CK2- Un giro teatral - Nínive (1º)
CK2- Un giro teatral - Nínive (1º)
Un giro teatral
«—¡Has sido tú! ¡Tú la has matado! —El enano tigre verde con su gorro grotesco y su nariz inmensa, señalaba a la culpable con el dedo. No parecía enfadado, parecía sorprendido.
—Yo, yo, yo… ¡Yo no he hecho nada, señor! —protestó Berlín mientras enredaba sus deditos en una de sus coletas—. Fue el ciclón Dori. Dijeron en las noticias que era una tormenta muy suya y ¡ya lo creo! Arrancó la casa y la soltó aquí. Sólo nos salvamos mi perrillo Gava y yo. Yo no quería matar a la bruja. ¡Ni siquiera la conozco!
El resto de los tigres enanos de colores comenzó a murmurar:
—No la conoce…
—¡No conoce a la bruja friki!
—¡No conoce a la bruja friki que entiende de brebajes infectos!
—¡Que no, carajo! —gritó Berlín— ¿Aquí todos son igual de plastas? ¡Guácale!
—¡Es que nos has librado de la bruja y de su lastimoso sentido del humor! Se llamaba Shigella, ya por el nombre, tienes que sospechar de qué ralea era, ¿no? —contestó el tigre verde intentando abrazarla y hundir el rostro entre las sugerentes ondulaciones de su escote.
El perrillo Gavalia comenzó a ladrar y se lanzó hacia la pierna del enano, pero este le despachó de una patada y le estampanó contra el muro de la casa de Berlín, que acababa de aplastar a la bruja. Unos botines terminados en punta sobresalían del borde de la fachada. El perro se quedó pegado como un escupitajo un poco más arriba, justo debajo de los parterres de flores de la ventana. Un hilillo de sangre comenzó a deslizarse por la pared.
—¡Quita, plasta! —Rechazó Berlín al tigre enano—. ¡Estupendo! Nunca me había caído bien ese chucho, siempre pegado a mi pierna. ¿Y yo ahora cómo vuelvo a casa?
El tigre verde, con las orejas coloradas por el desprecio, se cruzó de brazos sin querer contestar, pero entonces un jilguero que planeaba, ligero, sobre la escena, se posó delicadamente sobre el hombro desnudo de la muchacha.
—Debes encontrar tu propio camino, regar tu geranio, sacar las guitarras en eclipse de luna y remar en tu barquita de papel hasta la isla Catalina. Buscar a la Gran Maga.
—¿Y a este pajarraco qué le ha dado? ¡Fuera, bicho! —Palmoteó en el aire para quitárselo de encima.
—No subestimes sus palabras, hermosa muchacha de talle fino y sabor dulce —recomendó el tigre lamiéndole el brazo en un descuido—. Dicen que es un pájaro sabio.
—¡Bobadas! ¡Y no me toques, felino raro! Si al menos fueras blanco, tendrías un pase, pero…
De pronto, un relámpago en aquel cielo rosa les deslumbró. La figura de un hombre observándoles desde una cabina de color sangre, les cortó la respiración.
—¡Has matado a mi hermana! —gritaba el ser, mitad dragón, mitad brujo— ¡Que la MUERTE no tenga piedad de ti, muchacha!
—¡Corre! ¡Corre, hacia la isla Catalina! ¡Es Sinkim, te matará! —El tigre verde la apremió apurando el último chupetón.
—¡Jesús, cómo es este maldito mundo! —resopló Berlín mientras se ajustaba el escote de nuevo—. ¿Y por dónde voy?
—¡Sigue el sendero que lleva hacia el melonar! ¡Tendrás que pagar un precio por cruzarlo!
La muchacha corrió todo lo rápido que pudo hacia el bosque para perder de vista la cabina voladora, siguiendo los cartelitos clavados al borde del camino en los que estaba dibujado un melón y una flecha. Tosía y se atragantaba al respirar. «Esto de fumar no es bueno», se dijo sacudiendo la cabeza y, por ende, las coletas.
Se detuvo cuando una barrera le cerró el paso.
—Has llegado a mi melonar. Págame para poder cruzarlo —le exigió un hombrecillo que salió de la nada. Su hablar almibarado era igual que la pulpa de un melón.
—¿Y cuál es el precio?
