El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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jilguero
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El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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:228::228:
Porque nada buscamos y todo acogemos, pase sin llamar.
(dice el cartel que hay al comienzo del caminito que conduce al corazón de este berenjenal)


ImagenImagenImagen

Hace ya cuatro años y medio, el 14 de agosto de 2016, por razones que no vienen a cuento, abrí este hilo para escribirte una carta abierta. La construí hilvanando sobre la marcha lo que me iba ocurriendo en el día a día, aunque salpimentándolo con lo que me sugería la imaginación. Pero has resultado ser una oyente tan discreta, tan atenta y tan agradecida :chino: que este hilo se ha convertido en una especie de recuncho confortable al que regreso muy a menudo para contarte casi cualquier cosa.

Tenemos, además, algunos visitantes que han tenido a bien dejarnos aquí y allá (índice del anterior hilo) instantes de su vida, o bien han compartido con nosotras un rato de charla sentados en las cómodas mecedoras berenjenas que tenemos en este bujío. Término, el de bujío, que, aparte de ser un bello localismo tanto cordobés como gaditano (tierras en las que, de una u otra forma, ambas estamos enraizadas), simboliza a la perfección la sensación que experimento cuando escribo aquí, donde puedo hacerlo con libertad, sin miedo, porque sé que mis palabras van a ser bien acogidas y, sobre todo, bien interpretadas.

Desde entonces, ha llovido mucho y, con ayuda de nuestros visitantes (lo que ellos dejan lo reutiliza el colorín marrullero para tejer pamplinas bordeando la realidad) hemos descubierto que, como reza en el lema de este hilo, el bujío está ubicado en el corazón de un berenjenal del que santa Cata del Guadiana (la santa bujiana por antonomasia), según se recoge en su hagiografía, fue hortelana durante una de sus transmigraciones; hemos tenido tiempo, además, de exponer el cuadro de la santa y de su alter ego cuántico, santa Lilaila de Éfeso, y de asistir a dicha exposición; e incluso algunos hemos posado en el retrato de familia* o reunido las lecturas favoritas de Santa Cata en una ciberteca de uso privado suyo.

Por desgracia, nos ha dado tiempo también a decirle adiós a ese entrañable amigo de los Pitangus, que se fue justo cuando estaba dispuesto a pamplinear en nombre de un antepasado suyo para hacer un intercambio de solsticios entre los dos hemisferios. Pero estoy segura de que, esté dónde esté, Eleanis sabrá encontrarnos de nuevo y, de una u otra manera, seguirá estando entre los bujianos.

De cháchara en cháchara, de pamplina en pamplina (porque este pájaro solo escribe eso: pamplinas :clown:), hemos llegado a la página quinientos y el anterior hilo del bujío ha de ser cerrado. Pero como la vida es una suerte de samsara, de eterno retorno, una vez más, por razones que no vienen a cuento, amén de porque a mí no me gustan las despedidas, te propongo, Cata, que, en vez de decirnos adiós, tú sigas teniendo la santa paciencia de permanecer ahí, a ese otro lado de la pantalla, mientras yo sigo a este otro entintándotela de azul; o dicho de otra manera, te propongo que sigamos compartiendo este milagro tan placentero que es la vida hasta que tú te canses y me digas: «¡baaaasta!» :colleja:

*Retrato de familia ampliado

******




:101: Índice de historias anidadas en este hilo

Barcos de papel navegando por el Sena (Jilguero) :chupete:

La guardiana del cementerio y su cancerbero (Jilguero) :chupete:

La insólita veleta del Convento de Santa Lilaila de Babia (Jilguero) :chupete:

Yo estuve allí (Jilguero) :chupete:

La puerta está entreabierta (Jilguero) :chupete:

La Alberca de los Navarro (Jilguero) :chupete:

La Casilla del Monte (Jilguero) :chupete:

Continuidad de los caminos (Jilguero) :chupete:

Madre Teresa (Jilguero) :chupete:

Fátima, o la fidelidad llevada a su extremo (Jilguero) :chupete:

El Archipiélago de Jonás (Jilguero) :chupete:

El hombre que daba de comer arroz a los gorriones (Jilguero) :chupete:

Tomás el Esquivo (Jilguero) :chupete:

Rosas en el camposanto (Jilguero) :chupete:

Desde la escollera (Jilguero) :chupete:

Un palmo de ladrillos (Jilguero) :chupete:

Un ángel caído (Jilguero) :chupete:

La noche que conocí a Vibeke (Jilguero) :chupete:

La doble sonrisa (Jilguero) :chupete:

El Ojo Avizor (Jilguero) :chupete:

El campirano de siempre (Edgardo) :user:

Ña Cándida (Edgardo) :user:

La vida en tu bolsillo (Jilguero) :chupete:

Un pétalo caído antes de tiempo (Jilguero) :chupete:

De cuando fui la adarga de padre (Jilguero) :chupete:

Fin de viaje (Jilguero) :chupete:

La Euterpe de Rubens (Jilguero) :chupete:

La sombra del pasado (Jilguero) :chupete:

Antonia, una mujer buena (Jilguero) :chupete:

El niño del tirachinas (Jilguero) :chupete:

Una mala racha (Jilguero) :chupete:

Nada se acaba, todo fluye... (Jilguero) :chupete:

¿Por mediación de Santa Lilaia? (Jilguero) :chupete:

La tentaciones de fray Antonio (Jilguero) :chupete:

De casa en casa (Jilguero) :chupete:

Mi vuelta al sol con K. (Jilguero) :chupete:

La pianista que se volvió invisible (Jilguero) :chupete:

La mañana en que pude conocer al hombre descalzo (Caleto) :clown:

Die Toteninsel (Jilguero) :chupete:

La prodigiosa jaula d Baltazar (Jilguero) :chupete:

El Doctor Embustes (Jilguero) :chupete:

Desde lo Campos de Asfódelos (Jilguero) :chupete:

El atípico camisero del Valle de la Santidad (Jilguero) :chupete:

Un silencio muy sonoro (Jilguero) :chupete:

La falsa espera (Jilguero) :chupete:

La Juana la Loca nórdica (Jilguero) :chupete:

La chlesita indecorosa (Jilguero) :chupete:

¿Qué me está pasando? (Jilguero) :chupete:
Última edición por jilguero el 04 Feb 2024 22:12, editado 58 veces en total.


