
De todos los asistentes a la terapia, la persona que más odio llevaba dentro era sin duda Lía. No pudo disimularlo en su presentación: exigía justicia y no pararía hasta lograrla. No era esa la declaración de una persona que quiere superar su fobia, sus problemas o sus frustraciones. Raquelina y Tito reconocieron sus manías y su odio y rabia, cómo su carácter había cambiado por sus circunstancias, pero deseaban que aquello cambiara. Gisso sólo quería vivir la vida y salir del paso. Lifen intentaba superar su antropofobia, y la pobre Iréz necesitaba paz interior para superar sus heridas físicas y emocionales a causa de ese accidente.
Pero Lía no deseaba superar su conflicto. Ella tenía un solo objetivo, y si se encontraba participando de aquella terapia, era como excusa para estar cerca de la asesina de su hija: sí, se trataba de Iréz.
Su joven hijo Federico murió en accidente de tráfico, cuando el coche de Iréz invadió el carril contrario causando la muerte en el acto del hijo de Lía; Lía acompañaba a su hijo en el asiento derecho y salió ilesa, sólo contusionada. Era su único hijo y lo vio morir en sus brazos; la razón de su vida; el motivo por el que se levantaba cada día…yacía allí, inerte ante ella.
Dejó su trabajo y juró venganza. El hecho de que Iréz fuera borracha y drogada el día del accidente no fue tan determinante como el hecho de que en el hospital, hicieran desaparecer cualquier prueba que delatara que Iréz, jefa de urgencias de dicho hospital, había dado un positivo en la prueba de alcoholemia y estupefacientes como la catedral de Burgos. Lía fue testigo de cómo el corporativismo médico cerraba filas en torno a uno de los suyos. En ese momento sonó un “click” en su cerebro: era su misión castigar al culpable.
Se dedicó a vigilar de cerca a Iréz, que había quedado bastante malherida del accidente. “Bien que se lo merece la muuuuy…” pero ese sentimiento no era suficiente. Iréz sufría, sí. Pero Federico ni sentía ni padecía…La siguió, la estudió, vivió su recuperación y sus terribles secuelas; sabía de sus traumas psicológicos pero nada de esto le enternecía o le servía de consuelo o natural justicia. Así que, cuando Iréz decidió buscar una terapia alternativa, Lía vio su oportunidad: No permitiría que encima dejara de sufrir para conseguir el Nirvana o lo que fuera aquello. ¡Hasta ahí podíamos llegar!”.
Así que participó en la terapia, fingió paz, armonía y un karma limpio y sereno…pero era sólo en la superficie. El caso es que no encontraba la ocasión de enfrentarse a ella a solas. Tooodo se hacía en grupo, sieeempre juntos, sieeempre hablando, ¡no había intimidad para una justiciera sedienta de venganza!. Y lo peor era que ¡se estaba ablandando! Después de ver a Raquelina y Tito despojándose de sus odios y fobias y mirándose de forma especial…después de ver la ternura con la que Sinkim miraba a Inmax, después de ver cómo Lifen conseguía hablar a todos manteniendo la mirada y sin tartamudear…¡narices, si hasta el niño de papá de Gisso había mostrado su corazoncito! Tenía uno que ser de piedra para no enternecerse…Hasta que Iréz intervino sacándola de su momentánea ensoñación: “he encontrado paz en medio del dolor, y he conseguido estar una semana sin recordar el accidente en mi cabeza…creo...creo que la felicidad es posible para mí todavía…”
Aquello era demasiado para Lía.
Esa noche, durante la última cena en el centro, Lía culminaría su venganza…Hizo todo lo posible por sentarse al lado de Iréz. En una mesa bajita y redonda rodeada de diez pufs, en un ambiente zen y armonioso, con velitas y barritas de incienso quemándose en toda la estancia, se encontraban los tres maestros budistas, los seis pacientes y la antropóloga Addy. Presidía la mesa, un precioso centro a base de piedras zen sobrepuestas y coronado por una pequeña estatua de bronce que representaba a un buda risueño y regordete. La cena fue muy distendida…todos reían relajados y cómplices. Todos menos Lía que hervía por dentro…
En ese momento empezaron a sentirse los truenos…se avecinaba una tormenta mientras se atormentaba una vecina, Líaaa...
Pero nadie se percataba, dada la paz que reinaba en el interior. Hasta que un apagón dejó todo a oscuras al tiempo que una ventana se abría con violencia dejando entrar la ventisca de fuera y apagando todas las velas a una vez.
Todos reían, murmuraban y se movían, haciendo chascarrillos sobre el suceso: sólo Lía permanecía como un león al acecho. En décimas de segundo comprendió: volvió a oír el “click” en su cerebro, esta vez más fuerte: había llegado el momento y sabía qué hacer y cómo hacerlo. Sin pensarlo dos veces, agarró la estatua de buda, se giró hacia Iréz , la agarró por el hombro y le golpeó con fuerza en la cabeza al tiempo que el cielo hacía su estrépito con un sonoro y terrible trueno.
En seguida volvió la luz…y Lía pudo comprobar cómo Iréz le miraba a la cara sonriendo, perfectamente intacta…¿cómo era posible? Giró su cabeza hacia el lugar donde Iréz debía estar y allí vio a Addy, tumbada en un charco de sangre que manaba abundante de su destrozado cráneo.
Moraleja: la venganza y la oscuridad ciegan el juicio y los sentidos en un peligroso cóctel…
ASESINA: LÍA
ARMA: ESTATUA DE BUDA
MOTIVO: EQUIVOCACIÓN MORTAL