Los cuentos más cortos
A veces, nos pasamos parte de la vida haciendo cosas que realmente no nos llenan, cosas para agradar a los demás que no te llevan a nada, pero bueno eso le pasa casi a todo el mundo que tiene una serie de responsabilides, tanto profesionales como personales. Es el ritmo de vida de la sociedad de hoy
Pues a eso me refería, todos tenemos responsabilidades, pero lo bueno, es tomarselo con medida, yo ahora mismo soy el tio más feliz del mundo , mundial, ja,ja,ja,aj,ajaj,a, no me falta nada, bueno me falta una persona fisicamente, pero está conmigo siempre, por lo demás tengo todo lo que necesito, en ese aspecto soy afortunado, buenas noches.
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Unos años después del encuentro en Praga, me trasladé a Francia, donde el azar quiso que Carlos Fuentes fuera el embajador de México. Yo vivia por entonces en Rennes y, durante mis breves estancias en París, me alojaba en su casa, en la buhardila de la embajada, y compartía con él los desayunos, que se alargaban en conversaciones sin fin. De pronto, vi mi Europa central inesperadamente cercana a América Latina : dos límites de Occidente situados en extremidades opuestas; dos territorios descuidados, despreciados, abandonados, dos territorios paris; y las dos partes del mundo más profundamente marcadas por la experiencia traumatizante del barroco. Digo traumatizante porque el barroco viajó a América Latina como arte conquistador, y a mi país natal llegó de la mano de una contrarreforma particularmente sangrienta, lo cual incitó a Brod a llamar a Praga la "ciudad del mal"; vi dos partes del mundo iniciadas en la misteriosa alianza del mal y de la belleza.
Conversamos y vi un puente plateado, sutil,trémulo,centelleante, alzarse como un arco iris por encima del siglo entre mi pequeña Europa central y la inmensa América Latina; un puente que unía las estatuas exáticas de Matyas Braun en Praga a las delirantes iglesias de México.
Y pensé también en otra afinidad entre nuestras tierras natales; ocupaban un lugar clave en la evolución de la novela del siglo XX: primeor, los novelistas centroeuropeos de los años veinte y treinta (Carlos me hablaba de Los Sonámbulos, de Borch, como de la mayor novela del siglo); luego, veinte, treinta años después, los novelistas latinoamericanos, mis contemporáneos.
Un día, descubrí las novelas de Ernesto Sábato; en Abadón el exterminador (1974), desbordante de reflexiones como antaño las novelas de los dos grandes vieneses, dice textualmente: en el mundo moderno abandonado por la filosofía, fraccionado por centenares de especialización científicas; la novela nos queda como el último observatorio desde donde podemos abarcar la vida humana como un todo.
Medio siglo antes que él, al otro lado del planeta (el puente plateado tremolaba sin cesar por encima de mi cabeza), el Broch de Los sonámbulos, el Musil de El hombre sin atributos pensaron lo mismo. En la época en que los surrealistas elevaban la poesía al rango de primer arte, ellos, por su lado, concedían ese lugar supremo a la novela.
Conversamos y vi un puente plateado, sutil,trémulo,centelleante, alzarse como un arco iris por encima del siglo entre mi pequeña Europa central y la inmensa América Latina; un puente que unía las estatuas exáticas de Matyas Braun en Praga a las delirantes iglesias de México.
Y pensé también en otra afinidad entre nuestras tierras natales; ocupaban un lugar clave en la evolución de la novela del siglo XX: primeor, los novelistas centroeuropeos de los años veinte y treinta (Carlos me hablaba de Los Sonámbulos, de Borch, como de la mayor novela del siglo); luego, veinte, treinta años después, los novelistas latinoamericanos, mis contemporáneos.
Un día, descubrí las novelas de Ernesto Sábato; en Abadón el exterminador (1974), desbordante de reflexiones como antaño las novelas de los dos grandes vieneses, dice textualmente: en el mundo moderno abandonado por la filosofía, fraccionado por centenares de especialización científicas; la novela nos queda como el último observatorio desde donde podemos abarcar la vida humana como un todo.
Medio siglo antes que él, al otro lado del planeta (el puente plateado tremolaba sin cesar por encima de mi cabeza), el Broch de Los sonámbulos, el Musil de El hombre sin atributos pensaron lo mismo. En la época en que los surrealistas elevaban la poesía al rango de primer arte, ellos, por su lado, concedían ese lugar supremo a la novela.