Fin de ciclo: Iván Bunin
Creo que merece la pena abrir un comentario (quizá fuera mejor un hilo) con las conclusiones personales de cada uno de nosotros tras todo un mes dedicado al mismo autor.
A
Iván Bunin hay que entenderlo en su época, de ahí que los maestros de literatura nos insistieran en el instituto que es preciso
conocer la vida del autor para juzgar su obra.
Si me lo permitís, dejaré una semblanza del
Nobel salpimentada con mis opiniones personales.
Bunin nace en el sigloXIX en una familia noble venida a menos y durante su juventud frecuenta los ambientes literarios rusos. Su primera obra maestra reconocida como tal la firma en 1900, con treinta años. Continúa en la cresta con otras obras (todas novelas, a pesar de que
Bunin comenzó escribiendo poesía) hasta que en 1933,
con sesenta y tres años, le conceden el
Nobel de Literatura. Un galardón que no gozaba entonces del escaparate mediático de nuestra época.
Parece evidente que para cuando
Bunin escribe la serie de cuentos que hemos leído,
con setenta años, ya no ha de estar en la plenitud de sus facultades intelectuales. Cuando le otorgaron el
Nobel estos cuentos aún no habían sido escritos.
Son setenta años de la época… y padeciendo una devastadora guerra europea.
Bunin tiene que exiliarse dentro de su exilio francés, porque los alemanes al llegar a
París iban a buscarle y no para condecorarle precisamente. Añorando las llanuras de su
Rusia natal, en
París ha estado viviendo bastante atosigado y constreñido, y para cuando los alemanes entran en la capital francesa,
Bunin hace tiempo que tiene en sus manos los pasaportes que les llevarían a él y a su mujer a los
USA, gentileza de unos amigos seriamente preocupados por la vida del autor. Pero no ha hecho uso de ellos y se ha refugiado en un pueblecito sureño con unas vistas idílicas pero donde
se le acumulan las penurias. Se dice que durante la guerra los habitantes de
Grasse acabaron por comerse a sus mascotas (nada nuevo en tiempos de guerra), y a la escasez reinante se une el hecho de que
Bunin se había instalado con su mujer y unos amigos también escritores en una casita alejada, a treinta minutos de ascensión pedestre desde
Grasse. Llegó a atestiguar durante los años de la guerra (que coincidió con inviernos inclementes en toda
Europa), que estaba pasando tanto frío que le era imposible escribir. Quizá fuera otra hipérbole de las suyas.
Así que, con vuestro permiso, me reiteraré en mis apreciaciones: para cuando
Bunin escribe los cuentos de
Alamedas oscuras (
Dark Avenues), libro en el que están recogidos estos cuentos, ya no puede encontrarse en la plenitud de sus facultades intelectuales, y además, para cuando termina la segunda remesa de los cuentos de ese libro, se halla recluido bajo duras condiciones que merman sus facultades físicas (se quedó, literalmente, en los huesos, alto como era).
Bunin nunca renegó de su estilo poético, alambicado y floreado; y noto en estos últimos cuentos que alarga artificialmente las historias que narra; si no lo hiciera ocuparían escasamente una cuartilla.
En el cuento
El pastor, un cuento que se lleva casi una hora de lectura,
Bunin también se florea con descripciones que no hacen avanzar la trama. Pero se aprecia que nos está preparando para una historia; y utiliza varios y diferentes recursos literarios muy bien escenificados. Estos cuentos de
Alamedas oscuras son más "planitos".
En los cuentos que hemos leído me ha parecido notar una prisa en contar la fábula que no tiene en
El pastor; prisa que contrasta con el estiramiento que hace en estos
cuentos crepusculares al describir el ambiente, recargando (para mí innecesariamente) el texto.
Alguna de vosotras habéis dicho
que todos sus cuentos hablan de mujeres seducidas… bueno, hay que conocer la vida del autor para entender su obra, que nos decían los profesores del bachillerato. Y hay que decir que
Bunin tenía una bragueta inquieta, por decirlo de manera elegante para que nadie se me escandalice, no me vayan a sacar otra tarjeta amarilla y se me empiecen a acumular.
Enamoradizo, antojadizo, y con un mal convivir, a juzgar por las manifestaciones de sus dos primeras parejas.
Bunin no respetaba la edad ni tampoco si el objeto de sus deseos era la mujer de un amigo o invitado, llegando a sumergirse en un cuadrángulo amoroso. Antes, le había metido en casa a su mujer
Vera a una poetisa rusa muy bella: "
Ahora viviremos tres", cuentan que le dijo a
Vera. Y los tres convivieron durante diez años, según consta en los anales. Hasta que la poetisa se lió con una cantante de ópera y se fue de casa de los Bunin.
Pero
Bunin también era desprendido: se quedó sin un duro del premio
Nobel. Repartió la mayor parte del dinero del premio entre los emigrantes rusos pobres. Una pequeña parte la invirtió en un negocio que no funcionó. Y durante la guerra, su casa sirvió de refugio a muchos judíos perseguidos por los nazis.
Resumiendo, me ha gustado descubrir a un autor no muy comercializado en
España, pero su estilo en su última —y decandente— época (
esto es ley de vida), recargando párrafos en exceso, me ha disgustado. Del quinteto de cuentos, yo me quedaría con…
La hostería de la orilla, por esa descripción que hace en la escena de la iglesia y que a mí me dejó nocaut cuando la termina y vuelve a hablarme del restaurante donde se encontraban charlando los dos personajes antes de la analepsis (diría
flashback pero huyo en lo posible de usar anglicismos). Ha sido la única vez que me sumergí en la ficción que me proponía
Iván Bunin; el
Bunin,
como autoriza la RAE a llamar a las personas célebres.
Bueno, no… En realidad las normas de estilo autorizan a anteponer el artículo al apellido de las mujeres célebres: la
Thatcher, la
Callas, la
Caballé, la
Herrera, la
Merkel… Pero si es válido para las mujeres ha de ser válido también para los hombres,
¿o no?
Y yo lo vengo usando desde siempre sin que nunca nadie me haya dicho que falto al respeto a las personas. Al revés…, anteponer el artículo al apellido
sólo se hace con las personalidades célebres e ilustres.