La chelista indecorosa :party: La Juana la Loca nórdica

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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Barcos de papel navegando por el Sena



Suzanne Valadon (Toulouse-Lautrec).jpg



“Mon cher” Erik:
¡Cómo te habría sorprendido recibir esta carta mía en tu refugio de Arcueil! Sí, cuánto te sorprendería que tu Biqui, esa que hace ya más de treinta años rechazara tu propuesta de matrimonio tras una primera noche de loca pasión, cogiera los pinceles para escribirte una carta. Y harías bien en sorprendente porque esa joven desenfadada y rebosante de vida, la Suzanne Valadon que tú conociste, y cuyo amor paseaste cada noche por los cabarés, los bistrós y las “brasseries” de Montmartre, nunca te habría dicho lo que ahora te voy a decir con palabras dibujadas entre pentagramas; no, ella te lo diría acariciando con sus labios o con las yemas de sus dedos la suave y pálida piel de su última conquista, doblegando con sus caricias el cuerpo del pequeño vikingo al que acababa de conocer en “L´Auberge du Clou”: en aquel local tú eras un aporreador de pianos a sueldo —como a ti te gustaba decir— y fue precisamente de esa forma, sentado ante el armonio del sótano, cómo yo te conocí…

Sé que te habría sorprendido que te escribiera una carta y, sin embargo, aquí estoy entintando de rojo y azul este papel pautado con palabras dirigidas a ti —no quiero que el último barco de la flota desentone del resto—. Ya no soy la misma, desde luego que no. ¿Me creerás si te digo que, mientras me esmero en escribirte con una caligrafía primorosa —la tuya lo era y no quiero que la mía desmerezca—, no ceso de llorar? Sabes bien que jamás he sido mujer de lágrimas, y mucho menos por la pérdida de un amante. He tenido muchos a lo largo de mis sesenta años de vida. No sé vivir sin tener cerca un hombre que me mire con deseo y al que también yo pueda mirar con deseo. Fui una niña que creció al cobijo de una madre lavandera —nunca supe quién fue mi padre— y que, en lugar de jugar, fue aprendiz de costurera, limpiadora, vendedora de verduras y hasta acróbata de circo. Pero llegó el día en que esa niña de la calle, que ya no era tan niña, descubrió que su cuerpo atraía la mirada y despertaba el deseo de los artistas que no dudaban en convertirla en su modelo, amén de en su amante; de igual forma que acabó descubriendo que también ella era capaz de empuñar los pinceles y hacer que fuesen los cuerpos de los otros los que le atrapasen la mirada y le despertaran el deseo. El de André, por ejemplo, era hermoso como el de un dios y por eso lo convertí en mi Adán; y fue así, Erik, como logré tener la certeza de que ya no era una simple modelo, sino una más de esa pléyade de artistas, licenciosos y retozones, que en esos días pululabais por el París de Montmartre.


(Ver cuadros sin sonido)

Quiero que sepas, “mon petit viking” —recuerdo con qué orgullo me decías que los normandos eráis pequeños vikingos alejados de la tierra natal por los azares de la vida—, que lloro mientras te dibujo palabras porque ayer Conrad me trajo un paquete de cartas tuyas. Docenas de cartas que me has escrito durante los últimos treinta años y que, sin embargo, nunca depositaste en un buzón o introdujiste por debajo de mi puerta —me consta que has conocido mis sucesivas direcciones como yo siempre he conocido las tuyas—. ¡Ojalá lo hubieras hecho, ojalá…! Pero no lo hiciste y ahora, cuando tu vida se me ha escapado como si fuera un globo lleno de helio cuyo cabo no supe retener a tiempo, tus palabras me han llegado en aluvión y han provocado esta catarata de lágrimas... Un breve inciso, Erik, porque no quiero que se me olvide decirte que tu hermano me trajo además algo hecho por ti que todavía me tiene boquiabierta. Acostumbrada a verte vivir siempre oculto tras el disfraz de la extravagancia, no me esperaba una terneza así de tu parte; de la misma forma que te reconozco que verla conmovió a la mujer dura y curtida en que me he convertido. Ya sabes que desde nuestro periodo de vida en común también yo me escondo a menudo tras una máscara de excentricidades. Tú fuiste mi maestro y ahora, como parte de mi tocado cotidiano, no es raro que lleve un ramillete de zanahorias prendido del corpiño, ni que mordisquee alguna de ellas en público. Y cuando me separé de Paul —¡cómo me aburría aquella vida bucólica y aburguesada, cuánto os echaba de menos a vosotros, mis nocherniegos compañeros de Montmartre!— me traje del campo una cabra; se llama Clémence y todavía la tengo en el estudio, donde no solo desempeña de forma magistral su tarea de hacer desaparecer mis lienzos malogrados, sino que lo hace con complacencia puesto que acostumbra a relamerse el morro con fruición después de cada ingesta. A parte de la cabra, viven conmigo un puñado de remilgados mininos que son tan católicos, apostólicos y romanos que el primer viernes de cada mes cumplen con el precepto eclesiástico de abstenerse de ingerir carne; costumbre virtuosa que yo les recompenso con una generosa ración de caviar.

Como te iba diciendo, a pesar de que esta incasta Suzanne —¿recuerdas?: fue Henri quien vertió ajenjo sobre mi cabeza para rebautizarme con este nombre, porque decía que yo posaba desnuda ante los viejos como antaño lo hiciera la casta Susana bíblica— siempre se ha jactado de ser una mujer alejada de cualquier manifestación romántica o convencionalismo similar, cuando ayer vio tu afiche conmemorativo de nuestro affaire se conmovió hasta las lágrimas. Me refiero a esa cuartilla de cartulina en la que, junto a unas hebras de cabello mío prendidas con un alfiler, aparecen caligrafiadas en tinta azul las fechas del comienzo y del final de nuestro apasionado y turbulento romance; y de forma igualmente primorosa pero en rojo, mi nombre. Aunque nunca se me haya ocurrido confeccionar algo parecido, a mi manera también yo te he querido mucho. Ya es tarde, lo sé, pero no quiero dejar de decirte que no era mi intención torturarte cuando te hablaba de mis antiguos amantes; ni tampoco cuando hacía una escapada nocturna en solitario y, a mi regreso, me empeñaba en describirte quién había sido mi compañero de mesa y de copas. Mi único propósito era hacerte partícipe de mis éxitos y, como aún no podía hacerlo como pintora, lo hacía como hembra. Yo era ya una mujer libre, desinhibida y caprichosa y, por eso mismo, incapaz de comprender la ira que los celos despertaban en ti. Ahora, en cambio, después de que André me haya pagado con la misma moneda, no solo te entiendo, sino que me siento culpable de haberte hecho sufrir.

