La comedia empieza genial, con un primer acto casi perfecto que me enganchó totalmente. Me sorprendió mucho la frescura de los diálogos y la presentación paulatina de los personajes, muy atractivos. Primero los dos amigos, Valentín y Proteo, con sus reflexiones encontradas sobre el amor; luego, el criado Relámpago, ingenioso y chispeante; y Julia con su criada (Raoul, es verdad, a mí también me ha recordado escenas de comedias españolas del tipo La dama boba, La verdad sospechosa o El caballero de Olmedo, con sus cartas de amor entregadas a escondidas y sus reflexiones sobre la conveniencia o no de enamorarse de alguien); y, por último, la aparición de Antonio, el padre de Proteo. Ahí están ya todos los personajes principales, que prometen mucho. Faltan Silvia (un personaje sin apenas desarrollo: solo su belleza sublime y su fidelidad a Valentín) y Lanza (un criado de lo más peculiar, que parece un anticipo del teatro del absurdo, con unos monólogos bastante extraños, quizá por estar llenos de juegos de palabras que se pierden).
Empieza a fallar pronto, cuando Proteo se traslada de Verona a Milán. Pasa, sin apenas justificación, de un amor elevadísimo y sin igual a traicionar a todo el mundo urdiendo una trama de lo más maquiavélico. Me gustó la idea de que Julia fuera a Milán vestida de hombre, pero a ese lugar común no se le saca aquí ningún provecho dramático. La lectura, de todos modos, se hace entretenida y fluida. A esta altura me seguía gustando, aunque menos. El problema realmente viene al final, donde creo que me he sentido tan engañado como Julia (o más).
Nunca en mi vida había visto un giro tan radical para conseguir un desenlace.
En apenas unas líneas (literalmente) pasamos del intento de Proteo de imponer su amor a Silvia por la fuerza (¡Te obligaré a rendirte a mis deseos!) al arrepentimiento (¡Me anonadan mi crimen y mi vergüenza! ¡Perdóname, Valentín! Si un dolor verdadero es bastante para expiar mi falta, te lo ofrezco aquí mismo.) y al perdón general. En medio de ambas citas solo hay 14 líneas: la reprimenda que le echa Valentín a su amigo. Vaya efectividad a la hora de regañar. |
Al final todo ha quedado en una obra fallida: prometía mucho, se desarrolla aceptablemente, pero el final es penoso, muy penoso. Nada digno de su autor. De todos modos, creo que la lectura ha merecido la pena. No se trata de leer obras flojas, pero, si alguna lo resulta, te queda el consuelo de pensar que sirve para darte cuenta de lo buenas que son las buenas. Y Shakespeare tiene muchas de esas. En esta me quedo solo con el acto I y poco más.