El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

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El sueño de la Beata Juana
Para el Padre Fernando


Torreón de los Guzmanes.jpg


Juana de Aza se acodó en el alféizar de la ventana y miró hacía la lejanía. Sin querer, la sien izquierda rozó la fría superficie de la columna y una leve punzada de frescor le hizo caer en la cuenta de que el verano estaba llegando a su fin. Desde aquel ajimez del torreón —su mirador favorito—, podía divisar una amplia panorámica de los campos de Castilla. Agostados tras los largos y ardientes días del estío, se hallaban ahora teñidos de un amarillo monótono y apagado. Pero Juana entrecerró los ojos y los rememoró unos meses atrás, cuando los cereales estaban aún madurando y las amapolas rompían la monotonía del verde con su alegre grito carmesí…

Aquella tarde, el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte y ella se hallaba disfrutando a solas del atardecer. Su marido andaba de nuevo batallando en uno de los interminables conflictos fronterizos que, desde hacía varios siglos, asolaban la península. Domingo, el más pequeño de sus hijos —por poco tiempo ya, puesto que Juana volvía a estar embarazada—, después de acompañarla en una tarde agotadora de visitas a los más necesitados, descansaba en la cama. Abajo, en la cocina, los criados preparaban la cena y comentaban las últimas noticias llegadas del frente. Y entonces, mientras ella se deleitaba con el delicado vaivén de las espigas mecidas por el viento, atravesando los cultivos como una exhalación, y dejando a su paso una fugaz estela de un verde más intenso, apareció el perro negro de los grandes luceros blancos.

Inicialmente, su repentina aparición le causó sobresalto. Luego, en cambio, Juana de Aza creyó reconocer al recién llegado y se tranquilizó. ¿No era aquel el perro que había visto en sueños varias veces mientras estaba embarazada de Domingo? Y como si le hubiese leído el pensamiento, el animal levantó la cabeza y también pareció reconocerla. De sus fauces goteaba abundante espuma blanca, poniendo en evidencia el esfuerzo de la carrera. A excepción de las irregulares manchas claras, tenía un pelaje negro alquitrán que a la luz del atardecer brillaba intensamente. Era un perro de raza incierta. Posiblemente un cruce de galgo con perdicero, por lo que su aspecto no era fiero. Pero debido a la firmeza con que la estaba mirando Juana no pudo evitar estremecerse.

Mientras los dos —la mujer desde el torreón, el perro desde el jardín— se vigilaban mutuamente, los últimos rayos de sol barrieron los campos de cereales y, a su paso, tiñeron de rojo las glumas de las espigas. Y cuando aquella luz cálida rozó el lomo y la nuca del perro, su pelaje adquirió un sugerente tono cobrizo. Por un instante, los campos —y también el perro— dieron la impresión de estar en llamas. Pero justo cuando el sol dejó de verse en el horizonte se desató una repentina tormenta y la lluvia se encargó de apagar aquel fuego imaginario que amenazaba con arrasarlo todo.

La alucinación fue tan fugaz que, mientras ocurría, Juana casi no fue consciente de ella. Esa noche, sin embargo, una vez se acurrucó en su lecho solitario —el precio de tener por compañero un sempiterno combatiente—, se acordó de nuevo del perro entrevisto esa tarde. Cayó entonces en la cuenta de que, además del gran parecido físico entre el recién llegado y el perro del sueño, había otra coincidencia extraña: el del sueño traía en la boca una tea encendida con la que iba a incendiar el mundo; y esa tarde, coincidiendo con la llegada del perro, por un instante los campos de Castilla habían parecido estar envuelto en llamas.

Tantas casualidades de golpe turbaron a Juana. A esas horas, sin embargo, se hallaba ya demasiado cansada y concluyó que era mejor dejar las interpretaciones para el día siguiente. Pero en cuanto cerró los ojos hizo un nuevo descubrimiento que le hizo sentarse de inmediato en la cama: el perro del sueño era blanco con manchas negras; y el llegado esa tarde, negro con manchas blancas. ¡Tenían, pues, los colores invertidos! Aún más, el uno traía en la boca una antorcha incendiaria y el otro parecía haber conjurado la lluvia con la que apagarla. Así pues, lo que ella había interpretado como imágenes especulares eran en realidad imágenes antagónicas...