—Soy un cuidador de melones, tú sabrás.
Al poco rato, Berlín dejaba atrás el melonar con su cuidador olisqueando el sostén que se acababa de quitar y que le había dado como pago. «Qué gente más rara, pero qué ligera voy ahora», pensaba ella. Lo malo es que no sabía por dónde tirar una vez hubo cruzado la barrera. Divisó una figura entre los árboles y se atrevió a preguntar.
—Perdone… ¿para ir a la isla Catalina?
—¿Tú también buscas a la Gran Maga? —Levantó la cabeza y Berlín casi se muere del susto. Unos ojos redondos enormes la miraban fijamente. Abrió su pico y dejó salir un ulular lúgubre: era un hombre-cárabo.
—Si me puede devolver a mi casa, sí.
—Yo quiero que me de valor —replicó el cárabo lastimero.
—¡Amos, no me jodas! Para eso no se necesita visitar a un mago.
—Es la única solución que me queda, pero no me atrevía a ir solo. Si me dejas acompañarte, yo te guío.
Y así emprendieron el camino, siguiendo las indicaciones del hombre-cárabo. Una vez lo iba conociendo, el cárabo no le parecía tan raro. Berlín le contó de su nueva ocupación mata-brujas y que huía del hombre friki de la cabina roja porque había matado a su hermana por accidente. Y él le relató que le faltaba un empujoncito para contar las historias que se había guardado entre las plumas durante los días de viento.
—El viento se llama Nínive, ¿sabes? Y a veces aparece, suelta una historia y se vuelve a ir. Nadie sabe dónde.
Berlín asintió porque el nombre le sonaba de algo, aunque no sabía de qué.
Llegaron a un puente y, justo cuando iban a cruzarlo, una vocecita llamó su atención.
—Veo un camino que lleva a un trozo de tierra entre las aguas inmensas y la luna que salta sobre el gélido espejo. El poderoso que todo lo sabe decide sobre nuestro destino. ¡Desatino, lujuria y oscuridad! —Una mujer de cabello pálido y encrespado, rostro cadavérico y gesto de mala leche, les salió al paso.
—¿Y esta qué dice? —preguntó Berlín y el cárabo se encogió de alas.
—¡Que yo también busco a la Gran Maga, coño! ¡Que hay que darlo todo mascado, qué cruz!
—No me digas más, tú quieres ser menos críptica. ¿A que sí?
—Líbrenos de los caminos que son sean tortuosos e impredecibles, de las noches claras sin metáforas, de los únicos sentidos y las lectura simples… pero es que no me entiende ni Dios.
—¡Carajo! No me extraña. Pues ¡Ale! ¡Vámonos!
Otro relámpago refulgió en el cielo y la cabina roja apareció sobre ellos. A su lado, un mono alado (al que algunos llamarían murciélago o rata voladora) arrojaba sobre sus cabezas puñados de una sustancia innombrable semejante a la paella con sobrasada con la intención nada amigable de cegarlos y que dejaran de correr.
La intervención de un topo despistado fue providencial, al grito de: «¡¡¡un empotrador!!!», se lanzó sobre el mono volador y lo hizo chocar contra la cabina. Los tres, topo, rata-mono voladora y cabina con brujo dentro se precipitaron contra el suelo, con tan mala suerte, o buena para nuestros protagonistas, que fueron a caer sobre la red de túneles del topo. El suelo se hundió sobre ellos y no quedó ni rastro.
—¡Pobre topo! —comentó Berlín al ver el desaguisado.
—Si pudiera escribir esa historia… —se lamentó el cárabo.
—¡Oda a los que pueden ver lo que otros no perciben en este mundo de sombras infinitas! —exclamó Ororo.
—¿Cómo?
—¡Que estaba cegato y ha creído ver al amor de su vida! ¡Y por eso se estampanado! Si es que os lo tengo que traducir todo —contestó la arpía blanca enfurecida.
Para evitar más conflictos, cerraron la boca el resto del camino. Cuando llegaron al mar que los separaba de la isla Catalina, el barquero al que preguntaron si les podía cruzar el estrecho les miró de arriba a abajo y les contestó que no eran dignos de subir en su «Estrella de mar».
