Rock. Robot rock.
Un fondo monocromo de árboles y montañas. Una ardilla. Un caballo. Un escudero. Un caballero negro. Una esfinge. Una seta. El guerrero pixelado. Brazo izquierdo extendido, pierna izquierda extendida; brazos arriba, piernas juntas; brazo derecho extendido, pierna derecha extendida; postura de descanso cuatro píxeles sobre el nivel del suelo; y otra vez vuelta a empezar. En total, cuatro sprites, cuatro posturas distintas para el guerrero pixelado, mientras sus acompañantes y él bailan al son de la música que lo inunda todo: rock, robot rock. Bajo dos nubes cuelgan las grandes letras de la palabra «START». Y entonces las palabras parpadean y una nueva aventura comienza.
El guerrero pixelado está sentado sobre una roca al borde de un camino. La roca encaja con precisión en su trasero, sin rozamiento ni separación. Una corriente de aire compuesta de pequeños píxeles grisáceos impacta contra su rostro, le rodea y sale fuera de su vista a intervalos regulares. Es molesto, pero al guerrero le gusta ese lugar para pensar. A sus espaldas tiene la masa uniforme del bosque. Al frente, el entorno de alto contraste muestra una llanura amplísima en la que se distingue, al fondo, una montaña con un corte geométrico producto de la baja resolución. Es una paradoja, pero cuanto más lejos está, menos parece una montaña.
El escudero aparece detrás de él.
—¡Hola, guerrero! ¿Vamos a machacar unos cuantos monstruos?
—Hola, escudero. Te veo con ganas.
—Pues claro! El sol brilla en el cielo azul. El tesoro nos aguarda al final del camino.
El guerrero pixelado se da la vuelta, es decir: el sprite de posición sentado se invierte en el eje vertical. Ahora los píxeles de viento le golpean en la nuca. El escudero es un joven mozuelo de ojos grandes como platos en una cara pecosa, bajo una gorra calada y con una mochila que es casi más grande que él. Tres sprites: un secundario.
—¿En qué piensas, guerrero?
—En nada concreto. ¿Tú crees que hay algo más allá de lo que vemos?
—Siempre hay más niveles, guerrero.
—No me refería a eso. Quiero decir… ¿qué ves cuando me miras? ¿Un cuerpo con una armadura, una espada, un escudo? ¿Cómo sabes quién soy?
—Veo un cuerpo con una armadura, una espada y un escudo. ¿Es que hay otra cosa? ¿Salimos ya?
El guerrero pixelado suspira y tres píxeles escapan de su aliento. Se levanta y se pone en movimiento hacia el bosque. El escudero le sigue, dando pequeños saltitos.
La espesura es densa y repetitiva. Arbusto, árbol, arbusto. Entre árbol y árbol se puede distinguir la mole de la montaña al fondo. Caminan durante unos segundos. La música, suave y relajante, cambia de repente a un ritmo discotequero. Los andares algo rígidos del guerrero se transforman cuando adquiere una postura más compacta; el escudo aparece en su brazo izquierdo y la espada pixelada se materializa en su mano hábil.
—Escudero, prepárate.
Una seta del tamaño de un cuerpo sobrevuela al guerrero e impacta en el despreocupado escudero, que parpadea tres veces y desaparece.
—Si antes lo digo… —gruñe el guerrero.
Avanza unos pasos mientras arrecia la lluvia de bellotas, nueces y setas. Los proyectiles son arrojados por dos ardillas al final del camino. El guerrero golpea de manera tentativa una de las setas con la espada y se produce una pequeña explosión que le obliga a retroceder un par de pasos. Por fortuna, no conlleva daños, pero será mejor esquivar los objetos. El guerrero baila entre los proyectiles hasta llegar al alcance de los dos roedores, que le miran con ojillos enfurecidos.
—¿Por qué me atacáis? ¿Qué mal os he hecho?
Las ardillas no responden y redoblan sus ataques con monótona furia.
—Sois bastante espeluznantes, vosotras.
—Tu sí que eres espeluznante —responde una de las ardillas—. No podrás pasar.
—Vale. Ahora te la has ganado.
El guerrero ataca. La espada, una masa sólida y densa de píxeles, encuentra con facilidad a las ardillas, que parpadean y desaparecen una tras otra.
Pasados unos segundos, la tranquilidad vuelve al bosque. La música relajante retorna y el guerrero se vuelve a encontrar en el sprite de reposo. A su espalda, el escudero reaparece con un parpadeo.
—¡Hola, guerrero! ¿Vamos a machacar unos cuantos monstruos?
—Muy útil tu ayuda en combate, escudero.
El muchacho de ojos saltones ignora con habilidad la queja.
—El tesoro nos aguarda al final del camino.
—Por supuesto, por supuesto. El tesoro —suspira—. Ardo en deseos de encontrarlo.
