De manchas de tinta y lucecitas blancas (Relato)
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De manchas de tinta y lucecitas blancas (Relato)
Me traigo aquí una serie de ronroneos que he ido mandando a Nínive en diferentes momentos.
Mi reina blanca, espero no te moleste el atrevimiento.
_________________________________________________________
DE MANCHAS DE TINTA Y LUCECITAS BLANCAS
El felino se acerca despacio a la mujer de la corona blanca. Permanece sentada en un sillón bellamente labrado. De vez en cuando echa un vistazo al ventanal que ilumina la sala, pero son solo instantes, el resto del tiempo dibuja en el aire palabras de luz tatuadas en su alma.
—Acércate tigre.
Poco a poco el felino se acerca, mantiene la cabeza respetuosamente gacha. Antes de llegar a su altura se detiene para contemplarla con ojos dulces. Alrededor de la monarca miles de lucecitas blancas titilan en medio de un baile juguetón. Ella levanta un momento la mirada y sonríe a sus copitos de nieve, como ella los llama, levanta una mano y dibuja un par de círculos de luz delante de ella. Varias lucecitas se apresuran a atravesarlos entre giros y quiebros.
—Dime tigre, ¿te gusta?
El felino coloca suavemente la cabeza sobre una de las rodillas de su reina y ronronea despacio. Su pelaje se eriza un instante cuando la mano de ella empieza a acariciarlo con delicadeza. Su ronroneo se vuelve más profundo y jubiloso.
(Este texto es de Nínive, lo meto porque así es como se entiende mi ronroneo posterior:
La reina blanca está cubierta de sombras, ángulos muertos y líneas desdibujadas. La luz a través del ventanal se torna sangre vieja y los destellos que han estado revoloteando alrededor de su rostro, se deshacen en gotas de tinta que manchan su vestido níveo.
Los dedos de la reina se hunden en el pelaje del felino y buscan aferrarse a algo para no desaparecer. El contacto es cálido. Percibe el repiqueteo de un corazón enorme a través de su piel.
—¿Serás mi tigre blanco? —susurra con hilo de voz.)
Para ti siempre, mi reina. Desde aquí veo lo que la corona pesa, lo denso de las cadenas alrededor de tu corazón, si mi compañía te compensa te ofreceré gustoso mis hombros para que descanses un poco ese alma tuya plagada de estrellas.
Ojalá pueda salir de mi lengua felina todo esto que aloja mi dura cabeza. Solo puedo ofrecerte unos ojos cariñosos, un ronroneo dichoso y un lametón en tus manos de vez en cuando.
Me acerco despacio a tu rostro y tú descansas un momento tu frente sobre la mía, mi lengua rasposa se lanza a tu mejilla y tú sonríes cansada. Inicio un ronroneo profundo.
Aquí me tienes, mi reina.
El tigre avanza por los interminables pasillos de palacio cabizbajo, lleva un rato buscando a su reina. Durante todo el día no ha dejado de mirarse en cualquier superficie que le regale su reflejo, para poder observar con mayor detenimiento el obsequio del que ha sido objeto.
Su pelaje se ha vuelto blanco, con ese color níveo que desprende su querida reina. Las rayas que surcan su cuerpo también se han visto alteradas, ahora parecen líneas dibujadas por las dulces yemas de la mano de un alma encantada. Surcos de tinta negra que muestran curvas y espirales, líneas onduladas de bordes indefinidos. Le encanta. Debo agradecerle a mi reina.
Guiado por el instinto de su corazón alborotado por fin descubre la figura regia. Está en uno de los jardines, el más escondido. La monarca se encuentra agachada acariciando flores con suave tacto, de sus labios parecen brotar palabras mágicas.
—Una vida se diluye, una vida se renueva. Pétalos blancos de caída incierta, flores de luz atrapadas en una negra primavera.
Su vestido de terciopelo azul muestra manchas de tinta seca, regueros que nacen en el cuello y mueren en el dobladillo de la prenda. El tigre gruñe por lo bajo. ¿Por qué le hacen daño a mi reina?