Pero Berlín, que era observadora, percibió cómo sus ojos libidinosos se posaban sobre su escote liberado de ataduras y en las curvas de las caderas de Ororo que, por otra parte, era lo único que destacaba de su anatomía.
—Barquero Isma, —negoció la muchacha luciendo una sonrisa de esas que provocan cierto hormigueo por el cuerpo—tres pasajes por una lucha de barro.
Y al segundo estaba el barquero buscando un charco adecuado para las dos mujeres.
—Pues tiene un buen culo —comentó Ororo mientras le veía agacharse para comprobar la maleabilidad del barro.
—No sabes tú cuánto —respondió Berlín que, de una patada en las posaderas perfectas, le dejó hundido en las tierras movedizas cabeza abajo.
No se quedaron a comprobar en cuánto tiempo dejaba de convulsionar y se subieron en la barquita de papel.
Una voz hecha de sal les acunó durante el viaje.
—Menos mal que me habéis librado de mi carcelero —les habló la barca—. Siempre tenía los pies sucios y me manchaba con la grasa del conejo que gustaba de merendar.
Y en agradecimiento, les llevó raudos y veloces hasta la isla.
La mansión de la Gran Maga era impresionante, pero en el subsuelo. Sus dominios se extendían hacia abajo, dentro de la tierra. Fuera tan solo se veía un cartelito que rezaba: «General».
—Pues debe ser ahí —decidió Berlín, y los otros dos la siguieron hacia los túneles.
Corredores tortuosos se abrían a ambos lados del principal. Lamentos surgían de cada rincón: algunos airados, otros meditabundos, los menos parecían hablar de temas incompresibles como libros y esas cosas.
Un figura pelirroja se alzó de repente ante ellos y, con una voz regia, les habló:
—¿Quién osa bajar hasta mi reino? ¿Ignoráis que aquí vuestros mensajes no contabilizan?
—¿Y esta ahora qué dice? —se asombró Ororo—. Se la entiende menos que a mí.
—¡Ah! ¿Qué no venís por eso? —La voz se relajó y pareció menguar un tercio de su altura. Se acercó a ellos, amigable—: ¿Y qué queréis?
—Pues mira, Gran Maga, aquí el cárabo necesita valor para escribir historias; Ororo, no ser tan críptica y yo… Yo solo quiero volver a casa.
Antes de que se dieran cuenta, la mano todopoderosa de Lifen, la Gran Maga, voló sobre ellos para aterrizar en sus nucas con una fuerza pasmosa. Tres collejas se llevaron. Tres.
—Jamía, qué hartita me tenéis. Tirad para arriba y dejad de molestarme por tonterías, ¿eh?
Un año después, la casa que aplastó a bruja lucía un escandaloso cartel de neón, en vez de parterres de flores, y la música de Patty Smith inundaba los rincones.
—Así pasó todo —concluyó Berlín aspirando una bocanada de humo con los codos sobre la barra—. Por eso abrí en este mundo el «Bronce». Todos los bichos raros tienen derecho a un buen bar donde se pueda jugar al billar y tomar una copa. Llegué a la conclusión de que en mi casa, tampoco me esperaba gran cosa y siempre he querido tener un lugar donde dar cobijo a…
—¿A monstruos como nosotros? —preguntó Kass enseñando los colmillos, aún manchados del blodimary al que acababa de dar un buen trago.
—Y como yo: vampiros, brujas, enanos, escritores… Ya sabes.
—¿Y tus compañeros de viaje?
Berlín sonrió enigmáticamente y entrecerró los ojos.
—Los tengo cerquita… A todos. Mi corazón es como una casa de putas y siempre puedo contar con Nínive, el viento, para que me los devuelva».
—Pero… Pero… ¿Pero esto qué es? —replicó Lucía airada mientras lanzaba el libreto sobre la mesa del despacho.
—Lo que me pediste, jefa. Una vuelta de tuerca sobre una obra conocida, un giro teatral para la revista.
—¡Malditos escritores! ¡Lo que tengo que aguantar! —resopló hundiéndose en el sillón— Si lo llego a saber, cierro el subforo de LFE. ¡Locos, están todos locos!
«—¡Has sido tú! ¡Tú la has matado! —El enano tigre verde con su gorro grotesco y su nariz inmensa, señalaba a la culpable con el dedo. No parecía enfadado, parecía sorprendido.