Y quiero que sepas también, “mon petit chouchou”, que a esta Suzanne incasta y desagradecida, amén de conmoverle esa romántica reliquia capilar, lo que de verdad le sobrecoge es el contenido de tus cartas. Me he pasado la noche leyéndolas, de ahí este llanto que no cesa. Conocer tus sentimientos me permite juzgar ahora tu conducta de antaño desde otra perspectiva. Después de saber que te era imposible dejar de pensar en mí —«Estas en mi entero, en todas partes. No veo otra cosa que tus ojos exquisitos, tus manos suaves y tus pies de niña pequeña»— he comprendido que tu denuncia en comisaría, esa súplica de «protección contra esta mujer que perjudica el ejercicio de mi arte», era un simple grito de auxilio de quien se sabe preso de una irrefrenable obsesión amorosa: yo la padezco ahora por André y hay veces en que me dan ganas de denunciarlo. De todas formas, lo que realmente ha provocado mi llanto ha sido enterarme de que mi abandono te causó «una helada soledad» que te llenó «el cerebro de vacío y el corazón de tristeza». Gracias a esas palabras, he descubierto que me querías mucho más de lo que yo pensaba. Mi vida no había sido fácil y me conociste justo en el momento en que la antigua niña de la calle había crecido ya y acababa de descubrir hasta qué punto su joven y bello cuerpo era fuente de gozo propio y ajeno, y hasta qué punto eso le daba un gran poder sobre los demás. A parte de que tenía muchas ganas de hacer uso de esa libertad que su condición humilde —las mujeres burguesas son mucho más esclavas del qué dirán— le confería. Me conociste, pues, precisamente cuando más ansiaba vivir sin ataduras afectivas ni de ningún otro tipo. Aun así, me mudé de casa para estar más cerca de tu habitación en la calle Cortot y, mientras duró nuestra aventura, tu lecho fue mi único lecho. Porque la incasta Suzanne, aunque te cueste creerlo, te fue fiel. Sí, “mon chérie”, te fui fiel, entre otras razones, porque tu peculiar forma de agasajarme me tenía subyugada. En lugar de invitarme a beber o pedirme que posara desnuda, como habían hecho mis anteriores amantes, tú decidiste conquistarme enviándole primorosos ramos de flores a mi hijo. Maurice tenía entonces nueve años y no creo que fueses consciente del placentero desconcierto que le producía recibir esos inopinados agasajos de tu parte; como tampoco creo que tú supieras, o tal vez sí —siempre has sido un hombre perspicaz e ingenioso—, hasta que punto me encadenabas a ti con ese insólito cortejo. De no haber sido por aquella humillante denuncia a la policía, es posible que yo no te hubiese abandonado nunca, o al menos no tan pronto…

Suzanne y familia.jpg

Ayer, además del paquete de tus cartas y el afiche conmemorativo de nuestro affaire, Conrad me trajo también muchas noticias tuyas, sobre todo de tus meses de estancia en el hospital de Saint-Joseph. Me produjo un gran alivio saber que los condes de Beaumont te habían cedido la habitación que, en agradecimiento a su filantropía, siempre tienen a su disposición en ese sanatorio. También me alivió mucho enterarme de que has muerto rodeado de buenos amigos que se han turnado en la cabecera de tu cama hasta el final: según me dijo tu hermano, incluso Pablo, siempre tan egocéntrico, se ha ocupado de cambiarte las sábanas cuando las tenías empapadas en sudor. Pero, sobre todo, ¡qué alegría tan grande saber que tú, el eterno inconformista, has muerto satisfecho de tu obra!: «No me arrepiento de nada. Nunca escribí una nota que no significara nada.», dicen que le dijiste a Robert. Me he enterado, además, de que has conservado tu peculiar sentido del humor hasta última hora. No pude evitar una carcajada cuando Conrad me contó que, al ver entrar a Sybil cargada de flores en tu habitación de Saint-Joseph, le soltaste: «¿Ya? ¡Pero es demasiado pronto, mi querida señora!». Lo que no habría dado yo por haber visto el desconcierto de su cara. Aunque, pensándolo bien, ¿sabes, “mon chérie”, lo que más me habría gustado? Pues haber estado con el resto de tus amigos a la cabecera de tu cama. Ojalá al saberte tan enfermo te hubieras acordado de mí, tal cual lo has hecho durante estos treinta años: esta flota de barcos de papel a la espera de que yo la complete es la prueba. Y aunque yo no te haya escrito hasta ahora, no vayas a pensar por ello que he dejado de acordarme de ti: en todos estos años, cada vez que he coincidido con algún amigo común, le he preguntado por cómo te iba; y cada vez que ha aparecido en la prensa una reseña sobre el estreno de una obra tuya —casi siempre controvertida: ese es el precio que se paga por la originalidad, bien lo sé— no solo la he leído con interés, sino que me he alegrado de tu nuevo logro profesional. Al igual que me he alegrado al saber que eras un vecino generoso y comprometido con el bienestar de los demás: desde que fijaste tu residencia en Arcueil, me han llegado varias veces rumores de lo mucho que hacías por la gente sencilla de esa comunidad y del agradecimiento y cariño que ellos te mostraban. ¡Qué mejor prueba de ello que todos esos paisanos que, según Conrad, hace unos días formaron parte de tu cortejo fúnebre! Estoy convencida de que, de haber podido ser testigo de tus propias exequias, te habría producido mucha más satisfacción su presencia que la de esos otros asistentes llenos de glamur —dicho con cierta ironía— a los que siempre has despreciado.

Y aunque para ti ya no tenga la menor importancia, a mí me reconforta mucho poder decirte que, si cierro los ojos, todavía hoy soy capaz de recordar con detalle la velada en la que el bueno de Miquel —dar sus apellidos a Maurice sin ser su padre demuestra hasta qué punto es un hombre bueno— nos presentó. Era un sábado por la tarde y, como en la calle hacía un frío de mil demonios, yo me había refugiado en “L´Auberge du Clou” dispuesta a entrar en calor con ayuda de una copa. Miquel había montado en el sótano un teatrillo de sombras chinescas y bajé a verlo. Mientras duró la representación, se escucharon los desenfadados acordes de un armonio del que, como muy pronto descubriría, tú eras el aporreador. No sé qué me hizo fijarme en ti, pero el hecho es que lo hice y que por eso le pedí a Miquel que nos presentara. El resto ya lo conoces: a partir de esa misma noche, paseamos sin disimulo nuestro amor por las calles y los garitos de Montmartre; y, en tu lecho de la calle Cortot, dimos rienda suelta a nuestra pasión. Desenfreno que duraría seis meses, hasta que tu afrentosa denuncia me hizo tomar la decisión de alejarme de ti y, a la vez, del licencioso desorden nocturno en el que había vivido hasta entonces. Deseaba dedicarme de lleno a la pintura para convertirme en una artista de verdad, y concluí que la mejor forma de hacerlo era refugiándome en la seguridad de la vida burguesa que me ofrecía Paul. Me casé, pues, con él. Pero mi recién estrenado marido no se llevaba bien con Maurice y tuve que dejar a este a cargo de mi madre. Mi hijo pintaba cada vez mejor y sus cuadros gustaban mucho más que los míos. Se convirtió pronto en un pintor callejero que dibujaba las casas de Montmartre a cambio de una botella de vino. Bebía demasiado y en varias ocasiones fue necesario que se internara en un centro de desintoxicación. No fui buena madre y debería de arrepentirme por ello. Pero nunca lo he hecho, no he podido hacerlo, porque fue en unos de esos internamientos cuando se hizo amigo de André; y gracias a esa amistad, él entró en mi vida como un torbellino. De nada me ha servido ser una mujer madura y con experiencia: fue verlo —André solo tenía veintitrés años y una belleza sin tacha— y volverme loca. Loca de deseo por acariciar su cuerpo de dios con la yema de mis dedos; y loca también de deseo de hacerlo posar desnudo y acariciarlo todo entero con mis ojos, con mis pinceles...

