Venecia en el siglo XIX: el paraíso de las ciudades.J Julius

En principio incluye biografías, autoayuda, libros de viajes, arte y otros que no sean ensayos o de divulgación.

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Tasso
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Venecia en el siglo XIX: el paraíso de las ciudades.J Julius

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Tras finalizar su aclamada Historia de Venecia, John Julius Norwich decidió que ya había escrito bastante sobre la Serenissima. Pero su amor por la ciudad y el deseo de completar su historia le movieron a construir esta apasionante obra literaria que comienza con la entrada de un joven Napoleón en la república del Adriático.
Desaparecida su independencia, los dogos, el Libro de Oro, las cortesanas y el carnaval, los “bailes y máscaras que comenzaban a medianoche y se prolongaban hasta el medio día,” Norwich decide narrar el siglo XIX veneciano a través de los grandes sucesos históricos y de la mirada de aquellos célebres viajeros y residentes que, aunque no hicieron de la ciudad su hogar, se implicaron de tal modo con ella que sus nombres quedarán para siempre ligados a la misma en la memoria de las generaciones venideras.
La magistral pluma de sir John nos describe la ocupación austriaca y posterior revolución en su contra, así como la relación que con la ciudad tuvieron lord Byron, John Ruskin, Henry James, Richard Wagner y otros muchos personajes para los que este paraíso de las ciudades supuso una inspiración y, al igual que para John Julius Norwich, un elemento indispensable de sus vidas.
La presente edición incluye un prologo de los traductores, Andrés Arenas y Enrique Girón, donde, a modo de “aperitivo”, ofrecen una muy completa semblanza de los artistas y viajeros españoles que visitaron la ciudad y sus impresiones de la misma, y que abarca desde Pero Tafur, que lo hizo en el siglo XV, hasta Pere Gimferrer en el siglo XIX, pasando por Mariano Fortuny y Madrazo que vivió y trabajó en ella, durante gran parte de su vida, esa misma época.

Nº Páginas: 399 páginas
Medidas: 16x24 cm.
Cubierta: Tapa dura con sobrecubierta
ISBN: 978-84-936685-2-5
P.V.P: 28.00 €
Venecia: memoria y deseo
María Dolores Jiménez-Blanco
PROFESORA DE HISTORIA DEL ARTE EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
nº 159 · marzo 2010
John Julius Norwich

