempre las mismas respuestas, ¿o sí? Bien mirado, nos ganamos la vida inventando historias. Así que concedo docenas de entrevistas al año. Centenares en el transcurso de una vida, pues nunca he creído que el talento deba mantenerse guardado bajo llave, fuera de la vista, para que prospere. Mi talento no es tan frágil como para encogerse frente a los sucios dedos de los reporteros.
Durante los primeros años hacían cualquier cosa para sorprenderme. Indagaban, se presentaban con un retazo de verdad escondido en el bolsillo, lo extraían en el momento oportuno y confiaban en que yo, debido al sobresalto, hablara más de la cuenta. Así que tenía que actuar con tiento. Conducirles poco a poco en la dirección que yo quería, utilizar mi cebo para arrastrarlos suave, imperceptiblemente, hacia una historia más bella que aquella en la que tenían puesto el ojo. Una maniobra delicada. Sus ojos empezaban a brillar y disminuía la fuerza con que sujetaban el pedazo de papel, hasta que les resbalaba de las manos y quedaba ahí, tirado y abandonado en el borde del camino. Nunca fallaba. Sin duda, una buena historia deslumbra mucho más que un pedazo de verdad.
Más adelante, cuando me hice famosa, entrevistar a Vida Winter se convirtió en una suerte de rito de iniciación para los periodistas. Como ya sabían más o menos qué podían esperar, les habría decepcionado marcharse sin una historia. Un recorrido rápido por las preguntas de rigor («¿Cuál es su fuente de inspiración?», «¿Basa sus personajes en gente real?», «¿Qué hay de usted en el personaje principal?»), y cuanto más breves eran mis respuestas, más me lo agradecían. («Mi cabeza», «No», «Nada»). Luego les daba un poco de lo que estaban esperando, aquello que habían venido a buscar en realidad. Una expresión soñadora, expectante, se apoderaba de sus rostros. Como niños a la hora de acostarse. «Y ahora usted, señorita Winter —decían—, cuénteme cosas de usted».
Y yo contaba historias; historias breves y sencillas, nada del otro mundo. Unos pocos hilos entretejidos en un bonito patrón, un adorno memorable aquí, un par de lentejuelas allá. Meras migajas sacadas del fondo de mi bolsa de retales. Hay muchas más en ella, centenares. Restos de relatos y novelas, tramas que no llegué a terminar, personajes malogrados, escenarios pintorescos a los que nunca encontré una utilidad narrativa. Piezas sueltas que descartaba cuando revisaba el texto. Luego solo es cuestión de limar las orillas, rematar los cabos y ya está. Otra biografía completamente nueva.
Y se marchaban contentos. Apretando la libreta con sus manazas como niños cargados de caramelos al final de una fiesta de cumpleaños. Ya tenían algo que contar a sus nietos. Un día conocí a Vida Winter y me contó una historia.
En fin, el muchacho del Banbury Herald. Me dijo: «Señorita Winter, cuénteme la verdad». ¿Qué clase de petición es ésa? He visto a tantas personas tramar toda suerte de estratagemas para hacerme hablar que puedo reconocerlas a un kilómetro de distancia, pero ¿qué era eso? Era ridículo. ¿Qué esperaba ese muchacho?
Una buena pregunta. ¿Qué esperaba? En sus ojos había un brillo febril. Me observaba con detenimiento. Buscando. Explorando. Perseguía algo muy concreto, estaba segura. Tenía la frente húmeda de sudor. Quizá estuviera incubando algo. «Cuénteme la verdad», dijo.
Tuve una sensación extraña por dentro, como si el pasado estuviese cobrando vida. El remolino de una vida anterior revolviendo en mi estómago, generando una marea que crecía dentro de mis venas y lanzaba pequeñas olas frías para lamerme las sienes. Una agitación desagradable. «Cuénteme la verdad».
Consideré su petición. Le di vueltas en mi cabeza, sopesé las posibles consecuencias. Me inquietaba ese muchacho, con su rostro pálido y sus ojos ardientes.
«De acuerdo», dije.
Una hora más tarde se marchó. Un adiós apagado, distraído, sin una sola mirada atrás.
No le conté la verdad. ¿Cómo iba a hacerlo? Le conté una historia. Una cosita pobre, desnutrida. Sin brillo, sin lentejuelas, únicamente unos pocos retales insulsos y descoloridos toscamente hilvanados y con los bordes deshilachados. La clase de historia que parece extraída de la vida real. O, mejor dicho, de lo que la gente supone que es la vida real, lo cual es muy diferente. No es fácil para alguien de mi talento crear esa clase de historias.
Lo contemplé desde la ventana. Se alejaba por la calle arrastrando los pies, los hombros caídos, la cabeza gacha, y cada paso le suponía un esfuerzo fatigoso. Nada quedaba de su energía, de su empuje, de su brío. Yo había acabado con ellos, pero no tengo toda la culpa. Debería haber sabido que no debía creerme.
No volví a verle.
La sensación, la marea en el estómago, en las sienes, en las yemas de los dedos, me acompañó durante mucho tiempo. Subía y bajaba al recordar las palabras del muchacho. «Cuénteme la verdad». «No», decía yo una y otra vez. No. Pero la marea se negaba a aquietarse. Me aturdía; peor aún, era un peligro. Al final le propuse un trato. «Todavía no». Suspiró, se retorció, pero poco a poco se fue calmando. Tanto que prácticamente me olvidé de ella.
Hace tanto tiempo de eso. ¿Treinta años? ¿Cuarenta? Tal vez más. El tiempo pasa más deprisa de lo que creemos.
Últimamente el muchacho me ha estado rondando por la cabeza. «Cuénteme la verdad». Y estos días he vuelto a sentir ese extraño remolino interno. Algo está creciendo dentro de mí, dividiéndose y multiplicándose. Puedo notarlo en el estómago, algo redondo y duro, del tamaño de un pomelo. Me roba el aire de los pulmones y me roe la médula de los huesos. El largo letargo lo ha cambiado; de dócil y manejable ha pasado a ser peleón. Rechaza toda negociación, paraliza los debates, exige sus derechos. No acepta un no por respuesta. La verdad, repite una y otra vez, llamando al muchacho, contemplando su espalda mientras se aleja. Luego se vuelve hacia mí, me estruja las tripas, las retuerce. ¿Hicimos un trato, recuerdas?
Ha llegado el momento.
Venga el lunes. Enviaré un coche a la estación de Harrogate para que la recoja del tren que llega a las cuatro y media.


