El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


El joven rampero

Catorce años llenos de un fuego semejante a la esperanza.
Tenía catorce años y ya el miedo le había reconocido como suyo.
Si un tronco golpea el pecho deja siempre alguna huella.
Pero un golpe de carbón está siempre debajo de la piel.
Catorce años y bajaba ilusionado, como si buscara cada día un nuevo silencio.
Con todas las venas surcadas por sonidos semejante a la risa.
Cartorce años, pero ahora se le ha quedado negra la mirada.
(Como árboles que andan, Emilio Rodríguez)


Tenía catorce años y la huella del carbón por dentro, y aun así la sangre le circulaba alegre por las venas con un murmullo parecido a la risa. Catorce años y el miedo como eterno compañero, y sin embargo bajaba a las entrañas de la tierra guiado por una fuerza parecida a la esperanza. Catorce años y una hermana con la mirada blanca y la voz pequeña, pero descendía ilusionado, como si buscara arrancarle cada día un nuevo matiz a las tinieblas o descubrir en su interior un nuevo silencio. ¡Tenía catorce años y ya era rampero!

Había nacido en aquel valle, en un lecho de sábanas grises y polvorientas, de un vientre ahuecado por la soledad y el miedo. Flor de una mujer que se había olvidado de la desesperanza y, en medio de la niebla y el hollín, había florecido. Hijo de un picador que, tras prometerle que no sería uno más en aquella la larga historia de raíces que era su piel, nunca regresó. Un hombre que, hasta el día en que la mina decidió retenerlo en su seno, regresaba a casa con la fatiga transformada en un oscuro canto que se parecía al del viento escapando en el invierno a través de una ranura. Un minero que, en sus jornadas de descanso, colgaba el miedo y la pica en el armario, y subía por los bancales masticando la niebla hasta convertirla en saliva, por miedo a olvidarse de que el aire era vida gratuita; o que zigzagueaba por los prados bebiéndose la luz a grandes tragos, para no olvidarse de que allí, fuera de la mina, en el mundo de las ramas y los pájaros, el sol salía de vez en cuando y teñía el agua de colores.

Hijo y nieto de mineros, su niñez había transcurrido en aquel valle, en una casa gris y solitaria, rodeado de orfandad y silencio. Porque, además de ser hijo del picador de la voz oscura que nunca regresó de la mina, también lo era de una madre que, tras parirlo en un lecho gris y polvoriento ―tanto, que el hollín empapó la sangre antes de que esta pudiera colorear la tela― y amamantarlo sin sonrisas, huyó asustada. Asustada de los dos balcones abiertos a la nada, desde los que su hija empezó a contemplar el mundo después de la muerte del padre; mas también asustada de que, conforme la adolescente fue descubriendo que todos los caminos no eran más que niebla, la voz se le volviese cada vez más pequeña hasta que se quedó al cabo sin palabras. Y asustada, sobre todo, de la mirada negra ―idéntica a la del padre y a la del abuelo― que descubrió, en los días siguientes a la explosión, en los ojos del niño que no sabía sonreír.

Descendiente de mineros y, por ende, predestinado a serlo también él desde el instante de su nacimiento. Una flor que se había abierto a destiempo, cuando en el rostro de su madre no quedaban ya mariposas levantando el vuelo que le hicieran sonreír, ni en su voz el monótono bordoneo de abejas incitándole al sueño. Un fruto demasiado tardío, nacido de un padre cuyo destino era quedarse para siempre en las entrañas de la tierra y de una madre incapaz de seguir viviendo más tiempo al acecho del sonido de la sirena de la mina. Un joven con una infancia solitaria, sin otra compañía que la de la muchacha de la mirada blanca y la voz pequeña, y al que, sin embargo, la sangre le bullía por las venas con un murmullo parecido a la risa.

¿Un milagro? ¿Un don natural? No. Aquella especie de júbilo contradictorio lo había originado la observación de los de su casta. Al poco de que el padre se convirtiera en recuerdo, el niño había descubierto que, en el interior de la mina, la muerte no era una extraña, ni tampoco una enemiga o una visita inoportuna. Ella era simplemente un miembro más de la cuadrilla. Una compañera fiel y paciente. Sobre todo, ¡muy paciente! Una especie de verdugo compasivo que aguardaba con calma el más nimio fallo para liberarlos por fin de aquel mundo de raíces y topos. Y porque la muerte era una más de la cuadrilla y como a tal se la trataba, los habitantes de aquel valle ni siquiera aprendían a llorar.