Al reanudar la marcha, el escenario cambia. Desaparece el bosque y en su lugar se revela una llanura de árboles ralos y riachuelos que se cruzan ortogonales. Es de esperar que no haya más ardillas, al menos durante un rato, pero habrá que estar atentos frente a mapaches y conejos. Caminan en silencio por una especie de prado donde pequeñas mariposas de apenas cuatro píxeles revolotean en lo alto. El guerrero las observa con el rabillo del ojo, prudente.
—Oye, guerrero, ¿cómo es que no montas en tu caballo?
—Me resulta tan incómodo montar como a él que lo monten.
—Sí, pero… ¿no está ahí para eso?
—Quería saber a dónde puedo llegar caminando con mis propias piernas. Buscar mi propio camino, ya sabes. Hablé con él y no pareció importarle. De hecho, me animó a avanzar por mí mismo. Dijo que hay que salirse de los moldes preestablecidos.
—¿Salir de los moldes? ¿A dónde quieres salir, guerrero? ¡El camino es recto!
—Esa es precisamente la cuestión. Quiero buscar otra salida porque el camino es recto.
—No entiendo.
—No esperaba que me entendieras —murmura el guerrero—. Atención ahora.
La repetitiva y pegadiza música de ecos ochenteros vuelve a ser audible. El guerrero desenvaina y el escudero, excitado, se aprieta contra su espalda. Más adelante hay un puente y, sobre él, un oscuro combatiente que se acerca con un mangual en alto.
—NO. PUEDES. PASAR —atrona el luchador. Inmediamente comienza a descargar una serie de furiosos golpes sobre el guerrero, que se protege como mejor puede con el escudo, pero cada golpe le obliga a retroceder. El escudero, pegado a él, queda momentáneamente al alcance del arma contundente, y el guerrero se ve obligado a interponerse para protegerle. Recibe un impacto. Su cuerpo cae al suelo en un doloroso sprite. Un parpadeo.
—¡Curación! —grita el escudero. Alcanza una de las pociones al guerrero, que se la bebe.
—Maldición. Quédate detrás de mí, haz el favor.
El guerrero se aparta y observa el patrón de ataque del caballero oscuro. Es fundamental para establecer una estrategia de ataque. Dos-uno-dos. Pan comido.
—¡Yo lo distraeré! —grita el escudero con entusiasmo. Sin tiempo para impedirlo, avanza frente al caballero oscuro. Un golpe de mangual y el escudero vuelve a desaparecer.
—Me cago en…
El guerrero avanza y baila con su oponente. Atrás, dos golpes, adelante y golpear con la espada; atrás, un golpe, adelante y golpear con la espada. En un abrir y cerrar de ojos el caballero oscuro se contorsiona en un sprite de agonía y desaparece con un parpadeo.
—Por el Hacedor bendito… no he podido ni hablar con él.
El escudero reaparece con un parpadeo.
—¡Hola, guerrero! ¿Vamos a machacar unos cuantos monstruos?
El guerrero gruñe.
—¡Pues no esperemos más! El sol brilla en el cielo azul. El tesoro nos aguarda al final del camino.
No se molesta en responder. Ya tiene la espada guardada. Se pregunta, por enésima vez, si podrá separarse de esta senda que parece predestinada para él en esta aventura sin sentido. Un escalofrío invisible recorre su espalda. Quizás nunca tenga la oportunidad.
Ahora el paisaje ha tornado en una sucesión de restos de columnas y de paredes de piedra medio derruídas. Se diría que avanzan por las ruinas de una ciudad que ha sufrido un terremoto. De nuevo, al guerrero se le ofrecen pocas opciones: no hay sino que avanzar hacia delante, entre los escombros. Su ánimo es tan sombrío como el gris del cielo.
Las ruinas desembocan en el pórtico de un enorme templo. En la boca de entrada, una enorme figura se yergue entre las piedras desperdigadas: una Esfinge de tamaño colosal. Los ojos de la mole brillan cambiando de color de manera intermitente. El resto del cuerpo es basto y mal modelado. Posiblemente sea muy antigua.
—¡Escudero! —grita el guerrero—. ¡Distráelo!
El escudero, emocionado, carga con un gritito de batalla, «¡Te voy a matar hasta que te mueras!», o algo así. Un rayo nace en los ojos de la Esfinge y el escudero desaparece tras un breve parpadeo.
—Excelente. Ahora podemos hablar.
—Eres un aventurero extraño —responde la Esfinge con una voz profunda—. ¿A qué vienes a mis dominios? ¿Pretendes retarme?
—No —se apresura a responder el guerrero—. Estoy buscando mi propio camino. Quiero ver qué hay más allá de las luchas y aventuras.
—Jo, jo. Así que esas tenemos. Quieres pasar de nivel.
—No es eso lo que busco.
