Fluflunio escribió:Es tan soso como tragar nieve, la historia no va a ningun sitio y solo se salva algun que otro parrafo en el que se describe el paisaje con ese tipico estilo Japones tan poetico.
No sé.
Para mí el hecho de que vaya o no vaya a algún sitio no supone necesariamente algo malo. No creo que
Proust o
Conrad o
Joyce o
Kafka se destaquen precisamente por lo ajetreado de sus tramas. No es novela negra o la
DragonLance, donde la acción es necesaria para el sentido de la obra.
Kawabata se mueve muy poco por fuera pero muchísimo por dentro. Y eso, si se hace bien, es magnífico. El principio de la obra ya es en sí una declaración de intenciones. Nosecuantas páginas analizando la belleza del reflejo en el cristal de la ventanilla del tren de una mujer. Reflexiones sobre el origen de la belleza y lo que el tiempo hace con ella. La vejez como una forma del desencanto. El erotismo no como una necesidad sexual sino como un motor que hace amanecer los días de los viejos. A mí todo eso me parece brillante.
Siempre se habla de que Kawabata analiza en sus libros la pérdida de las tradiciones y del antiguo Japón, pero los lectores estamos ahí para extrapolar las cosas, y este tipo es único a la hora de personalizar las pérdidas. Ese aroma melancólico es aplicable a la pérdida que cada uno quiera. Los seres humanos siempre estamos perdiendo cosas. Hay una cierta tendencia a la nostalgia, no carente de sentido del humor (o del humor negro), que nos define muy bien.
En los retratos que hace de las mujeres (teniendo en cuenta que hablamos de principios del XX), priman sensaciones sobre jerarquías. En ese sentido
Tanizaki es mucho más brusco (o abiertamente despectivo) con el papel de las mujeres en el entorno. Recuerdo que me llamó la atención lo "muebles" que eran las mujeres que aparecían en
Hay quien prefiere las ortigas (título precioso, además). Allí hay cuernos, infidelidades consentidas, huídas del hogar... pero la sensación de fondo para con la mujer es mucho menos respetuosa.
En
País de Nieve, da la impresión contraria. Ella es una geisha, casi siempre algo borracha, consentida, caprichosa... pero él (y me refiero a Kawabata, no al personaje central) parece rendirle pleitesía en cada aparición. Prepara el territorio para acogerla desde cinco páginas antes, como si pusiera música en una velada romántica, y para cuando ella llega, el lector ya está nervioso perdido como un quinceañero enamorado.
Las primeras páginas son muy valientes, al menos estructuralmente hablando. Toda la primera parte está hecha practicamente de
haikus. Aunque en la traducción eso se pierde un poco, se nota un cierto regusto por las imágenes y las frases cortas. Ese inicio es tan original y arriesgado como lo fue en su día el
Perec de
La Disparition donde secuetraba la letra e, o el
Cohen de
Bella del Señor con 47 páginas seguidas sin un solo punto y describiendo la vida de tres personajes a la vez.
Pero lo mejor de
País de Nieve es que todo esto pasa sin que te enteres mucho. Te das cuenta luego. Lo que tú notas de buenas a primeras es una historia pequeña, triste, y tal vez algo ajena a ti... eso hasta que cierras el libro y notas que se te ha quedado a vivir una congoja diminuta que insiste en no separarse de ti cuando te subes al autobús.