Es desgarrador. Tengo un nudo en la garganta desde mitad del libro hasta ahora, la forma de narrar toda la historia es tan potente que no son necesarias ni descripciones detalladas ni grandes explicaciones de la situación. No sé cómo lo consigue la autora, pero su mensaje llega directo a la emoción sin ser una escritura especialmente sentimental.
Esta segunda parte se me está haciendo durísima. Los han trasladado a esa tierra inhóspita del Polo Norte y Lina ha dejado atrás a Andrius, lo único bueno que ha sacado de toda esta horrible experiencia. La promesa de Andrius de volverán a encontrarse me parece muy dura, porque en otro tipo de historia me daría algo de esperanza, pero justamente en ésta, no, de hecho me parece muy triste porque supongo que jamás sucederá. El sádico del comandante Ivanov me parece el Mal en persona. Obligarles a que se hagan la cabaña sin materiales, y además sin darles comida para restablecer fuerzas sobrepasa la crueldad y roza el sadismo. En serio, no me cabe en la cabeza tanta maldad (supongo y por suerte, por no haber padecido ni una centésima parte de ella en mi vida). Por fin el guardia Krazinski (o como se escriba) parece ser más "persona" que sus compañeros. Se ha convertido en el personaje en el que guardo más esperanzas sobre la humanidad del ser humano (valga la redundancia para hacerme entender). Parece intuirse algo de empatía en Krazinski hacia la madre de Lina y, en general, hacia sus presos. Y este dato para mí es el que da más veracidad a la historia. Porque no es realista que todos los rusos sean impermeables a la degeneración humana en la que sumen a sus presos, así que la pequeñísima humanidad de Krazinski le da ese toque de veracidad a todo este horror. Porque es imposible ser impasible a toda esa crueldad durante tanto tiempo hacia gente que no dejan de ser eso, gente corriente. He tenido que dejar de leer cuando el sádico de Ivanov le ha dicho a la madre de Lina que su marido ha muerto de un disparo. Se me caían unos lagrimones como puños. |