El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Una colmena virginal

La madrugada de aquel trece de diciembre, sor Lucila de la Trinidad tuvo un sueño revelador. En un lugar remoto de allende los mares, existía un poblado habitado por once mil vírgenes. Era una especie de panal monocapa cuyas celdillas hexagonales ocupaban una vasta extensión. Cada celda compartía con sus vecinas los muros de adobe, si bien gozaba de un orificio individual en el techo haciendo las veces de puerta y de ventana. En su interior, en una suerte de vida latente, las once mil vírgenes a la espera de ser visitadas por una deidad luciferina que, según la leyenda, era muy olvidadiza y solo muy de tarde en tarde se acordaba de sus súbditas. Cuando la suprema monarca las honraba con una visita, sobrevolaba su reino con sus mucilaginosas alas desplegadas al máximo y, describiendo una trayectoria en espiral descendente, se aproximaba a aquella especie de colmena. Mientras lo hacía, una parte del poblado quedaba al abrigo de su sombra y, de entre las numerosas celdillas en penumbra, escogía una al azar y golpeaba en su puerta con una de sus enormes garras. Una voz dulce y anhelante le daba la bienvenida y, al escucharla, la divina espiritrompa se le desplegaba con tal apremio que, antes de que la elegida tuviese tiempo de abrir la puerta, se adentraba en la celda derrumbando el muro. Succionaba, entonces, el néctar virginal de su vasalla con tal fruición que la dejaba reducida a una especie de arrugado pergamino. Todavía en sueños, sor Lucila fue testigo de cómo se elevaba la olvidadiza deidad y con su aleteo eterno ponía rumbo a lo ignoto. De nuevo reinó la luz en todo el poblado y, al ver la aquella oquedad rompiendo la armonía, supo que su destino era entrar en ella y sumergirse en el anhelante letargo de sus compañeras de cenobio a fin de que este continuara siendo el poblado de las once mil vírgenes.

Cuando a la mañana siguiente abrió los ojos, sor Lucila recordaba perfectamente el sueño y lo interpretó como una revelación de cuales debían ser sus siguientes pasos. Desde niña se había sentido tocada por la mano de Dios. Pero de un dios que, tras leer los textos de Juliana de Norwich, había adquirido la forma de una matriarca amorosa y dadora de vida. Su deseo primigenio hubiera sido profesar como beguina contemplativa cuya suprema y única meta fuese el éxtasis místico; o dicho de otra manera, seguir el ejemplo de Juliana y, sin miedo ni remilgos, buscar a Dios en cualquiera de las manifestaciones de su creación y sumergirse en a él hasta desentrañar el misterio del amor. Pero los tiempos habían cambiado y, a falta de un beguinato, la joven uruguaya había optado por entrar como novicia en un monasterio que las ursulinas tenían en Montevideo. Y cuando llegó el momento de elegir un nuevo nombre, adoptó el de sor Lucila de la Trinidad porque se sentía identificada con la santa del lienzo que había en el refectorio del noviciado. Una versión parcial del cuadro Santa Flora y Santa Lucilla de Raffaello Vanni, cuyo original se halla en una abadía de Arezzo. La recreación uruguaya era una copia fidedigna de la del cuadro original, salvo ciertos cambios en el trío de elementos iconográficos situados a los pies de Santa Lucilla. En ambos lienzos, había una flor azul de lino, aunque con pétalos cuya forma recordaba más a los de la azucena, como si el pintor buscara simbolizar con esa flor la bondad y la pureza a la vez. Los dos otros elementos del trío, en cambio, habían sido modificados. Y lo que en el cuadro original de Vanni era un angelote con una lucerna de aceite en la mano, en el lienzo del noviciado aparecía convertido en un simple niño ya sin alas y con un serín verdecillo en la mano. A sor Lucila aquel conjunto se le antojaba una suerte de trinidad, imbuida del espíritu de Juliana, en la que las tres naturalezas del todo se manifestaban sin ningún tipo de primacía: una metáfora de esa nueva Tierra Prometida en la que todas las criaturas vivientes coexistirían como iguales bajo el amparo de la deidad amorosa y dadora de vida. Y gracias a la revelación que acababa de tener en sueños, ahora sabía que su misión era fundar allende los mares un cenobio en el que las cien mil vírgenes del sueño se reuniesen para favorecer la vuelta al Paraíso Terrenal. Un convento de clausura que iría creciendo poco a poco hasta que el número de hermanas dispuestas a inmolarse fuese lo suficientemente grande como para atraer con su aroma a la diosa, y que esta pudiera al fin saciar su sed.

