Ya la he terminado y me reafirmo, la historia es dura, muy dura, pues narra prácticamente desde la creación del gueto a su caída, con el levantamiento cuando apenas quedan unos pocos miles de supervivientes, pero también los actos heroicos de un puñado de personas y cómo, a pesar de todo, intentaban mantener viva la chispa de la ilusión a través de la cultura. En ese ambiente es en el que se desenvuelve un Mika que se hace adulto de golpe el día que matan a su abuelo y que recupera lo bueno de este a través de las marionetas.
Pero su vida cambia el día que una de sus marionetas actúa de
motu propio al contemplar a dos soldados alemanes amedrentando a una vieja y uno de ellos le hace pasar al otro lado para que actúe para ellos.
La segunda parte sigue el viaje de la marioneta que entregó a Max, el soldado alemán, cuando los rusos se lo llevan a Siberia. Y es de nuevo la marioneta la que prende un hálito de esperanza en unos soldados atrapados en un campo de trabajo.
Una de las cosas que se me vino a la cabeza cuando iba por esta parte, por asociación también con
La noche de Valia, es algo que dijo Valia, que los culpables son los primeros que se dejan ir. En este caso, tanto Mika como Max tienen algo que les empuja a vivir y seguir adelante: los niños del orfanato en el caso de Mika y la familia en el de los dos.
Hay escenas muy emotivas y de las que te hacen escapar las lágrimas, pero el tratamiento es hasta tierno.
Y el reencuentro final con la reconciliación es un remate perfecto. |