*********************************************************

Las risas del niño y los ladridos del perro le hicieron volver a la realidad de ese verano a punto de acabarse. Abajo, en el amplio jardín que se extendía ante la fachada del torreón —una isla milagrosamente verde en la que refrescar la mirada tras haberla demorado por los sedientos campos de Caleruega, pensó Juana—, Domingo jugaba alegremente con el perro negro de los luceros blancos. Desde su llegada unos meses atrás, se habían convertido en compañeros inseparables. El benjamín de la casa no había demostrado antes demasiado interés por los animales domésticos. El ama lo llevaba a veces a los establos para que se entretuviera mirando al ganado, pero Domingo parecía ignorarlo. Tampoco solía jugar con sus hermanos mayores...

En ese momento, el niño miró hacia arriba y le sonrió a su madre. Juana no podía evitarlo: Domingo era su ojito derecho. En cuanto tuvo cierta autonomía, le había cogido gusto a sentarse en cualquier rincón apartado de la casa y quedarse allí durante horas en un extraño estado de enajenación, con los ojos muy abiertos y una dulce sonrisa en los labios, como si estuviera vislumbrando una suerte de paraíso invisible para el resto de los mortales. De hecho, por propia voluntad solo salía de la fortaleza familiar cuando acompañaba a su madre en las visitas que ella hacía a menudo a los hogares más necesitados de Caleruega.

Siempre había sido un niño demasiado reflexivo para su edad, pensó Juana mientras vigilaba su juego. Tanto que su pasividad le había hecho temer incluso por su salud. Pero el ama la había tranquilizado al afirmar que Domingo era un calco de la niña que había sido ella. ¿No se acordaba ya de cómo su madre había temido también por su salud al verla tan reflexiva y calma? El niño crecía con absoluta normalidad, solo que se expresaba mucho mejor a cómo lo habían hecho sus hermanos con su misma edad. ¿Por qué preocuparse, entonces, por esas largas ausencias en las que tan a gusto parecía sentirse Domingo? Las sensatas palabras de la vieja niñera le habían hecho concluir que la sensación que su hijo experimentaba en su refugio interior no debía ser muy diferente de la que ella misma sentía cada vez que desde aquella ventana se demoraba en la belleza de los campos de Castilla.

Desde el ajimez, Juana contempló el alegre revoltijo y sonrió satisfecha. ¡Cómo había cambiado Domingo, casi no lo reconocía! La compañía del perro le había alterado los hábitos por completo. No había nada más que ver el deleite casi animal con el que el niño y el perro se revolcaban ahora sobre la hierba. ¿Casi animal?, se preguntó Juana con un atisbo de inquietud. Antes de la llegada del perro, había aceptado ya la singularidad del benjamín de la casa. Aun más, incluso le producía alivio que Domingo no estuviera destinado a seguir los pasos de su padre. Reconquistar las tierras invadidas por los infieles era necesario. Pero ella desaprobaba la forma violenta —mediante el uso exclusivo de las armas— en la que lo hacía su marido.

Domingo, en cambio, parecía gozar del don de la palabra. Cuando visitaban a los menesterosos sabía escoger, con un acierto impropio de su edad, las palabras justas con las que consolarlos y propiciar una cristiana resignación ante los infortunios. Juana albergaba, pues, la secreta esperanza de que el menor de sus hijos tuviera como destino convertir a los seguidores del Islam esgrimiendo cómo única arma el uso persuasivo del lenguaje. Pero la imprevista llegada del perro había transformado la conducta del niño hasta tal punto que semejante destino era ahora una pura quimera. Y como mujer fervorosa, a Juana le inquietaba que el recién descubierto placer por el juego hiciese que Domingo terminara desoyendo los designios divinos.

*********************************************************

El perro negro de los grandes luceros blancos se separó del niño y, como en aquella primera tarde antes de que se desatara la tormenta y la lluvia desdibujara el paisaje, levantó la cabeza y miró hacia el ajimez. Sus miradas volvieron a encontrarse y de nuevo la fijeza con la que el animal la miraba hizo que Juana se estremeciera. Aun sin saber la razón, aquel perro le había provocado recelo desde el primer momento.

