He escaneado sólo la historia de Krishna porque son bastante extensas, pero también se cuentan las historias de Mitra, Zaratustra y Buda; y juraría que alguno más hay.
Gárgoris y Habidis escribió:Krishna, avatar de Vishnú y padre del hinduismo tal como hoy lo entendemos, obró en la Península del Indostán sucesos muy parecidos a los que Cristo desencadenaría luego en tierras del Sinaí: reformar con sacro respeto una antigua religión, expulsar del templo a los sacerdotes, instruir a un grupo de adeptos y volar las bocanas cegadas del misticismo. Ambos personajes llevan por nombre un mantra bisílabo (correspondiente al segundo estadio de la iniciación yoga) que empieza con la misma raíz. Sus respectivas leyendas hagiográficas parecen forjadas en un troquel común y anterior.
La historia de Krishna comienza en Mathura, la ciudad de las cien puertas, los doce palacios y las diez pagodas. El rey Kansa, que aspiraba a dominar el mundo, se entera por un augur de que será un hijo de su hermana Devaki, y no su primogénito, quien se siente en el trono universal. Decidido a impedirlo, condena a muerte a la madre del futuro usurpador, pero la doncella consigue huir, gracias a la ayuda del purohita o sumo sacerdote de los sacrificios, y llega al bosque donde un asceta vive desde hace sesenta años alimentándose de hierbas. Vasichta, que tal es su nombre, ordena a los demás eremitas que se postren ante la forastera y exclama: he aquí a nuestra madre común. De su vientre nacerá el espíritu regenerador. Devaki se instala en aquellos parajes. Una tarde, reclinada bajo el árbol de la vida, cae en éxtasis mientras el Ser esencial se cierne sobre ella y queda encinta. Al cabo de siete meses, cuando ya el niño alabea su abdomen, Vasichta la llama y dice: ¡Salve, virgen y madre! Tu hijo será el salvador del mundo. Pero huye ahora, porque tu hermano te busca para matarlo. Refúgiate en el Himavat y alumbra un varón al que impondrás el nombre de Krishna, que significa «el sagrado».
Todo sucede según las palabras del venerable. Kansa ordena una degollina de inocentes. Su sobrino, al margen de ella, se cría entre rebaños y pastores hasta cumplir los quince años. Devaki desaparece entonces en el éter y el joven, abrumado por el dolor y la soledad, bordonea durante varias semanas entre los riscos. Son días intensos, gastados en la meditación y escandidos por las iluminaciones. Al volver del monte, armado de arco y flechas, se convierte en capitán de una partida que expulsa del bosque a los animales salvajes, se enfrenta a los poderosos y ayuda a los oprimidos. Pero el adolescente, aquejado de una extraña tristeza, resiste a la tentación de la política, abandona a sus hombres, y vuelve a la soledad. Otras dos tentaciones le acechan en ella: el arte y el amor carnal. Krishna prepara instrumentos musicales, los afina, tañe, sopla y percute. Escribe versos. Compone ragas. Danza entre los árboles. Un grupo de mujeres, esposas e hijas de pastores, acuden al reclamo del hermoso rapsoda. Dos hermanas, Sarasvati y Nichdali, lo cercan, lo acosan, lo inquietan, lo envuelven. Krishna, en otro arrebato de pureza, jura que sólo amará de amor eterno. Y para eso -añade- es necesario que la luz del día se apague, el rayo aniquile mi corazón y el alma se me escape a lo más profundo de los cielos.
El joven desaparece, dejando tras de sí una herencia de sagas y epopeyas. Mientras tanto, el rey Kansa no ceja en su empeño de encontrarlo. Alguien le habla de un guerrero y poeta cuya fama repiten todas las lenguas. El monarca lo busca y le nombra jefe de sus ejércitos sin saber que se está convirtiendo en instrumento de su propio destino. Entre merodeos y cacerías, Kansa y su paladín llegan a la choza del sabio Visichta. Éste revela la identidad del joven. Su tío lanza una flecha contra él, pero yerra el blanco y. mata al monje. Krishna, fulminado por una luz cegadora, se derrumba. Ante él aparece un gigantesco mandala celestial con Devaki en su centro. Sólo en ese momento comprende Krishna que es «el hijo, el alma divina de todos los seres, el verbo creador que está por encima de la vida y penetra en ella por la esencia del dolor, el fuego de la plegaria y la felicidad del sacrificio».
