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Voy con el tiempo un poco justo, pero he llegado antes de que cierren el acceso al tren. Me subo al vagón apresurada, y busco mi asiento entre las filas. Vaya, asientos enfrentados. Peleo con la mochila para subirla al portaequipajes, y me dejo caer en el asiento. En ese momento, reparo en él. Apenas le dirijo una mirada distraída, pero es suficiente para captar mi atención. Su imagen queda grabada en mi retina. Cierro los ojos y veo sus manos, que parecen esculpidas en arcilla. Son fuertes y firmes, pero al mismo tiempo delicadas, capaces de las más suaves caricias. Trato de apartarlo de mi mente, ni siquiera le miro por miedo a llamar su atención. Saco mi libro y comienzo a leer. Es un libro interesante, pero solo consigue atraparme parcialmente, ya que una parte de mí sigue pendiente del chico del asiento de enfrente. No le miro, pero le veo, y sobre todo, le siento. Su presencia me confunde, me atrapa, me llama. Todo en él desprende seguridad, confianza. Siento una atracción que me impide ser consciente de nada más que de él. Me pierdo en mis pensamientos tratando de no mirar hacia el frente. Paso una página distraída, a pesar de que hace rato que he dejado de concentrarme en la lectura. Él ha sacado un cuaderno y parece escribir algo en él, no puedo verlo bien. Mis ojos siguen clavados en el libro, de vez en cuando paso una página, intento parecer serena y concentrada para que no note cómo me siento en realidad. ¿Cómo me siento? Parezco una chiquilla de colegio. No puedo evitar sonreír ante el pensamiento. Las horas van pasando, él se mueve en su asiento y decido que no puedo seguir así ni un minuto más. Cierro el libro lentamente y decido ir a la cafetería a tomar algo, así al menos podré descansar de su arrolladora presencia. Quizá cuando regrese sea capaz de entablar conversación con él. Me levanto y salgo al pasillo, notando su mirada sobre mí. Camino hacia la cafetería con mi sonrisa en los labios, pensando en la forma de comenzar a hablar con él. Pido un zumo e intento relajarme, reunir coraje. Escucho por el altavoz el anuncio de la próxima estación, aún quedan un par más hasta la mía. Regreso hacia mi asiento decidida a decirle algo… pero cuando llego, él está levantado, ha recogido sus cosas y se dispone a salir. Algo me paraliza y me impide reaccionar. Durante un instante, mis ojos encuentran los suyos y siento hundirme en la profundidad de su mirada. Sigue andando, se aleja, y yo me quedo de pie junto a mi asiento, incapaz de moverme. De pronto, reparo en mi libro, y en una hoja que sobresale entre sus páginas. Con manos temblorosas y el corazón acelerado, lo tomo entre mis manos y acaricio la hoja de cuaderno. El asombro me impide casi respirar. Ante mí, se perfilan los rasgos que reconozco como míos, trazados con manos expertas y sublimes, que han logrado captar hasta el más mínimo detalle de mi esencia. Busco algo más, un nombre, una nota, pero no hay nada. Levanto la vista esperando encontrarle, y ahí está mirándome con esos ojos color avellana que llegan al alma. Intento transmitirle con una mirada todo lo que bulle en mi interior. Trato de decirle adiós, de darle las gracias… Sus ojos parecen despedirse de mí justo antes de apartar la mirada. El tren se detiene, y los pasajeros del pasillo comienzan a moverse. Con tristeza, le veo alejarse irreversiblemente, y sé que la oportunidad ha pasado, que ya no hay vuelta atrás.
El trono maldito - Antonio Piñero y José Luis Corral
