CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO -Kassiopea

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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Ratpenat
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CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO -Kassiopea

Mensaje por Ratpenat »

NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO


Como era de esperar en Navidad, vuelve a nevar. Es algo que no puedo soportar. ¡Me parece tan ridículo! Tan ridículo como lo es ese mismo personajillo que se cree Rey de Reyes, Salvador del Mundo y Dios de los Cielos. ¡Ja! ¡Como si los hombres hubieran pedido ser salvados! Los hombres, esas patéticas criaturas hechas a su imagen y semejanza que no ven más allá de su ombligo. Siempre están demasiado ocupados matándose los unos a los otros para conseguir un ascenso; un coche más grande y nuevo; una tarjeta de crédito con fondos tan turbios como ilimitados... En fin. ¿Y qué es lo que hace Él en su infinita sabiduría? ¡Cubre parte del mundo con un níveo manto de nieve para ocultar toda la podredumbre bajo la alfombra! ¡Jajaja! Ese manto frío y blanco no es más que un sudario. Una mortaja para todos los hombres, mujeres y niños, muertos vivientes a los que estoy esperando desde el principio de los tiempos con los brazos bien abiertos y dispuestos.

Pero ya basta de tanta cháchara. La función va a comenzar, señores...



91770, ese era el número que Anna llevaba grabado en la mente. No tenía ni idea, sin embargo, de dónde había surgido tal cifra, aunque intuía que debía de significar algo. Algo importante que, de momento, se le escapaba. Durante todo el trayecto había estado intentando desentrañar el misterio, sin obtener resultado.

—¡Mamá, mamá, mamá! —chilló Nil desde el asiento de atrás—. ¿Cuándo llegaremos a casa de los abuelos?
—Ya falta poco, rey.
—¡Buf! —bufó el chiquillo, haciendo morritos—. Lo mismo has dicho antes y ya ha pasado un montonazo de tiempo.

Unos pocos minutos después, cuando empezaba a nevar de nuevo, tomaron el desvío correcto. Se trataba de un camino privado que conducía directamente a la vieja masía de sus padres. El camino se hallaba en un estado lamentable: numerosas piedras de buen tamaño cubrían el suelo y la vegetación aledaña había crecido demasiado, reclamando el terreno usurpado. El sendero se le antojó a Anna bastante más estrecho que la última vez que lo vio, cuando estuvo de visita durante las vacaciones de verano. Sin duda, esa era una de las ocasiones en las que se alegraba sobremanera de conducir un utilitario pequeño.

Diez minutos después se encontraban ante el chisporroteante fuego del hogar, recibiendo los efusivos abrazos de la abuela y la mirada escrutadora, casi cincelada en piedra, del abuelo. No obstante, en deferencia a los recién llegados, este tuvo el generoso detalle de incorporarse y abandonar por unos momentos su sanctasanctórum: un enorme y desvencijado sillón situado ante un no menos gigantesco televisor de plasma. Sobre una esquina de la gran pantalla colgaba un banderín desteñido del Barça.

—Habéis tardado mucho en llegar —comentó la anciana, con el rostro enrojecido por la emoción—. ¡Tenía tantas ganas de veros!
—En la oficina han improvisado una fiesta a última hora y he salido más tarde de lo previsto. Después ha habido un accidente en la carretera y se ha formado un buen atasco.
—Bueno, más vale tarde que nunca —añadió entonces el abuelo, y sonrió. Pero esa sonrisa desdentada en aquel rostro adusto y de mejillas hundidas más pareció una mueca.