El rey huye y Krishna pasa siete años en la montaña meditando sobre la Doctrina. Luego convoca a los santos del yermo y se la expone. Uno de ellos, Arjuna, se convertirá en apasionado amigo del gurú. Bajo los cedros del monte Meru, frente a la mole soberbia del Hirnavat, Krishna habla de la inmortalidad del alma, del matrimonio místico con Dios, del dominio de las pasiones, del modo de conquistar la ciencia de la unidad... Es el Baghavad Gita: el diálogo entre Krishna y Arjuna, destinado a convertirse en evangelio del nuevo hinduismo. No existe en toda la literatura sagrada de la India texto más revelador ni más reverenciado. Krishna se levanta, menciona al Ser de innumerables ojos, formas y caras, y en ese instante un rayo se libera de su rostro mientras los discípulos se prosternan a sus pies. Allí mismo contraen todos el solemne compromiso de seguir al Ungido. Éste cierra el episodio con las siguientes palaras: estabais ciegos y yo os he hecho partícipes del gran secreto, pero reveladlo sólo a quienes sean capaces de entenderlo. Vosotros sois mis elegidos y podéis ver el fondo de las cosas, mientras los demás a duras penas distinguen la primera curva del camino. Pongámonos en marcha para enseñar a las gentes la vía de la salvación.
Empieza entonces la vida pública de este Cristo: vagabundeos, milagros y predicaciones. Olor de multitud. Krishna y sus apóstoles bajan a las tabernas, a los burdeles, a orillas de los ríos, a las ágoras donde los iluminados gritan y los paisanos beben té. Sarasvati y Nichdali oyen hablar del Hijo de Dios y van a su encuentro. La primera se ha convertido en prostituta; la otra, en sierva. Ambas se redimen por amor a Krishna, en quien reconocen al bailarín solitario de la montaña, y se incorporan a su séquito. También Kansa se entera del fervor popular que su antiguo capitán despierta y envía una patrulla a detenerlo. Krishna no ofrece resistencia, pero expone su doctrina a los soldados y éstos deciden quedarse con él. El rey se atrinchera en su palacio, mientras el Maestro llega triunfalmente a Mathura, cuyos habitantes le reciben con palmas, ramos y flores. Huye el déspota, se instala Arjuna en su trono y Krishna, presintiendo la inmolación, se aleja hacia el páramo en compañía de las dos mujeres. Pasa una semana entre plegarías y abluciones. Al séptimo día, los arqueros de Kansa encuentran a los penitentes, atan al Redentor y tensan sus armas hacia él. Sintiendo el mordisco de la primera flecha, Krishna exclama: Vasichta, victoriosos son los hijos del sol. Traspasado por la segunda, invoca a Devaki: Madre, haz que cuantos me aman entren conmigo en tu luz. Al recibir la tercera, musita uno de los nombres de Brahma: Mahadeva. Y expira. Un viento huracanado desgarra el crepúsculo, mientras se desata la cellisca y grandes aludes se desprenden del Himavat. Una tromba de aire cárdeno confunde desfiladeros y montañas. El horizonte es un áspero fragor. Calla el sitar en las ciudades, enmudecen los tablas, el aguador ahoga su grito y, como una mariposa herida, se detienen en los antiguos templos las manos de las bayaderas. Surge entonces un clamor de bronces y campanas que eran ya viejas cuando las razas de Europa ramoneaban el sílex entre los ventisqueros.
El cuerpo de Krishna fue quemado por sus discípulos y las dos santas mujeres se inmolaron en la hoguera. Todos, discípulos y profanos, vieron salir de las llamas al Hijo de Dios, transformado en un vórtice luminoso, que ascendió a los cielos llevándose con él a sus esposas.
He citado sólo los pasajes indispensables para seguir el hilo de esta antigua fábula. Muchos personajes cabalgan en ella hacia el evangelio. Mencionados es casi ocioso: Herodes, la Virgen, Simeón, el Espíritu Santo, los apóstoles, Juan, Marta y María, la Magdalena... En cuanto a los episodios, ¿quién no habrá reconocido la anunciación, la huida a Egipto, las tentaciones, el Sermón de la Montaña, la transfiguración, el domingo de Ramos, Getsemaní, el calvario, las siete palabras y la ascensión? A Krishna, que llevaba el sobrenombre de divino pastor, se le creía manifestación humana de Vishnú, segunda persona en la trinidad del hinduismo. Los hechos narrados provienen del Mahabbharata, los Purana, el Cita Covinda y otros poemas o fabularios. El más moderno tiene veintiséis siglos de antigüedad. El advenimiento de Krishna se sitúa cinco mil años antes de que su paredro cristiano reencarnara en una cueva de Belén.