CI 1 - Palabra de bruja - Kassiopea

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CI 1 - Palabra de bruja - Kassiopea

Mensaje por lucia »

PALABRA DE BRUJA



—Había una vez...
—¡Yaya! —protestó Quique, incorporándose de repente y arrugando toda la ropa de cama—. Ya te dije que no me gustan esos cuentos de niños.
—¡Válgame el Señor! —respondió la abuela, sonriendo—. Disculpe usted, caballerete. Le hacía yo más joven...
—¡Ya cumpliré 11 años!
—Sí. Ya veo que eres todo un hombretón.
La anciana alisó de nuevo la sábana y la remetió por los lados bajo el colchón. Colocó la silla tras la mesa del escritorio, alineándola con precisión tal como le gustaba, y extrajo un gran pañuelo del bolsillo para limpiar unas motas de polvo que, de refilón, había localizado en una esquina. Chasqueó la lengua, satisfecha. A continuación estiró el brazo hacia la mesita de noche para apagar la luz.
—¡Espera, yaya! —exclamó Quique, al ver que la abuela ya se iba—. No me gusta que me cuenten cuentos, pero me gustaría que me contaras algo...
—¿Sí? Pues haber empezado por ahí —dijo ella más animada, acariciándole los cabellos. Intentó, como tantas otras veces, alisarle un mechón particularmente rebelde, pero fue en vano.
—¿Cómo era mamá de pequeña, cuando vivía en esta casa?
—Ella... era un angelito —La anciana volvió a sentarse en la silla y, tras lanzar un sonoro suspiro, comenzó a recordar—. Tenía tus mismos ojos, verdes y luminosos, por eso la llamamos Esperanza. Podía estar horas y horas entre sus libros, como tú, aunque a mí no me gustaba verla tan callada. Recuerdo con especial cariño los buenos ratos que pasamos juntas en la cocina, preparando pasteles y galletas. Siempre terminábamos entre risas, con la cara manchada de harina. Y cuando ella se reía... ¡Nunca he escuchado una risa tan contagiosa! Una vez...
Cuando la abuela hablaba de Esperanza su rostro se iluminaba, incluso las arrugas que le cruzaban la piel parecía que se alisaban. Aunque luego, cuando el torrente de recuerdos terminaba, su mirada se entristecía. Quique se había dado cuenta de ello, pero le gustaba tanto que le contaran cosas de su mamá... Papá le explicó que se había ido al cielo cuando él era solo un bebé. Quique no conseguía recordarla, por más que lo había intentado, y siempre se sentía mal por eso.
Aquella noche, estando en la misma habitación en la que creció su madre, la abuela le enseñó un álbum con fotografías antiguas. A Quique le gustó en especial una imagen en la que su mamá, sonriente, le acunaba a él entre sus brazos. Tanto le gustó que la yaya, enternecida, al final le dio la fotografía. Luego, cuando se quedó solo, se la metió bajo el pijama y se durmió sintiéndola sobre el corazón.
***