Un amigo fiel y cariñoso, que obedecía con presteza las órdenes de su joven amo y que siempre estaba dispuesto a divertirlo con sus juegos. Además, Domingo mostraba ahora un aspecto más saludable y un comportamiento más acorde con su edad. Como madre se alegraba y, tal vez por ello, había tardado cierto tiempo en comprender que esa entrega mutua, esa incondicionalidad sin límites, ejercía un influjo pernicioso en el niño. Hacía que Domingo llegase agotado a la cama y se durmiera antes de rezar las oraciones de la noche. Y hacía también que no quisiese acompañarla a casa de los pobres, salvo que fuese el perro con ellos. Es más, durante las visitas el niño se mostraba inquieto porque deseaba regresar pronto a casa para seguir jugando, y esa excitación lo volvía torpe a la hora de elegir las palabras de consuelo. Pero, por encima de todo, lo que más inquietaba a Juana de Aza era que ya no fuese capaz de enajenarse en su paraíso interior, señal inequívoca de que se estaba apartando del camino que le tenía destinado el Creador.

Al igual que el día de su llegada, de las fauces del perro chorreaba abundante baba. Esta vez, sin embargo, no era fruto de la veloz carrera sino del juego continuado. Un poco más lejos, el niño permanecía exhausto tendido en el suelo. Los últimos rayos de sol barrieron los campos de cereales y luego la hierba del jardín, tiñéndolo todo a su paso de un cálido tono anaranjado. Y justo antes de que el sol se ocultase en el horizonte, su luz tiñó el lomo del perro y el rostro del niño de un rojo cobrizo muy bello. Desde el ajimez del torreón, Juana contempló complacida la escena.

Una vez más el sueño parecía hacerse realidad y las llamas empezaban a extenderse por el mundo. Pero recordó entonces que aquél no era el perro blanco de las grandes manchas negras del sueño sino el negro de los grandes luceros blancos llegado justo antes de la repentina tormenta. Ese que, en lugar de traer en su boca la tea con la que inflamar al mundo en el amor del Creador, había traído consigo la lluvia que apagaría la antorcha antes de que cumpliera su misión. Y a Juana de Aza ya no le cupo la menor duda de que aquel perro lo había enviado el maligno para que Domingo se apartara de su destino.

Devota de María, Juana de Aza siempre llevaba un rosario en la faltriquera. Así pues, antes de que se volviera a desatar la temida tormenta, apretó entre los dedos la primera cuenta y comenzó a recitar un avemaría. Como respuesta, esta vez no hubo lluvia a destiempo y los campos de Caleruega dieron la impresión de estar ardiendo. Y mientras Juana continuaba suplicándole a esa otra madre que se apiadara de su hijo, el perro negro de los grandes luceros blancos abandonó el jardín y se adentró en los campos de cultivo. Los atravesó como una exhalación y, dejando a su paso una fugaz estela de un naranja más intenso, desapareció para siempre.




Epílogo. El fraile encargado de mostrar el Convento de los Dominicos de Caleruega entró en la Torre de los Guzmanes seguido por un pequeño grupo de visitantes. Estaba a punto de terminar el recorrido acostumbrado cuando la pregunta de uno de los turistas le obligó a detenerse ante la pequeña arqueta de madera taraceada de la entrada.

Su antecesor en el puesto le había explicado que aquel baulillo contenía los huesos de un santo desconocido: un mártir muerto posiblemente durante la persecución de Diocleciano, fueron sus palabras. Pero el nuevo guía era de natural curioso y, extrañado de que una reliquia de esa índole y tan arcaica hubiera acabado en una fortaleza castellana, había decidido juzgar él mismo el contenido del relicario. Para su asombro, al abrirlo había descubierto que los restos allí guardados no eran humanos sino caninos.

Desde entonces, en lugar de mentir a los visitantes, prefería pasar de largo por delante de la arqueta sin hacer ningún comentario. Aquel día, sin embargo, un dedo índice inoportuno había señalado hacia el arca y le había preguntado por su contenido. Ofuscado por lo inesperado de la situación —los visitantes solían ser oyentes sumisos y ninguno antes se había interesado por el contenido del relicario—, el fraile salió del atolladero contestándole lo primero que se le vino a la cabeza: «Esta arqueta contiene los huesos del perro con el que soñó la Beata Juana estando embarazada de Santo Domingo», fue su estrambótica respuesta.