VIDA WINTER
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Sawadee
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Mensaje por Sawadee »

El cuento número trece - Diane Setterfield

Había llegado una carta a la librería para mí; mi padre la adjuntaba a la suya. Era del catedrático de derecho que me había recomendado.

Estimada señorita Lea:
No estaba al corriente de que Ivan Lea tuviera una hija, pero ahora que lo sé debo decirle que es un placer para mí conocerla y más aún poder serle de utilidad. La declaración de fallecimiento es justo lo que usted imagina: la presunción legal de la muerte de una persona cuyo paradero se desconoce desde hace un tiempo tal y en unas circunstancias tales que su muerte es la única suposición razonable. Su principal función es hacer posible que el patrimonio de una persona desaparecida pase a manos de sus herederos.
He realizado las indagaciones necesarias y localizado los documentos relacionados con el caso que a usted le interesa. Su señor Angelfield era, al parecer, un hombre dado a la reclusión y por lo visto se desconocen la fecha y las circunstancias de su desaparición. No obstante, la labor minuciosa y solidaria de un tal señor Lomax efectuada en nombre de las herederas (dos sobrinas) hizo posible que se llevaran a cabo los trámites pertinentes. La finca era de un valor considerable, aunque se vio algo mermado por un incendio que dejó la casa en un estado ruinoso. Pero todo eso podrá verlo por si misma en la copia que he hecho para usted de los documentos pertinentes.
Advertirá que el abogado firmó en nombre de una de las beneficiarías. Se trata de una práctica habitual en los casos en que el beneficiario no puede, por la razón que sea (por ejemplo una enfermedad u otro tipo de incapacidad), ocuparse de sus propios asuntos.
La firma de la otra beneficiaría atrajo especialmente mi atención. Resultaba casi ilegible, pero al final logré descifrarla. ¿He tropezado con uno de los secretos mejor guardados de hoy día? Aunque es posible que usted ya lo supiera ¿Es eso lo que despertó su interés por el caso?
¡No tema! ¡Soy un hombre sumamente discreto! ¡Dígale a su padre que me haga un buen descuento por el Justitiae Naturalis Principia y no le diré una palabra a nadie!
Su atento servidor,

WILLIAM HENRY CADWALLADR
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Un verano en el campo - Heike Wanner

Lunes, 23 de mayo de 1944
Queridísimo señor Zabel:
Muchas gracias por haberme acompañado ayer a casa. Permítame que le diga de nuevo que no me causó ningún daño con su motocicleta. Al contrario. Su compañía me resultó muy agradable y sus explicaciones sobre las mariquitas me impresionaron. ¡Le deseo mucha suerte en sus excursiones por los pantanos!
¿Sabía usted que poetas tan célebres como Brentano y Von Armin también dedicaron su tiempo a los pequeños insectos? He encontrado estos versos en uno de mis libros:

Mariquita, pósate en mi mano,

no te ocurrirá nada,

no te haré daño.