La monarca sostiene con delicadeza una pequeña flor celeste, la levanta un poco con los dedos para que sus ojos la miren de manera directa. Poco a poco la florecita va perdiendo color hasta que los pequeños pétalos se arrugan hacia fuera. La reina blanca suspira, el tigre percibe ira y se pone en alerta. De la diminuta flor muerta sale de pronto una pequeña lucecita blanca que flota despacio hacia la jardinera regia. La monarca cambia su expresión abatida por una sonrisa que destila dulzura y acaricia el alma.
La motita luminosa se posa un momento en la mejilla de la reina, luego revolotea sobre su cabeza y acaba descansando sobre su oreja derecha. El tigre se acerca indeciso hasta que lo descubre su reina. Entonces esta lo anima a acercarse aún más y le acaricia debajo de la barbilla con ojos bañados en almíbar.
La lucecita remonta de nuevo el vuelo y aterriza sobre la nariz del enorme felino, que se mantiene quieto observando curioso el efecto en el rostro de la monarca. La reina descubre unos dientes de destellos de nácar mientras sonríe con una expresión dichosa, sus ojos parecen deseosos de reír a carcajadas.
Cuando la pequeña mota se marcha la reina se quita su corona blanca y la deja caer a un lado, luego se lanza en un abrazo fuerte al cuello del tigre y le susurra en una de sus orejas.
—Tranquilo, nada desaparece del todo, solo cambia su forma.
El jardín aparece hoy gris. El felino recorre despacio los parterres dejándose llevar por el aroma de las pequeñas flores de colores, parecen menos luminosas y los pétalos se inclinan hacia abajo. Más adelante distingue la silueta de la reina, sentada sobre la tierra, en uno de aquellos pequeños espacios donde aún no se ha plantado nada. Una de las delicadas manos parece dibujar algo sobre el suelo.
El tigre llega a la altura de la monarca y espera
—Acércate —La suave voz regia apenas es un susurro mientras la postura no cambia.
La cabeza rallada se restriega con suavidad en uno de los hombros blancos y se coloca a un lado, mirando lo que crea su señora.
—Esto es un laberinto, como la vida misma —Sigue sin dirigir su rostro al felino pero su perfil irradia serena belleza.
Los delicados dedos acaban de formar una intrincada miríada de líneas curvas y rectas, unas se cruzan y entrecruzan, otras desparecen en los extremos; en el centro dos o tres convergen en una zona circular suavemente aplanada.
La reina se limpia las manos con descuido mientras su mirada recorre lo que ha creado. Luego un pensamiento parece paralizarla un momento, sus labios se aprietan entre sí hasta que una leve sonrisa destensa su rostro de porcelana. Decidida arranca de un tirón uno de los adornos de plata de su vestido. Es una flor de lis, que acaba colocando muy cerca del centro del improvisado laberinto.
—Vivimos recorriendo esta vida, eligiendo un camino u otro, con la intención de llegar al término de nuestros días de la mejor manera posible —La flor de plata destella un momento mientras la voz de la monarca se afianza.
El tigre se sienta y permanece atento, con sus orejas enhiestas. La reina entonces descose poco a poco una parte de su vestido, en sus manos comienza a formar una pequeña madeja dorada. Cuando está satisfecha corta con los dientes el hilo y lo mira un momento, luego lo desenreda y lo va colocando sobre uno de los caminos del laberinto hasta llegar a la flor de lis argéntea.
—Este es el camino de la vida que cada uno recorremos. Cuando nos queda poco para llegar al final se torna de oro, pues está formado por experiencias, recuerdos y todos aquellos que hemos conocido y creado por el camino; para nosotros se han convertido en un tesoro. ¿Lo entiendes tigre mío?
Sí, mi reina.
La monarca mira por fin al felino a los ojos, con dulzura, lo acaricia un momento. Después devuelve la atención al suelo. Con delicadeza recoge en una mano un puñado de tierra y con ella va tapando algunos pedazos del hilo dorado. Cuando no queda nada en la mano la limpia sobre su vestido con ligereza.
—A veces esos recuerdos, esa vida pasada, se nos desdibuja, y aunque esté detrás nuestra nos hace perdernos, nos hace... nos hace alejarnos de lo que somos, de lo que hemos sido. A veces el olvido...
Silencio. El tigre se yergue y coloca su cabeza en el regazo de la reina, sobre su tupido pelaje parece llover un momento, se inquieta. Luego la pequeña mano de la monarca se posa detrás de su oreja y comienza una suave caricia del cuello a los hombros felinos. El tiempo se alarga.