No reniego de ninguno de mis amantes, ni siquiera de André, mentiría si te dijera lo contrario. Pero a mi manera, “mon chérie”, te he seguido queriendo y por eso he procurado saber de ti. Me da vergüenza confesarte que, cuando tuve noticias de que después de irme no habías vuelto a estar con ninguna otra mujer, me envanecí. Como me da vergüenza que sepas que la incasta Suzanne, esa mujer desinhibida que había tenido tantos amantes, se enceló al leer la apasionada dedicatoria que la Sauret te hizo en su poema “Resonances”; o que tuvo un ataque de celos todavía mayor cuando leyó, en otra de sus poesías, que por culpa de un amor secreto se había recluido «en un refugio insólito de paredes frías..., un cuarto lejano, extraño, de otro mundo...». Pensé de inmediato en tu habitación de Arcueil en la que, hasta donde yo sabía, no dejabas que nadie entrase; y pensar que la poetisa podría ser la única excepción hirió mi amor propio. Ayer, en cambio, cuando Conrad me dijo que en la pared de ese inaccesible refugio tenías colgados, uno al lado del otro, el dibujo que tú me hiciste a mí y el retrato que yo pinté de ti, me dije que igual lo de tu affaire con la Sauret solo fue una invención de mis mezquinos celos. ¡Qué contradicción tan grande!, ¿verdad?: me encelaba el pensamiento de que estuvieras con otra mujer, cuando fui yo quien rehuyó unirse a ti por miedo a encadenarse. Y lo que es aún peor: he acabado encadenada a André de una forma insalubre. Tendría que romper con él, lo sé, y seguir tu ejemplo. Debería tener la misma entereza que tuviste tú conmigo a la hora de aceptar la derrota. En su momento, me llegó el chismorreo de que andabas contando que, en un arrebato de cólera, me habías arrojado por la ventana y que me había salvado gracias a mis habilidades de acróbata; como también me dijeron que, después de mi marcha, en tu mesa de “L´Auberge du Clou” dejabas siempre una silla vacía porque supuestamente estabas esperando a alguien: mi vanidad me hizo creer que esa silla era para mí y ahora, tras leer tus cartas, sé que estaba en lo cierto. Pero, en todo caso, asumiste mi abandono y me dejaste seguir mi camino sin molestarme. Yo, en cambio, a pesar de lo mucho que me humilla, permito que André siga viviendo con nosotros como si fuera uno más de la familia. Al principio, se acercó a mí porque deseaba ser pintor y, aunque yo lo animé, con los pinceles no lograba dar la talla como sí lo hacía en la cama. Al final, se dio por vencido y ha terminado siendo el marchante de los cuadros de Maurice y de los míos. Tarea que, dicho sea de paso, desempeña con acierto.


Erik, Suzanna y afiche.jpg
Erik, Suzanna y afiche

Acabo ya, “mon petit viking”, porque, si sigo llorando de esta forma, nuestra flota de barcos de papel acabará navegando sin necesidad de que yo la deposite en las aguas del Sena. Cuando esta madrugada terminé de leer tus cartas, tuve la nada original tentación de arrojarlas al fuego para convertirlas en cenizas antes de que nadie más supiera de su existencia —de no ser por Conrad, tampoco yo habría sabido nunca que existían—. Por suerte, estamos en verano y la chimenea no estaba encendida. Y digo por suerte porque haberles dado un final tan vulgar a tus misivas no habría estado a la altura de lo que tú hubieras esperado de mí. Esta mañana, en cambio, quiso el azar que cayesen algunas lágrimas sobre esta carta interminable —la empecé al alba y ya es casi mediodía— y, por asociación de ideas, se me vino a la cabeza el surtidor de la película de René. Un nuevo inciso: estuve en el estreno de “Relâche” porque me habían dicho que, además de musicar “Entr'acte”, te habías animado a hacer una breve aparición junto a Francis; ¡no te puedes imaginar cuánto me reí viéndote saltar a cámara lenta con el bombín y el paraguas…! Pero, como te estaba diciendo, la caída de unas lágrimas mías sobre uno de los pentagramas hizo que me acordase del surtidor del huevo y también del barco de papel que aparece en la película de René navegando sobre Paris. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea de convertir tus cartas en barcos de papel que surcarán las aguas del Sena antes de hundirse y terminar siendo comida de peces. Estoy convencida de que, si estuvieras vivo, me darías tu aprobación. Confío, de igual forma, en que apruebes que, a falta de una dirección a la que dirigir esta carta, una vez la termine la convierta en una nave más de la flota. Nunca he estado a tu altura, lo sé. Los hombres me habéis amado y, aunque no me quejo de ello, hubiera querido ser amada también por aquellos que nunca me vieron desnuda y, en sus sueños, me imaginaron delante de un lienzo en el que, con mis colores, habría dejado un poco de mi alma…

Me cuesta mucho dejar de conversar contigo, despedirme de ti para siempre. Esa es la razón de que esta farsa de partitura se esté alargando tanto. Pero es hora ya de ponerle el punto final a la que no deja de ser una torpe melodía de palabras. En el último pentagrama de este pliego, trazaré con mis pinceles las notas del «Bojour, Biqui, bonjour» con el que me despertaste aquel, ahora ya tan lejano, dos de abril. Es el regalo más original que me hayan hecho nunca y quiero por tanto que forme parte de esta —en todo lo demás falsa— partitura. Y aunque debajo de la última pauta podría firmar como “ta chérie Biqui”, sé que te vas a sentir más orgulloso de mí si remato la faena de una forma más ingeniosa. La finalizaré mejor haciéndome eco de esas enigmáticas palabras tuyas que, según Conrad, dejaste escritas en una nota que encontró dentro de uno de los dos pianos sin teclas que tenías en tu refugio de Arcueil. Me despido, pues, afirmando que también…

«Yo me llamo Erik Satie, como todo el mundo»


PD: He tenido buen cuidado de reproducir estas palabras tuyas en la posición apropiada para que, una vez convierta la carta en la última nao de la flota, queden a la vista y su reflejo, en la superficie del agua, sea legible cuando este barco navegue ya por el Sena.





