Leído el primer capítulo de la parte de
Amar,
Comprender, tomar y destruir. A medida que avanzaba me iba poniendo los pelos más de punta, se cuenta cada barbaridad que...
Nuevamente parte de una pregunta:
El deseo de enriquecerse a expensas del otro, ¿no debería llevar a querer preservar a ese otro, fuente potencial de riquezas? Esta pregunta podría responderse afirmativamente si hubiera un desprecio por ese otro, pero en las cartas y crónicas de los españoles, estos no dejan de asombrarse de esa civilización, de sus tecnologías y sus artes. Lo que propone Todorov como respuesta está en relación con la categoría de sujeto: y es que los españoles no los reconocen como tales. Para ellos son sólo animales hábiles, capaces de forjar metales y construir torres, pero nunca son sujetos de pleno derecho; y esta visión habilitaría la explotación.
Todorov analiza la cuestión de forma cualitativa y cuantitativa. Los números que da ponen los pelos de punta. Las estadísticas (que no dice cómo se realizaron, ni en base a qué información, pero da por sentado que se puede tomar por bastante cierta), hablan de una población de
80.000.000 de aborígenes antes de la llegada de los españoles. Para el año 1600, el número bajó a sólo
10.000.000. Un número más impresionante que el que se podría haber concebido, nunca hubiera imaginado un genocidio semejante.
Sin embargo (y en esto se contradice un poco con lo que va a decir más adelante), los españoles no procedieron a un exterminio directo: hay tres formas principales en la disminución de la población, y entre la cantidad de muertos y la responsabilidad de los españoles hay una relación inversamente proporcional:
1. Por homicidio directo. Número elevado, pero baja proporción del total. Responsabilidad directa.
2. Como consecuencia de malos tratos. Número más elevado. Responsabilidad (apenas) menos directa.
3. Por enfermedades, debido al "choque microbiano". Mayor parte de la población. Responsabilidad difusa e indirecta.
Los malos tratos se daban fundamentalmente en las Minas, pero también fuera de ellas. El promedio de vida de un minero es de 25 años. El trabajo excesivo impedía las cosechas (amén de que los españoles quemaban cada campo sembrado que encontraban), lo que provocaba hambrunas. Otros trabajaban en la construcción de la ciudad de México: sus horarios también eran inhumanos, pero lo que gue todavía peor es que debían llevarse su propia comida y llevar los materiales para la construcción. Los que no trabajaban en las minas o en la construcción, debían pagar impuestos tan altos que se veían obligados a vender a sus hijos como esclavos o a venderse a sí mismos para sustraerse de pagarlos. Pueblos enteros fueron esclavizados de esta manera. Todo esto a la par que obviamente disminuye increíblemente la tasa de natalidad.
En un informe de 1516 escribió:Yendo ciertos cristianos, vieron una india que tenía un niño en los brazos, que criaba, e porque un perro que ellos llevaban consigo había hambre, tomaron el niño vivo de los brazos de la madre, echáronlo al perro, e así lo despedazó en presencia de su madre.
Alonso de Zorita, hacia 1570 escribió:Oidor ha habido que públicamente en estrados dijo a voces, que cuando faltase agua para regar las heredades de los españoles se habían de regar con sangre de indios.
¿Cuáles son las motivaciones inmediatas que llevan a los españoles a adoptar esa actitud? Sin duda el motivo más directo es hacerse ricos lo más rápidamente posible, a cualquier precio,
cualquiera. No importa si el otro muere, en seguida es reemplazado y a trabajar hasta morir. El deseo de hacerse rico no es nuevo, y la pasión por el oro no tiene nada de específicamente moderno. Pero lo que sí es más bien moderno es la subordinación de todos los demás valores a éste.
Sin embargo, este deseo no explica la crueldad de las formas que adoptó este genocidio, no explica las desmembraciones, ni violar y matar a las mujeres delante de sus hijos, ni de la muerte innecesaria. Todo ocurre como si los españoles encontraran un placer intrínseco en la crueldad, en el hecho de ejercer su poder sobre el otro, en la demostración de su capacidad de dar la muerte.