—Pero el hilo de oro sigue estando ahí, quizá nosotros no lo veamos, no lo tengamos, pero los que nos han conocido sí lo pueden atesorar, pueden percibir su brillo. Pueden recordarnos por lo que hemos vivido, por lo que hemos sido.
Entonces limpia con delicadeza las zonas donde la tierra tapa pedazos del hilo y se queda mirando un momento el laberinto. El tigre vuelve a ponerse en pie y entonces la reina rodea su cuello con los brazos, hunde su rostro en el frondoso pelaje rallado del cuello y sus manos se agarran con fuerza.
Mi reina blanca, espero no te moleste el atrevimiento.
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DE MANCHAS DE TINTA Y LUCECITAS BLANCAS
El felino se acerca despacio a la mujer de la corona blanca. Permanece sentada en un sillón bellamente labrado. De vez en cuando echa un vistazo al ventanal que ilumina la sala, pero son solo instantes, el resto del tiempo dibuja en el aire palabras de luz tatuadas en su alma.
—Acércate tigre.
Poco a poco el felino se acerca, mantiene la cabeza respetuosamente gacha. Antes de llegar a su altura se detiene para contemplarla con ojos dulces. Alrededor de la monarca miles de lucecitas blancas titilan en medio de un baile juguetón. Ella levanta un momento la mirada y sonríe a sus copitos de nieve, como ella los llama, levanta una mano y dibuja un par de círculos de luz delante de ella. Varias lucecitas se apresuran a atravesarlos entre giros y quiebros.
—Dime tigre, ¿te gusta?
El felino coloca suavemente la cabeza sobre una de las rodillas de su reina y ronronea despacio. Su pelaje se eriza un instante cuando la mano de ella empieza a acariciarlo con delicadeza. Su ronroneo se vuelve más profundo y jubiloso.
(Este texto es de Nínive, lo meto porque así es como se entiende mi ronroneo posterior:
La reina blanca está cubierta de sombras, ángulos muertos y líneas desdibujadas. La luz a través del ventanal se torna sangre vieja y los destellos que han estado revoloteando alrededor de su rostro, se deshacen en gotas de tinta que manchan su vestido níveo.
Los dedos de la reina se hunden en el pelaje del felino y buscan aferrarse a algo para no desaparecer. El contacto es cálido. Percibe el repiqueteo de un corazón enorme a través de su piel.
—¿Serás mi tigre blanco? —susurra con hilo de voz.)
Para ti siempre, mi reina. Desde aquí veo lo que la corona pesa, lo denso de las cadenas alrededor de tu corazón, si mi compañía te compensa te ofreceré gustoso mis hombros para que descanses un poco ese alma tuya plagada de estrellas.
Ojalá pueda salir de mi lengua felina todo esto que aloja mi dura cabeza. Solo puedo ofrecerte unos ojos cariñosos, un ronroneo dichoso y un lametón en tus manos de vez en cuando.
Me acerco despacio a tu rostro y tú descansas un momento tu frente sobre la mía, mi lengua rasposa se lanza a tu mejilla y tú sonríes cansada. Inicio un ronroneo profundo.
Aquí me tienes, mi reina.
El tigre avanza por los interminables pasillos de palacio cabizbajo, lleva un rato buscando a su reina. Durante todo el día no ha dejado de mirarse en cualquier superficie que le regale su reflejo, para poder observar con mayor detenimiento el obsequio del que ha sido objeto.
Su pelaje se ha vuelto blanco, con ese color níveo que desprende su querida reina. Las rayas que surcan su cuerpo también se han visto alteradas, ahora parecen líneas dibujadas por las dulces yemas de la mano de un alma encantada. Surcos de tinta negra que muestran curvas y espirales, líneas onduladas de bordes indefinidos. Le encanta. Debo agradecerle a mi reina.
Guiado por el instinto de su corazón alborotado por fin descubre la figura regia. Está en uno de los jardines, el más escondido. La monarca se encuentra agachada acariciando flores con suave tacto, de sus labios parecen brotar palabras mágicas.
—Una vida se diluye, una vida se renueva. Pétalos blancos de caída incierta, flores de luz atrapadas en una negra primavera.