—Yo, yo, yo… ¡Yo no he hecho nada, señor! —protestó Berlín mientras enredaba sus deditos en una de sus coletas—. Fue el ciclón Dori. Dijeron en las noticias que era una tormenta muy suya y ¡ya lo creo! Arrancó la casa y la soltó aquí. Sólo nos salvamos mi perrillo Gava y yo. Yo no quería matar a la bruja. ¡Ni siquiera la conozco!
El resto de los tigres enanos de colores comenzó a murmurar:
—No la conoce…
—¡No conoce a la bruja friki!
—¡No conoce a la bruja friki que entiende de brebajes infectos!
—¡Que no, carajo! —gritó Berlín— ¿Aquí todos son igual de plastas? ¡Guácale!
—¡Es que nos has librado de la bruja y de su lastimoso sentido del humor! Se llamaba Shigella, ya por el nombre, tienes que sospechar de qué ralea era, ¿no? —contestó el tigre verde intentando abrazarla y hundir el rostro entre las sugerentes ondulaciones de su escote.
El perrillo Gavalia comenzó a ladrar y se lanzó hacia la pierna del enano, pero este le despachó de una patada y le estampanó contra el muro de la casa de Berlín, que acababa de aplastar a la bruja. Unos botines terminados en punta sobresalían del borde de la fachada. El perro se quedó pegado como un escupitajo un poco más arriba, justo debajo de los parterres de flores de la ventana. Un hilillo de sangre comenzó a deslizarse por la pared.
—¡Quita, plasta! —Rechazó Berlín al tigre enano—. ¡Estupendo! Nunca me había caído bien ese chucho, siempre pegado a mi pierna. ¿Y yo ahora cómo vuelvo a casa?
El tigre verde, con las orejas coloradas por el desprecio, se cruzó de brazos sin querer contestar, pero entonces un jilguero que planeaba, ligero, sobre la escena, se posó delicadamente sobre el hombro desnudo de la muchacha.
—Debes encontrar tu propio camino, regar tu geranio, sacar las guitarras en eclipse de luna y remar en tu barquita de papel hasta la isla Catalina. Buscar a la Gran Maga.
—¿Y a este pajarraco qué le ha dado? ¡Fuera, bicho! —Palmoteó en el aire para quitárselo de encima.
—No subestimes sus palabras, hermosa muchacha de talle fino y sabor dulce —recomendó el tigre lamiéndole el brazo en un descuido—. Dicen que es un pájaro sabio.
—¡Bobadas! ¡Y no me toques, felino raro! Si al menos fueras blanco, tendrías un pase, pero…
De pronto, un relámpago en aquel cielo rosa les deslumbró. La figura de un hombre observándoles desde una cabina de color sangre, les cortó la respiración.
—¡Has matado a mi hermana! —gritaba el ser, mitad dragón, mitad brujo— ¡Que la MUERTE no tenga piedad de ti, muchacha!
—¡Corre! ¡Corre, hacia la isla Catalina! ¡Es Sinkim, te matará! —El tigre verde la apremió apurando el último chupetón.
—¡Jesús, cómo es este maldito mundo! —resopló Berlín mientras se ajustaba el escote de nuevo—. ¿Y por dónde voy?
—¡Sigue el sendero que lleva hacia el melonar! ¡Tendrás que pagar un precio por cruzarlo!
La muchacha corrió todo lo rápido que pudo hacia el bosque para perder de vista la cabina voladora, siguiendo los cartelitos clavados al borde del camino en los que estaba dibujado un melón y una flecha. Tosía y se atragantaba al respirar. «Esto de fumar no es bueno», se dijo sacudiendo la cabeza y, por ende, las coletas.
Se detuvo cuando una barrera le cerró el paso.
—Has llegado a mi melonar. Págame para poder cruzarlo —le exigió un hombrecillo que salió de la nada. Su hablar almibarado era igual que la pulpa de un melón.
—¿Y cuál es el precio?
—Soy un cuidador de melones, tú sabrás.
Al poco rato, Berlín dejaba atrás el melonar con su cuidador olisqueando el sostén que se acababa de quitar y que le había dado como pago. «Qué gente más rara, pero qué ligera voy ahora», pensaba ella. Lo malo es que no sabía por dónde tirar una vez hubo cruzado la barrera. Divisó una figura entre los árboles y se atrevió a preguntar.