Solo quiero ver tus coloridas alas,

alas coloridas de mi dicha.


¿Verdad que es un poema precioso?
Afectuosamente,
Marie Thune

PD: Si deseara contestarme, puede dejar su carta en mi casa, en la granja Thune. Yo, por mi parte, le entregaré este escrito al párroco, que todas las mañanas pasa por la escuela.

Martes, 23 de mayo de 1944
Querida Marie:
Muchas gracias por su amable carta y por los versos. Es un alivio saber que ha salido ilesa del pequeño accidente de ayer.
A decir verdad, ya he ido dos veces a los pantanos. No obstante, el párroco me ha advertido del peligro de los lodazales y ha insistido en que lleve conmigo a un guía que conozca la zona.
¿Me permite preguntarle si querría acompañarme? Usted es la primera persona que conocí en Peterstal y aprecio mucho su compañía.
Atentamente,
Johann Zabel

Miércoles, 24 de mayo de 1944
Querido Johann:
Me siento muy honrada por su petición. Pero ¿está seguro de que no podría encontrar mejor compañía?
No sé si sabría darle conversación todo el tiempo. Soy más bien callada. Además, debo confesarle que no veo muy bien: soy miope.
Así pues, tal vez sea preferible que busque otra compañía. Suya,
Marie Thune

Miércoles, 24 de mayo de 1944
Querida Marie:
No voy a los pantanos a hablar, sino a observar escarabajos. Y aunque no fuera así, no creo que su compañía me disgustara. En cuanto a la miopía, ¿no tiene gafas? Yo mismo utilizo lentes para leer y escribir. ¡Ya tenemos algo en común!
No, no quiero otra compañía. La quiero a usted, ¡solo a usted! Saludos cordiales,
Johann

Jueves, 25 de mayo de 1944
Querido Johann:
De acuerdo, si insiste, iré con usted a los pantanos. Y llevaré mis gafas. Por las mañanas estoy en la escuela, así que no podremos salir hasta la tarde. ¿Mañana mismo? Llevaré una cesta con mosto de manzana y galletas.
Suya,
Marie

Jueves, 25 de mayo de 1944
Querida Marie:
¡Sí, mañana! Pasaré a buscarla a las tres. Espero ansioso nuestra primera tarde juntos.
Suyo,
Johann

Sábado, 27 de mayo de 1944
Querido Johann:
¡Gracias por las maravillosas horas de ayer! He aprendido muchas cosas de las mariquitas. Además, fue usted muy amable al comentar que no le molestaban mis gafas. A partir de ahora, las llevaré siempre que vayamos a los pantanos.
¡Hasta mañana!
Suya,
Marie

Sábado, 27 de mayo de 1944
Querida Marie:
Mañana me encargo yo de la merienda. ¡Deje que la sorprenda! Ardo de impaciencia por volver a verla.
Suyo,
Johann
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Sawadee
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Mensaje por Sawadee »

Un verano en el campo - Heike Wanner

Lunes, 29 de mayo de 1944
Querido Johann:
Espero que ayer encontrara el camino de regreso a casa desde los pantanos sin mi ayuda. Por favor, disculpe mi conducta descortés, pero su beso repentino no me dejó más opción que huir.
No espero disculpas por lo que pasó. Pero exijo que no vuelva a ocurrir nada semejante entre nosotros.
Asimismo, querría pedirle que en el futuro deje sus cartas –si aún desea escribirme– debajo del felpudo de la entrada al edificio de la escuela, en vez de traerlas a la granja. Mi abuela Helene es una mujer muy mayor, pero también muy cotilla, y no quiero que piense mal.
Saludos, Marie