Tras cenar, acomodados ante la lumbre del hogar, se entretuvieron mirando un álbum repleto de fotografías en las que se veía cómo Nil iba creciendo a pasos agigantados. Anna también les mostró un vídeo que ella misma había hecho con su teléfono móvil. En la grabación pudieron ver al niño disfrazado de diablillo en la representación de Els Pastorets que los alumnos de primaria habían hecho en la escuela. Todos disfrutaron viendo cómo los pequeños cuernos del disfraz resbalaban constantemente hacia atrás, y cómo el niño pisó varias veces su propia cola. Nil, entusiasmado con saberse el centro de atención, insistió en volver a pasar el vídeo. La abuela trajo de la cocina un bol con palomitas de maíz, que sabía que chiflaban al pequeño, pero este sorprendió a todos cuando tomó un puñado de ellas entre sus manos y, a continuación, las lanzó al vuelo sobre su cabeza, exclamando: "¡Está nevando, está nevando!". La anciana, que se había sentado a hacer calceta, a punto estuvo de pincharse con una de las agujas. Y hasta al abuelo se le escapó una carcajada.

La abuela, siempre activa, aún ofreció café, galletas caseras y moscatel, pero Anna se sentía fatigada tras el viaje y prefirió retirarse a descansar. Tomó a Nil en brazos, que al final se había quedado dormido ante la chimenea, del mismo modo que el anciano ante el televisor, y siguió a la yaya escaleras arriba, donde se hallaban los dormitorios.

Anna despertó la mañana siguiente con la caricia del sol en la cara y el peso reconfortante del cuerpecito de su hijo amarrado al suyo. Por primera vez en mucho tiempo se sintió en paz, y casi feliz. Se vio a sí misma de niña, viviendo en esa misma casa e ilusionada ante la llegada de la Navidad. ¡Si apenas conseguía conciliar el sueño durante la noche de Reyes! Y, al crecer, toda esa ilusión se había ido al traste. Con idéntica crueldad desapareció, unos años más tarde, aquel que un día consideró su gran amor: Albert, el padre de Nil. Pensar en él la trajo de vuelta a la realidad. Crecer era una gran putada.

Aquella mañana, el abuelo, Nil y ella decidieron salir a explorar los alrededores con la intención de encontrar musgo fresco con el que adornar el belén. Tras desayunar y abrigarse bien, se colgaron del brazo un cesto de mimbre en el que cada uno pondría a buen recaudo el musgo y las piedrecitas de distintas formas, texturas y colores; con ellas dibujarían los contornos del río de papel de aluminio por el que nadarían los graciosos patos de resina.

En un momento determinado, Anna se alarmó al no localizar a Nil dentro de su campo visual. Comenzó a llamarle a gritos. Sin embargo, el niño respondió enseguida. Su madre corrió hacia él visiblemente aliviada. Nil había encontrado las ruinas de la antigua ermita de Santa Llúcia, destruida en un bombardeo durante la Guerra Civil. Contaban los lugareños que muchos infelices acudieron a la ermita aquel aciago día en busca de protección humana y divina; se hallaban entonando hosannas al Señor cuando la bomba les cayó justo encima. Aquel montón de piedras, con algún que otro fragmento de muro aún en pie, desafiando el tiempo y la muerte, siempre le había dado a Anna muy mala vibra.

—¡Mamá, mamá! ¡Aquí hay mucho musgo!
—No lo cojas, Nil. Ya tenemos bastante.
—¿Por qué no? ¡Yo lo quiero!
—Haz caso a tu madre, mocoso —soltó el abuelo, apuntándole con su bastón, y continuó alzando la voz—: ¿Ves esa piedra más grande y alargada que tienes detrás? Es lo que queda del altar. Dicen que una niña, más o menos de tu edad, murió ahí encima. Los restos de sus huesos deben de estar aquí mismo, bajo nuestros pies.

Nil se alejó asustado, sollozando a lágrima viva. Su madre le alcanzó tras lanzar una mirada furibunda y reprobadora al viejo. El hombre nunca había tenido mucho tacto, bien que lo sabía, ¡pero podría esforzarse un poco más con su nieto!

De vuelta en casa, ya con los ánimos más calmados, Anna decidió quedarse en la cocina ayudando a la anciana con los preparativos de la comida mientras Nil se entretenía montando el belén con el abuelo. La muchacha relató lo que había sucedido en las ruinas.