Su vestido de terciopelo azul muestra manchas de tinta seca, regueros que nacen en el cuello y mueren en el dobladillo de la prenda. El tigre gruñe por lo bajo. ¿Por qué le hacen daño a mi reina?
La monarca sostiene con delicadeza una pequeña flor celeste, la levanta un poco con los dedos para que sus ojos la miren de manera directa. Poco a poco la florecita va perdiendo color hasta que los pequeños pétalos se arrugan hacia fuera. La reina blanca suspira, el tigre percibe ira y se pone en alerta. De la diminuta flor muerta sale de pronto una pequeña lucecita blanca que flota despacio hacia la jardinera regia. La monarca cambia su expresión abatida por una sonrisa que destila dulzura y acaricia el alma.
La motita luminosa se posa un momento en la mejilla de la reina, luego revolotea sobre su cabeza y acaba descansando sobre su oreja derecha. El tigre se acerca indeciso hasta que lo descubre su reina. Entonces esta lo anima a acercarse aún más y le acaricia debajo de la barbilla con ojos bañados en almíbar.
La lucecita remonta de nuevo el vuelo y aterriza sobre la nariz del enorme felino, que se mantiene quieto observando curioso el efecto en el rostro de la monarca. La reina descubre unos dientes de destellos de nácar mientras sonríe con una expresión dichosa, sus ojos parecen deseosos de reír a carcajadas.
Cuando la pequeña mota se marcha la reina se quita su corona blanca y la deja caer a un lado, luego se lanza en un abrazo fuerte al cuello del tigre y le susurra en una de sus orejas.
—Tranquilo, nada desaparece del todo, solo cambia su forma.
El jardín aparece hoy gris. El felino recorre despacio los parterres dejándose llevar por el aroma de las pequeñas flores de colores, parecen menos luminosas y los pétalos se inclinan hacia abajo. Más adelante distingue la silueta de la reina, sentada sobre la tierra, en uno de aquellos pequeños espacios donde aún no se ha plantado nada. Una de las delicadas manos parece dibujar algo sobre el suelo.
El tigre llega a la altura de la monarca y espera
—Acércate —La suave voz regia apenas es un susurro mientras la postura no cambia.
La cabeza rallada se restriega con suavidad en uno de los hombros blancos y se coloca a un lado, mirando lo que crea su señora.
—Esto es un laberinto, como la vida misma —Sigue sin dirigir su rostro al felino pero su perfil irradia serena belleza.
Los delicados dedos acaban de formar una intrincada miríada de líneas curvas y rectas, unas se cruzan y entrecruzan, otras desparecen en los extremos; en el centro dos o tres convergen en una zona circular suavemente aplanada.
La reina se limpia las manos con descuido mientras su mirada recorre lo que ha creado. Luego un pensamiento parece paralizarla un momento, sus labios se aprietan entre sí hasta que una leve sonrisa destensa su rostro de porcelana. Decidida arranca de un tirón uno de los adornos de plata de su vestido. Es una flor de lis, que acaba colocando muy cerca del centro del improvisado laberinto.
—Vivimos recorriendo esta vida, eligiendo un camino u otro, con la intención de llegar al término de nuestros días de la mejor manera posible —La flor de plata destella un momento mientras la voz de la monarca se afianza.
El tigre se sienta y permanece atento, con sus orejas enhiestas. La reina entonces descose poco a poco una parte de su vestido, en sus manos comienza a formar una pequeña madeja dorada. Cuando está satisfecha corta con los dientes el hilo y lo mira un momento, luego lo desenreda y lo va colocando sobre uno de los caminos del laberinto hasta llegar a la flor de lis argéntea.
—Este es el camino de la vida que cada uno recorremos. Cuando nos queda poco para llegar al final se torna de oro, pues está formado por experiencias, recuerdos y todos aquellos que hemos conocido y creado por el camino; para nosotros se han convertido en un tesoro. ¿Lo entiendes tigre mío?
Sí, mi reina.
La monarca mira por fin al felino a los ojos, con dulzura, lo acaricia un momento. Después devuelve la atención al suelo. Con delicadeza recoge en una mano un puñado de tierra y con ella va tapando algunos pedazos del hilo dorado. Cuando no queda nada en la mano la limpia sobre su vestido con ligereza.
