El rey de los imbéciles

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: Megan, kassiopea

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sedna
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Mensaje por sedna »

JANGEL escribió:A continuación, arrastrado por la melancolía del dolor y drogado por los analgésicos, cometí el segundo error.



ImagenLucía te va a matar, Jangel... :lol:

Y yo te hubiera querido matar también si se te llega ocurrir terminar el capítulo con el protagonista colgado del precipicio :wink:

Bueno, haz el favor de seguir. Lo has conseguido, por lo menos ya tienes a una enganchada al relato. :P
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Enganchadísima te veo, Sedna. :D No, no podía dejarlo ahí colgado. Tampoco es una novela de aventuras. Pero en una situación parecida me vi yo una vez. Bajé por una pendiente embarrada y empezó a llover. Me quedé en la ribera del río, cuya corriente crecía, y no era capaz de subir por la empinada ladera. Me resbalaba con el barro y las raíces a las que me sujetaba se desprendían. Ya ves, como la vida misma. Aunque mi vida no estuvo en peligro (creo yo). Para que luego me pregunten si soy aventurero. 8)

Qué bien me lo estoy pasando. Me encantan vuestros comentarios, leer las sensaciones que os va creando la historia, cada capítulo... Me estáis ayudando mucho. Supongo que todo se verá diferente cuando esto acabe, pero el enfoque para ir guiando la visión del lector crea un efecto interesante.

Seguiré pronto, Sedna.
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lucia
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Mensaje por lucia »

Aparte de que has vuelto a saltar al presente con cada paso que doy y de nuevo al pasado (la cita de Sedna que me enfada :lol: ), y de que nunca me hubiese imaginado un accidente como trepidante, decirte que hay muchas clases de nieves, pero la única (o una de las pocas) que no para en un día de esos tan fríos es la nieve helada.

Tal como lo cuentas, la dificultad para parar estaba en la pendiente de la ladera, más que a la nieve en sí.
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Lucía escribió:Aparte de que has vuelto a saltar al presente con cada paso que doy y de nuevo al pasado (la cita de Sedna que me enfada :lol: ), y de que nunca me hubiese imaginado un accidente como trepidante, decirte que hay muchas clases de nieves, pero la única (o una de las pocas) que no para en un día de esos tan fríos es la nieve helada.
Tal como lo cuentas, la dificultad para parar estaba en la pendiente de la ladera, más que a la nieve en sí.

He modificado la caída en la nieve, suprimiendo una parte de una frase. Gracias por la ayuda. No quedaba bien razonado.

En cuanto al cambio de tiempos verbales, era consciente de ello, porque está hablando de que las secuelas le duran en la actualidad. He añadido dos palabras "aún hoy". Dime si crees que está mejor así. Si te sigue pareciendo raro, le damos una vuelta más profunda. :wink:
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lucia
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Mensaje por lucia »

El aún hoy queda mejor. Pero lo otro no. Ya has dicho antes que es un abismo, igual diciendo que no había calculado que con el frío intenso que hacía la nieve estuviese helada 8) 8) :? :?
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Esta vez no te he hecho caso del todo, pero me has dado la pista. He quitado lo del abismo, que anticipaba demasiado lo que iba a suceder. Quería que la caída al vacío resultara más gradual y esa palabra rompía la sensación. ¿Qué te parece?

Ah, lo de "trepidante accidente" no lo había comentado. ¿Te suena raro? Trepidante viene a ser sinónimo de agitado, tembloroso, aunque suele oírse aplicado a aventuras positivas, no negativas. Pero no me parece incorrecto a primera instancia.
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bblanco
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Mensaje por bblanco »

Yo también me fijé en TREPIDANTE, Jangel, no me pareció apropiado el adjetivo para esa experiencia, no sé, me chocó. Qué curioso que Lucía lo haya sacado a colación! :D

Saludos,
Begoña
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Estoy con vosotras. Sin ser incorrecto el uso, no consigo el efecto que quiero dar. Todo lo contrario, resulta contraproducente por el sonido fonético tan forzado de "trepidante accidente". He suprimido el adjetivo y lo he llevado al siguiente capítulo.