En un intento de hacer la increíble afirmación más verosímil, utilizó una voz campanuda que resultó incluso solemne en aquel escenario del medievo. El rostro del visitante indiscreto mostró cierta incredulidad pero en ningún caso se atrevió a replicarle. Por su parte, el fraile se felicitó a sí mismo por su ingeniosa ocurrencia, aunque sin sospechar en ningún momento lo mucho que se había acercado su respuesta a la realidad. Y es que, si bien los restos caninos del relicario no eran los del perro blanco con manchas negras que había visto Juana de Aza en sueños, sí lo eran del perro negro con grandes luceros blancos que a punto estuvo de apartar a Santo Domingo de su verdadero destino: fundar la orden de predicadores de los Dominicos.


Torreón de Caleruega.jpg
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Hoy me ha tocado, Cata, empezar el día de una manera no muy agradable.
Aun así, me he acordado de ti y he sacado esta imagen del otro Cádiz, el humanizado.
Al principio a mi no me gustaba nada, pero ahora veo esas grandes grúas como pájaros mecánicos (lo siento, Caleto, los pájaros se me cuelan por todas partes) y tengo la sensación de estar metida en una peli de Ciencia Ficción.

Si te fijas a la derecha, se ve el puente nuevo. Cuando vuelvas a esta ciudad, diles que te entren por él, merece la pena. Es inmenso, avanzas entre las tirantas y las Y invertidas solo viendo cielo y, de repente, plas, aparece Cádiz y, en el horizonte, el mar. No es la imagen más bonita de la ciudad (de hecho es más bonito entrar por donde tú conoces, con el mar a ambos lados), pero tiene uno la sensación de entrar en una isla perdida en el cielo. Bueno, igual es que yo tengo mucha imaginación. Tú prueba algún día y ya nos cuentas. :wink:
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

jilguero escribió:Cata, prepara la maleta que ya mismito nos vamos para Caleruega...
Cogiéndole sitio a la otra Juana :wink:
No tiene que hacer frío allí...
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Tolomew Dewhust escribió:
jilguero escribió:Cata, prepara la maleta que ya mismito nos vamos para Caleruega...
Cogiéndole sitio a la otra Juana :wink:
No tiene que hacer frío allí...
No te preocupes, Cata, haremos que cuando Juana de Aza se asome a la ventana a ver jugar a su hijo sea pleno verano. Llévate ropa ligerita, pues. :wink:

Por cierto, la Niña Guadiana me tiene preocupada. Se tira más tiempo perdida que otra cosa.
Y me tiene muerta de curiosidad con ese tocho que no acaba de terminar. :chupete:

Caletaaaaa, ¿dónde estás?



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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

El cielo no responde (sobre Albert Camus)

Cata, esto es para que no se me olvide contarte una cosa de la que me he enterado hoy
Última edición por jilguero el 21 Mar 2017 16:25, editado 2 veces en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Vaya... iba a colgar yo otra pamplina, pero ahora parece que no pega... :mrgreen:
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Tolomew Dewhust escribió:Vaya... iba a colgar yo otra pamplina, pero ahora parece que no pega... :mrgreen:
Cuelga, cuelga, lo cambio

Vía libre :wink:


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Un, dos, tres… Pollito inglés


En un trocito de tierra cosido a una península (a tres semanas vista)

Querido Antonio, ¡cuánto tiempo ha pasado! Todo bien, imagino. ¿Sabes?, se te echa de menos.

Por mi parte, mira, justamente ahora ando enredado con un relato que quiero presentar a un concurso y he pensado que quién mejor para echarle un ojo que tú, que, bueno, ya sabes cómo funciona esto... Lo cierto es que he dedicado más tiempo a esta historia del que inicialmente había pretendido, pero, en fin, lo importante es que estoy realmente satisfecho ahora que lo he dado por concluido. Además, si te contara cómo ha sido el proceso… Solo te adelanto que me decidí por mecanografiarlo en la vieja máquina que heredé de mi abuelo. Sí, una Olivetti a la que tuve que reponer la mitad del mecanismo para que funcionara. Son piezas casi de coleccionista y me costó Dios y ayuda que me enviaran desde Italia algunos componentes… La pobre, nada más terminar la versión definitiva del relato (escribí más de veinte), se derrumbó (literalmente), como si supiese que esas debían ser sus últimas letras impresas.

