Aquella noche en la fiesta, Lía estaba de un humor de perros, aunque fina y encantadora con el público, como siempre.
Durante el día había estado demostrando ante los huéspedes lo buenísima esquiadora que era y lo bien que le sentaban las mallas de esquí. Todos quedaban deslumbrados con su resplandeciente sonrisa y su natural encanto. Esta agotadora labor de relaciones públicas era lo que había llevado al hotel a properar poco a poco, y un poco de lucimiento personal siempre venía bien en la última mañana de esquí antes de la despedida. De esta forma conseguía dejar a los clientes con ganas de volver o de recomendar el hotel a sus amigos.
Un cierto nervosismo premonitorio la hizo dudar antes de encarar la última pista negra, que conocía como la palma de su mano. A pesar de su dificultad extrema, se permitió el lujo de escuchar los vítores arrobados de sus clientes ante sus fintas y requiebros por la pista durante su descenso. Los tenía a todos en la palma de su mano. De improviso, a tres cuartos de pista, tuvo un accidente que la hizo perder el equilibrio y caer, lo que hizo que se rompiese una pierna. Nada grave, por fortuna, pero hubo que escayolarla, lo que supondría un largo reposo en plena temporada alta.
Eso permitió a la pérfida Iréz tenerla inmovilizada la noche de la despedida. Iréz sabía que el futuro de su hijo estaba más o menos asegurado, pero quería más. Quería eliminar a esa maldita medio hermana suya, Lía, que era la favorita de clientes, de sus padres y de todo el mundo desde que eran niñas. Lo que más reconcomía a Iréz es que Lía fuese tan buena y encantadora, aunque modesta. Nunca gruñía ni era una cascarrabias de mucho cuidado.
Con su natural dedicación y detallismo con los clientes, Lía decidió abrir aquella noche una de sus mejores botellas de champán para culminar la noche. "Jejeje, que mala soy"- pensó Iréz -"Ahora, cuando vaya a la cocina, estará absolutamente indefensa".
Y en efecto, cuando Lía estaba apañándoselas como podía para abrir la nevera, Iréz se acercó sibilina por detrás de Lía y le arreó un sartenazo en la cabeza que la dejó inconsciente, o muerta, con la testuz apoyada en el interior del congelador y numerosos cortes en todo el cuerpo al caer sobre los cristales de la botella rota.
La autopsia reveló que había muerto por congelamiento cerebral.
Asesino: Iréz
Motivo: Por buena
Arma: Sartén
A ver si al menos me caen diez puntitos por hipótesis laudatoria pero imparcial.  |