La mañana siguiente desayunaron muy temprano. Quique, soñoliento, no lograba comprender por qué sus abuelos tenían que madrugar tanto. Lo cierto es que más que un desayuno a Quique le pareció un festín, acostumbrado como estaba al simple vaso con leche que le preparaba papá antes de llevarle a la escuela.
Las clases habían terminado con la llegada del verano y su padre le había traído al pueblo para que pasara unos días con los abuelos. Siempre eran muy buenos con él, a Quique le hubiera gustado verles más a menudo, pero al parecer ellos odiaban la ciudad y nunca viajaban. Papá le había explicado que ni siquiera tenían coche.
—Venga, hoy me acompañarás a comprar —le dijo la yaya, tendiéndole una cesta de mimbre—. Quiero que todos vean el nieto tan guapo que tengo.
Quique caminaba en silencio junto a su abuela observando con gran atención todo lo que había a su alrededor. Allí todas las casas eran bajas y con paredes muy blancas, y había adoquines en lugar de asfalto. Se cruzaron con varias personas y todas se saludaban e incluso se detenían para conversar. Nadie parecía tener prisa. Pero lo que más sorprendió a nuestro protagonista fue el hecho de que ningún vehículo circulara por las calles. No pudo escuchar ningún ruido de motor, ni un bocinazo estridente. Solo el canturreo de los pájaros en los balcones y tejados, y la fragancia de las flores y plantas aromáticas que adornaban la mayoría de casas.
Entraron en la panadería y luego en el colmado. Quique comenzó a aburrirse mientras la abuela charlaba con una matrona tras otra. Después se encaminaron hacia la bodega y, calle abajo, pasaron por delante de unas paredes cubiertas de dibujos. El niño se detuvo a contemplarlos, asombrado. Sobre la puerta estaba dibujado el rótulo «Barbería» y, tras los cristales imaginarios del escaparate, podía vislumbrarse el interior, donde un cliente esperaba aposentado en el sillón y el barbero, brocha en mano, se acercaba a su lado. Solo se trataba de una escena dibujada en la pared, era un trampantojo, pero a Quique le pareció algo mágico.
—¿Por qué hay dibujos en esta pared, yaya?
—Hace muchos años hubo aquí mismo la barbería que está representada. El barbero murió y su mujer se volvió loca. Ella misma tapió las puertas y ventanas y pintó las paredes. Cuentan que cuando hay luna llena ella pasa la noche vagando por las calles, y pintando... Pero no te preocupes —añadió, quitándole importancia al asunto—, seguro que eso son tonterías que se inventa la gente que se aburre.
Instantes después, justo cuando entraban en la bodega, sonó la alegre melodía de un teléfono móvil. Quique lo extrajo del bolsillo del pantalón. Su padre se lo había regalado hacía poco, antes de que se fuera de viaje. «Así seguiremos en contacto aunque tenga que viajar a causa del trabajo», le había dicho. El chico contestó enseguida, muy contento de que papá se acordara de él.
Los dos hijos del bodeguero, que eran mellizos y un poco mayores que Quique, salieron de detrás del mostrador y se quedaron mirando al niño de ciudad que tenía teléfono propio. La envidia les corroía las entrañas.
—¡Guau! ¡Qué chulada de móvil! —soltó Pedro, acercándose.
—En el pueblo no hay muchos de estos —añadió Pablo, que tenía por costumbre continuar las frases de su hermano mellizo—. ¿Nos lo enseñas?
Así fue como Quique contactó con otros niños del pueblo. Al poco rato se formó un buen corrillo y el teléfono fue pasando de mano en mano entre exclamaciones de admiración. La abuela, feliz de ver que su nieto ya había hecho nuevos amigos, decidió dejarles y regresar a casa con la compra. Quique bien podría hacer el camino de vuelta solo, el pueblo era pequeño y no tenía pérdida.
***

