El Santuario del Dragón

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Augusto
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El Santuario del Dragón

Mensaje por Augusto »

Esto es un fragmento de una novela en la que estoy trabajando actualmente. Quisiera saber si la lectura se siente pesada o si, por el contrario, el estilo narrativo resulta atractivo a la vista.

***


Aquella mañana yo había salido a contemplar el alba. Las nubes apuntalaban el cielo, todavía oscuro, como preparándose para ofrecer a los hombres el singular e irrepetible espectáculo que desde siempre nos ha inspirado con su belleza. Y ya salía el sol, vano y ufano testigo del sinsentido mayúsculo en el que hombres y bestias nacen y mueren al amparo de su luz protectora, anunciando a aquellos pocos de oído dispuesto que en el mundo no hay mayor consuelo que el arte. Porque el arte es acaso la forma más pura y hermosa de amar aquello que, por naturaleza, es incapaz de contener en su interior mayor sentido que aquel que nosotros mismos estemos dispuestos a otorgarle, como por gracia, constituyéndonos por breves instantes a semejanza de algún dios demente, olvidado y lleno de sí mismo.

Esperaba paciente la araña en su red; engalanada ella con aquellos pocos colores que la naturaleza, miserable en ocasiones, hubiera de obsequiarle a su raza; y yo me detuve a observarla, ya cuando las montañas se incendiaban de un naranja intenso haciendo retroceder a las sombras, débiles y avergonzadas, hasta detrás de los árboles y las piedras; en tanto que en aquella red comenzaban a brillar, como diminutos diamantes, algunas gotas cristalinas y heladas, producto del rocío de la noche.

Todo alrededor de la solitaria cabaña era un espectáculo hermoso; desde el sonido intermitente de los grillos nocturnos, que ya empezaba a menguar, hasta el trinar de las aves cercanas que celebraban, infatigables y optimistas, el nacimiento de un nuevo día. Sopló entonces la brisa mañanera, trayendo consigo unas cuantas hojas secas que se alejaban, inseguras pero traviesas, de algún árbol malversador. Jugaban las hojas, cargadas por el viento, yendo de un lado a otro en aquella danza sin música —o quizás el frío había hecho insensibles mis oídos— y golpeando la hamaca de seda, quedaron rendidas varias de ellas, estropeando en un solo instante y por capricho la tela de aquella araña laboriosa.

No estoy seguro. ¿No era mi mano el viento, mis pensamientos las hojas y mi zapato, tumba de la araña altanera? De cualquier modo, el paisaje se estropeó. Un pensamiento urdía en mi mente ideas absurdas y confusas... ideas terribles.

Más tarde, de regreso en la cabaña, encontré a mi compañero haciendo el café, como era su costumbre cuando el desvelo le permitía desprenderse de las sábanas a una hora respetable. Éramos los dos semejantes en cuanto a nuestra ambición y sensibilidad artística: él pintor y yo escritor. Ambos habíamos resuelto aislarnos del mundo en aquella cabaña, a muchos kilómetros del camino más cercano, con la esperanza de alcanzar la inspiración necesaria para satisfacer nuestra ambición, porque nos habíamos propuesto la nada modesta tarea de realizar la mejor obra nunca antes hecha, él una pintura y yo un libro.

Imagina por un instante, lector mío, un libro perfecto, hermoso y sublime; un libro que sea capaz de elevar tus sentidos por sobre tus limitaciones físicas y a un nivel que jamás soñaste posible. Un libro que pueda ser leído y entendido de mil formas, todas ellas gustosas, y cuyo autor sea un solo hombre. «¡Que valga la pena nacer tan solo para leerlo!», decía yo en mi interior cuando decidí abandonar mi carrera y hacerme escritor, y recuerdo que aquella noche el entusiasmo que sentía era mayor a mis miedos. Recuerdo que me revolvía en la cama, incapaz de dormir, porque me sentía como comprometido con el mundo, predestinado a lograrlo.

Pasarían algo más de diez años luego de aquella noche decisiva, pura y transformadora. Años llenos de abundantes y variados fracasos, porque si bien algunas de mis obras fueron publicadas, luego de tantos esfuerzos, no podía evitar sentirme como un cerdo que, pasando del fango a la mesa, se piensa más digno que el resto por tener una manzana en el hocico. Y fue así como creí perdida aquella llama primera, cuando todavía luchaba con las letras intentando dibujar pequeños cuadros entre párrafos oscuros, como luces nuevas capaces de guiar navíos de lectores a mares insospechados, profundos y desconocidos para el más experimentado de ellos.

De cualquier modo, ya entraba yo en la cabaña, “El Santuario” —le decíamos—, cuando el pintor me extiende una taza de café; y sé que debería aceptarla pero no puedo. Intento mostrarme distraído o preocupado y me encierro en la habitación, cerrando la puerta con llave.
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lucia
Cruela de vil
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Re: El Santuario del Dragón

Mensaje por lucia »

La parte final mejora, pero la primera es un cúmulo de redundancias y clichés en un lenguaje un tanto pomposo y forzado.
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Augusto
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Re: El Santuario del Dragón

Mensaje por Augusto »

Ok, gracias... ¿podrías apuntarme las redundancias que observaste? Sobre lo de pomposo y forzado, sí... no es un lenguaje cotidiano el que estoy empleando, por eso la consulta. A juzgar por la elección de palabras con las que me criticas, concluyo que no te gustó para nada.

¡Aprecio mucho tus comentarios, amiga Lucia...!
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lucia
Cruela de vil
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Re: El Santuario del Dragón

Mensaje por lucia »

Augusto escribió:Aquella mañana yo había salido a contemplar el alba. Las nubes apuntalaban el cielo, todavía oscuro, como preparándose para ofrecer a los hombres el singular e irrepetible espectáculo que desde siempre nos ha inspirado con su belleza. Y ya salía el sol
Aquí mismamente tienes la redundancia y el cliché. Y no, la primera parte no solo no me ha gustado, sino que me ha parecido malísima. Hace falta tener un control muy bueno del lenguaje y el ritmo para que el barroquismo resulte natural y no forzado.
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