—Entonces buscas la manera de actualizarte a la siguiente versión.
—No te entiendo —reconoce el guerrero.
—La siguiente versión. Un lugar donde hay más colores, donde todo es más suave y fluido, donde las posibilidades no son tan limitadas.
—Sí… digo, no. No quiero más posibilidades. Busco un lugar donde todas las posibilidades, cualquier posibilidad, sea factible.
La Esfinge vuelve a reír. Es una acción desconcertante. El enorme cuerpo de la Esfinge sube y baja sin moverse del sitio mientras su risa MIDI inunda el escenario.
—¿Y crees que tal lugar existe, guerrero?
—Sin duda hay algo más allá de todo lo que vemos en este mundo.
—Más allá de este cielo pixelado y de estas ruinas mal modeladas hay otro cielo, otros escenarios, otras fronteras. Pero allí, aunque hay más alternativas, también hay límites.
—No te creo.
—Pues así es.
—Quiero verlo con mis propios ojos —responde, tozudo, el guerrero.
—Entonces tendrás que luchar conmigo.
—¿No hay más remedio?
—Sí, el habitual —responde la Esfinge—. Resuelve mi enigma y te dejaré pasar.
- «El guerrero pixelado está en deuda con su pasado,
- Busca soluciones imposibles a patrones repetibles,
- Camina en línea recta por una escena imperfecta,
- Y conoce el desespero gracias a su escudero».
—No sé la respuesta —responde, atribulado, el guerrero—. Solo soy un luchador, y no tengo más que mi espada y mi escudo.
—Apréstate entonces, pues solo nos resta luchar.
¡Y así la batalla comienza! Relámpagos ardientes nacen de los ojos parpadeantes y garras enormes como troncos bajan y suben en el aire. El guerrero se parapeta detrás de las ruinas a duras penas. El coloso se mueve en círculos en el aire y es vulnerable solo durante los escasos segundos en que toca tierra. Los golpes se suceden. El guerrero parpadea peligrosamente dos veces y otras tantas lo hace la Esfinge. La lucha está igualada. Uno de los ojos del enorme monstruo ha dejado de brillar y el escudo yace roto en el suelo.
—Tengo miedo, Esfinge. Tengo miedo, porque acabaré contigo y entonces no tendré con quién hablar. Pero si ha de ser así, que así sea.
Con un valiente esfuerzo, el guerrero se lanza en un último y desesperado ataque. Esquivando las garras del monstruo y evitando ser aplastado por el inmenso corpachón, el guerrero clava su espada pixelada en el corazón de la bestia. Un rugido llena el aire. El oponente desaparece en un postrer parpadeo y una lluvia de monedas cae sobre el vencedor.
Al mismo tiempo que la música de triunfo, el escudero reaparece.
—¡Hola, guerrero! ¡El tesoro! ¡Victoria, victoria, victoria!
El escudero de ojos saltones se afana en recoger las monedas que rebotan y rebotan contra el suelo. El guerrero permanece inmóvil entre la lluvia dorada junto al escudo roto, la espada baja.
—¡Anímate, guerrero! ¡Hemos vencido!
—De verdad.
—Traspasemos ahora la boca del templo. Nos esperan nuevos desafíos, guerrero. ¿Vamos a machacar unos cuantos monstruos?
—No quiero. Lo que busco se encuentra aquí, en alguna parte.
—¡Pero el tesoro nos aguarda al final del camino!
—Detrás de este cielo monocromo hay algo. Más allá de nuestros cuerpos, más allá de nuestros enemigos. Hay algo, estoy seguro. Una explicación, una razón. Quizás la libertad. No me rendiré hasta encontrarlo.
—Como tú quieras, guerrero. Te espero al otro lado.
El escudero se marcha alegremente hacia la salida. El guerrero permanece inmóvil junto a los restos de la derrotada Esfinge. Sus garras y su cuerpo de piedra se encuentran ahora aumentando las ruinas del paisaje. El guerrero se da cuenta de lo mucho que se parecen los nuevos restos a los viejos detritos que ya se encontraban en el paisaje desolado. La brisa de píxeles sigue soplando en lo alto.
El guerrero mira durante un rato el escenario estático. Suspira y encamina sus pasos hacia la oscura boca del templo.
Rock. Robot rock.
Un fondo monocromo de islas y mar. Un salmón. Un cangrejo. Un escudero. Un tiburón. Una ballena. Un alga. El guerrero pixelado. Brazo izquierdo extendido, pierna izquierda extendida; brazos arriba, piernas juntas; brazo derecho extendido, pierna derecha extendida; postura de descanso cuatro píxeles sobre el nivel del suelo; y otra vez vuelta a empezar. Rock, robot rock. Una bandada de gaviotas pixeladas acarrea las grandes letras de la palabra «START». Y entonces las palabras parpadean y una nueva aventura comienza.