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Seis regulares e isofónicas campanadas llenaron el ambiente de manera abrupta e irrevocable, la hora había llegado y ya no había nada más a que aferrarse para evitar lo que a todas luces sería inevitable. Se acomodó en el viejo sillón esquivando las imperfectas e incómodas irregularidades de su abullonada superficie mientras tembloroso, miraba fijamente como se perdía el día a través de la ventana de lo que, en el último tiempo, se había acostumbrado a llamar hogar.
Afuera, el ocaso parecía avanzar de manera acelerada y, a su juicio, en maliciosa complicidad con la oscuridad, se mofaban silentes de aquellos últimos rayos de luz que temerosos se apresuraban a desaparecer.
- ¡Cada vez tarda menos en oscurecer! –pensó mal resignado-. La hora de encender luces había llegado, sin embargo, estas habían dejado de funcionar hacía ya meses, desde aquel oscuro incidente en la planta de energía cuyo recuerdo no hacía más que crisparle los nervios.
La oscuridad, como era de esperarse, abrazó plena al vecindario, asfixiando toda luz, toda esperanza, despertando sin vacilación aquel antiguo instinto responsable de la subsistencia de la especie, el cual hacía no mucho, dormía incauto e insensato acolchado por la seguridad y comodidad de la vida moderna. Tiempo… demasiado tiempo, tiempo para meditar, para evaluar su triste y solitaria existencia ¿Cómo era posible? Sí es verdad, no era muy bien parecido, tampoco muy exitoso ni adinerado, sin embargo ¿llegar a esa edad sin haber conocido a una mujer? Es decir, sin conocer de verdad…
Un ruido en el jardín, muy próximo a su puerta principal reactivó su vigilia y sin pensarlo dos veces se levantó sigiloso y acercó su oído a la puerta; nada en particular, solo un mínimo crujido ocasionado por sus pisadas. Giró y desbalanceó su peso para volver al sillón cuando un segundo e idéntico ruido vino a confirmar que no se trataba de su imaginación, algo se movía en su antejardín. Reunió coraje y diminuto como era, se empinó y puso un ojo en la mirilla de la puerta...
Nada en su previa, regular y rutinaria existencia le había preparado para absorber, amortiguar, procesar y analizar lo que vió;
A contra luz, tenuemente dibujado por los reflejos de la lejana luna, allá en la esquina del cielo, un esbelto y curvilíneo cuerpo de mujer caminaba hacia su puerta de manera lenta pero decisiva. Perdió el equilibrio y con el momentáneamente también el eje de visión, pero se aferró como pudo y recuperó la altura de la mirilla mientras aquella aparición coquetamente balanceaba sus brazos en aquel hipnótico andar mientras lo que parecía ser un Bikini semi desgarrado le cubría escasamente su sensual anatomía ocasionando que el ambiente, al igual que su mente, pareciera doblarse y distorsionarse expectante, esperando aquel próximo paso.
Se detuvo frente a la puerta y estrelló suavemente sus nudillos contra ella mientras se arreglaba el cabello con un rápido movimiento de cuello.
Cayó presa del pánico y no pudiendo mantenerse por más tiempo empinado, se sentó muy lentamente de espaldas a la puerta sin saber que hacer.
- ¿Hay alguien en casa? –Preguntó una voz que hacía perfecto juego con el Bikini.
Las opciones eran pocas, o abría o no lo hacía... hacía ya dos meses y medio que había perdido contacto con el mundo exterior, desde la última vez que había conseguido captar noticias en la radio, las que en esa oportunidad, confirmaron que todo el pueblo estaba infectado y que ya no quedaban muchos sin la afección.
- Me pareció ver movimiento en el interior, hace unos minutos, justo antes de que oscureciera, ¡por favor...! si hay alguien allí, necesito entrar, afuera no es seguro y ya ha oscurecido. ¬–Insistió la fabulosa y semidesnuda figura al otro lado de la puerta.
¿Se trataría de uno de ellos? ¿Cómo podría confirmarlo? La verdad no había manera alguna de estar seguro, no obstante, si no lo fuera... si no lo fuera... se quedarían aislados pero se harían compañía, estaría con ella hasta el fin de los días o hasta que urdieran un plan de escape adecuado, no sonaba nada mal, además, de seguro que si se trataba de uno de ellos el manojo de ajos y la cruz colgando de su cuello le protegerían el tiempo suficiente como para escapar. Últimamente se había sentido tan solo... no pudo más y sin estar del todo convencido, carraspeó un par de veces sólo para arrepentirse de inmediato y sin poder evitaro estrenar una complicada mueca combinaba que incluía el cubrirse la boca con una mano mientras simultáneamente se cogía la frente con la otra. Un inestable estado de pánico súbito le golpeó y petrificó sin piedad.