Pues eso, Antonio, te mando los originales (espero que me los cuides como se merecen, sé que quedan en buenas manos) y, si tuvieras algo de tiempo, te agradecería que me regalaras tus primeras impresiones. El relato se llama…

El niño que observaba el Universo a través de los enchufes

Ahmed tenía catorce años y era el Corán su única almohada. La media luna que parpadeaba en la morada de las nubes, le prometía, cuando nadie los escuchaba, que esas luces que iluminaban por la noche sus pupilas no eran demonios ni un castigo, sino un don…

En un pellizco de tierra arrancado a una península (a tres semanas vista)

Querido amigo, ¡qué bueno volver a saber de ti! Claro que le echaré un ojo a tu historia… Por cierto, que apenas tuve tiempo de leer nada porque Reverendo (mi pequeño labrador), pensando seguro que tu misiva no era otra cosa sino uno de los recibos del Santander, le hincó pronto el diente para convertirla en papelillos de carnaval… A ver si me la puedes remitir nuevamente…



La tierra anclada a la tierra (a tres semanas vista)


… más problemas de la cuenta. Claro, aquí lo tienes de nuevo, y ya sabes que…


El niño que observaba el Universo a través de los enchufes

...tomó por costumbre adentrarse en la mezquita con los ojos siempre cerrados. Todo con tal de que nadie advirtiera los colores de esas luces que desprendían su mirada, y, sobre todo, que no hicieran al imán recelar sobre su condición de…


La tierra pequeña que flota (a dos semanas vista)

Se nota bien trabajado. Y hay una historia, de eso no hay duda. En cuanto al estilo… Bueno, déjame ir por partes, autor (ja, ja, ja).

Lo primero: no me he enterado de nada. Ahora que te escribo, pienso que tal vez sea por esa manera tuya de narrar, digamos, tan sui géneris… Yo aliviaría las metáforas. Oye, que están muy bien y son un recurso adecuado en un texto creativo, pero, hagamos de este relato algo más inteligible. Asequible a todos los públicos, ¿no te parece?

O tal vez sea yo (como lector), y tu relato precise una segunda lectura antes de arrancarme a comentarlo, todo es posible. Lo cierto es que te leía mientras me dirigía al pueblo en taxi para vender unas setas que recogí la otra tarde, y el conductor se empeñó en mantener una ardua discusión en torno al último partido de la Liga Asobal. Sí, puede que desconectara pronto de tu historia (bueno, del primer tercio, que es lo que he leído)…



En tierra firme (a dos semanas vista)

…vaya tela.

Tienes razón en cuanto al uso de metáforas y otros recursos estilísticos. Bueno, en realidad, pensé que este tipo de cositas gustaban entre algunos amantes de la literatura…

Por cierto, que aún no te lo he contado, pero que se trata de una cosa entre amigos, que aquí no se gana nada. Que lo hacemos por pasar un buen rato y hacer comulgar nuestro gusto por la lectura con el mero placer de parir una historia original. Nada más… Lo digo porque, no sé, tal vez debería mantener un estilo propio, el mío… Para que no suene todo igual, ¿no crees?



La isla (a dos semanas vista)

…viejo que por diablo. Hazme caso. Arregla eso, que tu estilo empalaga y cansa.

La prosa no me convence. En serio. No sé qué es exactamente (no ya los recursos, que veo que los has pulido un poco en esta última versión. Igual hay erratas de ortografía o has colocado mal algunos signos de puntuación), pero hay algo que chirría. Si esta noche tengo un rato, prometo leerte de una tacada, a ver si encuentro lo que no encaja (lo digo porque hasta ahora te he estado leyendo en diagonal).



El que se baña en arena (a diez días vista)

…no voy a saber cómo agradecértelo, amigo.

En cuanto a la prosa…

…a una compañera que estudió Filología Hispánica y tiene varios cursos de “Corrección de estilo”, y el caso es que me dio algunos buenos consejos. Estuvimos bastantes días puliendo entre ambos la puntuación (vaya guerra con las comas. Están todas muy estudiadas) hasta que quedamos satisfechos. No obstante, soy todo oídos…


El niño que observaba el Universo a través de los enchufes

...un poder inaudito: los problemas irresolubles con los que la Ciencia ponía a prueba la capacidad del ser humano, deshilachados frente a los ojos de ese crío, cada vez que su mirada se enfrentaba a la abisal oscuridad de los enchufes de 220 voltios.