—¿¡Cómo es posible que los hombres sean tan brutos!? —exclamó con fastidio, pero luego observó con admiración a esa mujer, una versión mayor de sí misma, que seguía rellenando el pollo con presteza y despreocupación.
—Ellos nunca cambian, tesoro. Son como son. Y nosotras también somos como somos. Pero no hay que esperar cambio alguno; ahí está nuestro error —Y tras decir esto sacó un cuchillo grande y bien afilado de un cajón y, de un solo tajo, cercenó el cuello del animal.

Después de comer, aprovechando que Nil echaba la siesta en el dormitorio, sacaron del trastero un bulto que instalaron debajo de la mesa sobre la que habían armado el belén. Se trataba de una sorpresa para el pequeño que esperaban que le hiciera gracia. Cubrieron aquel bulto con una vieja manta que la abuela rescató de entre los trastos.

Más tarde, cuando Nil se reunió con los mayores en el salón y ya andaba pidiendo galletas a la yaya, el abuelo quiso hacer los honores de tirar de un extremo de la raída manta para mostrar lo que había estado ocultando: el chiquillo miró asombrado aquel pedazo de tronco de árbol al que se le habían acoplado cuatro ramas más pequeñas y cortas por debajo, a modo de patas. En la parte frontal del tronco alguien había dibujado dos ojos muy negros con sus cejas y una gran boca sonriente.

—¡Haaala! ¡Es un tió! —gritó Nil, y corrió a sentarse ante él. Acarició el tronco con delicadeza, como si se tratara del lomo de un perro, o de cualquier otro animal de carne y hueso—. ¡Y este es más grande que el de la escuela!
—Esos tiós que aparecen en la ciudad por Navidad son muy esmirriados y están hechos unos blandengues. ¡Este sí que es un tió auténtico de pura cepa! —explicó el abuelo. Al oírlo, Nil acarició el tronco con más cariño si cabe. Y lo contempló con admiración, orgulloso.
—Lo que tenemos que hacer ahora es ponerle comida para que esté bien contento y satisfecho —añadió la abuela—. De este modo, el día de Navidad nos obsequiará a todos con muchísimos regalos.
—Siiiiií, ¡vamos a darle mucha comida! —jaleó el pequeño.
—Tampoco tanta, ¿eh?, que si no se empachará —comentó Anna, sonriendo. Estaba feliz viendo a su hijo tan contento—. Ven, vamos a la cocina a por alguna fruta.

Colocaron un plato con una manzana y una naranja delante del tió. Nil insistió en dejarle un bol lleno de agua, que en la escuela les habían explicado que uno se podía morir antes de sed que de hambre. ¡No fuera a morirse el tió antes de que les diera los regalos! Pasaron más de treinta minutos y el niño seguía sentado a la vera del tió, haciéndole mimos y hablándole flojito.

—Ven al sofá, Nil. Vas a coger frío.
—¿Por qué no come, mami?
—Ya comerá cuando tenga hambre.
—A lo mejor estas frutas no le gustan...
—No va a comer si tú estás ahí vigilándole todo el rato. Anda, ven al sofá.
—¿Y por qué no come si le estoy mirando?
—Pues porque todos los tiós son muy tímidos, tonto.
—¡Ohhh!

Aquella noche hubo una nevada fuerte que, al rato, se convirtió en ventisca de nieve. Dadas las circunstancias, decidieron que lo mejor sería acostarse temprano; cuando el frío apretaba no había nada como aovillarse debajo de las sábanas, mantas, edredones y demás ropa de cama. Anna pasó largo rato escuchando la profunda respiración de su hijo, que enseguida se había quedado dormido. Al fin, una vez se habituó a los crujidos de la casa y a los aullidos del viento que golpeaba los cristales de las ventanas, cayó en un sueño inquieto que, por otro lado, la atrapó como una telaraña.