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El segundo error lo fue -y así lo califico- porque perturbó mi tranquilidad y removió mi conciencia inopinadamente. Seguramente me incitó a ello el alcohol que mezclé con los medicamentos para eliminar el dolor, tanto físico como moral, que me angustiaba. O tal vez fue cosa del azar, ¿quién sabe?

Fuera, la tempestad se había desencadenado de nuevo y densos copos volvían a barrer el espacio entre cielo y tierra, configurando una cortina inexpugnable. Afortunadamente, aquella lóbrega tarde ya estaba de vuelta en casa, calentito, y al menos me había librado de sufrir los efectos de la tormenta a la intemperie.

Aún me duraba la excitación por la trepidante experiencia. Estaba exangüe, no tenía vigor para escribir. Sólo deseaba sentarme y evitaba moverme hasta que se aliviara el malestar que inundaba mi cuerpo. De modo que aticé el fuego, añadí otro leño y preparé el sillón más confortable para apoltronarme en él. Antes, encendí la televisión y el reproductor de video. Era mi último remedio frente a la depresión, cuando el grado de aflicción alcanzaba las cotas más altas. Hurgué en una caja de cartón donde almacenaba viejas cintas y escogí un prometedor clásico del cine en blanco y negro que había copiado años atrás.

El ambiente lánguido y cautivador de la película me hipnotizó desde la primera secuencia. La había visto varias veces, pero nunca me aburría. Sin embargo, había olvidado un detalle. Ese despiste fue la atroz equivocación que causó el desastre ulterior. Cuando la intrigante faz de Orson Welles se dibujaba entre las sombras de un callejón, la película quedó interrumpida, siendo sustituida por una grabación casera que ya no recordaba.

Las primeras imágenes mostraban el interior de una iglesia y a una multitud expectante en los bancos, mientras una pareja de novios escuchaba de pie las palabras del sacerdote. Era mi boda. Volvía a desarrollarse ante mí con todo lujo de detalles. Ahora me acordaba. A mi hermana, la dueña de la videocámara, no se le había ocurrido otra cosa que grabar encima de la primera cinta que encontró, estropeando una de mis películas favoritas. Pero hacía tanto tiempo de aquello…

Pasé una hora viendo la grabación. Rebobinaba. Paralizaba la imagen. Volvía a rebobinar. Paraba de nuevo la cinta en el mismo fotograma. El rostro de Mónica: omnipresente. Las lágrimas empañaron mis ojos, al verla tan contenta, llena de felicidad, antes de que le acosaran tantas penalidades. Tomé un trago de la bebida que me había preparado, para seguir adormeciendo los sentidos.

Después de la ceremonia, aparecíamos unos instantes en la calle, nerviosos, intercambiando impresiones con los familiares y los amigos. Luego, la grabación continuaba con el banquete. El aperitivo se celebró en el jardín de un hotel a las afueras. Habían tenido que tender los toldos y encender las estufas de gas para calentar a los invitados, porque la noche había traído un frescor mayor de lo esperado.

Mi hermana seguía paseándose entre los asistentes, interrogando a unos y saludando afectuosamente a otros –todo había quedado grabado-, cuando se detuvo para centrar la imagen en la novia, que sonreía al fondo mientras dialogaba con alguien. Pero, en primer plano, dos hombres hablaban. Uno de ellos era Alfredo. ¿Quién le había invitado a mi boda?

Nunca me había fijado hasta entonces en aquellas nítidas imágenes. Las deplorables palabras de Alfredo se habían grabado con perfecta claridad, pero, ofuscado, rebobiné para volver a escucharlas. Seguro que, de haberse dado cuenta de que estaba ante una cámara, se hubiera callado sin titubeos. Al oírle una y otra vez, me pareció abominable; un pálpito me hizo pestañear reiteradamente hasta producirme una repentina cefalea.