Tenía catorce años y la huella del carbón por dentro, y aun así la sangre le corría por las venas con un murmullo semejante a la risa. Pero aquello no era un milagro, ni tampoco un don natural, sino una temprana intuición de que, una vez te adentrabas en las entrañas de la tierra y la mirada se te iba ennegreciendo, se te olvidaba que afuera amanecía cada mañana y había días en que el agua se teñía de colores. Y el olvido terminaba siendo tan profundo que, de haber estado en sus manos, los mineros que lograban llegar a viejos hubieran regresado al interior de la mina para enfrentarse otra vez a la piedra azul. Porque, de haber dependido sólo de ellos, en lugar de dormitar al sol de los recuerdos, los viejos mineros habrían bajado a la mina con la esperanza de escuchar una vez más el silencio, siempre nuevo, de ese mundo de raíces y topos en el que el aire nunca entra. Y porque los ancianos de aquel valle vivían horadados por la nostalgia, mientras las fuerzas se lo permitían, se arremolinaban a diario alrededor de los que salían de la mina para preguntarles si abajo continuaban siendo silenciosas las noches o si, por el contrario, se escuchaba ya el murmullo de algún nuevo río.

Catorce años y una hermana con la mirada blanca y la voz pequeña por única compañía, y sin embargo bajaba a las entrañas de la tierra guiado por una fuerza parecida a la esperanza. Estaba seguro de que también él descubriría allá abajo el camino sin niebla por el que marcharse del valle. Solo era una cuestión de paciencia. En cuanto la pica despertase al tiempo adormecido por siglos en una concha o en las hojas de un helecho, el grisú se encargaría de hacer el resto. Al igual que su padre y otros muchos antes, se marcharía dejando atrás el pico, la pala y la lámpara, para que pasasen a formar parte de ese tiempo nuevo que, dormido en el interior de la piedra azul, aguardaría a los futuros moradores de ese mundo sin aire y sin sol.

Catorce años, el rostro serio, la mirada oscura y el miedo por eterno compañero, y aun así descendía arrastrado por una ansiedad que recordaba a la de la víspera de los grandes acontecimientos. Y es que en cada nuevo descenso bajaba con la ilusión de que por fin tuviese lugar ese instante, tantas veces imaginado, en el que su piel de hombre se convirtiese otra vez en corteza de árbol. Descendía, pues, soliviantado por el deseo de estar viviendo la jornada en la que, abriéndose paso a mordiscos a través del carbón o a nado por las corrientes subterráneas, por fin iba a retroceder en el tiempo hasta que el miedo dejase de ser su compañero.

Había descubierto que ese era su destino siendo muy pequeño. De ahí que, si bien la mirada se le había vuelto cada día más negra y rostro más serio, la sangre no hubiera dejado jamás de correrle alegre por las venas. Y porque conocía de antemano que ese era su destino, cuando aquella mañana escuchó al grisú silbando entre las frondas de los pétreos helechos y entre las valvas de los moluscos de tiempos remotos, en lugar de huir despavorido, se adentró aun más en la galería y aguardó, con impaciencia, a que se produjera la detonación.

El estruendo no se hizo esperar y, como respuesta, afuera sonó la sirena de alarma de la mina. Por un instante, la muchacha dejó de mirar a la nada y, en el agua adormecida de sus ojos, se reflejó una luz roja parecida a la de un carbón ardiendo. Abrió la boca y, como si de súbito las palabras hubieran vuelto a crecerle en la garganta, la voz se le hizo grande. Muy grande. Tanto, que todos los habitantes del valle, incluidos los mineros que acababan de ser sepultados por el alud, pudieron escuchar, además del estridente sonido de la sirena, un alarido estremecedor.

El rampero, la boca ya llena de carbón, el pecho oprimido por el peso del alud, aguzó el oído. Alguien gritaba su nombre en el exterior. Escuchó atentamente, y enseguida la reconoció. Era su hermana, la de la voz pequeña y la mirada blanca, que había recuperado el habla. Comprendió, así, que la marcha atrás había comenzado. Hora de abrirse paso a través de la piedra azul y del agua oscura. Hora de horadar la montaña hasta donde hiciera falta. Se puso en pie ―o al menos, eso fue lo que él creyó― y, tal como había soñado en tantas ocasiones, en lugar de avanzar por ese laberinto de túneles sin aire, por ese mundo de raíces y topos en el que el agua era negra incluso en los días luminosos, se adentró en un bosque, frondoso y soleado, de helechos gigantes.