—Perdone… ¿para ir a la isla Catalina?
—¿Tú también buscas a la Gran Maga? —Levantó la cabeza y Berlín casi se muere del susto. Unos ojos redondos enormes la miraban fijamente. Abrió su pico y dejó salir un ulular lúgubre: era un hombre-cárabo.
—Si me puede devolver a mi casa, sí.
—Yo quiero que me de valor —replicó el cárabo lastimero.
—¡Amos, no me jodas! Para eso no se necesita visitar a un mago.
—Es la única solución que me queda, pero no me atrevía a ir solo. Si me dejas acompañarte, yo te guío.
Y así emprendieron el camino, siguiendo las indicaciones del hombre-cárabo. Una vez lo iba conociendo, el cárabo no le parecía tan raro. Berlín le contó de su nueva ocupación mata-brujas y que huía del hombre friki de la cabina roja porque había matado a su hermana por accidente. Y él le relató que le faltaba un empujoncito para contar las historias que se había guardado entre las plumas durante los días de viento.
—El viento se llama Nínive, ¿sabes? Y a veces aparece, suelta una historia y se vuelve a ir. Nadie sabe dónde.
Berlín asintió porque el nombre le sonaba de algo, aunque no sabía de qué.
Llegaron a un puente y, justo cuando iban a cruzarlo, una vocecita llamó su atención.
—Veo un camino que lleva a un trozo de tierra entre las aguas inmensas y la luna que salta sobre el gélido espejo. El poderoso que todo lo sabe decide sobre nuestro destino. ¡Desatino, lujuria y oscuridad! —Una mujer de cabello pálido y encrespado, rostro cadavérico y gesto de mala leche, les salió al paso.
—¿Y esta qué dice? —preguntó Berlín y el cárabo se encogió de alas.
—¡Que yo también busco a la Gran Maga, coño! ¡Que hay que darlo todo mascado, qué cruz!
—No me digas más, tú quieres ser menos críptica. ¿A que sí?
—Líbrenos de los caminos que son sean tortuosos e impredecibles, de las noches claras sin metáforas, de los únicos sentidos y las lectura simples… pero es que no me entiende ni Dios.
—¡Carajo! No me extraña. Pues ¡Ale! ¡Vámonos!
Otro relámpago refulgió en el cielo y la cabina roja apareció sobre ellos. A su lado, un mono alado (al que algunos llamarían murciélago o rata voladora) arrojaba sobre sus cabezas puñados de una sustancia innombrable semejante a la paella con sobrasada con la intención nada amigable de cegarlos y que dejaran de correr.
La intervención de un topo despistado fue providencial, al grito de: «¡¡¡un empotrador!!!», se lanzó sobre el mono volador y lo hizo chocar contra la cabina. Los tres, topo, rata-mono voladora y cabina con brujo dentro se precipitaron contra el suelo, con tan mala suerte, o buena para nuestros protagonistas, que fueron a caer sobre la red de túneles del topo. El suelo se hundió sobre ellos y no quedó ni rastro.
—¡Pobre topo! —comentó Berlín al ver el desaguisado.
—Si pudiera escribir esa historia… —se lamentó el cárabo.
—¡Oda a los que pueden ver lo que otros no perciben en este mundo de sombras infinitas! —exclamó Ororo.
—¿Cómo?
—¡Que estaba cegato y ha creído ver al amor de su vida! ¡Y por eso se estampanado! Si es que os lo tengo que traducir todo —contestó la arpía blanca enfurecida.
Para evitar más conflictos, cerraron la boca el resto del camino. Cuando llegaron al mar que los separaba de la isla Catalina, el barquero al que preguntaron si les podía cruzar el estrecho les miró de arriba a abajo y les contestó que no eran dignos de subir en su «Estrella de mar».
Pero Berlín, que era observadora, percibió cómo sus ojos libidinosos se posaban sobre su escote liberado de ataduras y en las curvas de las caderas de Ororo que, por otra parte, era lo único que destacaba de su anatomía.
—Barquero Isma, —negoció la muchacha luciendo una sonrisa de esas que provocan cierto hormigueo por el cuerpo—tres pasajes por una lucha de barro.
Y al segundo estaba el barquero buscando un charco adecuado para las dos mujeres.