—¡Bah! ¡Qué rollo! —dijo Pedro, lanzando una mirada desdeñosa—. Se ha terminado la batería.
—Devuélvemelo, por favor —pidió Quique.
—¿Tan pronto quieres irte? —preguntó Pablo con sorna.
Pedro mostró el teléfono sobre la palma de su mano, pero cuando Quique iba a cogerlo la apartó muy rápido. Todos se rieron. Nuestro protagonista, con las mejillas encendidas por la rabia, intentó de nuevo arrebatarle el móvil, sin éxito. Los mellizos eran mucho más grandullones que él.
A causa de la refriega, la camisa que Quique había llevado remetida dentro del pantalón se soltó. Desafortunadamente, la fotografía que había guardado con tanto cariño se deslizó bajo su ropa hasta caer al suelo. Y todos lo advirtieron.
—¿Qué tenemos aquí? ¡Un tesoro oculto!
—¡Ay, qué pena! —exclamó Pedro, mofándose—. ¡El niño rico de ciudad es un pobre huerfanito que echa de menos a su mamá!
Quique se desesperó pidiendo que le devolvieran la fotografía. Incluso lo rogó. En vano. No dejaron de burlarse de él durante un buen rato. Al final Pedro levantó un brazo, mostrando «sus trofeos». Se le había ocurrido un plan malévolo:
—Te propongo un trato. Si eres capaz de entrar en la casa de la bruja y traernos una prueba, te devolveremos tus cosas y seremos colegas.
—Lo haré —aseguró Quique sin pensárselo dos veces. Quería evitar que volvieran a reírse de él—. ¿Dónde está esa casa de la bruja?
Juntos andaron calle abajo y se detuvieron ante la casa. Justo en ese momento unos nubarrones ocultaron el sol y las sombras cubrieron el lugar. Los niños permanecieron en silencio, observando la casita abandonada casi sin pestañear. La maleza había crecido alrededor de la construcción, como si quisiera devorarla. Los postigos de las ventanas, medio podridos, colgaban. Las paredes estaban descascarilladas y el tejado se veía peligrosamente inclinado en un ángulo extraño. De hecho, daba la impresión de que la casa entera se apoyaba sobre un viejo y retorcido árbol que crecía a su lado.
—Aquí vive la bruja —anunció Pedro.
—No hacía falta decirlo —murmuró Quique.
—Dicen que duerme de día y que solo es peligrosa por la noche —añadió Pablo.
—¿Y decís que tengo que entrar en la casa y coger algo?
—Sí. Escucha bien. Tienes que subir hasta el dormitorio. Luego busca en los cajones de la cómoda. Allí encontrarás lo que queremos: una cajita que contiene un ojo de cristal.
—El ojo de cristal de su difunto marido, el barbero —aclaró Pablo.
—¿En serio? Estáis como regaderas...
—¿Qué pasa? ¿No te atreves? —Pablo empezó a cacarear como una gallina.
—¡Los niños de ciudad son unos cagueeetas!
Quique les lanzó una mirada furiosa y, respirando hondo, se encaminó hacia la casa. Varias ramitas y hojas secas crujieron en cuanto se acercó a la puerta, anunciando su presencia sin querer. Decidió moverse con más cuidado, mirando bien dónde ponía los pies. A continuación fue comprobando todas las ventanas de la planta baja, pero las encontró bien cerradas. Sin embargo, advirtió que había una abierta en el segundo piso. Tuvo la idea de encaramarse al árbol, pues una de sus ramas retorcidas rozaba aquella ventana y, desde ella, no le costaría alcanzar el alféizar.
Ascendió por el árbol a buen ritmo hasta que en un momento determinado, al ir a apoyar la diestra sobre el tronco, tocó algo blando y viscoso. Descubrió unos ojos amarillos que le observaban desde el interior de una cavidad. Tuvo tal sobresalto que perdió pie y se encontró colgando de un solo brazo. Sintió crecer el miedo en su interior. Por fortuna, una rama apareció de repente bajo sus pies, proporcionándole apoyo. Poco después, con la cara aún pálida por el susto, llegó al fin a la rama que rozaba la ventana. Con mucho cuidado se arrastró sobre ella. Alargó un brazo hacia el alféizar que sobresalía, pero quedaba un poco más arriba. Entonces sucedió otra cosa extraña: Quique tuvo la sensación de que la rama se movía, ¡parecía acercarse al ventanal! «Eso no es posible» pensó. Se lo habría imaginado...
Por fin, sentado sobre el alféizar, vio que algunos de los niños le lanzaban vítores desde la calle, animándole a conseguir su objetivo. Les dedicó un gesto despectivo. Inspiró profundamente dos, tres veces, y entró en la casa.
Se encontró en una habitación rodeado de libros. Tres de las cuatro paredes estaban cubiertas por estanterías. No quedaba en ellas ni un hueco libre. Algunos de los libros parecían nuevos, otros eran muy viejos; tanto que Quique imaginó que si osaba tocarlos se desharían. Se atrevió a acariciar unos que estaban bellamente encuadernados en piel, resiguió con el dedo los relieves que decoraban sus lomos. Los contempló con admiración. Luego sopló. Se levantó una nube de polvo que, desafortunadamente, se le metió en la nariz y empezó a estornudar sin remedio. Le hubiera gustado pasar un buen rato más investigando entre los libros, pero recordó el porqué estaba allí y se obligó a avanzar hacia la puerta.
De repente, algo soltó un chillido agudo y unas garras se clavaron en su espalda.
Aterrorizado, Quique se lanzó corriendo por un pasillo oscuro que se perdía en las tinieblas, intentando escapar de esas garras. Seguían lastimándole la espalda. Vio una puerta abierta a su derecha y pensó que tal vez se podría salvar si lograba encerrarse en la habitación. Se lanzó en plancha hacia el interior y su sorpresa fue mayúscula cuando chocó contra una mullida delantera. Nuestro protagonista cayó de culo al suelo y una rata le saltó en plena cara.
—¡Morfeo! ¡Ya está bien! —exclamó la anciana contra la que había chocado. Los ojos negros de la mujer relampaguearon y, de improviso, un torbellino de viento hizo aletear sus ropas negras y la plateada cabellera—. ¡Déjale YA!
El animal obedeció de inmediato. Se alejó del niño corriendo pasillo abajo como alma que lleva el diablo, con la larga cola entre las patas. Quique, incapaz de moverse, les observaba con los ojos abiertos como platos.
—Ahora hablaremos tú y yo —dijo la extraña mujer, señalándole con un dedo puntiagudo—. ¿Por qué has entrado en mi casa sin permiso?
***