—A veces esos recuerdos, esa vida pasada, se nos desdibuja, y aunque esté detrás nuestra nos hace perdernos, nos hace... nos hace alejarnos de lo que somos, de lo que hemos sido. A veces el olvido...
Silencio. El tigre se yergue y coloca su cabeza en el regazo de la reina, sobre su tupido pelaje parece llover un momento, se inquieta. Luego la pequeña mano de la monarca se posa detrás de su oreja y comienza una suave caricia del cuello a los hombros felinos. El tiempo se alarga.
—Pero el hilo de oro sigue estando ahí, quizá nosotros no lo veamos, no lo tengamos, pero los que nos han conocido sí lo pueden atesorar, pueden percibir su brillo. Pueden recordarnos por lo que hemos vivido, por lo que hemos sido.
Entonces limpia con delicadeza las zonas donde la tierra tapa pedazos del hilo y se queda mirando un momento el laberinto. El tigre vuelve a ponerse en pie y entonces la reina rodea su cuello con los brazos, hunde su rostro en el frondoso pelaje rallado del cuello y sus manos se agarran con fuerza.
Última edición por Mister_Sogad el 29 Abr 2018 18:53, editado 2 veces en total.
- Nelly
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Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas
Te digo una cosa, lo de la mancha de tinta y la ilustración me ha encantado.
Pero sobre todo la mancha de tinta (no he tenido tiempo de leer el texto)
So pena que me acuses de plagio... lo voy a meter en la novela que estoy escribiendo ahora. (La mancha, digo, el texto no lo he leído)
Enhorabuena por adelantado, porque promete....
Pero sobre todo la mancha de tinta (no he tenido tiempo de leer el texto)
So pena que me acuses de plagio... lo voy a meter en la novela que estoy escribiendo ahora. (La mancha, digo, el texto no lo he leído)
Enhorabuena por adelantado, porque promete....
Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas
Para nada, tigre... puede hacer con nuestros ronroneos lo que le plazca.
Eso sí, me he dado cuenta que yo he escrito bastante poco...
Eso sí, me he dado cuenta que yo he escrito bastante poco...
Siempre contra el viento
Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas
Por el final intuyo que te refieres a alzheimer o demencia senil. Si es así, ha quedado una imagen preciosa para algo que es terrible, lo que no es fácil conseguir.
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
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Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas
Así es, Luci. A mi madre le han diagnosticado Alzheimer y el tigre me envió ese ronroneo para animarme.lucia escribió:Por el final intuyo que te refieres a alzheimer o demencia senil. Si es así, ha quedado una imagen preciosa para algo que es terrible, lo que no es fácil conseguir.
Siempre contra el viento
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Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas
No entiendo bien a qué te refieres Nelly, la imagen de la mancha la saqué de "guguel". En cuanto a la idea, del título entero, procede de lso propios ronroneos que aquí coloco, de Níni cogí las mancjas de tinta, lo de las lucecitas blancas se me ocurrió a mí, un simil a... bueno no importa, ella lo entiende, con eso me vale.Nelly escribió:Te digo una cosa, lo de la mancha de tinta y la ilustración me ha encantado.
Pero sobre todo la mancha de tinta (no he tenido tiempo de leer el texto)
So pena que me acuses de plagio... lo voy a meter en la novela que estoy escribiendo ahora. (La mancha, digo, el texto no lo he leído)
Enhorabuena por adelantado, porque promete....
No lo necesitas, piénsalo, estos ronroneos proceden de cosas de tí que se, por lo que sea, y son las que me han hecho escribírtelos y enviártelos.Nínive escribió:Para nada, tigre... puede hacer con nuestros ronroneos lo que le plazca.
Eso sí, me he dado cuenta que yo he escrito bastante poco...
Gracias Lucía, y ya te lo ha explicado Níni.lucia escribió:Por el final intuyo que te refieres a alzheimer o demencia senil. Si es así, ha quedado una imagen preciosa para algo que es terrible, lo que no es fácil conseguir.
Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas
Como no puedo escribirte algo bonito, como el tigretón, te mando un abrazo muy fuerte.Nínive escribió:Así es, Luci. A mi madre le han diagnosticado Alzheimer y el tigre me envió ese ronroneo para animarme.lucia escribió:Por el final intuyo que te refieres a alzheimer o demencia senil. Si es así, ha quedado una imagen preciosa para algo que es terrible, lo que no es fácil conseguir.