—Caga, tió, ametlles i torró. No caguis arangades, que són massa salades... (1)

En el sueño, la vocecita de su hijo entonaba la famosa cancioncilla del tió. Al principio le escuchaba alto y claro, justo a su lado, pero la voz se fue alejando por momentos. Ella le llamó. Se desgañitó gritando su nombre. Pero fue en vano. Se había ido. Entonces descubrió que a su alrededor solo había oscuridad. No obstante, en aquel momento supo que no estaba sola. Albert había venido a darles su merecido. Lo supo antes de distinguir su rostro tras el cristal de la ventana. Golpeaba. Quería entrar.

—Caga, tió, ametlles i torrons, que són més bons. I si no vols cagar, et donaré un cop de bastó! (2)

Fue Albert quien terminó la canción. Llevaba un bastón en la mano. Con él rompió los cristales y en un santiamén lo tuvo a su lado. Sintió esas manos grandes sobre su piel, rodeándole el cuello, lastimándole. Como esa vez que estuvo a punto de asfixiarla...

—Et donaré un cop de bastó!

Anna despertó empapada en sudor y con un grito en la garganta. El corazón le latía desbocado dentro del pecho e intentó serenarse, pero... Nil no estaba a su lado. Salió como una exhalación de la cama y se puso la chaqueta encima del pijama. Antes de abandonar la habitación echó una ojeada a la ventana; el viento y la nieve seguían azotando los cristales. Nada más. Suspiró y se apresuró escaleras abajo. La oscuridad reinaba en el salón, aunque el televisor de plasma estaba en marcha. La Teletienda anunciaba uno de sus estrambóticos productos. Oyó unas risitas sofocadas y localizó a Nil arrodillado ante el tió.

—¡Nil! ¡Con el frío que hace y tú corriendo en pijama por la casa!
—Mira, mami, a Rodolfo le gustan las galletas de la yaya.
—¿Rodolfo? —preguntó extrañada—. ¡Venga, vuelve a la cama!
—Sí, se llama Rodolfo. Ya te dije que la fruta no le gustaba...

Entonces ocurrió algo inesperado: la Teletienda se esfumó y en su lugar apareció una secuencia de Qué bello es vivir. El sillón del abuelo quedaba de espaldas, pero Anna prestó más atención y reparó en que asomaba la curvatura de una cabeza sobre el respaldo. El anciano se habría quedado dormitando ante el televisor. Se dirigió hacia él. Era más tozudo que una mula, ciertamente, pero trataría de convencerle de que estaría mejor en la cama.

No quería gritar para no asustar al niño, pero gritó. Y luego volvió a gritar, incapaz de moverse ni de apartar la vista de aquel horror. Una de las agujas de la calceta de la abuela sobresalía de la cuenca ocular del hombre. Había entrado por el lagrimal y, probablemente, habría atravesado el cerebro. Un sendero de lágrimas rojas le cruzaba el rostro ceniciento. La boca estaba medio abierta, congelada en una mueca de sorpresa.

El ángel de Qué bello es vivir consiguió sus alas.

Anna escuchó un ruido en la cocina.

—¡Nil! ¡Tenemos que irnos de aquí! Venga, espérame en el coche. Yo vendré enseguida, voy a por la abuela. ¡Cooorre! —exclamó Anna, muy nerviosa, pero Nil permaneció tranquilo, acuclillado a la vera de su nuevo amigo Rodolfo.
—La abuela está en la cocina, mami. Nos ha estado preparando galletas.

Anna quería tomar a Nil en brazos y salir corriendo. Sí, algo le decía que lo mejor sería huir de allí. Ya. Pero las llaves del coche estaban arriba. En el bolso. Junto al teléfono móvil. Con aquel temporal no podían salir corriendo sobre la nieve. Y en pijama. Además, estaba la abuela. Se sacó la chaqueta y abrigó el cuerpecito de su hijo. Le estampó un beso en la frente y luego se acercó a la puerta de la cocina. Muy lentamente. Como en una pesadilla. Salía luz por debajo de la puerta. Reparó en que su aliento se condensaba en nubecitas blancas. Las manos le temblaron violentamente cuando agarró el picaporte. Abrió.