Epílogo:
En el verano de 1925 pasé el mes de julio en París con mis padres —me pregunto cuántas generaciones te separarán a ti de ellos—. Fuimos sobre todo para no perdernos la Exposición de Artes Decorativas e Industrias Modernas. Por aquel entonces, yo era un adolescente rebelde y pasé mucho tiempo paseando en solitario por los muelles del Sena. A mediados de mes —no recuerdo la fecha exacta—, hubo un día de mucho calor en el que, tras un copioso almuerzo en uno de los barcos acondicionados a la sazón como restaurantes, mis padres decidieron retirarse a descansar en la habitación del hotel. Por mi parte, opté por quedarme en el Quai d’Orsay a la sombra del puente de Alejandro III, que en esos días daba la impresión de estar recién salido de un cuento de hadas. Me encontraba sentado en el último peldaño de una de esas escalerillas de piedra que descienden desde el adoquinado de los muelles hasta la superficie del Sena. Mi intención era refrescarme y me hallaba con los pies puestos en remojo y el pensamiento absorto en el recuerdo de los hilos de agua que, esa misma mañana, había visto caer desde una fuente de cristal —de un tal Lalique, según mi padre— con forma de obelisco. En esto que noté un leve roce en una pierna y, cuando miré hacia esta pensando que sería un alga, vi que se trataba de un barco de papel que navegaba un tanto escorado a babor. Y al levantar un poco más la vista, a no mucha distancia de donde estaba yo, vi una caterva de naves de menor tamaño que, arrastradas por la corriente del río, se alejaban ya aguas abajo.

Me pareció evidente que la nave que había rozado mi pierna, y que debía ser la capitana a tenor de su mayor tamaño, formaba parte de aquella peculiar flota, solo que su escora le había hecho perder el rumbo. Desde niño he sido aficionado a la papiroflexia y no dudé en que sería capaz de corregir esa falta de equilibrio. La saqué del agua, pues, con la única intención de enmendar la incorrección de sus pliegues antes de echarla de nuevo a navegar. Pero, una vez metido en faena, un letrero caligrafiado primorosamente en su banda de babor atrajo mi atención. Tenía las letras invertidas y, aunque tanto mis conocimientos de francés como mi bagaje cultural eran aún muy rudimentarios —no tenía idea, por ejemplo, de quién era la persona nombrada—, decidí conservarlo como recuerdo de mi estancia en París. A este respecto, deseo aclararte que desde pequeño he detestado los suvenires comprados en las tiendas, por lo que en esa época ya tenía la costumbre de llevarme de recuerdo, de los lugares que visitaba, cualquier menudencia encontrada al paso. He sido, por otro lado, muy viajero y hace mucho tiempo que tengo en casa una extensa colección de variopintos suvenires obtenidos de ese modo —supongo que ninguno habrá llegado a tus manos: eran naderías que solo para mí tenían valor—. Y en medio de ese gatuperio de reliquias, el barco de papel rescatado de las aguas del Sena ha permanecido «invisible» para mí durante décadas.

Pero hará cuestión de un año y medio, con motivo del centenario del nacimiento del compositor Erik Satie —hoy en día no solo sé quién es, sino que conozco y admiro su obra—, apareció en la prensa un artículo sobre su vida. Dio la casualidad de que el aforismo de la banda de babor de mi suvenir era citado literalmente en dicho artículo; al leerlo, me acordé del barco y fui en su busca. Mientras le sacudía con cuidado el polvo de décadas, fui consciente por primera vez de que la esmerada caligrafía de babor se prodigaba por el resto del casco y, picado por la curiosidad, me apresuré a desbaratar todos sus dobleces. Como ya habrás adivinado, la nao capitana que recogí de adolescente en las aguas del Sena estaba fabricada con la carta que, traducida al castellano —solo he conservado en la lengua original los apelativos cariñosos y algunos nombres propios—, he reproducido en estas memorias de familia bajo el epígrafe de «Barcos de papel navegando por el Sena». Si eres conocedor de la biografía del compositor francés Erik Satie, sabrás ya que su autora fue Marie-Clémentine Valade, más conocida por su nombre artístico de Suzanne Valadon: pintora con la que el músico mantuvo una apasionada relación amorosa desde el 14 de enero hasta el 20 de junio de 1893. Del contenido de la carta, habrás podido deducir también que fue escrita pocos días después de la muerte del músico, ocurrida el 1 de julio de 1925, así como pocas horas antes de que el azar la pusiera al alcance de mis manos. Los conocidos y los amigos comunes son citados en la carta solo por sus nombres de pila y, ante la duda de si estarás o no lo suficientemente familiarizado con las biografías del compositor y de la pintora —antes del exhaustivo rastreo hecho en el último año y medio, yo no lo estaba—, voy a listar a continuación sus nombres completos en el mismo orden en el que son citados por primera vez en el texto: Erik, Erik Satie; Biqui, Suzanne Valadon; André, André Utter; Conrad, Conrad Satie; Paul, Paul Moussis ; Henri, Henri Tolouse-Lautrec; Maurice, Maurice Utrillo; Pablo, Pablo Picasso; Robert, Robert Caby; Sybil, Sybil Harris; Miquel, Miquel Utrillo; Sauret, Henriette Sauret; René, René Clair; Francis, Francis Picabia.

Cuando pienso que el resto de los barcos de papel que vi navegando por el Sena eran las cartas que Erik Satie le había escrito durante treinta años a la única mujer que amó en toda su vida, me autoflagelo mentalmente por no haberme arrojado al agua para salvarlas. Pero yo no tenía ni idea y, como ya te he explicado, que conservase la carta de Suzanne Valadon fue fruto de una venturosa contingencia. El texto original se lo he entregado en persona al director del Museo de Montmartre : la institución lleva poco más de un lustro abierta y me ha prometido que, una vez sea comprobada su autenticidad, la carta será expuesta en una de las paredes del que, durante un tiempo, fue el atelier de la pintora. El hecho de incluir en estas memorias de familia una versión traducida de su contenido es, en el fondo, un gesto de vanidad que confieso sin sonrojo. Hace unos días celebré mi quincuagésimo quinto cumpleaños y, a tenor de lo que ha sido mi trayectoria vital hasta ahora, sospecho que haber salvado —aunque fuese de forma fortuita— esta carta va camino de convertirse en la gesta más memorable de toda mi vida. La única quizás por la que tú, descendiente mío aficionado a la genealogía familiar —hecho que te convierte en el genuino destinatario de mis memorias—, consigas recordar a este —por lo demás anodino— antepasado tuyo.

Munda, 31 de diciembre de 1966



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Mensaje por Gretogarbo »

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Mensaje por jose2v »

:meditando: ¿Sirve el sello del otro para entrar en este? :lista:

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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

Felicidades por este segundo Bujío, Jilguero, :60: .

