Blog
Entrevistas
Revista
Fotos
Siento tu cuerpo caliente,
que tantas veces sentí ya,
mientras yaces a mi lado
y comprendo lo idiota que es
intentar conocerte,
pues no hay nada
que conocer.
Intentos inútiles de atrapar
lo que no tiene forma
—abstracción errónea.
Poso mi mirada en tu cara,
que tanta veces miré ya,
y me parece nueva
—y lo es
y me enamoro de ella otra vez—,
la cara que yo conozco
es de otra,
una que ya pasó
y se perdió
en el flujo del tiempo.
Escucho tu voz atentamente,
que tantas veces escuché ya,
y no la reconozco.
No se que dirás,
todos los patrones que memoricé
no me sirven para nada,
si siempre pertenecen
a personas que me abandonan
cada noche, a personas
que ya no eres.
Palpo las extensiones de tu cuerpo,
que tantas veces palpé ya,
y acomodo tu pelo tras tus orejas
siempre nuevas.
Si contigo no hay segundas veces,
es el descubrimiento continuo...
el desconocimiento perpetuo,
tendencia expansiva de una nebulosa
que aleja nuestras órbitas
cada día un poco más.
Por eso ya no trato de encontrarte,
ya no me mareo
cuando, al levantarte, te miro
y me eres desconocida,
ya no me tiemblan las piernas
y me derrumbo,
cuando cada mañana,
toda mi experiencia
se muestra estéril,
de nuevo.
Por eso, ya no trato de conocerte:
he aprendido
a base de estar equivocado,
de encontrar nuevos matices
en un cuerpo que pensé tener memorizado
de tanto recorrer.
Pues, ¿qué queda de aquella que conocí?
Apenas el nombre,
y de un tiempo hacia aquí
incluso éste lo acortaste.
No puedo sino recordar
aquella fría mañana
frente al muro de Berlín:
<<Aquél que quiere que las cosas
permanezcan como están,
no quiere que permanezcan
en absoluto.>>
Y yo,
quiero que permanezcas,
mucho.