El que se baña en el agua de una playa (a una semana vista)

…donde estribaba el problema: me aburría tanto tu historia, que te estaba leyendo, no ya en diagonal, sino saltándome párrafos enteros. Pero, aun así, como ves sigo prestándote mis impresiones, porque te estimo, y porque sé que mis comentarios te van a ayudar a mejorar…

Vamos a lo mollar. Falta pasión y falta un giro. Mira, así por lo pronto, la parte esa de los diálogos en los que los enchufes le hablan al crío: yo los pondría en mayúsculas. Cualquier lector avezado interpretara que es un guiño al personaje de la Muerte del gran Prachett (y eso siempre gusta).





El autor (a una semana vista)

…sí que me tuve que explicar mal, sí, porque lo cierto es que en todo el relato no hay ningún tramo dialogado. Antonio, los enchufes no le hablan al protagonista, es él quien ve con las luces que desprenden sus pupilas, el futuro a través de ellos… Todo esto queda creo que meridianamente claro en el último párrafo, donde se desvela que el poder supone…



El lector (a cinco días vista)

…y ten en cuenta que yo soy tu amigo. No me quiero imaginar lo que dirán los demás (teniendo en cuenta que participas anónimamente) cuando lean este sinsentido. Es que no hay por dónde cogerlo, vaya. Me dices algo del último párrafo… pero es que aún no he llegado a ese punto…

Y lo del crío musulmán… tampoco lo veo. Ponlo en Amsterdam, hombre, que empatizamos más con según qué personajes… Y, en lugar de acunarlo con el Corán, le plantas un libro de Chéjov y así…

Ah, sí, casi se me pasaba: al final del relato que no se te olvide un “FIN”, para que piensen que el autor no es uno de los habituales (por si alguno te tuviera manía, digo).





Tierra (a tres días vista)

…tampoco me preocupa en exceso. Ya te dije que apenas sí participamos diez personas y todos nos conocemos. Si a alguno no le gusta una historia, lo dice y punto, que hay libertad y somos adultos para aguantar eso y más. Además, que para eso nos exponemos.

…lo otro, no sé. Es casi tanto como decir, no sé, por ponerte un ejemplo: pongamos que alguien escribe un relato sobre una corrida de toros, y le sale algo muy original y digno, muy bien escrito. Y hubiera gente que dijera que no lo lee porque está en contra de la fiesta nacional. Que absurdo, ¿no? Teniendo en cuenta que es un concurso literario (de obras de ficción), no creo que tuviera mucho sentido actuar de tal manera. Porque, por esa regla de tres, si alguien mandara al concurso una historia que versara sobre asesinos en serie, el lector que no sea un asesino o no empatice con ellos no debería leerlo ni juzgar ese trabajo. No sé si me explico… Y si no lees una historia porque tus gustos no casan con ella, ¿no sería adecuado inhabilitarte como jurado?



Agua (a dos días vista)

…lo perdido que andas.

Mira, como ya andamos mal de tiempo, déjame ir al grano. La historia es… demasiado original. Eso no va a gustar, te lo digo yo. A ver: un niño de catorce años, con el Corán como único aliado y la media luna en el cielo… La mezquita a la que acude a rezar con los ojos cerrados… El imán como su némesis, que sabe del poder que atesora… Los enchufes que le muestran un sendero, el suyo y el del conjunto de la humanidad… La niña de ojos violeta que metes a mitad del relato (cuando ya no hay tiempo de desarrollar la historia de amor entre ambos)… Y, sobre todo, ese final tan… inesperado, sorprendente…

Como eres mi amigo, te lo advierto: no te comes un colín.

Sabes escribir, tienes recursos (eso sí, prescinde de ese estilo característico tuyo) y aún te quedan un par de días por delante: reescríbelo. El título me gusta, tiene fuerza, pero yo lo tiraría más por una historia más convencional… de maltrato o algo así, que eso siempre tiene buena aceptación.

…lo mejor del mundo para ti.




Un pobre diablo (dos semanas después)

…toda la razón.

Al final, siguiendo tus sabios consejos, mi historia logró una cálida acogida. Oye, y lo de menos es que la reescribiera en cuarenta y ocho horas, tirando a la basura el mes y medio que empleé en la anterior, o que renunciara a escribir lo que a mí me gusta…
Te mando la definitiva para que la disfrutes conmigo, ya que, en gran parte, la culpa de mi éxito la tienes tú. Gracias, amigo.