Dentro de unos días vengo a sentarme a mi mecedora, ahora estoy apurada, :batman: .
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jose2v »

Un consejo. Que no os quiten el pequeño placer de comer pipas por la calle por no llevar la mascarilla, ni a vosotros ni vuestros seres querido.

Un abrazo a todos.

Salud y libertad.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

¡Ánimo, Cata! Otras quinientas páginas por delante. Casi "ná"...

¿Has visto que bien ha echado el candado la Niña de los Teros en el otro garito? Con recital de poesía y brindis incluidos. ¡Qué lujo esto de tener quien se ocupe de cerrar para que todo lo dejado allí no pueda ser tocado!

Veo que la miguitas de pan han surtido su efecto y que ya hay algunos bujianos acomodados. Toca darles la bienvenida, aunque sin demasiadas efusiones emoticoneras, que tenemos ya a Greto sentado en la mecedora de la esquina y... ejem, ejem, ejem.

¡Bienvenidos, pues!

Todavía tenemos las paredes muy despobladas, pero ya se irán poblando. Para que no encontraras este nuevo berenjenal muy vacío, ya te dejé ayer una carta de Suzanne Valadon que muy poca gente conoce. Gracias a ella, esta Navidad me he pasado más tiempo en París que en Hispalis. Espero que su lectura no se te haga muy cuesta arriba. Es larga, pero te he dejado imágenes abundantes para que sea algo más entretenida y liviana :wink:.



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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

jilguero escribió: 18 Ene 2021 18:23 ¡Ánimo, Cata! Otras quinientas páginas por delante. Casi "ná"...

¿Has visto que bien ha echado el candado la Niña de los Teros en el otro garito? Con recital de poesía y brindis incluidos. ¡Qué lujo esto de tener quien se ocupe de cerrar para que todo lo dejado allí no pueda ser tocado!

Veo que la miguitas de pan han surtido su efecto y que ya hay algunos bujianos acomodados. Toca darles la bienvenida, aunque sin demasiadas efusiones emoticoneras, que tenemos ya a Greto sentado en la mecedora de la esquina y... ejem, ejem, ejem.

¡Bienvenidos, pues!

Todavía tenemos las paredes muy despobladas, pero ya se irán poblando. Para que no encontraras este nuevo berenjenal muy vacío, ya te dejé ayer una carta de Suzanne Valadon que muy poca gente conoce. Gracias a ella, esta Navidad me he pasado más tiempo en París que en Hispalis. Espero que su lectura no se te haga muy cuesta arriba. Es larga, pero te he dejado imágenes abundantes para que sea algo más entretenida y liviana :wink:.

Hacés que me sonroje, Jilguerillo, fue solo un detalle, me alegro que te haya gustado, :60: .
Y muchas gracias por la bienvenida, :hola: .
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Sé, Cata, que estos días andas una tanto ajetreada e imagino que con la cabeza en otras cosas. Quiero por eso recordarte que, antes de que la Niña de los Teros cerrara el otro hilo, te dejé allí lo que te había prometido que te contaría del peculiar affaire "no affaire" del compositor ruso y su benefactora (jajaja, no dejo que se te pase nada sin leer).

Por otro lado, de Barcos de papel navegando sobre el Sena, te quería aclarar que lo que se narra en la carta contiene más realidad que fantasía, pues me estuve leyendo, entre otras cosas, este libro sobre Satie.

Satie.jpg


Gracias a él me enteré de muchos detalles de su vida y también de su muerte, de cómo estuvo arropado por sus amigos artistas, incluido Pablo Picasso o que muchos vecinos (gente sencilla) acudieron a su entierro. Vivió durante mucho tiempo en solitario y sin dejar entrar en su casa a nadie, pero tenía buenos amigos que no lo dejaron solo, algo que me ha alegrado conocer. Me enteré también de que su hermano Conrad, después de encontrar las cartas que Satie le había escrito a Suzanne (no había echado ni una al correo), se las entregó a su destinataria. Se supone que es justo en ese el momento cuando ella escribe esta supuesta (aquí ya entra el bordear la realidad) carta a su antiguo amante ya muerto.

Quiero que sepas que cosas tan extravagantes como lo de llevar una ramillete de zanahorias prendidas del corpiño o de tener en su estudio una cabra que se comía los cuadros que le salían mal o que tenía gatos que los viernes solo comían caviar no son tampoco fruto de la imaginación desbordada de jilguero (podrían haberlo sido, pero no es el caso). Como también ese bautizo con ajenjo, llevado a cabo por Toulouse-Lautrec (Henri, en la carta), para ponerle el nombre de Suzanne es también verídico. Y es que opinaba que ella, cuando posaba para pintores como Degas, hacía lo mismo que la Susana bíblica: es decir, desnudarse ante los viejos. Recuerda que de la casta Susana hablamos ya en el otro hilo y que eso hizo que Catulo nos colgara un video de la casta Juana. Jajaja, que tela de araña tenemos montada entre unos y otros…

Resumiendo, que esta vez la labor de bordear la realidad ha sido más que el contenido la forma dada a la pamplina, incluida la voz del narrador. Sé que el resultado es una pamplina menos amena de leer, pero tiene de bueno que es más ilustrativa, para ti que te enteras de cosas curiosas que pasaron al leerlas, mas también para mí que me entero de esas mismas cosas mientras me documento antes de escribirlas. Y te tengo que confesar que cuando Suzanne dice “Me cuesta mucho dejar de conversar contigo,” estaba poniendo en su boca justo lo que yo estaba sintiendo :wink:.

Y como quiero que también en este hilo tengamos esta belleza de música y de imágenes, termino esta misiva con este video que nos descubrió Usía.

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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Hoy, Cata, paseo playero con mojada incluida. A cambio, se ha templado por fin la temperatura y he dejado de vivir en una nevera.

A pesar de la lluvia, me he parado en la escalera de subida a contemplar esta cimbalaria (Cymbalaria muralis). Ya te la enseñé en otra ocasión y te hablé de lo que significaba para mí, pues había una en la antigua estación de tren de Cádiz en Sevilla y eran las últimas que veía antes de venirme para acá: me sonaban a despedida (ya sabes que es algo que no me gustan, las despedidas, por eso te toca aguantar otras quinientas páginas :party:). Pero seguramente no te comenté un detalle de cómo se las avían para convivir con el hombre en la ciudad y seguir propagándose.


Cymbalaria.jpg


Me refiero al truco que tiene para favorecer que las semillas caigan en las grietas y broten. Esos escapos florales (tallos portadores de las flores) que ves, primero tienen fototropismo positivo; es decir, se mueven hacia donde haya luz. Pero luego, una vez que la flor ha sido fecundada, el fototropismo se vuelve negativo, huyendo de la luz y facilitando con ello que las semillas caigan dentro de las grietas de la pared para poder germinar.