Y allí, a la sombra de sus enormes frondas, bajo la protectora mirada de las panteras negras, dormitaban las gacelas grises entrevistas, de crío, en el trozo de carbón que le regaló su padre. Un poco más adelante, el sol teñía de mil colores el agua de un pequeño lago, en el que se bañaban con regocijo una miríada de niños. Y si no hubiera sido por el tremendo alboroto que montaban con sus juegos, el joven rampero habría podido escuchar el murmullo, tan parecido a la risa, con el que la sangre bullía también por las venas de aquellos otros futuros mineros.

Morir bajo la piedra
y en la noche
es demasiado
para una sola muerte
.
(Emilio Rodríguez, Como árboles que andan)
Última edición por jilguero el 05 Ene 2021 12:35, editado 9 veces en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

No las podemos dejar abandonadas :D.
Ya me cogeré la semana a primeros de mayo que habrá menos gente :wink:.
Y sí, es apasionante observar, hacerte preguntas, buscarle una posible respuesta y tratar de comprobar si es vedad con experimentos.



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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió:No las podemos dejar abandonadas...
Lógico. Máxime cuando hay tantos miles de pañales que cambiar.
jilguero escribió:Ya me cogeré la semana a primeros de mayo que habrá menos gente...
Y mejor tiempo y precios más asequibles.
jilguero escribió:Y sí, es apasionante observar, hacerte preguntas, buscarle una posible respuesta y tratar de comprobar si es vedad con experimentos.
Envidio a los que disfrutáis con vuestro trabajo.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió:
jilguero escribió:Y sí, es apasionante observar, hacerte preguntas, buscarle una posible respuesta y tratar de comprobar si es vedad con experimentos.
Envidio a los que disfrutáis con vuestro trabajo.
¿No lo haces tú con el tuyo?

Te he contado la parte buena. Pero te podría hablar de lo desesperante que es la burocracia, de la lucha continua para conseguir financiación (el sueldo lo tenemos asegurado, que no es poco, pero o consigues dinero o no haces nada), de la presión que ejercen sobre nosotros para producir como si fuésemos máquinas (no por el prurito del avance sino de colocarse la medalla de que al Ciencia española :blahblah:), lo desagradable que es estar en un tribunal y tener que dejar sin plaza a gente tela de bien preparada, etc. En lo posible me evado de todo ello (los tribunales si sales en el BOE pas posible) y no entro al trapo de las zanahorias económicas o de prestigio, de la vanidad de vanidades del Eclesiástes. Pero te reconozco que puedo hacerlo gracias a que la mayoría de mis compañeros si entran al trapo, menos mal :wink:.

Pero sí, tener un trabajo en el que puedes contemplar un cachito de Naturaleza y usar las neuronas es un gustazo. :60:


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

Con una cabeza tan bien amueblada, quiero creer que cuando te pones a observar a esos aliens a través del microscopio todos esos peros se minimizan. Disfrútalo mucho, jilguero.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió:Con una cabeza tan bien amueblada, quiero creer que cuando te pones a observar a esos aliens a través del microscopio todos esos peros se minimizan. Disfrútalo mucho, jilguero.
Haces bien en creerlo. Cuando ando en el laboratorio solo pienso en ellos, en cómo se la arreglan para vivir, en cómo han llegado aquí, cuántas veces son capaces de poner huevos fértiles sin machos, si a esta o aquella temperatura son capaces de tirar para adelante las zoeas (las larvitas que he puesto antes), etc.

Ahora es la paranoia del cangrejito africano, pero antes hubo otras muchas y he visto verdaderas preciosidades. No me quejo, pues, en absoluto. Y ya, Cata, Greto and cia :adios:
¿No te gusta el tuyo?


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Me he enamorado de esta nana y hoy se la quiero dedicar a ellos, a los que ya descansan en paz, todos juntitos, en mi tierra natal.