Todo podía haber quedado en una sorpresa, más o menos desagradable, pero aquel horrible día todo parecía predestinado a ir de mal en peor y me había predispuesto a concebir los sentimientos más negativos. Qué lamentable casualidad que Alfredo apareciera de nuevo en mi vida y fuera a verlo también en una grabación de mi boda, la primera cinta de video que veía después de meses. Y lo que más me extrañaba era que nunca hubiera prestado atención a las palabras que profería Alfredo, aunque indudablemente la debía de haber visto varias veces. Me erguí en el sillón, olvidando los dolores, para oír su voz una vez más.

Trémulo de escepticismo, sentí que las extremidades se volvían fláccidas. Una desgarradora congoja me recorrió la espalda como un escalofrío. Me quedé mirando la pantalla del televisor, rebobinando una y otra vez la cinta y meneando la cabeza. No podía creérmelo. La nostalgia se transformó en cólera ante la visión de la inquietante escena. La voz de Alfredo retumbaba en mis oídos, mancillando el recuerdo de Mónica. Espoleado por un furor incontrolable, le maldije. Quería que se tragase sus infamias, que tanto me habían conmovido. Quería aplastarle la cara con mis puños. ¡Quería matarle!
Última edición por JANGEL el 31 Ene 2006 16:51, editado 3 veces en total.
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sedna
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Mensaje por sedna »

Dos cosas:

"Empotrar", como dices, en el sofá, no lo veo muy acertado...se por donde quieres ir (creo) supongo que es ese gesto que tenemos de tirarnos "cual perro" en el sofá...) pero no me parece el verbo adecuado...si miras en el diccionario, se refiere más bien a la parez y al suelo...

Luego, nombras a Sonia sin decir nada más...supongo que hace referencia a la hermana del protagonista ¿no?, la que lleva la cámara y graba todo...

Seguiré mirando...
Veo que sigues en tu línea y terminas el capítulo sin decirnos cuales son las palabras de Alfredo... :wink:
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

"Empotrar" es una licencia del narrador, un término más coloquial para expresar su estado de ánimo, su actitud, dado que lo cuenta en primera persona. Lo he usado conscientemente, pero si os choca mucho (tal vez a causa del resto del texto) decidiré cambiarlo.

Como estoy trabajando con notas, creía haber puesto antes nombre a la hermana del narrador. Es un dato accesorio, así que lo suprimiré.

Con respecto a las palabras de Alfredo, nos encontramos ante un punto crucial en el relato. Es un dilema para mí. Podría aclarar inmediatamente cuáles son esas palabras o aguardar un poco más. El riesgo al esperar es que se puede defraudar al lector porque el mensaje no le parezca como para querer matar a alguien o porque lo intuyó. Estoy todavía trabajando en esta idea y no sería raro que decidiera modificar este capítulo más tarde.

Pero, sí, sigo en la línea por el momento. :lol: Lo que me interesa aquí es generar sensaciones: desconcierto, confusión, pesar, ¿qué le pasa a este tío que se ha vuelto loco de pronto?, ¿qué habrá dicho el imbécil ése?, ¿ónde andará Mónica?
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sedna
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Mensaje por sedna »

¿Generar? :shock:
Si, si que generas sensaciones. :wink:
Ale, a escribir, majo... :lol:

Yo lo de "empotrar", sigo viéndolo "chocante", a pesar de tu explicación...que le vamos a hacer...pero no cambies nada de momento y veamos cuales son las opiniones de los demás...¿ok?.

Mucho ánimo. :P
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

sedna escribió:Yo lo de "empotrar", sigo viéndolo "chocante", a pesar de tu explicación...que le vamos a hacer...pero no cambies nada de momento y veamos cuales son las opiniones de los demás...¿ok?.