Poco después se encontraban en el salón, cómodamente sentados ante la chimenea. La mujer le había dicho que aquel era el lugar más fresco de la casa. Quique había pensado que, tal como decían en el pueblo, debía de estar loca. Pero luego, increíblemente, ¡había resultado ser cierto! Al parecer, una corriente inexplicable de aire fresco bajaba por la chimenea de forma constante, refrescando la habitación. Aquello era incluso mejor que el aire acondicionado. Aunque si lo explicara..., tal vez nadie le creería.
La rata apareció de repente y saltó sobre las rodillas de la anciana, dio unas vueltas sobre sí misma y se instaló en su regazo.
—No es una rata —comentó ella, como si hubiera estado leyendo los pensamientos del niño—. Es un lirón. Se llama Morfeo. Aunque parezca mentira, es un lirón que sufre de insomnio. Su propia familia le desterró por eso, pues nunca habían conocido un lirón con problemas de sueño... A veces, los animales, como las personas, rechazan lo que no pueden entender y consideran extraño.
—Yo... Siento mucho haber entrado sin permiso, señora...
Quique estuvo a punto de decir «señora bruja», pero cerró la boca a tiempo.
—No me molestaré si me llamas así —dijo ella sonriendo—. Sin embargo, prefiero que me llames Úrsula.
Mientras hablaban, Quique estuvo contemplando la habitación. Le sorprendió el hecho de que apenas había muebles: una pequeña mesa desvencijada, dos sillas desparejadas y los dos sillones en los que se encontraban sentados ante la chimenea de piedra. Eso era todo. En cambio, las paredes estaban cubiertas de dibujos y color. Una espectacular panorámica de un bosque a la orilla de un río cubría por entero dos de las paredes. A lo lejos, en la ladera de una montaña coronada de blanco, había una casita solitaria. Una columna de humo salía por su chimenea y se perdía entre unas nubes algodonosas.
—Estos dibujos son increíbles —dijo Quique—. Parecen tan... ¡Tan de verdad!
—A tu madre le encantaba este bosque. Incluso me ayudó a pintarlo, ¿sabes? —comentó ella, pensativa, buceando en sus recuerdos.
—¿En serio? ¿Entonces conoció a mi mamá, señora Úrsula? —Quique la miró expectante, dibujando en su rostro una sonrisa radiante.
—Ya lo creo. Nos visitaba a menudo. Aquí y en la barbería... ¿Sabías que tienes sus mismos ojos?
Tras decir estas palabras a Úrsula se le cerraron los párpados. Quique pensó que se habría quedado dormida y no se extrañó, pues solía ocurrir con las personas mayores. Sin ir más lejos, su abuelo siempre se quedaba dormido ante el televisor.
Él se incorporó y se dirigió hacia la pintura mural. Ahora que había descubierto que aquel bosque había sido importante para su madre, aún se sentía más atraído por él. Observó con gran detenimiento la silueta de los árboles, los haces de luz que atravesaban las frondosas copas, arrancándoles reflejos dorados. Los cantos rodados de la orilla del río y las aguas cristalinas que los lamían. Y aquella casita lejana. ¿Quién viviría en esa casa solitaria? Con un dedo, muy suavemente, comenzó a reseguir las formas de los árboles, del río, de la montaña...
—La pintura es solo pintura —comentó de improviso Úrsula a su espalda. Quique se volvió para observarla y vio que seguía en su sillón, hablando con los ojos cerrados. Continuó su discurso—: Pero hay que saber mirar con el corazón. Tu madre, Esperanza, sabía hacerlo. Algunos nunca lo consiguen, ¿sabes? Algunos ni siquiera ven lo que tienen ante sus ojos. Pero tú has nacido con su mismo don...
Quique apenas oyó estas últimas palabras. Estaba muy concentrado escuchando el silbido del viento entre las ramas, el gorgoteo del río, el súbito revoloteo de unos pájaros. Empezó a sentir un poco de frío, aunque no le dio importancia. Su olfato detectó el aroma de las flores, la tierra mojada. Incluso se le metió en los ojos el humo que salía por la chimenea de la casa. Y entonces, acaparando toda su atención, llegó hasta él un sonido más fascinante que cualquier otro: la risa de una niña, contagiosa y alegre como unas campanillas. ¡Sabía a quién pertenecía esa risa!
Avanzó entre los árboles, luchando contra el viento con el corazón acelerado. Pero la ventisca arreciaba, los pies se le hundían cada vez más en la nieve y suponía un gran esfuerzo dar un solo paso. Ella estaba allí, ¡tenía que encontrarla! Al fin consiguió vislumbrar su figura escondiéndose tras el tronco de un árbol. Lleno de alegría intentó correr hacia ella, pero fue a tropezar con una raíz y cayó sobre el suelo cubierto de nieve.
Durante un instante se escuchó la llamada de una voz lejana, a pesar del terrible rugido del viento:
—¡¡¡Vuelveeeee!!!
Entonces Quique sintió que algo tiraba de él y el bosque comenzó a dar vueltas a su alrededor, desdibujándose en un borrón verde y blanco. Lo último que pudo ver fueron unos rizos alborotados por el viento y la sonrisa de unos ojos verdes, idénticos a los suyos.
—¡Chiquillo! —exclamó Úrsula, frotando las manos heladas de Quique entre las suyas—. ¡Menudo susto me has dado!
—¡Era mamá! Yo solo quería darle un abrazo... —explicó él, todavía temblando de frío.
—Ella te quiere mucho, cariño, pero pertenecéis a mundos diferentes. Nunca olvides eso. Aun así, ella siempre está contigo, créeme: está dentro de tu corazón. Y sabe cuánto la echas de menos.
—¿De verdad?
—Tienes mi palabra de bruja.
El niño y la anciana se abrazaron con cariño. Un extraño giro del destino había propiciado que se encontraran y que, de la forma más inesperada, cada uno hallara en el otro un poco de ternura y comprensión. Seguirían siendo grandes amigos durante mucho, mucho tiempo...
Un rato después, cuando los colores hubieron vuelto al rostro de Quique tras tomar un caldo burbujeante, Úrsula alzó la ceja izquierda mientras miraba fijamente a Morfeo, el lirón. Este pareció comprender de inmediato. Cruzó el salón a la carrera, saltó hacia la pared y... desapareció.
—Ha ido a encargarse de unas cosillas —explicó Úrsula.
***

