Nicolás Olivari

¿Qué es poesía? Dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... ¡eres tú!

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Agustín
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Nicolás Olivari

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Diego Arzeno, más conocido como Nicolás Olivari, nació en Buenos Aires el 8 de septiembre de 1900 y allí falleció el 22 de septiembre de 1966. Poeta, periodista y escritor. Desde muy joven abrazó la carrera periodística colaborando en "Crítica", "El Pregón", "Noticias Gráficas", "Reconquista", "La Epoca", "El Laborista", "Democracia", como crítico teatral y a veces desempeñándose como jefe de redacción. También lo hizo en revistas varias y radios.

En colaboración con los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón o solo, escribió para el teatro: "Un Auxilio en la 34", que fue la primera y estrenada en 1927 en el "Nuevo", "Amargo Exilio", "Tedio", "Irse", "La pierna de plomo", "Cumbres Borrascosas", "El regreso de Ulises", "Dan tres vueltas y luego se van", y con Roberto Valenti escribió para la radio "Hormiga Negra" y "El Morocho del Abasto", ésta última llevada al cine posteriormente.

Tradujo asimismo numerosas obras del teatro europeo.

A pesar de su labor periodística y teatral su nombradía la logró en los libros, especialmente en los que volcó su sentir poético.

El primero que dio a luz fue "La Amada Infiel", libro de versos aparecido en 1924, después fue dando a la imprenta, en verso o en prosa, "La Musa de la mala pata", "El gato escaldado", "Diez poemas sin poesías", "Los poemas rezagados", "Pas de quatre"; los cuentos: "Esta noche es nuestra", "La mosca verde", "El Almacén", "El hombre de la baraja y la puñalada", y el collar de estampas porteñas, "Mi Buenos Aires Querido", su obra póstuma.

No podía estar ausente, un poeta porteño como él, de la musa ciudadana y escribió la letra de algunos tangos: el primero se llamó "Tengo Apuro", que hizo con Enrique González Tuñón y Antonio Scatasso para ser cantado en "Un auxilio en la 34"; entre otros se destacan "Cuarenta Entradas" con música de José López Ares y el popularísimo "La Violeta" que grabó Carlos Gardel. Otros con su seudónimo los musicaron: Cobián, Visca, Di Sarli, Donato, De los Hoyos, Pecci, etc.

Respecto al último citado tango y su grabación por Gardel, dijo lo siguiente: "A pesar de mi intensa vida de periodista, nunca tuve la suerte de conocer personalmente a Carlos Gardel. La letra de «La Violeta» la escribí en un mesón antiguo de este Buenos Aires, comiendo con Cátulo Castillo, por una apuesta y nació al hilo, entre los spaghettis y el vino.

Primeramente lo grabó Maida y luego Gardel; para mí es un motivo de orgullo personal esta distinción sin igual. Fue Cátulo quien se encargó de hacerlo grabar".


Pero la verdad es esa

Me detuvo el espejo
-el helado espejo de tu cámara pobre-,
haciendo muecas para fingirme alegre...
Estoy siempre triste, pero amigo,
yo te niego
el derecho de entrar en mi tristeza...
Sufro como una bestia y esta tarde y siempre...
y vengo de mis raros paseos de extramuros
con el alma achatada como las casas,
tienen mis ojos, un pavor antiguo...
Un miedo cerval a mostrarme triste,
porque la tristeza, la vera tristeza, está degenerada...
Hay poetas que son tristes por el oficio,
y hay otros que lo son porque no son nada.
Yo tengo una tristeza sin vuelta de hoja,
una tristeza fundamental,
que ensucia las paredes de lo que se llama sentimiento
y se ensaya en el amor,
mi tristeza es una muchacha con delantal
en la tristeza definitiva del corredor
de una casa de departamentos...

El musicante rengo

Tendrá treinta años el musicante rengo,
y acaso un principio de ataxia locomotriz,
a oír sus rapsodias a este café vengo
arrastrando mi pena como a una lombriz.

La mujer es aquella, la blanca, la loca
mujer que en todos restrega
su sexo. (A cambio de coca,
la pobre se entrega)...

El hombre para olvidar bebe,
y yo bebo para olvidar;
la mujer esa debe
cocainizarse para terminar...

Entre los tres sumaremos doce lustros,
¡y estamos tan cansados ya!
tengamos un gesto de decadencia augusto:
hagamos un menage a troi...

La ronda tan linda de descamisados:
un poeta enfermizo y desconocido,
un rengo con cuerda que ha terminado,
y la mujer borrosa que de todos ha sido...

El rengo me mira la piadosa mofa,
la mujer me sonríe con un gesto opaco,
yo bostezo y me río de mi perruna estofa,
mientras azul se arrepiente el tabaco...

Insomnio

No mintamos más. Clávate en tu angustia,
no disimules tu opaco gesto,
tu tortura,
el otoño enrarecido en tu alma,
la inutilidad de tu juventud inicua,
tu criollismo sin sol...
El barrio es carne de tu carne,
y su misma absurda alma, esa, es tu alma.
No mientas más, ¿para qué?, aléjate
de los círculos literarios,
y llora, hombre, una vez en tu vida,
cuando no te ve nadie.
Ten el pudor de tu lágrima,
y tu lágrima sea
blasfemia,
caló arrabalero,
perífrasis de artista,
cualquier cosa que disimule
tu escepticismo,
tus amadas que tocan los órganos sexuales,
tus veinticinco años aburridos,
tu incapacidad de dar,
de crear, de amar, de orar...
No creas en nada y no lo digas,
muestra tu cinismo como una lápida
que te soterre en vida...
Pregusta la muerte
en tus chistes suicidas...
No salgas los domingos de tu cueva,
hazlo a la noche pegado a las paredes,
ocupando el menor sitio posible en el mundo,
para que la vida no te vea
y no te escupa.
No escuches el himno nacional,
ni menos la fácil polka del ensueño burgués,
ilumine tu pavés
-negra bandera del «qué me importa»-
un sólo verso de Baudelaire.
Todo está dicho ya.
No añadas palabras inútiles
a las de los periódicos...
Sé idiota o banal,
consérvate ausente de tu mal...
y no se lo digas a nadie, ni a tu mujer,
-ella es chismosa
y su carne infecunda
propalará tu abulia-...

Estás solo y estás en ti,
¿te ves el nauseabundo pozo de ti mismo
la carroña de tus instintos locos,
de tus quimeras tuertas
de tus siete amadas estranguladas
en la cámara oscura de tu original locura?...
Ponte tu orgullo como tu camisa
-tu plebeya camisa de zephir-,
odia mortalmente, odia a fondo,
con el odio untuoso de los malevos,
y el mismo odio de las prostitutas...
Haz el poema de tu animalidad
cuida estilizar tus podredumbres,
saca brillo a tus crímenes;
hay fiesta en la ciudad
de mis años muertos...
¡ah los gusanos tuertos
que buscan mis ojos en la oscuridad!...
Ciudadano, ciudadano,
y con veinte siglos de literatura en el pecho,
disimula... disimula...
Y ODIA, odia, ¡ah la hora del odio!
odia, odia, ¡ah! la espera del odio,
odia, odia, ¡ah! la voluptuosidad del calembourg
tendido en flecha hacia el que odias...
el epigrama... el epitafio, la sorna,
la bella calumnia infame que acogota
la sublime basura humana...
y luego tu tos...
siempre tu tos...
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