El niño que observaba el Universo a través de los enchufes

Los pollitos dicen “PÍO, PÍO, PÍO”, cuando tienen hambre, cuando tienen frío.

FIN
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Lo que me he reído, Caleto. :meparto: Verás cuando aparezca la niña perdida en el río y lo lea. En su kekuno primero usaba un humor parecido. :mrgreen:
Está bien esto de reírnos de nosotros mismos. Yo me he identificado rápidamente con la que se pone muy trascendente y/o rebelde y se niega a leer ciertos temas, como el relato ganador aquel del Conrad que guardaba ovarios en cajitas de cerillas. :wink: Lo volvería a hacer, ojo, por principio, pero como crítica con humor chapeau :chino: , pues es un motivo extraliterario que debería dejar a un lado. A Albatross le ha tocado la china con lo escueto y comedido que solía ser en sus comentarios. Pero seguro que se reiría de leerte, tiene un sentido del humor magnífico, recuerda su Propuesta editorial. :marie_bow: Aunque no creo que llegue nunca hasta este recoleto bujío.

Imagino, Cata, que te habrás reído también. :cunao:

Ya estás en el índice del bujío. A ver si la poeta alemana nos trae las niñas suyas para que se las custodiemos también. Menuda biblioteca estamos montando. :wink:
Última edición por jilguero el 22 Mar 2017 08:44, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Mira, Cata, qué amanecer he tenido hoy.
Bahía desde el puente Carranza.jpg

Y también he sacado esta otra foto, que me ha salido movida, por cierto, porque ya que andamos hablando de Juanas, esta es la casa donde andaba refugiada Juana Zumajo con la urraca Cleopatra. Igual un día te cuento un poquito más de ella.

Refugio de Juanita Zumajo.jpg


En esa casa vivió de niño un gran hombre, Fernando Pecci, que amaba tanto sus salinas (era capataz de varias dedicadas a la cría de pescado de estero) que, cuando te hablaba de ellas, le asomaba por la boca un cachito de alma de poeta. ¡Cuánto aprendí con él! ¡Y qué buenos ratos pasamos juntos, en las noches frías de invierno y en las asfixiantes de verano, en medio de las marismas, oliendo a fango y a salitre! En la foto no se aprecia bien, pero la casa está en una islita, en "un pellizco de tierra arrancado a una península", que diría tu forero favorito. :mrgreen:
¡Qué de momentos fascinantes nos ofrece la vida, Cata! :shock:
Estoy pensando que igual un encuentro entre ese niño salinero y Juana Zumajo no estaría mal :mrgreen:

Penélope, Penélope :no:
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Última edición por jilguero el 11 Jul 2019 14:48, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Lo que me he reído con los comentarios del "amigo" :lol: :lol:

Yo soy de las que opina que el estilo es algo personal y que no hay que cambiarlo mientras este bien escrito y salga fluido y no impostado.
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

lucia escribió:Lo que me he reído con los comentarios del "amigo" :lol: :lol:

Yo soy de las que opina que el estilo es algo personal y que no hay que cambiarlo mientras este bien escrito y salga fluido y no impostado.
Es que nos clava. :cunao:
Y creo que ahí Caleto ha plasmado cómo se siente ante nuestra manía por quitarle palabras (mea culpa).
Y totalmente de acuerdo, el estilo es el sello de autor, lo que lo hace reconocible. Para mi es esencial. Te diría que prefiero texto imperfecto con estilo a una prosa impecable pero neutra.


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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

:hola: Ea, Cata, te dejo en Caleruega, al final del verano para que no pases frío, y contemplando los campos de Castilla. Me da que tardaré todavía un poco en centrarme en el texto, pero ya lo he puesto en el índice del bujío para que no se nos pierda y, además, te dejo en una habitación con vistas: en el ajimez del Torreón de Caleruega. :60:



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Re: El bujío de Santa Catalina (bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Te voy a colgar lo que te quería contar de Camus y pospuse para dar paso al texto mucho más divertido y liviano de Caleto.
Es que me hizo pensar en el telegrama azul que nos hizo llegar no hace mucho tú forero favorito y por eso te lo cuento. :wink:


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