Menuda sorpresa me estoy llevando con esta novela. Leí en un hilo que se había presentado en Madrid, en “Estudio en escarlata”, y me llamó vagamente la atención. La portada, con una triste foto actual, no era para tirar cohetes, y el argumento policíaco parecía uno más del montón. Sin embargo, la ambientación en el Madrid de Primo de Rivera (padre) podía ser interesante. Así que decidí dar una oportunidad al libro.
Voy por la mitad y oye, encantado de la vida. Lamentando que cada vez quede menos por leer. El comienzo, en tercera persona, con asesino y víctima asumiendo sus roles con religiosa resignación en plena Semana Santa, ya te deja descolocado. Para el investigador protagonista, Tomás Halcón -que arrastra una mala conciencia bastante singular-, se reserva la narración en primera persona. Su buena acción como vecino con Pepa, es para nota
. Los personajes están bien definidos –excelente el oficial alcohólico del Casino Militar-, el argumento atrae, y el entorno se describe con muy, pero que muy buen hacer.
La redacción, correctísima y amena. Cito como ejemplo, la frase con que comienza el capítulo 2:
“Por la pequeña ventana abierta al patio penetraba con más intensidad el aroma de los pucheros que la luz, y el mediodía olía a potaje de Cuaresma.”
Al principio Tomás Halcón me recordaba a Victor Ros, de la saga de Jerónimo Tristante. Otro policía con dotes para la deducción, que se desenvuelve en un Madrid histórico y entre policías más bien violentos. Lo cierto es que las dos épocas en que transitan difieren lo suyo, y marcan las personalidades de cada uno. Ros es un personaje del XIX, mientras que Halcón vive en la ciudad que está dando por fin el salto a la modernidad. Incluso trabaja en la obra del rascacielos de Telefónica, entonces el más alto de Europa.
Aquí pesa mucho la crueldad de la guerra de África, y no puedo evitar el recuerdo al mejor Lorenzo Silva de “En el nombre de los nuestros” y de la primera parte de “Carta blanca”. Creo que son novelas de referencia para aquel conflicto, y hay algo de la dureza de estos libros en “Te acordarás de mí”.
La novela empieza francamente bien, pero es que a partir de que Tomás dice que una mujer le recuerda a Leni Riefenstahl en “La montaña sagrada”, a mí me tiene ganado. Se menciona que Ana, vestida como una mujer de Penagos, trabaja en un edificio en la Gran Vía cerca de la Casa del Libro y resulta que es la maravillosa casa Matesanz. Y así todo…. El buen ojo que se derrocha en las localizaciones -lujosas o no-, sin que el autor haga alardes, sabe a gloria.
Si el lector es de Madrid y le interesa la ciudad, son valores añadidos para disfrutar la lectura. Se mencionan elementos desaparecidos como el templete de metro de la Gran Vía o el kiosco del parque del Oeste, porque eran referencias de la época. También cosas que yo desconocía como la primera proyección de cine en el hotel Rusia. Habrá gazapos, pero pocos he hallado yo, que para mi desgracia soy un rato pejiguero.
Para colmo, además de estar bien llevada la trama policiaca, en lo último que llevo leído se trata con la mayor naturalidad la cuestión de la fe en Dios. Toma ya.
Si acaso, creo que desentonan los textos autobiográficos del propio Tomás. Demasiado cuidada la redacción, aunque hay detallazos como citar a Marcos Twain (sic).
A ver cómo se remata la historia y si se mantiene el nivel que tiene todo hasta ahora. Esperemos que funcione el boca-oreja -o este hilo-, porque esta novela no merece pasar desapercibida.
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