- ¡Por favor... no creo que pueda sobrevivir un día más sin algo de protección! –Rogó ella nerviosamente luego de escuchar el carraspeo.
- ¿Cómo se que no eres uno de ellos? –preguntó mientras se reincorporaba para mirarle nuevamente por la mezquina y limitante mirilla.
- He estado deambulando por el pueblo hace ya días, escondiéndome de noche y buscando algún sobreviviente bajo el sol, llevo ya un tiempo sin comer ni beber, por favor, debe abrirme, es mi última y única esperanza, si no lo hace seré cazada y transformada al igual que todos los demás - una pequeña pausa-, quizás seamos los únicos que quedemos...
La razón y su acostumbrado buen juicio le decían que no abriera, pero todos lo demás sentidos boicoteaban y nublaban la lógica, un rápido análisis a su futuro inmediato le terminó de convencer, no pasaría solo sus últimos días, su vida ya le había colmado de soledad y ahora, en estas extrañas, improbables y curiosas circunstancias, una hermosa mujer pedía con ruegos su protección y su compañía y, no se la negaría... no importaba si esto se trataba de una excepción de las leyes de la probabilidad, un cataclismo quántico o el verdadero fin del Universo, por una vez en su vida debía arriesgarse, debía conocerla, protegerla y quien sabe... quizás hasta... no, no... ni un cataclismo quántico podría llegar tan lejos... ¿O si lo haría...? Era tan hermosa… tan…
Abrió expectante la puerta y… allí estaba... vestida con aquel provocativo Bikini que ahora pudo observar sin interferencias, de pie frente a él, perfecta, sensual, atractiva, deseosa...
¿Deseosa...? Pero... ¡Pero si ha caminado desesperanzada y semidesnuda sin comida ni bebida durante días...! ¿Cómo ha de estar deseosa...?
Una ardiente mirada seguida de una reveladora sonrisa le terminaron de explicar lo que ocurría... un resplandeciente juego de colmillos asomaron arriba y abajo y sin darle tiempo de agitar sus ajos, le penetraron el cuello profunda y velozmente...
Unas horas más tarde despertó adolorido y mientras se incorporaba, lentamente giró y al mirar en dirección al sillón, pudo observar que sobre éste la aún semidesnuda y atractiva vampiresa dormitaba plácida y satisfecha. Algo confundido y sin tener completa certeza de lo ocurrido se tendió a su lado y suavemente preguntó–:
- ¿ Realmente ha ocurrido o acaso ha sido un sueño?
- ¿A qué te refieres...? –Contrapreguntó ella sin abrir completamente los ojos.
- Me refiero a lo ocurrido recientemente, tú al otro lado de la puerta pidiendo protección, y yo, a este lado jugando con el destino y mis emociones, haciendo caso omiso de la razón y abriéndola para tan solo terminar siendo atacado y transformado en quizás que funesta anomalía.
- Bien, esa es una manera de verlo...
- ¿Es que hay otra?
- A mi entender, estabas encerrado en esta casa, ocultándote de la noche y tan solo esperando a la muerte. Con tus víveres cercanos a acabarse y sin tener la posibilidad cierta de abandonar el pueblo sin que te alcanzara la oscuridad antes de lograrlo. Para mí eras tú el que pedía ayuda a gritos al otro lado de la puerta ¿No lo ves? Es simple en verdad, además...
- ¿Además...?
- Además... ¿Quién ha dicho que sólo de sangre vive una vampiresa...? – se le acercó lentamente y al tiempo que terminaba de abrir los ojos comenzó, tímidamente al principio, a hurgar entre sus partes íntimas. Su sólida emoción se hizo notar de inmediato ocasionando que su interlocutora diera rienda suelta a una faceta que, al menos él, no sabía que existiese entre vampiros. La noche bien podía ya ser eterna y el regocijo exaltado hasta lo más, ya que aquella noche, luego de años de desaliento en soledad, incluso aquel pequeño y maltrecho mortal, conoció el amor de la manera más extraña e inimaginable posible, dejando en pasmante evidencia que, el infierno de algunos, fácilmente puede ser el paraíso de otros...
Emisario
El cierre le da un toque de humor simpático a la historia.