Santa Lucila de la Trinidad.jpg

Saber por fin lo que se esperaba de ella, hizo que sor Lucila, de habitual remolona, se levantara esa mañana más temprano de la cuenta. De hecho, el toque de maitines le sorprendió anotando en un papel un gatuperio de cosas que se le antojaban importantes para la empresa que se proponía. Sin ir más lejos, había decidido ya que el nombre de la orden sería el de Obreras del Néctar Virginal; y que, además del cúmulo de celdas alojando a las vírgenes en fase contemplativa, habría otros compartimentos en los que las profesantes, una vez desvirgadas, se ocuparían de la intendencia del cenobio. Sor Lucila era una joven intrépida y candorosa y aprovechó el desayuno para contarle su plan a la hermana priora. Se llevó, pues, un tremendo chasco cuando esta la tachó de iluminada y le aconsejó que se dedicara al cultivo de la humildad. Aunque un tanto contrariada, la novicia intentó poner en práctica el voto de obediencia olvidándose del cenobio onírico. Pero el sueño del poblado panal se reprodujo noche tras noche; y noche tras noche sor Lucila se acababa metiendo en la celda de la virgen recién desvirgada. Hasta que una madrugada ocurrió lo que parecía inevitable: el sueño duró más de la cuenta y eso hizo que sor Lucila tuviese tiempo de sumergirse en esa suerte de letargo anhelante en que vivían las vírgenes a la espera de la deidad. Y le resultó tan plácido y gozoso aquel estado de espera en balde —siendo la diosa de natural olvidadiza, su visita era extremadamente incierta— que al despertar tomó la decisión de salirse del noviciado para consagrarse por completo a los preparativos de la fundación que pretendía hacer en el viejo continente.

En lugar de contarle a sus padres el verdadero motivo del viaje, sor Lucila le habló de la acuciante necesidad de novicias que había en los conventos europeos debido a la falta de vocaciones entre las jóvenes autóctonas. Llegó el día del embarque y, justo cuando se hallaba diciendo adiós a los suyos, sor Lucila vio una pareja de teros que se dirigía hacia donde estaba ella. Una vez estuvieron sobre su cabeza, trazaron con su vuelo sincronizado una espiral descendente similar a la de la deidad onírica y se acabaron posando en los hombros de la joven. A continuación, emitieron unos jubilosos graznidos que sor Lucila no dudó en interpretar en clave de la hazaña que se traía entre manos. Que unos pájaros tan emblemáticos hubieran acudido a su encuentro justo cuando estaba a punto de zarpar era una señal inequívoca de que debía incorporarlos a la misión. Por suerte, compartía camarote con unas monjas argentinas que viajaban en compañía de unos plantones de Ficus magnoliodes, y que lógicamente se mostraron dispuestas a dar cobijo también a los acompañantes de sor Lucila. Desde el primer momento, los teros se acomodaron en las barricas de madera de los ficus, donde agachados sobre la tierra parecían sentirse muy a gusto. De hecho, solo abandonaban los macetones cuando sor Lucila les traía algunas viandas conseguidas en la cocina. Aunque el ambiente fuese bueno, la travesía acabó siendo larga y monótona. Tan larga que a sor Lucila le dio tiempo de volver a soñar con el poblado de las once mil vírgenes multitud de veces. En una de las ocasiones, encarnó en sueños a la divina monarca y tuvo la oportunidad de verlo a vista de pájaro. Gracias a esa visión, Sor Lucila supo que el lugar donde debía realizar la fundación se hallaba situado al nordeste de una enorme laguna no muy alejada de la costa. Y todavía en sueños vio la que iba a ser una pista decisiva: en la costa más cercana al poblado había un islote cuyo faro emitía una luz palpitante que le recordó a la de un cocuyo. Aquel relampagueo reiterativo la despertó; y a la luz de una vela, hizo un croquis de lo que había visto en sueños y anotó el patrón de las señales luminosas del faro. A la mañana siguiente le mostró sus anotaciones al capitán del barco, quien identificó de inmediato aquel parpadeo de cocuyo —tres breves destellos seguidos de una pausa más larga— con el que lanzaban las boyas baliza del islote del Castillo de Sancti Petri, situado a unas diez millas al sur de la siguiente escala del barco.

