Sin plaza en el paraíso
Sin plaza en el paraíso
Ahmed tenía su panadería junto a la comisaría de policía. No era más que un tenderete, una carpa que prolongaba hacia la calle el espacio interior de su reducida vivienda. Dentro sólo había sitio para los jergones sobre los que dormía con su esposa y sus dos hijos, tendidos en el suelo. El resto quedaba ocupado por el horno, su posesión más valiosa. Era lo que les daba de comer.
Cada mañana, la panadería se llenaba de transeúntes, los vecinos de Ahmed que estaban en paro -casi todos-, y paseaban hasta reunirse allí, para charlar un poco y romper la monotonía. Mientras mantenían su tertulia cotidiana, mujeres recatadas, con el rostro tapado, entraban en el puesto, pedían tímidamente su ración de pan, la pagaban y volvían a salir.
Entre tanto, la conversación entre los hombres no se interrumpía. A menudo parecían desairados, cuando criticaban la última osadía occidental. Otras veces Ahmed les apaciguaba con una hogaza de pan y se expresaban comedidamente, comentando con pudor la noticia de la explosión más reciente y el número de víctimas.
Aquel día, divagaban sobre la subida de precios, que tan difícil volvía sus ya abrumadoras vidas. Pero estaban más pendientes de los acontecimientos que se desarrollaban en la calle, muy cerca de ellos. Decenas de aspirantes hacían cola para ingresar en el cuerpo de policía. Los huéspedes del panadero les contemplaban con cierta envidia. Primero, por su coraje. Segundo, porque iban a mantenerse ocupados, tendrían trabajo.
-Perdéis el tiempo mirando. Deberíais uniros a la cola si no os sentís tan viejos como para intentarlo -replicó el panadero en tono de reproche-. ¿Qué vas a querer hoy, Mohamed?
-Media pieza -respondió el recién llegado. Ahmed ya le conocía, pero no dejaba de llamarle la atención su acento. Era extranjero, aunque llevaba en el barrio media vida.
-A algunos no nos lo permitirían, Ahmed -repuso el extranjero-, porque no somos de aquí. Aunque llevemos cien años, nunca seremos de aquí.
Fue en ese instante de pesadumbre cuando el cliente que acababa de acercarse al mostrador donde Ahmed cortaba el pan, un joven de tez morena y cejas muy pobladas, se despojó de su manto y dejó al descubierto el cinturón de explosivos que le abrazaba pecho y espalda.
-¡Dios es grande! -gritó con falso entusiasmo, pulsando el detonador.
Fue cuestión de un segundo. Al escucharle, todos supieron lo que significaba. Palidecieron y la saliva desapareció de sus bocas. Ahmed había pensado muchas veces en mudar la tienda lejos de la comisaría, pero no podía mover toda su casa. Era un riesgo que debía correr. Aterrorizados, sin tener tiempo de gritar, esperaron la explosión mortal.
Pero no hubo explosión.
El artefacto había fallado. Algunos de los presentes soltaron una risa nerviosa. El joven suicida miró a su alrededor, nervioso y desconcertado. Nadie más que aquellos viejos amigos, inofensivos contertulios, se había dado cuenta de lo ocurrido. Hizo ademán de volver a presionar el detonador, pero Ahmed no iba a darle una segunda oportunidad.
-Suelta eso, muchacho. Tápate y lárgate a casa. Alá nos ha perdonado a todos la vida. No tientes al Señor. Quizás no haya sitio para nosotros todavía en el Paraíso.
Y el joven, humillado y consternado, le obedeció y se fue corriendo.
Cada mañana, la panadería se llenaba de transeúntes, los vecinos de Ahmed que estaban en paro -casi todos-, y paseaban hasta reunirse allí, para charlar un poco y romper la monotonía. Mientras mantenían su tertulia cotidiana, mujeres recatadas, con el rostro tapado, entraban en el puesto, pedían tímidamente su ración de pan, la pagaban y volvían a salir.
Entre tanto, la conversación entre los hombres no se interrumpía. A menudo parecían desairados, cuando criticaban la última osadía occidental. Otras veces Ahmed les apaciguaba con una hogaza de pan y se expresaban comedidamente, comentando con pudor la noticia de la explosión más reciente y el número de víctimas.
Aquel día, divagaban sobre la subida de precios, que tan difícil volvía sus ya abrumadoras vidas. Pero estaban más pendientes de los acontecimientos que se desarrollaban en la calle, muy cerca de ellos. Decenas de aspirantes hacían cola para ingresar en el cuerpo de policía. Los huéspedes del panadero les contemplaban con cierta envidia. Primero, por su coraje. Segundo, porque iban a mantenerse ocupados, tendrían trabajo.
-Perdéis el tiempo mirando. Deberíais uniros a la cola si no os sentís tan viejos como para intentarlo -replicó el panadero en tono de reproche-. ¿Qué vas a querer hoy, Mohamed?