John Julius Norwich, autor de la conocida A History of Venice (Nueva York, Knopf, 1982; trad. de Gian Castelli, Granada, Almed, 2003), así como de una importante serie de libros sobre Bizancio, es una autoridad en la historia de la Serenísima y de su relación con el resto del Mediterráneo. Pero, puesto que la decadente Venecia del si¬glo XIX es esencialmente diferente de la de épocas anteriores, El paraíso de las ciudades. Venecia en el siglo XIX tiene un carácter también distinto al resto de sus publicaciones relacionadas con la ciudad adriática.
Desde la entrada del joven Napoleón en la ciudad en 1797, hasta integrarse, en 1866, en la recién unificada República Italiana, Venecia conoció el humillante final de su brillante historia. El declive político y económico, sin embargo, no hizo sino acrecentar el mito de su decadencia, convirtiéndola en un lugar otro, definitivamente fuera del mundo y de la historia. Un lugar al que, de un modo u otro, quedaron vinculados muchos de los nombres más atractivos de la cultura europea y americana del siglo XIX.
Liberado de las exigencias del relato histórico canónico, precisamente por hablar de un período en el que Venecia había quedado fuera de la historia, Norwich abandona aquí los rigores de la secuencia cronológica o la necesidad de la continua enumeración de datos. A cambio, propone mirar Venecia a través de los ojos de otros, de extranjeros que acudieron a una ciudad aún llena de misterio y atractivo.
Toda selección implica necesariamente exclusiones, y ésta no es una excepción. El lector es libre de pensar que los nombres de Turner, Proust, Isabella Stewart Gardner o Mark Twain podrían muy bien haber encabezado interesantes capítulos de un libro como éste. Pero no tiene mucho sentido lamentar los caminos que el autor decidió no transitar, por atractivos que pudiesen haber sido. Como el autor advierte desde el prólogo, en ningún momento trató de hacer un inventario exhaustivo: más bien se propuso ofrecer un ramillete de apuntes biográficos conectados, cada uno a su manera, a la vida de la ciudad. Con elegante y documentada prosa, así como con refinado sentido del humor, lo consigue con creces. Podría decirse que, precisamente, el principal atractivo de este libro reside en su forma de mostrar, a través de la elección de determinados personajes y en el tratamiento que se da a cada uno de ellos, las afinidades e intereses intelectuales del autor. Después de comenzar por la corta y devastadora visita a la ciudad del joven Napoleón, que marca el tono y el escenario sobre el que después se desarrolla todo el libro, Norwich prosigue con capítulos dedicados a lord Byron, para el que la ciudad es, sobre todo, escenario de aventuras amorosas, y, por supuesto, a John Ruskin, el esteta victoriano por excelencia, cuyo libro Stones of Venice marcó definitivamente la visión de la ciudad, y no sólo para el público anglosajón, convirtiendo a su inexorable decadencia física en metáfora de la amenazada continuidad de la civilización cristiana europea.
La selección de Norwich tenía que pasar obligatoriamente por Henry James, cuyo inteligente relato The Aspern Papers retrata mejor que ningún otro la vida de la afortunada colonia internacional en la ciudad lagunar. Y a él debemos esta cita: «Parece un hecho cierto que un gran número de personajes interesantes, atractivos, melancólicos, ilustres y excéntricos, en algún momento dado de sus vidas se han sentido atraídos por Venecia gracias a una feliz intuición, estableciéndose allí y conociéndola y apreciándola como una especie de remanso de paz; que, vistos con la perspectiva de hoy, aparecen mezclados con su entorno formando parte de su historia no escrita. El destronado, el derrotado, el desencantado, el herido, o incluso el aburrido, parece haber encontrado aquí algo que no ha podido encontrar en ningún otro lugar».
Tampoco podían faltar dos nombres clave de la pintura anglosajona del siglo XIX íntimamente ligados a Venecia, aunque de concepto estético en las antípodas del moralismo medievalista de Ruskin: Whistler y Sargent. No en vano, el primero se enfrento a Ruskin en un sonado juicio, del que tambien se habla en este libro. Wagner, inicialmente reacio a los encantos de la ciudad, figura también entre los escogidos por Norwich, puesto que, «a pesar de que no está claro que Venecia inspirara el segundo acto de Tristán e Isolda, la ciudad de los canales siempre fue importante para él». Tanto, podríamos decir, que fue allí donde murió. Por su parte, Frederick Rolfe, el oscuro e inquietante «barón Corvo», protagoniza el último de los capítulos. Entre todos estos nombres, de sobra conocidos para el público español, Norwich introduce otros menos obvios –incluso para el lector anglosajón, al que originalmente se dirigía este libro–, como Rawdon y Horatio Brown, representantes de la colonia británica en Venecia durante casi un siglo, o Henry Layard, estudioso de la cultura mesopotámica, así como algunos otros personajes foráneos que hicieron de sus salones un imprescindible punto de encuentro para todos los mencionados.
Pensando en el público español, resulta muy pertinente el prólogo firmado por los traductores, Andrés Arenas y Enrique Girón, en el que se hace un minucioso recuento de las personalidades españolas vinculadas a la ciudad, desde el llamado Fortuny de Venecia hasta Ramón Gómez de la Serna, que prologó, a su vez, la version española del mencionado libro de Ruskin (Las piedras de Venecia, Valencia, Sempere, 1913).
No se trata, pues, de un análisis del mito de Venecia o de su influencia en la cultura moderna en un sentido teórico. Por el contrario, el gran acierto de Norwich es recurrir al género de las biografías, que hace que tanto la ciudad –unas veces insustituible telón de fondo, otras casi protagonista– como las peripecias de los efigiados cobren literalmente vida. De este modo consigue evocar lo que Venecia fue entonces para aquellos personajes, y lo que sigue siendo, a pesar de las masas, para cualquier visitante en la actualidad: memoria y deseo.
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Re: Venecia en el siglo XIX: el paraíso de las ciudades.J Ju

Mensaje por Tasso »

Bueno, ya está leído. Muy recomendable.

Claro que la protagonista no es exactamente Venecia. De hecho ésta sólo aparece como fondo de las vivencias de los personajes que retrata, ya que es un repaso de las vidas venecianas de un puñado de personajes relevantes de la europa del diecinueve; principalmente anglosajones, claro.

Por una parte es una pena, pero por otra se agradece aprender algo sobre personajes tan relevantes para la ciudad y la imagen que se forjó de ella, como Rawdon Brown o John Ruskin. Estas biografías caen a veces en el cotilleo, en la anécdota o -como en el caso del Barón Corvo- en un pintoresquismo un poco gratuito, pero siempre resulta divertido.

