Ramona - Rosario Villajos

Narrativa española e hispanoamericana

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albatross
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Ramona - Rosario Villajos

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Ramona
Rosario Villajos

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Ramona
Rosario Villajos
Mr Griffin editor (Colección Mrs Danvers), 2019.
219 páginas.



La primera vez que supe de la existencia de Rosario Villajos fue leyendo algunos textos sueltos en redes sociales. Tengo muchos «amigos» escritores que cuelgan sus cositas y sus ocurrencias y uno a veces las lee por encima, ya sin demasiada esperanza de encontrar ―como de vez en cuando ocurre― una perla entre los guijarros. Ya le dije en su día que tenía mucho talento y lo cierto es que tenía ganas de leer algo tan consistente y meditado como una novela: son palabras mayores.

Antes de entrar en materia, tengo que felicitar a Yago Ferreiro, el editor, por el cariño con que ha tratado este texto y por lo cuidada y primorosa que le ha quedado la edición. De forma independiente a la calidad del contenido, el continente ya predispone a encontrar cosa fina, como si fuese el estuche de una joya o un carísimo sostén de Victoria’s secret o como se llame. Da gusto encontrarse con editores que crean en su trabajo de esa forma.

Ramona es una joven poco adaptada proveniente de un barrio obrero y que se enfrenta cada día a la hostilidad de su entorno más cercano: amigas, novietes, vecinos de bloque, profesores, familia…

Ramona no es una novela construida al uso tradicional. Más que construida, ha sido hilvanada o ensartada, como un collar de cuentas ―un collar de cuentos, si me permiten el juego de palabras― o un diario compuesto por textículos sin una conexión lineal entre ellos, pero que acaban por configurar todo el universo de una época de su protagonista-narradora, Ramona Ucelay, que es, en el grueso del libro, la de su adolescencia. En una segunda mitad, entramos en un tránsito universitario vivido como una prolongación algo forzada de la adolescencia para acabar en un final en el que va y viene desde la primera infancia hasta la edad adulta en unos cambios temporales algo anárquicos y que remata de forma redonda con un capítulo dedicado a las albóndigas de su madre que es una bellísima metáfora y un resumen existencial de la obra entera.

Que todas las novelas tienen algo de autobiográfico es cosa que ya se sabe. Más aún las novelas primerizas. Cuando además se utiliza la primera persona, eso se hace más evidente y hasta podemos sospechar que Ramona es Rosario, una Rosario que ya no existe pero de cuya crisálida acabó por brotar.

Cuando un lector emprende la lectura de un texto sospechoso de autoficción, adquiere el compromiso de asumir lo narrado como ocurrido realmente ―o no―, pero el pacto ha de ser llevado de forma homogénea o global, sea con una credibilidad total o bien en el porcentaje que se considere equilibrado. No tenemos derecho a intentar dilucidad cuánto y qué de Rosario Villajos hay en Ramona, pero no nos incumbe y, en realidad, tampoco nos importa. Se podría decir que Ramona Ucelay es el alter ego de Rosario Villajos, pero eso nos da igual. Ramona es el alter ego de todas las chicas ―y los chicos― de su generación y de otras generaciones predigitales entre la que incluyo la mía, que es una década y pico anterior, de forma independiente a si uno ha crecido en pueblo o en ciudad, es hijo de obrero o es de clase acomodada. Es muy fácil reconocerse en la novela.

En cada cuenta ―en cada cuento― se desgrana una derrota, una bofetada, un descubrimiento de que en la vida casi todo es sórdido. Que lo que creíamos que se llamaba amor tiene mucho de genital e incluso huele mal a veces, que la familia es más una carga que una bendición, que la amistad es efímera y casi siempre interesada, y que lo que diferencia la edad infantil de la edad adulta es la conquista de una libertad que no se regala y que siempre se ha de pagar con la pérdida de la inocencia.

La forma más sabia de aceptar ese hecho y de narrarlo es con la pátina del humor. Un humor a veces cáustico, a veces irónico, que Rosario Villajos dosifica con sabiduría para imbuir de ternura una realidad áspera y descorazonadora como lo son todas las realidades que se viven durante la época más difícil de la vida.

Es una novela fresca, potente. Algunos pasajes tienen tanta carga poética que uno lee esas perlas casi con congoja. No ha debido de ser fácil para su autora librarse del corsé de tabúes antes de enfrentarse a ella. Algunos llevamos años luchando contra él sin acabar de vencerlo. Cuando uno intenta pasar la vida a un texto, casi siempre se ve obligado a cuidar las palabras, a adecentarla y esconder la basura para que no huela demasiado. Esa losa milenaria que es la cultura judeocristiana.

Algunos pasajes son una bofetada de realismo que uno agradece casi con un sentimiento masoquista.

Rosario nos lleva de paseo, casi de paseo con picnic por la vida de Ramona con una facilidad aparente, sin que nos demos cuenta de que es una trampa: el paseo campestre consiste en realidad en atravesar un laberinto de espinas.

Se lee en dos tardes. La brevedad de sus capítulos, que incitan a leer de inmediato el siguiente, combinada con un lenguaje asequible por lo cotidiano, ayudan a una lectura ligera y amena.

El texto está acompañado por una serie de ilustraciones, unos dibujos a plumilla hechos por la propia autora, que acompañan y refuerzan cierto vértigo: una sensación inquietante a lo largo de la narración.

Termino con una cita que escribió hace más de sesenta años José María Castillo Navarro, un autor casi olvidado de forma injusta. Una sencilla frase que sigue vigente y que Rosario Villajos ha intuido tal vez sin conocerla: «Cuanto más turbio es el tema, más limpia la mirada ha de ser de quien se atreve con él».
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