[media]https://www.youtube.com/watch?v=rCb4U3XeOHc[/media]

Desde que esta mañana he visto el sol resplandeciente, me he acordado de ella, de mi santa catalina. Porque en días como hoy, nos habría propuesto bajar al Claro de los Almendros (con mayúscula porque en ese mundo pequeño, que era nuestro mundo, había nombres comunes con categoría de nombres propios) para ver desde lejos las tres arcadas de los rosales trepadores en flor. Y porque hoy la tengo muy presente, pero no quiero que se encelen los demás, mi deseo de “deep peace” va por todos ellos: por mis padrinos de los que nunca he hablado aún, por la que parecía un tonelito vestido de negro y el moño en la cabeza, por el cazador de perdices con reclamo, por el pescador y constructor de jaulas y, hoy especialmente, por la cultivadora de rosas.

Gracias por esos días azules y luminosos de la infancia. Gracias por haberme dado la oportunidad de crecer feliz. Deep peace to you! :60:


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió:
¿No te gusta el tuyo?
No, nada, pero me da de comer a mí y a los míos y ya sólo por eso es un privilegio. Dejémoslo ahí.

Y comparto contigo ese respeto a los que nos han moldeado pero ya no están aquí.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió:
jilguero escribió:
¿No te gusta el tuyo?
No, nada, pero me da de comer a mí y a los míos y ya sólo por eso es un privilegio. Dejémoslo ahí.
A cambio, cuando el xirín das bibliotecas esté en su miniparaiso rural lo disfrutará más intensamente. Ya sabes que los contrastes son esenciales en nuestra percepción de la realidad :wink:.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Para jose2v

Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros
y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena...
y que el escuerzo es una obra de arte para los gustos más exigentes...
y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas.

(Hojas de hierba, Walt Whitman)
Última edición por jilguero el 31 Mar 2018 20:51, editado 2 veces en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jose2v »

Gracias, jilguero.
Soñar... ¡Donosa locura!

Blanca de los Ríos Nostench.

Erase una persona tan despistada que se quedó una semana en su casa encerrada pues sus llaves no encontraba.
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Mensaje por jilguero »

jose2v escribió:Gracias, jilguero.
Lo borro ya, que este es un rincón de paz :wink:


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jose2v »

Se tu misma.
Soñar... ¡Donosa locura!

Blanca de los Ríos Nostench.

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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

jose2v escribió:Se tu misma.
Pues yo misma te lo he cambiado por unos versos :60:


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Esta mañana, Cata, estuve un ratito en el valle asturiano. El niño ya ha crecido y es rampero. Por si no sabes lo que significa esa palabra, es como llamaban antes en Asturias a los "guajes" o adolescentes que empezaban a bajar a la mina para hacer tareas como palear el carbón a las vagonetas y de camino aprender el oficio de minero.

El chaval se lo toma con buen talante pero la historia no es alegre y he preferido no demorarme mucho alli, por lo que he dejado pronto de :user: y he avanzado poco. Las metáforas son prestadas del dominico poeta, a quien no le importa que las use para crear historias. Incluso te diría que le pone contento que a alguien le gusten como para usarlas. Ya otro día seguiré, pero te aviso que el ramperito te ayudará a la causa del martirio de las letras, no por el lado de lo plúmbea sino por la dureza de la realidad que refleja. Por fortuna, ahora ya no hay guajes en las minas o al menos no tan jóvenes.

Por cierto, ¿te he dicho que tengo la suerte de tener un vecino que toca el piano? Es una suerte porque imagínate que me hubiese tocado un clarinetista o un trompetista que repitiese una y otra vez la msima melodía :loco:. En cambio, el piano me recuerda a cuando lo tocaba mi padre y me resulta agradable. Ahora mismito, por ejemplo, está en ello :party:.

Hubo una época en la que mi vecino de arriba tocaba esta fantasía que me encanta y eso me llevó a escribir una pamplina. Igual la refloto algún día, la reescribo y te la cuento. Era un placer escuchar esto desde la cama. Uff, cómo me gusta el tema inicial cuando, después de contenerse un poco, parecen dejarse caer sobre las teclas (no entiendo nada pero es lo que se me antoja ocurre), luego ese tema se repite y te crea la sensación de estar en casa, en un lugar seguro y conocido :60:.

[media]https://www.youtube.com/watch?v=3-WiNEu9JlM[/media]


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