Lunes, 29 de mayo de 1944
Querida Marie:
¿Cómo puede nadie «pensar mal» tratándose de los sentimientos que profesamos el uno por el otro? No hay nada de malo en besar a otra persona. Especialmente cuando nuestras emociones son tan profundas y puras.
No me importa lo que piensen los demás. Solo atiendo a mis sentimientos. Y en estos momentos están embriagados..., embriagados por ti. Y sé que tú sientes lo mismo. Tu beso me lo dijo.
Por eso no puedo prometerte que no vuelva a ocurrir, porque sé que volverá a pasar...
Sin embargo, respeto que tengas en consideración a otras personas. No me importa que quieras mantener en secreto nuestro amor. Los prados cubiertos de flores y los pantanos que rodean Peterstal son extensos, y el verano está a punto de despertar con toda su hermosura. ¿Puede haber mejor escenario para nuestro amor? No me dejes solo con las mariquitas, queridísima Marie. ¡Te espero!
Tuyo,
Johann

Martes, 30 de mayo de 1944
Querida Marie:

Ayer no viniste, pero mantengo la esperanza. Tuyo,
Johann

Miércoles, 31 de mayo de 1944
Queridísima Marie:
Hoy tampoco te he visto. ¿No te das cuenta de cuánto sufro? ¡Tengo que volver a verte!
Tuyo,
Johann

Jueves, 1 de junio de 1944
Querida Marie:
Si hoy no vienes, no te molestaré más, aceptaré que no me quieres. Se me romperá el corazón, pero si es eso lo que deseas, me iré de Peterstal esta misma noche. ¿Será esta misiva realmente una carta de despedida?
Tuyo siempre, Johann
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Re: Al leer libros descubro cartas

Mensaje por Sawadee »

El cuento número trece - Diane Setterfield

Querida señorita Lea:
Después de toda la ayuda que su padre me ha prestado a lo largo de los años, permítame expresarle lo mucho que me complace ser capaz, aunque en pequeña medida, de devolverle el favor a su hija.
Mis primeras indagaciones en Reino Unido no me han aportado pistas sobre el paradero de la señorita Hester Barrow después de su período como empleada de Angelfield. He encontrado algunos documentos relacionados con su vida anterior a ese período y estoy elaborando un informe que llegará a sus manos en unas semanas.
Mis indagaciones no han llegado, ni mucho menos, a su fin. Todavía no he agotado la investigación relativa al contacto italiano, y es más que probable que de esos primeros años surja algún detalle que dé un nuevo giro a mis pesquisas.
¡No desespere! Si hay alguien que puede encontrar a su institutriz ese soy yo.
Atentamente,
EMMANUEL DRAKE
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Tristana - Benito Pérez Galdós

«Allá va una noticia que no sé si es buena o mala. Me la cortan. ¡Pobrecita pierna! Pero ella tiene la culpa... ¿Para qué es mala? No sé si me alegro, porque, en verdad, la tal patita no me sirve para nada. No sé si lo siento, porque me quitan lo que fue parte de mi persona... y voy a tener sin ella cuerpo distinto del que tuve... ¿Qué piensas tú? Verdaderamente, no es cosa de apurarse por una pierna. Tú, que eres todo espíritu, o creerás así. Yo también lo creo. Y lo mismo has de quererme con un remo que con dos. Ahora pienso que habría hecho mal en dedicarme a la escena. ¡Uf!, arte poco noble, que fatiga el cuerpo y empalaga el alma. ¡La pintura!... Eso ya es otra cosa... Me dicen que no sufriré nada en la... ¿lo digo?, en la operación... ¡Ay!, hablando en plata, esto es muy triste, y yo no lo soportaré sino sabiendo que seré la misma para ti después de la carnicería... ¿Te acuerdas de aquel grillo que tuvimos, y que cantaba más y mejor después de arrancarle una de las patitas? Te conozco bien, y sé que no desmereceré nada para ti... No necesitas asegurármelo para que yo lo crea y lo afirme... Vamos, ¿a que al fin resulta que estoy alegre?... Sí, porque ya no padeceré más. Dios me alienta, me dice que saldré bien del lance, y que después tendré salud y felicidad, y podré quererte todo lo que se me antoje, y ser pintora, o mujer sabia, y filósofa por todo lo alto... No, no puedo estar contenta. Quiero encandilarme, y no me resulta... Basta por hoy. Aunque sé que me querrás siempre, dímelo para que conste. Como no puedes engañarme, ni cabe la mentira en un ser que reúne todas las formas del bien, lo que me digas será mi Evangelio... Si tú no tuvieras brazos ni piernas, yo te querría lo mismo. Con que...».
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Cape
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Re: Al leer libros descubro cartas

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La señorita Medina - Adelaida García Morales

Está usted demasiado enamorada para que no se le note, pero Nieves ama a Julio.
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