De todas formas lo mejor es el estilo. Puede que no sea la obra de un historiador, pero desde luego Norwich es un escritor excepcional. Me quedo con un pasaje en que desribe la visita que hizo Henry James a Venecia con motivo del suicidio de una querida amiga. Lo copio a continuación, porque es digno de una novela del propio James. Sobre todo la inolvidable imagen de las ropas flotando en la laguna:

“En ninguna de las dos cartas alega un motivo convincente, salvo el de su propio estado de ánimo, para cancelar un viaje que indiscutiblemente hubiera realizado, si como él creía, la señorita Woolson hubiese muerto de causa natural; y parece probable que, aparte del horror que cuaquiera puede sentir al enterarse del suicido de un amigo, existiera también un sentimiento de culpabilidad. Ella le había querido y él lo sabía. Tal vez había sido el único hombre en su vida por el que había sentido algo importante. Le había escrito innumerables y extensas cartas –de cinco a siete mil palabras, a veces incluso más- pero nunca le había exigido nada; y él, por su parte, había hecho poco por verla, o por aliviar la terrible soledad de su vida: una soledad que se hacía más insoportable por el hecho de que, en los últimos años, ella se había vuelto prácticamente sorda. Si James le hubiera escrito más a menudo, o si hubiera ido a Venecia alguna vez durante los últimos siete terribles meses de su vida, puede que siguiera viva. No obstante no hizo nada, por lo que la sospecha de que podría ser en parte responsable de su muerte debió pesar mucho sobre su conciencia.
Había también otro motivo de preocupación para James: la señorita Woolson tenía costumbre de guardarlo todo. Había vivido siempre rodeada de cajas y baúles repletos de cartas, documentos, manuscritos, cuadernos, libros de todo tipo y diarios. ¿Cuántas cartas suyas habría allí? ¿Qué secretos, qué confidencias podrían contener dichas cartas? Poco después de la tragedia había escritor a su amiga Margaret Brooke, princesa de Sarawak, confesándole que había tenido una relación “muy íntima” con la fallecida; y aunque nada nos hace pensar que dicha relación tan estrecha tuviera un componente sexual, es posible que hubiera compartido con ella confidencias e incluso confesiones, algunas de las cuales él –una de las personas más celosas de su intimidada- no quería ni imaginar que saliesen a la luz pública. Tal vez esos pensamientos rondaban por su cabeza cuando le escribió a la señora Benedict, proponiéndolo reunirse con ella cuando viniera a Italia y que le ayudara a ordenar las cosas de su hermana. El escritor sabía que ella agradecería su ayuda, sobre todo porque no hablaba italiano; James a su vez, podría liberar parte de la obligación que sentía, y además estaría en disposición de revisar los papeles de su amiga llevándose aquellos que fueran de naturaleza comprometedora.
Al enterarse que ella había aceptado su ofrecimiento, escribió inmediatamente a la señora Bronson, informándole que su presencia en Venecia desde primeros de abril era “absolutamente necesaria”. Puesto que no se trataba de un viaje de placer prefirió no alojarse en su casa, rogándole en cambio que le reservara –si fuera posible- las mismas habitaciones de Casa Biondetti que la señorita Woolson había ocupado antes de trasladarse al Semitecolo. Así se hizo, y el 29 de marzo se encontraba en el embarcadero del puerto de Génova para reunirse con la señora Benedict, que iba acompañada por su hija Claire. Ambas partieron inmediatamente hacia Roma para visitar la tumba, sin embargo James se dirigió directamente a Venecia para llevar a cabo todos los preparativos necesarios. Regresaron un día o dos más tarde, y a la mañana siguiente de su llegada se quitaron los precintos de las puertas y las ventanas del apartamento, permitiendo así que entrara, por primera vez después de dos meses, la intensa luz del sol.
Los tres trabajaron durante cinco semanas. Hubo que esperar hasta principios de mayo para que fueran enviadas a Estados Unidos las veintisiete cajas que contenían los objetos personales de la señorita Woolson. Esto fue para todos, como le confesará James a su hermano “una tarea devastadora, verdaderamente dura”. Años más tarde contaría la macabra historia del día en que él mismo se dirigió en barca hasta lo más alejado de la Laguna, y allí –por expreso deseo de la señorita Woolson- arrojó al agua todo su guardarropa. Pese a todos sus esfuerzos, sin embargo, no conseguía que las prendas se hundieran; cada vez que las intentaba sumergir aparecían en la superficie, “como enormes globos negros”. Seguían flotando cuando, profundamente afligido y realmente avergonzado, ordenó al gondolero que regresara a Venecia.”

Venecia en el siglo XIX: el paraíso de las ciudades
James Julius Norwich
pp. 176-177
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