Había una silla junto al fregadero y la anciana de pie sobre ella con ojos de ida. Anna lo vio todo al mismo tiempo, pero lo que más le impactó fueron esos ojos. Al parecer, la mujer había estado aguardando su llegada. Mientras pasaba la cuerda por el gancho jamonero que había en el techo —de ahí colgaban los jamones— le dijo:

—Tú ya no tendrías que estar aquí, tesoro. Pero me alegra haber compartido un poco más de tiempo con vosotros. Al abuelo ya no podía soportarle más. He intentado envenenarle poco a poco con la comida, ¿sabes? Pero no había manera. ¡Genio y figura hasta la sepultura, chica! —Sonrió, sarcástica, y se ajustó el nudo alrededor del cuello—. Pero tú no olvides que te quiero.

La silla volcó y el cuerpo de la anciana osciló colgado de la cuerda. Anna le agarró las piernas e intentó soportar el peso de la mujer, pero pronto le fallaron las fuerzas. De repente descubrió que estaba llorando y gritando al mismo tiempo. Todo lo que estaba sucediendo esa noche era una locura. Una pesadilla. ¡No podía ser verdad! Al final comprendió que la mujer ya había muerto, que su cuello se había roto.

Subió de dos en dos las escaleras. Cogió otra chaqueta y vació el contenido del bolso sobre la cama. A los pocos segundos de haber entrado en la habitación ya tenía en su poder las llaves del coche y el teléfono. Dejó las zapatillas y se calzó unas botas. Iba a salir del dormitorio cuando se detuvo en seco.

Rodolfo estaba ahí fuera. En el pasillo. Observándola. Esperándola. Esos ojos negros tenían ahora pupilas rojas. Y brillaban. Lo que había sido un tronco de madera se transformó ante sus ojos; creció y adquirió la silueta de un perro grande. Las patas se alargaron y al final de ellas crecieron garras. La gran sonrisa que había lucido el tió se desdibujó y, en su lugar, surgieron las fauces de un lobo. Negras y repletas de dientes afilados. Gruñó.

Anna retrocedió con la intención de cerrar la puerta de la habitación, pero Rodolfo fue muchísimo más rápido. Saltó sobre ella, ágil cual pantera, y hundió las garras en uno de sus hombros. Cayeron los dos sobre la alfombra. Rodolfo volvió a gruñir y mostró a Anna sus terribles fauces abiertas. Ella estaba tan cerca que pudo oler la putrefacción de su aliento y sintió la maldad que anidaba en el interior de esa criatura. Era algo surgido del infierno. La mujer se arrastró por el suelo, intentando huir con desesperación, pero la bestia le atrapó un tobillo entre sus dientes. Rodolfo se estaba divirtiendo como un gato con un ratón.

—¡Rodolfo! —intervino Nil, que de repente apareció en la puerta—. Te traigo más galletas.

Rodolfo soltó a Anna y rodó por el suelo como un cachorro adorable. Se quedó comiendo galletas de la yaya y meneando el rabo mientras Anna y Nil huían de la casa.

Ahí afuera había una ventisca de mil demonios. Por suerte el motor arrancó sin problemas, pero Anna tendría que conducir prácticamente a ciegas. El mundo se había convertido en un borrón blanco sobre una noche negra. El hombro y el tobillo le latían y sangraban, temblaba solo de pensar en todo lo ocurrido, pero cuanto más se alejaban de la casa, más aliviada se sentía. Sí, habían conseguido escapar de ese horror. Por enésima vez echó una ojeada a su hijo, que se había quedado aovillado en el asiento de atrás.