Quique regresó a casa de sus abuelos justo cuando estos de disponían a comer. El exquisito aroma que ya se había extendido por toda la casa y buena parte de la calle le hizo despertar un hambre voraz.
—Ya veo que te lo has pasado tan bien que has perdido la noción del tiempo —dijo la abuela.
—Sí, yaya. Es un pueblo pequeño pero muy entretenido.
Por la noche, cuando nuestro protagonista fue a sacar el pijama de debajo de la almohada, descubrió algo inesperado: allí estaban su teléfono móvil y la fotografía de su madre. ¿Cómo habrían llegado hasta allí? Dedujo que Úrsula y Morfeo habrían conseguido rescatar sus cosas de las maliciosas manos de Pedro y Pablo. Se durmió con una sonrisa en la cara, pensando en sus nuevos amigos. Se sentía muy afortunado.
Por contra, a los hijos del bodeguero no les fueron tan bien las cosas.
Pablo no conseguía conciliar el sueño. Tras dar numerosas vueltas en la cama, decidió levantarse y dirigirse a la cocina mientras todos dormían. Vertió leche en un bol y tomó la caja de cereales que su madre guardaba en el armario. Inclinó la caja para vaciar el contenido y..., ¡emergió la cabeza de un ratoncito! El animal, que se había estado dando un festín, le mostró los dientes, molesto por la interrupción. Pablo, sobresaltado, lanzó la caja por los aires, con tan mala suerte que fue a caer sobre la botella de leche. Esta rodó por la encimera y se rompió al golpear contra el piso.
Justo en ese momento, en el dormitorio, Pedro empezó a gritar como un poseso. Su hermano le escuchó desde la cocina y, extrañado, decidió ir a ver qué pasaba. Pisó sin querer el charco de leche, resbaló y acabó mordiendo el suelo.
Los padres, alertados por el griterío, irrumpieron en el dormitorio de los mellizos. Encontraron a Pedro acurrucado en un rincón, temblando y sorbiéndose los mocos como un bebé. Luego vieron la cama y comprendieron la razón: numerosas ratas de buen tamaño y ojos rojizos se habían instalado en la cama de Pedro. Un extraño cosquilleo en varias partes de su cuerpo había despertado al chico. Luego, al ver a sus nuevas y peludas compañeras de lecho, había sufrido un ataque de ansiedad. Era algo que no podía controlar, las ratas siempre le habían provocado un terror absoluto. Paralizador.
***