Las flores son muy pequeñas pero, como espero puedas comprobar, son preciosas. Por si acaso, te cuelgo esta otra imagen donde se ven mejor.

Cymbalaria muralis.jpg


Como me pasa con la mucizonia (la de mi avatar que crece entre las piedras del camino de subida a la ermita del Calvario de Benaocaz), las admiro por las ganas de vivir que demuestran, por lo poco con lo que se conforman...
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Última edición por jilguero el 20 Ene 2021 21:16, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 20 Ene 2021 20:01... truco que tiene para favorecer que las semillas caigan en las grietas y broten...
Curiosa técnica, jilguero. La desconocía. Muchas gracias.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

Que bonitas florecillas. :P

Quizá te pueda interesar como material.

"Los locos, locos retratos de Gericault
Cinco retratos de enfermos mentales realizados por el niño prodigio del romanticismo francés.

Escrito por: Miguel Calvo Santos

Sea como sea, el médico (creador por cierto de la psiquiatría social) le encargó al artista 10 retratos de enfermos mentales como una forma científica de clasificar pacientes de una disciplina médica todavía en pañales.

El doctor o el artista titularon a toda esta serie (unificada en términos de escala, composición y cromatismo) como “monomanías”, y cada cuadro representa a un enfermo, con rasgos faciales propios."
https://historia-arte.ccom/articulos/lo ... -gericault


Y lo he visto en el periódico El Pais pero no se si podrás acceder a la noticia. https://elpais.cox/ciencia/2021-01-21/u ... -anos.html

Por si acaso te lo copio entero si no te interesa pues a la papelera o lo borras directamente.

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++


"Théodore Géricault, el autor del famoso cuadro La balsa de la Medusa y uno de los maestros del romanticismo francés, pintó diez retratos de pacientes con enfermedades mentales en los asilos de París durante los primeros años del siglo XIX. Esta serie, llamada Monomanías, fue un encargo del doctor Étienne-Jean Georget, jefe de psiquiatría del hospital de Salpêtrier, para enseñarles a sus estudiantes cuáles eran las formas y las expresiones de los rostros de las personas con trastornos psíquicos. De esos diez retratos hasta ahora solo se conocían cinco correspondientes con la envidia, la ludopatía, la fijación obsesiva, la cleptomanía y la pederastia. Los demás habían permanecido ocultos para la ciencia y el arte durante más de 200 años.


El biólogo molecular español Javier Burgos ha publicado este jueves un artículo en la revista The Lancet Neurology que revela la existencia del sexto de los retratos de las Monomanías de Géricault: El hombre melancólico. El investigador afirma que la condición de tristeza o depresión plasmada en el cuadro se confirma por la presencia de arrugas en el entrecejo del paciente retratado, que representa la forma del clásico signo griego omega, descrito por el psiquiatra alemán Heinrich Schüle como un rasgo distintivo de la melancolía.

La pintura, además, refleja varias de las características principales de las demás Monomanías. Burgos cuenta que el tamaño de retrato es congruente con los otros cinco cuadros; la composición es similar, un rostro iluminado sobre un fondo oscuro; y el protagonista viste una prenda religiosa de un color similar al pañuelo rojo del retrato que representa la envidia. “Otra cosa importante es que el cuadro no está firmado, los románticos franceses no firmaban sus obras, sería muy dudoso que si tuviera el nombre del pintor fuera una monomanía original”, explica Burgos.

El cuadro inédito hallado por Burgos tras varios años de búsqueda es una de las pinturas más relevantes para entender la relación entre arte, locura y ciencia médica. El científico español cuenta que la obra, encontrada en una colección privada italiana después de una ardua investigación secreta, fue utilizada para transformar la idea de que los enfermos mentales sufrían alguna maldición sobrenatural.

Burgos explica que, en esa época, “los pacientes de los psiquiátricos eran tratados como animales, los ataban con grilletes a las paredes, les pegaban, les ponían camisas de fuerza, los privaban de comer y de beber”. ”Los psiquiatras franceses, incluido el doctor Georget, fueron los primeros en aplicar el método científico con estos enfermos, los comenzaron a ver como personas, hicieron una caracterización de la enfermedad e incluso intentaron curarlos”, añade. Burgos insiste en que las pinturas de Géricault fueron determinantes en todo ese proceso de reconocimiento de los enfermos mentales como seres humanos.

De acuerdo con Burgos, especialista en neurobiología del alzhéimer, la fisognomía y la frenopatía del siglo XIX trataban de demostrar la influencia de la forma del cráneo o de la expresión facial en el desarrollo de las enfermedades mentales. “Estas teorías en las que Géricault participó al retratar a los enfermos fueron las primeras corrientes científicas que pusieron al paciente en el centro de gravedad del estudio de la enfermedad mental”, dice Burgos. El investigador español, autor del libro Geografías de la locura, reconoce que en la actualidad se ha demostrado que no es posible identificar ninguna enfermedad viéndole la cara a nadie”, pero insiste en que hay que considerar que esas teorías fueron las precursoras del enfoque de la enfermedad desde el estudio del cerebro como órgano de la mente y el abandono de las supersticiones.

El descubrimiento de Burgos es, en palabras de la catedrática de arte Laura Mínguez, “un hito, una hazaña equiparable al hallazgo de una obra perdida de cualquiera de sus contemporáneos, como Francisco de Goya, por la importancia de Géricault en la historia de la pintura francesa y la Historia del Arte en general”. Esta profesora experta en el arte del romanticismo francés cuenta que, cuando el doctor Georget murió, sus dos discípulos se repartieron los cuadros a razón de cinco cada uno: “Maréchal se habría llevado sus cinco cuadros a Inglaterra, donde se les perdió el rastro, mientras los que le correspondieron a Làcheze han llegado a nuestros días y cuelgan de las paredes de los museos más importantes del mundo”.

De acuerdo con la catedrática de arte, a día de hoy no se tenía “noticia alguna de los cinco lienzos que correspondieron a Maréchal, incluso se había llegado a dudar de su existencia a pesar de los documentos en los que quedó constancia del reparto”. Por ello, dice Mínguez, el descubrimiento de un sexto lienzo afianza la idea de que Géricault sí realizó las diez pinturas completas, cuatro de las cuales permanecen aún desaparecidas. El descubrimiento de Burgos también confirma que los cinco lienzos nuevos expresan otros tipos de monomanías distintas a las presentes en los primeros y no incluyen a los mismos cinco pacientes retratados en otros momentos de su enfermedad, como se creyó antes, sino a unos distintos.