—Pues tiene un buen culo —comentó Ororo mientras le veía agacharse para comprobar la maleabilidad del barro.
—No sabes tú cuánto —respondió Berlín que, de una patada en las posaderas perfectas, le dejó hundido en las tierras movedizas cabeza abajo.
No se quedaron a comprobar en cuánto tiempo dejaba de convulsionar y se subieron en la barquita de papel.
Una voz hecha de sal les acunó durante el viaje.
—Menos mal que me habéis librado de mi carcelero —les habló la barca—. Siempre tenía los pies sucios y me manchaba con la grasa del conejo que gustaba de merendar.
Y en agradecimiento, les llevó raudos y veloces hasta la isla.
La mansión de la Gran Maga era impresionante, pero en el subsuelo. Sus dominios se extendían hacia abajo, dentro de la tierra. Fuera tan solo se veía un cartelito que rezaba: «General».
—Pues debe ser ahí —decidió Berlín, y los otros dos la siguieron hacia los túneles.
Corredores tortuosos se abrían a ambos lados del principal. Lamentos surgían de cada rincón: algunos airados, otros meditabundos, los menos parecían hablar de temas incompresibles como libros y esas cosas.
Un figura pelirroja se alzó de repente ante ellos y, con una voz regia, les habló:
—¿Quién osa bajar hasta mi reino? ¿Ignoráis que aquí vuestros mensajes no contabilizan?
—¿Y esta ahora qué dice? —se asombró Ororo—. Se la entiende menos que a mí.
—¡Ah! ¿Qué no venís por eso? —La voz se relajó y pareció menguar un tercio de su altura. Se acercó a ellos, amigable—: ¿Y qué queréis?
—Pues mira, Gran Maga, aquí el cárabo necesita valor para escribir historias; Ororo, no ser tan críptica y yo… Yo solo quiero volver a casa.
Antes de que se dieran cuenta, la mano todopoderosa de Lifen, la Gran Maga, voló sobre ellos para aterrizar en sus nucas con una fuerza pasmosa. Tres collejas se llevaron. Tres.
—Jamía, qué hartita me tenéis. Tirad para arriba y dejad de molestarme por tonterías, ¿eh?
Un año después, la casa que aplastó a bruja lucía un escandaloso cartel de neón, en vez de parterres de flores, y la música de Patty Smith inundaba los rincones.
—Así pasó todo —concluyó Berlín aspirando una bocanada de humo con los codos sobre la barra—. Por eso abrí en este mundo el «Bronce». Todos los bichos raros tienen derecho a un buen bar donde se pueda jugar al billar y tomar una copa. Llegué a la conclusión de que en mi casa, tampoco me esperaba gran cosa y siempre he querido tener un lugar donde dar cobijo a…
—¿A monstruos como nosotros? —preguntó Kass enseñando los colmillos, aún manchados del blodimary al que acababa de dar un buen trago.
—Y como yo: vampiros, brujas, enanos, escritores… Ya sabes.
—¿Y tus compañeros de viaje?
Berlín sonrió enigmáticamente y entrecerró los ojos.
—Los tengo cerquita… A todos. Mi corazón es como una casa de putas y siempre puedo contar con Nínive, el viento, para que me los devuelva».
—Pero… Pero… ¿Pero esto qué es? —replicó Lucía airada mientras lanzaba el libreto sobre la mesa del despacho.
—Lo que me pediste, jefa. Una vuelta de tuerca sobre una obra conocida, un giro teatral para la revista.
—¡Malditos escritores! ¡Lo que tengo que aguantar! —resopló hundiéndose en el sillón— Si lo llego a saber, cierro el subforo de LFE. ¡Locos, están todos locos!
Re: CK2- Un giro teatral
Muy bueno. Mucho humor para una versión de El mago de Oz que se parece más a Los caballeros de la mesa cuadrada. Lo único, que estoy empezando a arrepentirme de no haber votado por Maripili...
1, 2... 1, 2... probando...
Re: CK2- Un giro teatral
Shigella se acaba de retratar. Este es el suyo.Shigella escribió:Muy bueno. Mucho humor para una versión de El mago de Oz que se parece más a Los caballeros de la mesa cuadrada. Lo único, que estoy empezando a arrepentirme de no haber votado por Maripili...