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Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas
Sabes que me vale igual...lucia escribió:Como no puedo escribirte algo bonito, como el tigretón, te mando un abrazo muy fuerte.Nínive escribió:Así es, Luci. A mi madre le han diagnosticado Alzheimer y el tigre me envió ese ronroneo para animarme.lucia escribió:Por el final intuyo que te refieres a alzheimer o demencia senil. Si es así, ha quedado una imagen preciosa para algo que es terrible, lo que no es fácil conseguir.
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Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas (Relato)
El tigre se levanta de su sitio a los pies del trono vacío. Avanza despacio por los pasillos mientras su pelaje blanco parece atrapado en un gris desdibujado. Sus rayas caracolean desafiando las sombras que acechan.
Va en pos de su luz, de aquella que emana el poder y el don. Traspasa puertas y cristaleras y se adentra en los grandes jardines. La explosión de color lo seduce un instante, el vuelo de pétalos, la fragancia intensa. Es una época extraña aquella, de actividad, de desasosiego. El apremio lo invade, no le gusta lo que sucede allí, necesita la calma de las manos regias.
Ya a lo lejos la descubre. A su reina, de un blanco níveo la luz que la rodea titila, unas veces con fuerza, otras debilitada. El felino se asusta de la expresión cansada, por un instante se le hincha el pecho donde comienza a despertar un rugido belicoso. Se detiene, no es fácil acallar a los monstruos, mucho menos destruirlos.
El destello lo coge de sorpresa. La monarca arrebata cualquier otra luz y color de alrededor mientras afianza sus pies sobre la tierra y acomete con resolución su tarea.
Tras un instante el tigre reaccciona repleto de orgullo y cariño. Avanza de nuevo hacia la calidez de su señora. Entrevee las manchas que enturbian el vestido regio en sus bordes y decide lo que desea hacer.
Cuando llega junto a su Reina Blanca le da un tremendo lametón en la mano y esta se gira por la sorpresa. Lo reconoce, sonrie a los ojos felinos llenos de amor y lo estrecha en un abrazo poderoso.
Va en pos de su luz, de aquella que emana el poder y el don. Traspasa puertas y cristaleras y se adentra en los grandes jardines. La explosión de color lo seduce un instante, el vuelo de pétalos, la fragancia intensa. Es una época extraña aquella, de actividad, de desasosiego. El apremio lo invade, no le gusta lo que sucede allí, necesita la calma de las manos regias.
Ya a lo lejos la descubre. A su reina, de un blanco níveo la luz que la rodea titila, unas veces con fuerza, otras debilitada. El felino se asusta de la expresión cansada, por un instante se le hincha el pecho donde comienza a despertar un rugido belicoso. Se detiene, no es fácil acallar a los monstruos, mucho menos destruirlos.
El destello lo coge de sorpresa. La monarca arrebata cualquier otra luz y color de alrededor mientras afianza sus pies sobre la tierra y acomete con resolución su tarea.
Tras un instante el tigre reaccciona repleto de orgullo y cariño. Avanza de nuevo hacia la calidez de su señora. Entrevee las manchas que enturbian el vestido regio en sus bordes y decide lo que desea hacer.
Cuando llega junto a su Reina Blanca le da un tremendo lametón en la mano y esta se gira por la sorpresa. Lo reconoce, sonrie a los ojos felinos llenos de amor y lo estrecha en un abrazo poderoso.
P. D: felicidades atrasadas mi Reina Blanca ( @Nínive ). |
Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas (Relato)
Abrazo y lametón recibido, mi tigrecillo.
Me has hecho sonreír. Recojo mi regalo algo temblorosa por la sorpresa y porque algo intuyes de lo que vivo, si no, no podría explicarlo... hay frases que me han llegado al alma.
Gracias, amigo.
Me has hecho sonreír. Recojo mi regalo algo temblorosa por la sorpresa y porque algo intuyes de lo que vivo, si no, no podría explicarlo... hay frases que me han llegado al alma.
Gracias, amigo.
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Re: De manchas de tinta y lucecitas blancas (Relato)
Soy como soy, alguna vez me han dicho que se asustan de lo observador que soy, de lo detallista, de lo intuitivo... pero solo me pasa con la gente que aprecio.