En contra de todo pronóstico, Quique disfrutó como nunca durante aquella estancia en el pueblo de sus abuelos. Cada día visitaba a sus nuevos amigos y, de camino, nunca se olvidaba de echar un vistazo al escaparate de la vieja barbería. A veces, apenas durante unos pocos segundos, conseguía vislumbrar la figura de una niña más allá de los cristales pintados. E incluso, con suerte, había ocasiones en las que ella advertía su presencia. Entonces sonreía y le guiñaba uno de sus ojos verdes. Y Quique se sentía el niño más feliz del mundo.
Con la llegada del mes de septiembre, Quique tuvo que regresar a la ciudad y volver a la escuela. Úrsula hizo llegar la línea telefónica hasta su casa, lo que fue un acontecimiento muy sonado en el pueblo. Y Morfeo, haciendo un alarde de sus poderes mágicos, apareció un día dentro de la cartera de Quique en plena clase.
Pero eso..., ya sería otra historia.
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Sinkim
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado mucho este cuento con bruja buena incluida, sobre todo, la idea de poder entrar en los dibujos de las paredes :lol:

Hay que reconocer que Morfeo, para lo poco que sale, se lleva todo el protagonismo de la historia, como buen gato que es :cunao: :cunao:

Me ha quedado la duda de si la madre de Quique también tenía algo de bruja buena :D
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:101:
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Ororo
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Ororo »