Días antes de llegar al puerto de la ciudad de Cádiz, una de las compañeras de camarote enfermó y eso hizo que las religiosas argentinas decidieran desembarcar también en el puerto gaditano. La enferma acabó muriendo en el hospital del Mora y la otra religiosa decidió que los ficus debían quedarse en la ciudad haciéndole compañía a la fallecida. Dos de ellos fueron trasplantados de la barrica a un parterre que había delante del hospital, y los otros dos a la zona ajardinada de la Alameda de Apodaca. Una vez libre de cargas, al verse sola en una tierra extraña, la religiosa sobreviviente se acordó de sor Lucila y decidió unirse a su causa. Cuando acudió a buscarla a la vecina Chiclana, en cuanto abrió la boca y preguntó por la monja, su yeísmo rehilado hizo que los chiclaneros tuviesen claro que estaba preguntando por la sor de las avefrías: denominación con la que conocían a la monja uruguaya por haber confundido a los teros con sus primas hermanas europeas, con las que compartían porte y moño plumífero, si bien sus cantos de alarma eran muy distintos. Le informaron que sor Lucila se había instalado en el Pago de Humo, en una especie de chozo que antaño había sido la vivienda de verano de una hortelana muy conocida, en Chiclana, por las magnificas berenjenas que cultivaba en lo que ahora era un simple baldío. La uruguaya recibió con los brazos abiertos a la misionera argentina y le ofreció convertirse en su compañera mientras peregrinaba de puerta en puerta en busca de vírgenes dispuestas a enrolarse en la nueva orden. Muy pronto, los lugareños pasaron a considerarlas casi de la tierra; es más, dado que ahora siempre iban en pareja como los miembros de la Benemérita y con un tero sobre el hombre en lugar del fusil, le dieron el apelativo cariñoso de las Picoletas de las Avefrías. Pero también muy pronto —en cuanto las mocitas casaderas disponibles se volvieron escasas por haberse convertido en Obreras del Néctar Virginal—, el apodo pasó a ser dicho con desafección y acrimonia. Y lo que hasta entonces habían sido facilidades y puertas abiertas ante sus golpes de aldabón se convirtieron en persianas echadas y portazos en cuanto se escuchaba a lo lejos el teu teu teu de los teros.

Hospital de Mora y Castillo de Sancti-Petri.jpg

Viendo que ni en el chozo primigenio ni en los que habían levantado a su alrededor cabían ya todas las profesantes, sor Lucila consiguió que el principal hacendado de la comarca, a la sazón ya nonagenario y más preocupado de hacerse un hueco confortable en la otra vida que de tener al alcance de la mano el néctar virginal, donara a la naciente orden las ruinas de la antigua cartuja de Chiclana. Ubicado también en el Pago del Humo, el edificio principal del monasterio había sido construido alrededor de un espacioso patio porticado, al que se abrían las puertas de los aposentos comunales de la planta baja y las ventanas de las numerosas celdas situadas en la primera planta. Bajo el recinto había un sótano enorme y muy umbrío, cuya comunicación con el exterior era a través de una rampa de acceso y de una ristra de troneras abiertas a ras del suelo. En el pasado bodega en la que se fermentaban los afamados caldos de la cartuja chiclanera, aquella estancia subterránea albergaba en su interior varias hileras de tinajas de fermentación enormes y todavía intactas. Nada más verlas, a sor Lucila se le vino a la cabeza la imagen de las celdillas del sueño y concluyó que semejante coincidencia no podía ser casual. Sería en su interior donde se recluirían las Obreras del Néctar Virginal para ensimismarse en el místico letargo de espera. Conscientes de que la monarca era muy despistada, decidieron facilitarle la entrada abriendo en el techo del sótano una nueva entrada justo en el centro del patio porticado; y como era además muy olvidadiza, alrededor del agujero dispusieron once tinajas a modo de señuelo. Llevar a cabo semejante remodelación contando solo con las manos inexpertas de las vírgenes hubiera sido una empresa casi imposible. Pero de forma espontánea y desinteresada se organizaron cuadrillas de voluntarias en los pueblos aledaños y la cartuja estuvo lista mucho antes de lo previsto. Las mujeres acudían al tajo cuando terminaban sus tareas hogareñas, y trabajaban allí sin pausa hasta que se hacía noche cerrada. O dicho de otra manera, el proyecto que tanta desconfianza y animadversión había creado en los varones, era visto con buenos ojos por las mujeres, porque estaban convencidas de que profesar en la orden de las Obreras del Néctar Virginal permitiría a sus hijas llevar una vida más regalada y ociosa que las suyas.