El viento rugió, el pequeño utilitario se sacudió y a punto estuvo de calarse. Anna soltó una exclamación de alegría cuando, al fin, distinguió el sendero que les conduciría a la carretera y, después, de vuelta a la civilización. "Nadie me creerá. O, lo que es peor, pensarán que estoy loca. Me encerrarán y tirarán la llave", pensó. Pero todo eso ya lo solucionaría, ya habría tiempo. Ahora tenían que llegar a la carretera.

Los árboles se balanceaban con desatada violencia a cada lado del sendero, eran una suerte de guardianes gigantescos prestos para la lucha. Los arbustos arañaron sin piedad los laterales del coche. Agujerearon la carrocería. ¿Cómo era posible que el camino fuera cada vez más estrecho? Una rama apareció de repente y golpeó el parabrisas. Se abrió una brecha y la nieve empezó a entrar dentro del vehículo. Toparon con una piedra grande y el utilitario se escoró como un barquito a punto de naufragar. Chocaron con el tronco de un árbol —¿de dónde había salido ese árbol?— y Anna se golpeó en la cabeza. El motor se paró.

Entonces, sintiendo la sangre caliente sobre el rostro, lo recordó todo. El sorteo de la lotería en la radio. El Gordo. Ella, emocionada, rebuscando el boleto, el 91770, dentro de la guantera. Había apartado la vista de la carretera. La colisión. El accidente en el que madre e hijo murieron... Estaban todos muertos.

Los ojos se le cierran mientras el borrón blanco en que se ha convertido el mundo se la lleva. Ese manto frío y blanco no es más que un sudario. Lo último que ve es la carita de su hijo. Pero su niño está junto a Rodolfo. Nil sonríe y se despide de ella con la mano.


Señoras y señores, pecadores míos, esta función ha terminado. Debo añadir que me satisface saber que un ángel ha perdido sus alas: el angelito se concentró tanto en hacer llegar el boleto fatídico a la chica, que ni se enteró de que la abuela planeaba ensartar al viejo como si de un pincho moruno se tratara. Ahhh, estas ironías me alegran el día.

Como iba diciendo, los hombres siempre están demasiado ocupados matándose los unos a los otros. O a sí mismos. ¡Pero entretienen tanto! No se vayan todavía, el espectáculo proseguirá. ¿Quiénes serán los próximos protagonistas? Hum, voy a consultar la lista.


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(1) Caga, tió, almendras y turrón. No cagues arenques, que son demasiado salados.
(2) Caga, tió, almendras y turrones, que están más buenos. Y si no quieres cagar, ¡te daré un golpe de bastón!
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Shigella
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Shigella »

Entonces... ¿la madre y el hijo están muertos desde el principio de la historia? ¿Y los abuelos? ¿Y el marido y el tió del infierno? ¿Era todo una divagación de la mente de la madre décimas de segundo antes de morir? Este me lo van a tener que explicar.

Aparte de no haber entendido el final, está muy bien escrito. Me ha gustado la ambientación en la masía y el principio y el final, que me imagino que lo narra un demonio. Lo de la abuela clavándole la aguja de punto al abuelo me ha recordado a las lobotomías con picahielos por el lagrimal, que, por cierto, lo hacían así porque no se morían, pero supongo que la aguja de la abuela es más larga y mortal :lol:
1, 2... 1, 2... probando...
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Sinkim
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Sinkim »

Tal y como yo lo he entendido la madre y el hijo mueren en un accidente de coche pero sus fantasmas llegan a la casa de los abuelos y pasan el día con ellos por eso la abuela cuando se está suicidando le dice "Tú ya no tendrías que estar aquí, tesoro. Pero me alegra haber compartido un poco más de tiempo con vosotros". Le está hablando al fantasma de su hija que ya está muerta. Es posible, además, que haya sido la noticia de la muerte de su hija la que le haya hecho decidirse a matar al marido con la aguja en vez de con el veneno y acabar con todo de una vez.