Mucho ánimo. :P

Soy de los que suelen pensar antes de hablar. Pero no estoy aplicando eso al escribir, ni siquiera al responderos. Lo interesante de estas conversaciones es que te hacen meditar, argumentar y luego encontrar argumentos en contra. He sustituido "empotrar" por la palabra correcta, que además tiene la misma sonoridad: "apoltronar". :wink:

Y gracias por los ánimos. Ya estamos alcanzando el clímax del relato.

A todos: Hablando de sensaciones. ¿Qué pensáis de este último capítulo? ¿Que puede haber una razón lógica para que Antonio pierda los papeles? ¿Que esto de estar aislado en el campo no le está sentando bien? ¿Que tiene un mal día? ¿Que Alfredo es odioso a más no poder? ¿Que vaya tela con la hermanita que le fastidió la peli?
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sedna
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Mensaje por sedna »

JANGEL escribió: ¿Que puede haber una razón lógica para que Antonio pierda los papeles?


Siempre puede haber una razón lógica para que alguien pierda los papeles...incluso la persona más fría y calculadora del mundo...pienso yo.

¿Que esto de estar aislado en el campo no le está sentando bien? ¿Que tiene un mal día?


Lo de pasar un tiempo solo, aislado, da tiempo para pensar y reflexionar, cosa que a veces es imposible cuando estás rodeado de gente y de ruido. Es como lo de viajar solo... o ir sin compañía al cine...o entrar en un restaurante solo a comer...¿No os dais cuenta de que al acudir acompañado, se pierden ciertos detalles, que se ven otras cosas y te das cuenta de ciertos matices que no percibes cuando vas con compañía...Igual es solo una percepción mía...Estar solo en ocasiones viene muy bien. La soledad no es mala (claro cuando es buscada y deseada, no cuando nos la imponen, claro)

¿Que Alfredo es odioso a más no poder?


Eso está más que claro...

¿Que vaya tela con la hermanita que le fastidió la peli?


Son cosas que suele hacer la familia...en las mejores casas... :lol:
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Sashka
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Mensaje por Sashka »

Uf, Jangel, no he vuelto a leerte desde que te fuiste a Cuba. Este fin de semana me pongo al día, palabra. (espero :) )
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

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Mónica murió un 23 de abril. Al menos, así figuraba oficialmente y así quedó registrado en el informe policial. Pero la verdad es que nunca encontraron su cadáver, por lo que no se pudo extender un certificado de defunción. Sencillamente, pasado el tiempo prudencial, un inspector desaprensivo que no quería complicar más su rutina cotidiana había decidido que estaba muerta, bien fuera por suicidio o por accidente. Descartaron otro tipo de causas, o siniestros en los que pudiera estar involucrado algún desalmado, ya que en el lugar de los hechos no había rastros de violencia ni forcejeo. Tan sólo estaba su coche.

De hecho, la investigación nunca quedó cerrada, pero había tal carencia de pistas en el caso que pronto quedó relegado al archivo de los olvidados, sin que se planteara una teoría realmente verosímil para explicar los acontecimientos. Por mi parte, recurrí a algunos amigos periodistas, que me hicieron varios favores impagables, pero no surtieron efecto. Yo mismo invertí las tardes de muchos días, fines de semana completos, buscando algún indicio, interrogando a los lugareños con discreción, pasando por donde había pasado antes la policía. Pero, para ser justos, habían cumplido bien con su trabajo. Todo era inútil.

Recuerdo perfectamente la fecha: 23 de abril, Día del Libro. ¿Cómo iba a olvidarla? No sólo porque nunca más volví a ver a Mónica desde ese día –con el tiempo tendría que resignarme a creer que había muerto, aunque no terminara de creérmelo en lo más hondo de mi ser-, sino también porque coincidió con la presentación de mi primera novela. Se había elegido aquella fecha precisamente por las connotaciones que tenía en el mercado editorial; el público se lanzaba a la búsqueda de novedades en las librerías y los grandes almacenes.
En efecto, acababa de proferir mi breve discurso en un importante establecimiento del centro de la ciudad, acompañado de un representante de la editorial, y estaba celebrando el éxito del acto tras la ronda de firmas y dedicatorias, cuando me llamaron al móvil. La voz jovial al otro lado de la línea me resultó irreconocible. Era la policía, solicitando que confirmara mi identidad.