Terminadas las obras, las voluntarias cambiaron los ladrillos y los palaustres por las agujas de coser y los dedales para confeccionar los atuendos de las púberes. La sor uruguaya pretendía recrear en el interior de las celdas la iconografía trinitaria del cuadro de Santa Lucila que había colgado en el refectorio del noviciado de Montevideo. En el interior de cada tinaja, el niño desnudo, la flor de lino y el serín tomarían la forma de una virgen ataviada con una sencilla túnica de un azul similar al de la flor y, ciñendo su cintura, un cíngulo confeccionado con plumas de teros teñidas de un amarillo verdoso similar al del plumaje del verdecillo. Antes de que las vírgenes se enclaustraran, a modo de despedida hubo en la cartuja una fiesta a la que solo fueron invitadas las féminas. Como colofón de esta, las jóvenes se vistieron con el atuendo trinitario delante sus madres, hermanas y abuelas y, con lágrimas en los ojos, se dijeron adiós. No fueron pocas las mujeres que, esa madrugada, abandonaron la cartuja lamentándose de no tener el virgo intacto para poder formar parte de aquel gineceo humano. Pasó el tiempo y, conforme el número de vasijas ocupadas fue in crescendo, fue también in crescendo la crispación y el enfado de los varones. Y es que el aroma virginal que exhalaba la colmena de sor Lucila era para ellos una provocación y una afrenta a su virilidad. Hubo alguna que otra escaramuza nocturna con el propósito de adentrarse en las once tinajas del patio que estaban más a mano. Pero los teros, que para entonces se habían multiplicado de forma inusitada y se habían convertido en los guardianes del convento, llenaron el silencio de la noche con sus teu teu teu de alarma y los asaltos hubieron de ser abortados. Y aunque hacía tiempo que las Picoletas de las Avefrías habían dejado ya de hacer proselitismo de puerta en puerta, el chorreo de jóvenes dispuestas a consagrarse no había cesado. Siendo así que el dulzón aroma se había hecho cada vez más intenso y omnipresente, sobre todo cuando llegó el otoño y se vio reforzado con el que exhalaban las flores de los algarrobos que medraban en el Pago del Humo. Como respuesta, el deseo de los lugareños se había exacerbado tanto que, con la excusa de que cualquier día serían otros quienes recurrirían al engaño para acceder a la delicatesen prohibida, urdieron un sibilino plan para ser ellos, y no los otros, quienes la cataran primero.

A sabiendas de que el papel de los pájaros había sido fundamental en sus anteriores fracasos, concluyeron, y con razón, que si lograban acallarlos podrían acceder al botín. Además de ser los custodios nocturnos de la antigua cartuja, los teros ejercían también como una suerte de ángeles turiferarios del aroma conventual: durante la noche, se turnaban en el borde de los once tinajones del patio y, con su continuo aleteo, elevaban las tufaradas que salían del sótano hacia la ignota morada de la indolente deidad. Los lugareños habían descubierto también que los pájaros traídos por las picoletas no eran avefrías europeas; entre otras razones, porque no volaban hacia tierras más norteñas al término de la primavera, ni tampoco se mezclaban con las auténticas aguanieves cuando coincidían con ellas a orillas de la laguna de La Janda, —tanto los unos como las otras picoteaban en el fango de las orillas en busca de comida, aunque siempre en bandos separados—. A espaldas de sus mujeres, los varones planearon montar una especie de granja de la verdadera avefría entre las ruinas del antiguo Castillo de Sancti-Petri. Con este fin, cuando llegó el periodo de invernada de las aves nativas, un grupo de pescadores habituados al uso de la tarraya se dedicaron a cazar ejemplares adultos mientras comían en la laguna. Encerraron a los cautivos en pajareras construidas ad hoc entre las murallas del castillo; y cada vez que una hembra ponía, le retiraban la puesta para que pusiese de nuevo. Se encargaron personalmente de la incubación de los huevos y de la posterior cría de los polluelos. Acostumbradas desde pequeñas a su olor, consiguieron así una suerte de avefrías domésticas que no emitían el habitual piu piu piu de alarma cuando ellos se acercaban. Llegó el verano y los ejemplares salvajes desaparecieron de la laguna. Fue entonces cuando los pescadores acudieron de nuevo a La Janda con las tarrayas para dar caza a los guardianes de la colmena. Las bajas las fueron reponiendo con avefrías criadas en cautividad; y comprobaron que, una vez liberadas, se posaban a cierta distancia de los teros y empezaban a picotear, como ellos, en el fango buscando comida. Y aunque las primeras noches de libertad las pasaron a orillas de la laguna, no tardó en llegar el ocaso en el que las avefrías siguieron a los teros, cuando estos levantaron el vuelo para regresar a dormir al convento.