El monstruo que les persigue se puede interpretar como un mensajero de la muerte que intenta llevarse a la madre y al hijo al sitio al que les corresponde estar.

Pero vamos, es solo mi interpretación, seguro que luego llega el autor y dice que no he acertado en nada :cunao: :cunao:

Es gracioso que el tió/perro del infierno se llame Rodolfo y haya otro relato en el concurso en el que el reno también se llama Rodolfo. Sobre todo porque no es un nombre muy normal para un animal, por muy del infierno que sea :lol: :lol:

No había oido nunca eso de llamar tió a un árbol de Navidad, es curioso :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Shigella
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Shigella »

Lo de Rodolfo será un homenaje al reno y/o al Rodolfo del relato de las navidades pasadas ¿o fueron las anteriores?

El tió es una tradición catalana. Es un tronco al que los niños tienen que dar palos hasta que "cague" los regalos. :lol: Aquí los venden ya prefabricados con las caritas pintadas, pero en la masía del relato lo hacen con un tronco de verdad, que para eso están en el campo :wink:
1, 2... 1, 2... probando...
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Sinkim
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Sinkim »

Sí, he buscado tió en internet y ya he visto lo que era :lol: :lol: :60:
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iliada
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por iliada »

O sea que Anna y Nil mueren, y al dia siguiente la madre de Anna decide acabar de matar a su marido, lo de envenenarle poco a poco no funcionaba y suicidarse... esta sí que es una navidad peculiar, aunque confieso que he tenido que releerlo, la primera lectura del 1 de Enero me dejó con algunas dudas.

El primer párrafo, el del narrador y esta frase en concreto me ha dado mal rollo, o mala vibra como dice el autor del relato:
Ese manto frío y blanco no es más que un sudario. Una mortaja para todos los hombres, mujeres y niños, muertos vivientes a los que estoy esperando desde el principio de los tiempos con los brazos bien abiertos y dispuestos.
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Tolomew Dewhust »

:chino:
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Gavalia
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Gavalia »

Gran trabajo autor, todo se resuelve al final con la aclaración... Yo también, y solo aveces, veo muertos jajajaja
Muy bien redactado y no solo ene el sentido ortodoxo. Es de esos relatos que te meten dentro del cuadro hasta que lo terminas. Las dudas que plantea durante el desarrollo del cuento son tremendas hasta el desenlace. Enhorabuena autor, ea.
999
:wink:
En paz descanses, amigo.
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Wintermute »

Como en otros casos, formalmente nada que objetar, la prosa me ha gustado bastante.

Eso sí, el argumento un poco rebuscado y complejo, ¿no? Se mezclan muchas cosas... la lotería, el accidente de coche y posterior viaje astral de la madre y la hija, el asesinato y suicidio, el narrador... Un poco denso y difícil de seguir para mi gusto... y quizás no le encuentro el hilo conductor que lo une todo para que tenga sentido.
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Miss Darcy
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Miss Darcy »

Ya pensaba que había encontrado un relato medio alegre y.... ¡Pum! ¡Muerte! Al principio me ha costado darme cuenta de que la madre y el hijo estaban muertos, pero cuando Rodolfo ha cobrado vida algo ha hecho clic :cry:
Me ha gustado conocer la tradición del tió, que hasta este regalo no sabía lo que era.

Un abrazo :60:
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por ukiahaprasim »

Otro que se apunta a la fila de los que queremos explicaciones.. ¿estaban ya muertos o no?

Por lo demas la aguja de punto y el tió infernal no tienen precio.. Aunque las referencias al marido son otra cosa que me descolocan (aunque en este caso creo que han sido introducidas intencionadamente para darle tension al relato)

Bien por la mala leche...