“Si tenemos en cuenta que el período creativo del pintor fue solamente de 12 años y que su producción fue muy limitada, el descubrimiento de una de sus obras adquiere una relevancia extraordinaria además de que es un artista al que podemos equiparar con Goya en el hecho de que ambos representan la transición de los modelos clásicos a las nuevas formas”, dice Mínguez"
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

hexagono69 escribió: 21 Ene 2021 14:05 Que bonitas florecillas. :P

Quizá te pueda interesar como material.

"Los locos, locos retratos de Gericault
Cinco retratos de enfermos mentales realizados por el niño prodigio del romanticismo francés.

Escrito por: Miguel Calvo Santos

Sea como sea, el médico (creador por cierto de la psiquiatría social) le encargó al artista 10 retratos de enfermos mentales como una forma científica de clasificar pacientes de una disciplina médica todavía en pañales.

El doctor o el artista titularon a toda esta serie (unificada en términos de escala, composición y cromatismo) como “monomanías”, y cada cuadro representa a un enfermo, con rasgos faciales propios."
https://historia-arte.com/articulos/los ... -gericault


Y lo he visto en el periódico El Pais pero no se si podrás acceder a la noticia. https://elpais.cox/ciencia/2021-01-21/u ... -anos.html

Por si acaso te lo copio entero si no te interesa pues a la papelera o lo borras directamente.

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++


"Théodore Géricault, el autor del famoso cuadro La balsa de la Medusa y uno de los maestros del romanticismo francés, pintó diez retratos de pacientes con enfermedades mentales en los asilos de París durante los primeros años del siglo XIX. Esta serie, llamada Monomanías, fue un encargo del doctor Étienne-Jean Georget, jefe de psiquiatría del hospital de Salpêtrier, para enseñarles a sus estudiantes cuáles eran las formas y las expresiones de los rostros de las personas con trastornos psíquicos. De esos diez retratos hasta ahora solo se conocían cinco correspondientes con la envidia, la ludopatía, la fijación obsesiva, la cleptomanía y la pederastia. Los demás habían permanecido ocultos para la ciencia y el arte durante más de 200 años.


El biólogo molecular español Javier Burgos ha publicado este jueves un artículo en la revista The Lancet Neurology que revela la existencia del sexto de los retratos de las Monomanías de Géricault: El hombre melancólico. El investigador afirma que la condición de tristeza o depresión plasmada en el cuadro se confirma por la presencia de arrugas en el entrecejo del paciente retratado, que representa la forma del clásico signo griego omega, descrito por el psiquiatra alemán Heinrich Schüle como un rasgo distintivo de la melancolía.

La pintura, además, refleja varias de las características principales de las demás Monomanías. Burgos cuenta que el tamaño de retrato es congruente con los otros cinco cuadros; la composición es similar, un rostro iluminado sobre un fondo oscuro; y el protagonista viste una prenda religiosa de un color similar al pañuelo rojo del retrato que representa la envidia. “Otra cosa importante es que el cuadro no está firmado, los románticos franceses no firmaban sus obras, sería muy dudoso que si tuviera el nombre del pintor fuera una monomanía original”, explica Burgos.

El cuadro inédito hallado por Burgos tras varios años de búsqueda es una de las pinturas más relevantes para entender la relación entre arte, locura y ciencia médica. El científico español cuenta que la obra, encontrada en una colección privada italiana después de una ardua investigación secreta, fue utilizada para transformar la idea de que los enfermos mentales sufrían alguna maldición sobrenatural.

Burgos explica que, en esa época, “los pacientes de los psiquiátricos eran tratados como animales, los ataban con grilletes a las paredes, les pegaban, les ponían camisas de fuerza, los privaban de comer y de beber”. ”Los psiquiatras franceses, incluido el doctor Georget, fueron los primeros en aplicar el método científico con estos enfermos, los comenzaron a ver como personas, hicieron una caracterización de la enfermedad e incluso intentaron curarlos”, añade. Burgos insiste en que las pinturas de Géricault fueron determinantes en todo ese proceso de reconocimiento de los enfermos mentales como seres humanos.

De acuerdo con Burgos, especialista en neurobiología del alzhéimer, la fisognomía y la frenopatía del siglo XIX trataban de demostrar la influencia de la forma del cráneo o de la expresión facial en el desarrollo de las enfermedades mentales. “Estas teorías en las que Géricault participó al retratar a los enfermos fueron las primeras corrientes científicas que pusieron al paciente en el centro de gravedad del estudio de la enfermedad mental”, dice Burgos. El investigador español, autor del libro Geografías de la locura, reconoce que en la actualidad se ha demostrado que no es posible identificar ninguna enfermedad viéndole la cara a nadie”, pero insiste en que hay que considerar que esas teorías fueron las precursoras del enfoque de la enfermedad desde el estudio del cerebro como órgano de la mente y el abandono de las supersticiones.

El descubrimiento de Burgos es, en palabras de la catedrática de arte Laura Mínguez, “un hito, una hazaña equiparable al hallazgo de una obra perdida de cualquiera de sus contemporáneos, como Francisco de Goya, por la importancia de Géricault en la historia de la pintura francesa y la Historia del Arte en general”. Esta profesora experta en el arte del romanticismo francés cuenta que, cuando el doctor Georget murió, sus dos discípulos se repartieron los cuadros a razón de cinco cada uno: “Maréchal se habría llevado sus cinco cuadros a Inglaterra, donde se les perdió el rastro, mientras los que le correspondieron a Làcheze han llegado a nuestros días y cuelgan de las paredes de los museos más importantes del mundo”.

De acuerdo con la catedrática de arte, a día de hoy no se tenía “noticia alguna de los cinco lienzos que correspondieron a Maréchal, incluso se había llegado a dudar de su existencia a pesar de los documentos en los que quedó constancia del reparto”. Por ello, dice Mínguez, el descubrimiento de un sexto lienzo afianza la idea de que Géricault sí realizó las diez pinturas completas, cuatro de las cuales permanecen aún desaparecidas. El descubrimiento de Burgos también confirma que los cinco lienzos nuevos expresan otros tipos de monomanías distintas a las presentes en los primeros y no incluyen a los mismos cinco pacientes retratados en otros momentos de su enfermedad, como se creyó antes, sino a unos distintos.

“Si tenemos en cuenta que el período creativo del pintor fue solamente de 12 años y que su producción fue muy limitada, el descubrimiento de una de sus obras adquiere una relevancia extraordinaria además de que es un artista al que podemos equiparar con Goya en el hecho de que ambos representan la transición de los modelos clásicos a las nuevas formas”, dice Mínguez"
Aquí interesa todo. Lo cito no te vaya a dar un arrebato y lo borres :D. Esta noche lo leo :wink:.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Venía a comentar que Tchaikovski más bien parecía bisexual que homosexual, o de lo contrario no se habría enamorado de ninguna mujer, ¿no? Lo digo por la actriz de cuando era más jovencito.
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