Apremiados por un deseo cada vez más acuciante, los varones de la comarca continuaron con el trasvase de aves hasta que al fin llegó la mañana en la que se pudieron acercar a la laguna de La Janda sin que se escuchase ni un solo teu teu teu de alarma. Para entonces, todos los teros se hallaban bajo tierra en el que antaño había sido un próspero berenjenal. No se podían permitir que la visión de los cadáveres levantasen sospechas en sus mujeres y, mientras había durado la caza teros, en el camino de regreso a Chiclana, los tarrayeros se habían detenido en el Pago del Humo para dar sepultura a los pájaros abatidos en la jornada. Cada vez, abrían una nueva fosa común entre los tocones de los antiguos arbustos de Solanum melongena, y sepultaban en ella los cuerpos de los teros. De ahí que el día en el que en La Janda ya no se escuchó ni un solo graznido de alarma, el antiguo berenjenal fuese un cementerio clandestino de pájaros. Mientras tanto, en la cartuja habían continuado el chorreo de púberes que llegaban dispuestas a vestir la túnica del mismo color que la flor de lino y a ceñirse la cintura con un plumaje parejo al del verdecillo; motivo por el cual, el dulzón aroma que exhalaba el sótano del convento habían ido también en aumento. Y con esa precisión de relojero con la que el destino a menudo ajusta los movimientos del azar, sucedió que, la misma tarde en la que los tarrayeros se hallaban dando sepultura a los últimos teros, llegó al improvisado camposanto una joven de rostro todavía aniñado, pero en cuyo cuerpo empezaba ya adivinarse el de una mujer. Les preguntó por el poblado de las once mil vírgenes con un yeísmo rehílado que puso en evidencia que venía de muy lejos. Encandilados con su belleza, levantaron el brazo derecho todos a la vez, y le señalaron la achaparrada silueta de la cartuja. Partió Sierva María en esa dirección arrastrando su larga melena cobriza y dejando tras de sí la inconfundible fragancia de la virginidad; sin dejar de mirarla, aquella suerte de autómatas se relamieron los labios pensando que semejante criatura iba a formar parte también del botín que esa misma noche planeaban hacer suyo.