Ukiah

Enviado via TamTam. (Olvidé la yesca en casa, así que las señales de humo están descartadas hoy).
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Orr »

Está bien escrito, pero se me ha atragantado. Veo que te detienes mucho en lo que sucede en la casa, y realmente no sucede nada, por lo que yo creo que se hace un poco cansino esa parte del relato. Luego se anima la cosa al final y es interesante, pero la verdad es que no me ha convencido, a ver que tal la segunda lectura.
Saludos.
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por barrikada »

Yo discrepo un poco. En primer lugar, no veo por ningún lado esa interpretación de Sinkim, debo ser muy simplón. A nivel formal nada que reprochar, está muy bien escrito y perfectamente ambientado.

En cuanto a la historia creo que habría que perfilar un poco. Quizá con más extensión te hubiera resultado fenomenal toda la trama que planteas y los juegos entre vivos y fantasmas, pero aquí con este espacio el resultado es algo confuso... A mí no me ha llegado a convencer y en ciertos tramos se me ha hecho pesado.

Eso sí, valoro mucho el trabajo que hay detrás, la parte del tio ( no conocía la tradición exactamente ) y el revivir esos momentos de los viajes al pueblo para pasar la navidad en el pueblo con los abuelos... Buen trabajo!
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por Berlín »

Aquí la clave está en el puto ángel navideño, que para conseguir sus alas le manda un boleto ganador de la lotería a esta pobre mujer y ésta de la emoción tiene un accidente de coche mortal donde mueren ella y su pequeño. El marido la maltrataba parece ser, otro bastardo. Luego claro, la yaya, a causa de esa noticia ya no tiene más ganas de soportar al abuelo, que es un plasta cascarrabias y le mete una aguja del quince por el ojo, sus razones tendría la señora. Luego pues ya ella intenta suicidarse también, porque paqué seguir viviendo en este prado de pena...

Yo he entendido que el narrador es la propia muerte, que abre y cierra el relato. Y lo del caga tió, pues eso ya no sé...

En fin, un relato muy entretenido, aunque un tanto enrevesado. Ya despejarás nuestras dudas, autor.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Re: CN3 -NAVIDADES BLANCAS MANCHADAS DE ROJO

Mensaje por kassiopea »

De este relato me ha parecido muy interesante que el autor nos presente la historia de Anna y su familia como si de una representación teatral se tratara (por eso dice que la función va a comenzar y, al final, dice que el espectáculo continuará con el siguiente de la lista). En esta función comprendemos al final que intervienen ángeles y demonios, el ángel que se empeña en hacer llegar el boleto a Anna, el demonio que se esconde dentro del tió infernal. Y los humanos son los actores aun sin saberlo ni quererlo, son marionetas del bien y del mal. La vida es teatro, no? :wink: El narrador que abre y cierra la historia creo que es el diablo, puesto que habla de Dios, su antagonista, con evidente desprecio y se burla repetidamente de él y, luego, del ángel que pierde las alas.

Como otros habéis dicho, creo que la abuela ya sabía que Anna y Nil habían muerto en el accidente, de ahí sus últimas palabras, y que eso "la anima" a terminar de una vez con el abuelo y después suicidarse. La conversión del tió en un demonio es un puntazo, lástima que no haya dado más juego :twisted:

Lo negativo del relato, según veo yo, es que hay demasiadas vueltas de tuerca para un escrito de seis páginas como máximo. Creo que ha faltado espacio para desarrollar mejor todas las capas de la cebolla. Tal como está queda todo muy comprimido e invita a la confusión. Pero la idea me gusta, autor. También me han gustado las pinceladas irónicas: los fieles cantando en la ermita y la bomba que les cae encima, el boleto ganador de la lotería que resulta ser el causante del accidente mortal, la aguja de la calceta de la yaya como arma asesina :mrgreen:

También debo decir que la parte de la llegada a la casa y las descripciones de las comidas familiares me han parecido un poco demasiado extensas, aunque esa parte fuese más corta no se perdería el efecto de contraste con la segunda parte, cuando todo se tuerce y se pone verdaderamente interesante y peculiar.

He pasado un buen rato leyéndote, felicidades y gracias :60: :60:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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