El adiós infinito
El reloj de pared anuncia las nueve. La luz del viejo candelabro, secundada por el fuego de la chimenea, genera sombras chinescas. Un escalofrío invade mi cuerpo mientras observo la soga, pilar de mi Apocalipsis, justo encima del podio letal. Al final, la imagen perfecta, el hombre de Vitruvio, el ocaso de mi ser sumido en una existencia onírica. Una partida sin regreso. Un camino hacia la libertad.