Lo que aquellos jactanciosos varones no sabían es que en el sótano del convento ya solo quedaba una tinaja vacante y que con la llegada de aquella nueva virgen se completaba la colmena. Y porque lo ignoraban, no se les pasó por la cabeza que la anhelada diosa pudiera estar a punto de irrumpir en la escena. Era una monarca desmemoriada y despistada, pero con un sistema olfativo muy sensible. Tanto, que desde la distancia casi infinita a la que se hallaba notó el cambio de intensidad odorífera que esa noche se produjo en la cartuja. La púber de la larga melena cobriza había llegado a la colmena justo cuando el cielo se tiñó también de rojo; pero de un rojo moteado al sur por las siluetas de las avefrías que ya regresaban a su nuevo dormidero. En cuanto se hizo noche cerrada, el primer turno de pájaros se posó en el borde de las onces tinajas del patio. Y en cuanto empezó el aleteo y el vaho del sótano se elevó, la diosa olfateó con sus numerosas narinas el aire y notó enseguida que, esta vez sí, la composición y la intensidad de la fragancia eran perfectas. Extendió las membranosas alas al máximo y, abandonando su eterno vuelo de crucero, inició el descenso justo en el instante en el que la primera avanzadilla de varones accedía sigilosamente al patio del convento. Era una noche de luna llena y los asaltantes distinguieron con cierta claridad el aleteo de las avefrías que, posadas en el borde de las once tinajas a la intemperie, custodiaban la entrada del sótano. Se congratularon al comprobar que no se inmutaban con su presencia y continuaron avanzando. Fue entonces cuando algo opacó la luz de la luna y la oscuridad se volvió más propia de una noche sin luna. Levantaron la mirada y vieron su descomunal y majestuosa silueta de murciélago. Con las alas extendidas al máximo planeaba trazando una espiral descendente en cuyo centro estaba la entrada al sótano del convento. Al notar el cambio de luz, las aves custodias se alarmaron y, mientras volaban para refugiarse bajo los soportales, llenaron la noche con sus piu piu piu. La primera reacción de los salteadores fue de indignación: ahora que estaban a punto de conseguir el anhelado trofeo, llegaba aquel gigante advenedizo a robarle lo que era suyo. Pero luego, cuando la diosa golpeó el lateral de una de las once tinajas con su gran garra y una voz dulce y anhelante le dio la bienvenida con un Ave María, la rabia se trocó en sorpresa. En respuesta al trémulo saludo, la divina espiritrompa se desplegó con urgencia y en el interior del tinajón se escuchó un gemido de placer que nadie había escuchado antes. Comprendieron, así, que aquel manjar no era para ellos y, contra todo pronóstico, se dieron por vencidos. Y lo que aún fue más sorprendente, con una mansedumbre inopinada, también ellos decidieron rendirle pleitesía a la verdadera dueña de la colmena.

Diosa sobre la cartuja.jpg

Gracias a esa oportuna irrupción en la cartuja de la indolente deidad, lo que estaba en un tris de convertirse en un austero —sin lucecitas de neón ni bebidas espirituosas— prostíbulo, pasó a ser un lugar de culto a la descomunal espiritrompa destinada, desde el principio de los tiempos, a sumergirse en aquell néctar virginal. A partir de esa noche, la diosa garuda cogió la costumbre de visitar el legendario poblado de las once mil vírgenes cada luna llena. En cada visita, siempre encontraba su lagar repleto del apetecido néctar. El magma pozoñoso de sus entrañas se fue así diluyendo paulatinamente y, al hacerlo, se apagaron también los nefandos deseos de los lugareños. Y en el cercano cementerio, los cadáveres de los teros sirvieron de abono al antiguo berenjenal; y con las primeras lluvias, de los que hasta entonces habían sido tocones estériles, brotaron multitud de renuevos. Los arbustos de Solanum melongena volvieron a florecer y los frutos alcanzaron un tamaño mayor del habitual. Y quizás buscando recordar sus años mozos como hortelana de aquel huerto, la que ya era abuela de seis retoños acondicionó su antigua choza y la convirtió en el bujío de la santa que algún día llegaría a ser.
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Gretogarbo
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

Jodó, anda que no habéis cascado en este bujío en dos días. A ver cómo y cuándo comento lo que me parece meritorio.
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Grito nocturno. Borja González
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió:Jodó, anda que no habéis cascado en este bujío en dos días. A ver cómo y cuándo comento lo que me parece meritorio.
Cuando a vos os apetezca, pues de momento, que sepamos, el bujío tiene pinta de seguir abierto y recogiendo buenas cosechas de Solanum melongena. Porque, tal como ya nos adelantó el pitoniso bujiano, sor Lucila de la Trinidad y Cía acabaron enriqueciendo el suelo de este bujío. Desconocemos los detalles (de algunos me estoy enterando ahora), pero por la lozanía de las berenjenas sabemos que debió ser así.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

Cata, perdón, el otro día te dije que me esperaras, pero como seguía de vacaciones, salí y te dejé solita :(
Mañana retomo la oficina, el estrés y las presiones varias, así que voy a estar en estado normal, pronta para meterme en el Bujío y otros tantos lugares más que los tengo pendientes :D

Besos al pajarillo y demás bujienses :beso:

Una canción que amo para empezar el retorno :lol:

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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

jilguero escribió:Una colmena virginal

La madrugada de aquel trece de diciembre, sor Lucila de la Trinidad tuvo un sueño revelador. En un lugar remoto de allende los mares, existía un poblado habitado por once mil vírgenes. Era una especie de panal monocapa cuyas celdillas hexagonales ocupaban una vasta extensión. Cada celda compartía...
:blahblah: :blahblah: :blahblah:
Pues habiendo salido a la luz nuevas noticias sobre el tema paso sin dilación a exponerlas:

"La idea errónea de que las compañeras de martirio de Úrsula fuesen once mil surge en un documento datado en el año 922 que se conserva en un monasterio cerca de Colonia, donde se hace referencia a la historia de Santa Úrsula y sus compañeras. En el citado documento entre otras cosas se decía:

"Dei et Sanctas Mariae ac ipsarum XI m virginum"

donde "XI m virginum" debía leerse como "undecim martyres virginum" (once mártires vírgenes)

y en su lugar leyeron "undecim millia virginum" (once mil virgenes)

Durante siglos esta confusión se extendió sin que nadie la pusiera en duda, dando lugar así a la leyenda de las "once mil vírgenes"". Wiki.

Pues eso al ser once las virgenes en cuestión podían vivir en viviendas separadas, humildes sin duda pero sin que les faltara lo necesario para su larga espera. :cunao:
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Tranquila Megan, que Cata está muy cómoda meciéndose en su butaca y no tiene prisa ninguna.

Hexa, me vas a volver loca a sor Lucila. La pobre anda ya cruzando el océano, en compañía de una pareja de teros, dispuesta a fundar el convento de las once mil vírgenes y ahora se la quieres reducir a once :shock:. Pero ya sabes que el subconsciente nos juega jugarretas e igual sor Lucila ya se ha quedado con el cante y se empeña en crear ese poblado. Y digo yo, además, que los huesos de once vírgenes no pueden alimentar este berenjenal. :no: Pero bueno, ya veremos a qué se debe ese desajuste, que seguro que algún motivo habrá. :wink:
el duro de roer me está gustando mucho :60:


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

jjaaja ya nos vamos conociendo lo mejor para que leas algo o hagas algo es decirte que no lo hagas, eres el espíritu de la contradicción reencarnado en Biologa. :cunao:

Y en el convento de las Once u once mil como prefiera vuesa merced, son ursulinas ya que su fundadora tuvo un encontronazo con Atila el rey de los unos y de los otros. Como cuenta la leyenda..."Erase que al regresar a Alemania, fue sorprendida en Colonia por el ataque de los hunos, en 451. Atila, rey de este pueblo, se enamoró de ella pero la joven se resistió y, junto a otras doncellas que se negaron a entregarse a los apetitos sexuales de los bárbaros, fue martirizada" wiki.

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Como bien muestra la miniatura diez fueron decapitadas y Úrsula flechada entre sus senos.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Pues pórtate bien y usa tu saber para que el pájaro me lea libros buenos :boese040:.

Llevo como la cuarta parte y me lo he pasado muy bien (he dejado comentario :wink:). Eso de tener un negro activo, creativo e independiente (subconsciente) me quita mucho trabajo. Eso sí, yo que creía haberme currado bien mi dosis de libre albedrío me lo estás dejando reducido a mínimos.

Mira, Cata, Hexa pretende decapitar a las monjitas chiclaneras. Habrá que averiguar si tambien estás acabaron así. Pero lo de asaetar a sor Lucila ya me parece demasiado... :dragon:

PD: Hexa has buscado una imagen muy adecuada para el día de hoy. Nos soy nada partidaria de esto de "el día de..." pero reconozco que el que sigan cayendo mujeres cada día a manos de quien supuestamente las quisieron me crispa. Viendo las manifestaciones en la tele y las declaraciones de "vamos a acabar con..." pensaba que, en el fondo, no deja de ser una utopía. Cierto es que el hecho de que los demás condenen la conducta ya es mucho, pero con el chorreo de muertes me da que no vamos a poder acabar. Y ahora que ando leyendo el libro de lo subliminal con más motivo.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

El pintor se entusiasmó y creo que hay más cuerpos de la cuenta. :cunao:

¿Te has fjado, Cata, que las decapitadas tienen ya su corona? Uff, vamos a tener que dejar el berenjenal sin flores. Y sin flores nos quedaremos sin berenjenas embuchadas...