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Shigella
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Shigella »

El principio con el pobre huerfanito sufriendo bulling me ha dado mucha pereza, sinceramente, pero luego con la aparición de la bruja ha mejorado. Especialmente lo de meterse en los dibujos de las paredes me ha parecido un acierto.
Bien escrito en general.
Sinkim escribió: Hay que reconocer que Morfeo, para lo poco que sale, se lleva todo el protagonismo de la historia, como buen gato que es :cunao: :cunao:
Es un lirón. Se llama Morfeo. Aunque parezca mentira, es un lirón que sufre de insomnio.
:roll: A ver si prestamos más atención. :lol: :lol:
1, 2... 1, 2... probando...
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Sinkim
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Sinkim »

Eso me pasa por no comprobarlo :oops: Pues aún más merito siendo un lirón :lengua: :cunao:
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jilguero
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por jilguero »

Ella:
¡Cómo se parece este cuento a los que me contaba mi madre! :cunao:
Se parecen mucho los unos a los otros pero eso nunca me ha importado. :wink:
A Morfeo, sin embargo, no lo conocía y me he quedado con ganas de saber qué pasó en la clase. :roll:
Bueno, cuando salga el otro cuento me lo leo y así me entero. :60:


¿Qué me está pasando? :party: Las cavilaciones de Juan Mute

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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Berlín
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Berlín »

Habla el niño del ascensor:


--Te acabas de morir de gusto, pequeña inmundicia. Te ha encantado este cuento, te ha gustado hasta los huesos, hasta el tuétano, te ha circulado caudaloso y torrencial por la sangre y te ha arrancado una sonrisa. La misma sonrisa que has mostrado antes, cuando te leí la casa Asher. Te van las historias de casas extrañas ¿eh? Al más puro estilo del tito King (Esteban Rey, para los amigos), con apuesta infantil incluida, pillín, que eres un pillín. Una bruja buena (Úrsula, un nombre común entre el gremio), un niño de ciudad, un verano en casa de "la yaya", una apuesta, una madre muerta, una foto color sepia, y el esperado, ansiado, encuentro con ella y su sonrisa incendiaria. Venganza posterior y final feliz. Redondo.
--Me ha gustado mucho, sí.
--Pues ya somos dos, mendrugo. Es un tópico lleno de típicos tópicos, pero nos ha encantado ¿verdad? Suénate los mocos, que nos bajamos a la calle. Te invito a fumar. Voy a hacer de ti un intrépido vaquero, pelín conquistador, pelín patibulario. ¿A que mola la palabra patibulario?
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
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Mister_Sogad
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Mister_Sogad »

Me ha gustado. Los toques de magia me han parecido muy buenos, lo que no sé es si un niño/a se engancharía de igual modo. Tal vez jugar algo más con el tema de las pinturas, meter al niño en escenarios más divertidos, inquietantes o de acción, le fuera mucho mejor para atrapar a los infantes.

Ahora que, para mí, me ha encantado la diea de meterse en la pintura, me recuerda a una cosilla que hice en otro lado.
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Ratpenat
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Ratpenat »

Lectura decimoctava: Palabra de bruja

-Buenas a todos, ¿vamos a ver qué opinan Ororo y Shigella de Palabra de bruja antes de empezar a leer? ¡Venga!
Ororo escribió:Una maldición. Una casa encantada. Pablito. Estos tres elementos son cruciales para la gran aventura de terror que nos espera. Nadie sale vivo. No digo más. Este puede ser de Iliria, que es más perversa de lo que parece :P
Shigella escribió:Yaya Ceravieja nos escribe su autobiografía, repleta de aventuras y hechos reales. Este es de Sinkim. Palabra de Bruja.
-Creo que Ororo se habrá sentido un poco como yo con el tema brujería (¿qué palabra tiene una bruja?). En fin. Este relato de brujas me gustó más que el otro, lo veo más dinámico, pero caigo en lo mismo. Me gustan las brujas oscuras y la cerveza fría. A Eyre también, por cierto.
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Gavalia
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Gavalia »