-Sí, soy yo. Dígame, por favor.

-Hemos encontrado un automóvil abandonado. ¿Es usted familiar de…?

Conforme el inspector me contaba lo sucedido, apretaba tanto las mandíbulas que me rechinaban los dientes. Minutos antes, mientras estaba hablando a los asistentes sobre mi libro, me había preocupado que Mónica no hubiera acudido, tal como había prometido; no verla en la sala me había angustiado, pero nada hacía presagiar que le hubiera pasado algo, pues, con frecuencia, la retenían en la oficina fuera de horario. Escuché desolado y compungido, sin dar crédito a lo que decía, la horrenda noticia: no se conocía el paradero de mi mujer.

La mente desbocada es proclive al egoísmo y lo primero que pensé fue: “ahora que nos iba todo mejor, que habíamos alcanzado la estabilidad y todo era armonía; hoy precisamente que era un día tan importante para mí, hoy que me hacías tanta falta”. En parte era cierto, porque hacía tiempo que todo discurría con cierta normalidad, a pesar de haber sufrido una segunda embolia, año y medio después, que afectó temporalmente a su movilidad. Vivir con ella fue, durante mucho tiempo, muy duro, como vivir con una niña. Pero me parecía una criatura aún más deliciosa y encantadora, si era posible, y me hizo ver todo con otra perspectiva.

Habían encontrado su automóvil, abandonado al comienzo de un puente, sobre un río que corría caudaloso por las fuertes lluvias primaverales. La portezuela del conductor había quedado abierta y el coche obstaculizaba el paso. Pero se trataba de una carretera con poco tráfico y fueron las autoridades las que lo hallaron. Por la documentación dejada en el interior, dentro del bolso rojo que le había regalado en su último cumpleaños, pudieron averiguar a quién debían localizar. De Mónica no había ni rastro, ni siquiera huellas en los alrededores.

-Necesitaríamos hablar con usted.

-Sí, naturalmente. Iré ahora mismo –dije, tragando saliva-. Indíqueme la dirección.

Me entrevistaron en la jefatura del departamento. Me hicieron toda clase de preguntas para recabar datos adicionales que pudieran aportar algo a la investigación. El inspector me miraba con compasión. Otras veces se tornaba inflexible, para cerciorarse de que no tenía por qué albergar sospechas sobre mí. Yo le respondía impertérrito. Luego, aunque no había transcurrido el plazo estipulado por sus procedimientos, ante lo raro del asunto, me instaron a denunciar la desaparición formalmente para proseguir con las indagaciones.

Según estas circunstancias, se barajó la hipótesis de que se había arrojado al agua desde el puente, doblegada por los reveses a que todos nos exponemos en la vida. Al principio, se le dio por desaparecida y eso fue lo que publicaron en las crónicas de sucesos, junto con algunas escandalosas mentiras sobre los polémicos métodos de quien trataba su enfermedad y le administraba terapia que no sé de dónde sacaron. La buscaron por todas partes, pero no encontraron el cuerpo, ni siquiera con la ayuda de perros adiestrados. El olor de Mónica se disipaba dentro del mismo coche, cuyo habitáculo aparecía cargado de la fragancia dulzona del ambientador.

Durante todo ese período de esfuerzos vanos en que Mónica no dio señales de vida, perdí la cordura por primera vez, más o menos tal como me pasaría más tarde, con la reaparición de Alfredo, cuando me creía a salvo de las fatalidades en mi refugio del campo.
Última edición por JANGEL el 31 Ene 2006 16:55, editado 2 veces en total.
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