Un mono alado eh
Me he reído mucho con Lifen y lo de los mensajes.
Nota final: pizza con extra de queso
Re: CK2- Un giro teatral
joder lo que me he reído.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CK2- Un giro teatral
Claro, cómo se nota que a ti no te han llamado bruja y te han tirado una casa encimaBerlín escribió:
joder lo que me he reído.
1, 2... 1, 2... probando...
Re: CK2- Un giro teatral
Es muy bueno, independientemente de que me han vuelto a liquidar nada más comenzar. Evidentemente no te voy a dar ni un solo voto, bueno ni a ti, ni a ninguno de los que me torturan con sus creaciones asesinas contra un animal tan noble como un perrito.
Me ha encantado como he quedado estampado en la pared. De nota, todavía me duele
En fin, que me mola tu prosa pero no tanto tú....
Me ha encantado como he quedado estampado en la pared. De nota, todavía me duele
En fin, que me mola tu prosa pero no tanto tú....
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
- IrisCornegie
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Re: CK2- Un giro teatral
Me ha encantado. Muy divertida versión del mago de oz. Genial
Re: CK2- Un giro teatral
No, yo me he pasado medio relato sin sujetador y limpiándome las babas del tigrecillo jajajaShigella escribió:Claro, cómo se nota que a ti no te han llamado bruja y te han tirado una casa encimaBerlín escribió:
joder lo que me he reído.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CK2- Un giro teatral
¡Una ida de olla genial, me ha encantado!
De los más divertidos del concurso y una buena reinterpretación de un clásico Y por fin alguien que ha captado mi verdadera personalidad
De los más divertidos del concurso y una buena reinterpretación de un clásico Y por fin alguien que ha captado mi verdadera personalidad
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CK2- Un giro teatral
Que rico huele tu sujetador..ya me dirás que perfume usas por esas partes tuyas de tiBerlín escribió:No, yo me he pasado medio relato sin sujetador y limpiándome las babas del tigrecillo jajajaShigella escribió:Claro, cómo se nota que a ti no te han llamado bruja y te han tirado una casa encimaBerlín escribió:
joder lo que me he reído.
Enviado desde mi ALE-L21 mediante Tapatalk
Re: CK2- Un giro teatral
A mi también se me ha medio escapado la carcajada con lo de los mensajes
Igual ya se de quién es este relato, pero solo he leído tres. Pobre Gava, de los tres, en dos lo han liquidado a las primeras de cambio.
Igual ya se de quién es este relato, pero solo he leído tres. Pobre Gava, de los tres, en dos lo han liquidado a las primeras de cambio.
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Re: CK2- Un giro teatral
Me encanta... El mago de hoz, icono gay americano, convertido en kekolandia. Qué risa: lo del culo de Isma, la reina críptica, el pobre Gava muerto de nuevo, las collejas de Li... Un buen rato me has hecho pasar.
1
Re: CK2- Un giro teatral
Me ha gustado por el tono canalla que tiene por momentos y por seguir los pasos de un clásico como El mago de Oz. Me gusta que se despelote Berlín, pero ¿qué pasa con los demás? ¿Solo se despelota ella? Muy mal, autor, muy mal. A ver si resulta que yo soy el único que se atrevió a poner a todas a mirar para Cuenca con aquel harén...
Mi aportación al relato es corta pero intensa, y la intención de mi personaje noble y loable. Pena de que fuera vilmente engañado .
Los personajes están bien caracterizados, en especial el habla zárágózána de Lifen .
Posdata: Creo que este relato le gustará al gorrión coloreado, al que tanto le vale el alpiste como los cañamones.
Mi aportación al relato es corta pero intensa, y la intención de mi personaje noble y loable. Pena de que fuera vilmente engañado .
Los personajes están bien caracterizados, en especial el habla zárágózána de Lifen .
Posdata: Creo que este relato le gustará al gorrión coloreado, al que tanto le vale el alpiste como los cañamones.
Re: CK2- Un giro teatral
¿Sí? Pues yo no me he dado cuenta, será que estoy acostumbradaIsma escribió:Los personajes están bien caracterizados, en especial el habla zárágózána de Lifen
Voy p'allá a releer
Edito: Perdona, pero no se me nota nada el acento que lo sepas si hasta digo hartita en vez de hartica