Una historia bien conseguida en el fondo y en la forma. La bruja es enternecedora la verdad. No es especialmente emotivo y tampoco muy original pero los personajes están bien perfilados y se mueven estupéndamente en éste bonito cuento. Enhorabuena
En paz descanses, amigo.
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Elisel
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Elisel »

Me gusta mucho la idea de la bruja buena y que dé un buen escarmiento a los mellizos :twisted: Me ha parecido un poquito triste eso de que haya muerto la madre y que el padre esté lejos y que Quique no pueda abrazar a su madre cuando la ve en la pintura :( Pero me ha gustado :D
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Ororo
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Ororo »

Este relato la verdad es que está muy bien.
Bien buscado el título, una historia con bruja, venganza contra los abusones, reencuentro con su madre. Muy bien. Y, además, está Morfeo! :D
Un relato muy "remetido" (que sale 2 veces), perdón autor, es broma :wink:

Está muy bien contado y la dosis de intriga cuando el niño entra en la casa muy buena. La historia de las paredes pintadas está muy bien también, aunque veo que estos dos enseguida se hacen amigos y se toman bastantes confianzas. Es verdad que ella sabe quién es él y quién fue su madre y que el niño, un niño es, pero ahí me ha faltado un nexo más fuerte.

El final tampoco es santo de mi devoción con eso de la línea telefónica... pero vamos, en general me ha gustado bastante.
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Topito »

:lista: Gracias por firmar.
«Un autor que me va hacer ganar mucha pasta», pensó topito.
Este tranquilo, los correctores de estilo tendrán poco trabajo con usted. Nos ha gustado bastante la historia. Sí, puede oler a perfume clásico, pero dentro de un frasco de diseño moderno. Así que le puedo asegurar que gustara a los padres de los niños y estos mismos. Además, la inmensa mayoria de los padres tiene pueblo y han ido de jovenes. ¡Seguro que les recordaran su infancia y disfrutaran con su lectura!

Bien, le llamaremos cuando esten las correciones y tengamos la portada.

Disfrute, y vaya a tomarse unas copas, celebre su primera publicación. Del resto ya nos encargamos nosotros.
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Mister_Sogad
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Mister_Sogad »

Autor/a regreso a tu relato para darle alguna vuelta más en mi mente.

Tengo que decir que desde que leí tu relato me ronda insistentemente en la cabeza el tema de los cuadros y la magia. Aunque yo haya jugado con algo similar, no es en el mismo grado, porque lo que en mi caso más me resulta atractivo de la idea que has plasmado es la de que la madre del niño vive en esas pinturas. El cuadro, los cuadors, las iméganes, han atrapado la esencia de una niña de ojos verdes en un marco de ensueño, al menos en cuanto al cuadro del bosque. me gusta mucho imaginarme esa parte de tu relato, con el niño casi absorvido por el mural, mientras trata de ver a la niña que llegaría a ser su madre y que no pudo conocer. Y el final del relato me atrae también mucho, con esa idea de que a partir de entonces el niño visitará cuando esté con sus abuelos a Úrsula, y seguira decubriendo a su madre-niña en los dibujos.

Me apetece abstraerme en un cuadro autor/a, gracias por eso, me encanta el arte y últimamente lo tengo bastante abandonado.
Imagen Pon un tigre en tu vida
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Ororo
Diosa de ébano
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Re: CI 1 - Palabra de bruja

Mensaje por Ororo »

Ratpenat escribió:Creo que Ororo se habrá sentido un poco como yo con el tema brujería (¿qué palabra tiene una bruja?). En fin. Este relato de brujas me gustó más que el otro, lo veo más dinámico, pero caigo en lo mismo. Me gustan las brujas oscuras y la cerveza fría. A Eyre también, por cierto.
Ja, ja, ja...
Topito escribió: Sí, puede oler a perfume clásico, pero dentro de un frasco de diseño moderno.
Eso es.
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