Y me acabo de enterar que el origen del nombre de las Islas Vírgenes viene de las once mil vírgenes de marras, porque Colón se las topó, las islas, no las vírgenes, justo el día de Santa Úrsula y decidió llamarlas así en recuerdo de las mártires.


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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Hay días, Cata, en los que simplemente respirar ya resulta placentero. Hoy es uno de esos días. He regresado del desayuno dando al vuelta al edificio de la universidad (no sé por qué no lo hago más a menudo) y paraece que hay otras criaturas, como tórtolas, urracas y petirrojos, que piensan lo mismo. Quizás sea porque hoy es un día frío pero soleado, después de una semana de continuas lluvia.

¡Viva la Vida!, que diría la Kaklo!

PD: ayer las gallinas entraron en el bar de la Facultad de Ciencias (es donde desayuno) y hoy la gente lo andaba comentando. En mi regreso, he visto un gallo y una gallina al acecho para colarse, y otras muchas picoteando felices por el pinar.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió:Hay días, Cata, en los que simplemente respirar ya resulta placentero. Hoy es uno de esos días... y paraece que hay otras criaturas, como tórtolas, urracas y petirrojos, que piensan lo mismo.
Los pajarillos poco pedís. El sol de otoño sobre las plumas es un placer. Como lo es tu desayuno con prensa de sábados y domingos que has manifestado aquí. Es una magnífica filosofía de vida.
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió:
jilguero escribió:Hay días, Cata, en los que simplemente respirar ya resulta placentero. Hoy es uno de esos días... y paraece que hay otras criaturas, como tórtolas, urracas y petirrojos, que piensan lo mismo.
Los pajarillos poco pedís. El sol de otoño sobre las plumas es un placer. Como lo es tu desayuno con prensa de sábados y domingos que has manifestado aquí. Es una magnífica filosofía de vida.
Y mientras cuento zoeas (tarea tediosa), en la radio suenan estas voces y me acarician por dentro...

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Venía a colgarle la canción a Cata junto al Viva al vida, pero ya que anda por bujío el serín das bibliotecas, se lo dejo a él a ver si es de su agrado.


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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió:Y mientras cuento zoeas...
¿Una a una o recontando sobre unas cuantas cuadrículas y luego haciendo la media?
jilguero escribió:...a ver si es de su agrado.
Lo es, aunque mi gran dama del jazz vocal es Dinah Washington, que también soñaba.

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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió:¿Una a una o recontando sobre unas cuantas cuadrículas y luego haciendo la media?

Pues me acabo de contar 14067, una tras otra (tres horas y pico de binocular). Hice varios ensayos de submuestrear, no por cuadrículas, sino por peso y por división en partes en un recipiente cuadriculado. Pero las estimaciones tenían demasiado error para lo que intentamos hacer (%de larvas viables del total de huevos). Con lo huevos si pude hacerlo porque, quizá por su forma casi esférica, era más fácil submuestrearlos; pero estas calimeras armadas es difícil distribuirlas de forma homogénea y toca ir pipeteando pequeños volúmenes y a contar. Lo fastidioso es que no puedes pensar en otra cosa, al menos yo, lo único escuchar música que te cree ambientillo grato. Pero no veas el gusto que da tachar en la lista una hembra menos a la que contarle las crías, que cada afán tiene su recompensa, aunque en este caso sea pequeña.

PD: gran voz tu soñadora, pero la que han puesto en Radio Clásica fue la otra
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Re: El bujío de Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió:Pues me acabo de contar 14067, una tras otra (tres horas y pico de binocular).
Y yo me preocupo por leer con poca luz en el autobús por las mañanas y pongo a parir a mis arborescentes cuando hacen sus tareas de estudiantes con la luz del techo y no con la del flexo del escritorio... ¿Cómo andas de vista?

Por cierto, ¿cuántas zoeas puede haber en cada una de esas pipetas? ¿Cómo haces para saber que no has contado a una de ellas dos veces o tres o...?
jilguero escribió:... la que han puesto en Radio Clásica fue la otra
¿En Radio Clásica hay un programa de jazz a estas horas mañaneras?
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