-Media pieza -respondió el recién llegado. Ahmed ya le conocía, pero no dejaba de llamarle la atención su acento. Era extranjero, aunque llevaba en el barrio media vida.
-A algunos no nos lo permitirían, Ahmed -repuso el extranjero-, porque no somos de aquí. Aunque llevemos cien años, nunca seremos de aquí.
Fue en ese instante de pesadumbre cuando el cliente que acababa de acercarse al mostrador donde Ahmed cortaba el pan, un joven de tez morena y cejas muy pobladas, se despojó de su manto y dejó al descubierto el cinturón de explosivos que le abrazaba pecho y espalda.
-¡Dios es grande! -gritó con falso entusiasmo, pulsando el detonador.
Fue cuestión de un segundo. Al escucharle, todos supieron lo que significaba. Palidecieron y la saliva desapareció de sus bocas. Ahmed había pensado muchas veces en mudar la tienda lejos de la comisaría, pero no podía mover toda su casa. Era un riesgo que debía correr. Aterrorizados, sin tener tiempo de gritar, esperaron la explosión mortal.
Pero no hubo explosión.
El artefacto había fallado. Algunos de los presentes soltaron una risa nerviosa. El joven suicida miró a su alrededor, nervioso y desconcertado. Nadie más que aquellos viejos amigos, inofensivos contertulios, se había dado cuenta de lo ocurrido. Hizo ademán de volver a presionar el detonador, pero Ahmed no iba a darle una segunda oportunidad.
-Suelta eso, muchacho. Tápate y lárgate a casa. Alá nos ha perdonado a todos la vida. No tientes al Señor. Quizás no haya sitio para nosotros todavía en el Paraíso.
Y el joven, humillado y consternado, le obedeció y se fue corriendo.
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- Brian Bennington
- Foroadicto
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- Registrado: 29 Jun 2006 14:22
Re: Sin plaza en el paraíso
JANGEL escribió:-¡Dios es grande! -gritó con falso entusiasmo, pulsando el detonador.
¿Dios? Hablo desde la ignorancia, la verdad, pero no estoy seguro que se refieran a su dios como Dios, sino mas bien como Alá (aunque también me suena... )
Por lo demás, un relato fácil de leer, cercano y muy vigente en este momento. Aunque, en mi opinión, no creo que le dejasen ir tan fácil, ya sabes, "quien hace un cesto, hace ciento"
Me ha gustado
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De todo un poco, Nosin.
Naturalmente, no creo que lo dejaran ir, Brian. Sobre todo, con el ejército de aspirantes al cuerpo de policía justo al lado. Pero no es más que un cuento de ficción. Me he saltado el realismo para expresar un mensaje de esperanza.
En cuanto a la expresión "¡Dios es grande!", resulta de la traducción del árabe Ala akbar, decenas de veces repetido por los musulmanes en sus oraciones. A veces se traduce al español como yo he escrito y, en realidad, ¿Alá no es Dios si queremos llegar a un consenso religioso? Me he tomado esa licencia.
Naturalmente, no creo que lo dejaran ir, Brian. Sobre todo, con el ejército de aspirantes al cuerpo de policía justo al lado. Pero no es más que un cuento de ficción. Me he saltado el realismo para expresar un mensaje de esperanza.
En cuanto a la expresión "¡Dios es grande!", resulta de la traducción del árabe Ala akbar, decenas de veces repetido por los musulmanes en sus oraciones. A veces se traduce al español como yo he escrito y, en realidad, ¿Alá no es Dios si queremos llegar a un consenso religioso? Me he tomado esa licencia.
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- GANADOR del III Concurso de relatos
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- Registrado: 05 Mar 2006 12:19
- Ubicación: Al noreste de Madrid
Está claro que no has optado por el 'ojo por ojo', ahora que tanto se está hablando de victimas y perdón y el tema está totalmente candente, creando gran crispacion en la sociedad.
¿Realmente hay esperanza? ¿la esperanza está en el perdón o en el castigo? ¿quién debe perdonar?
Tema muy sugerente y actual, Jangel
¿Realmente hay esperanza? ¿la esperanza está en el perdón o en el castigo? ¿quién debe perdonar?
Tema muy sugerente y actual, Jangel
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Jangel, creo recordar que algo así pasó con un muchacho palestino. En esa ocasión, soldados israelíes le ordenaron desnudarse y luego se lo llevaron para interrogarlo. No quisiera haber estado en su pellejo.
Algunas veces he oído llamar cobarde a esos que saltan por los aires llevándose la vida de otras personas. Se les podrá llamar lo que sea, pero cobardes...
Creo que es el resultado de someter a determinados pueblos a una presión que el ser humano no está diseñado para soportar: la completa falta de esperanza. Si el ser humano es despojado de una luz de esperanza, su alma se vuelve ciega y cualquiera puede llenarla de fanatismo. (Para algunos, intentar explicar ésto, es justificar atentados)
En fin, que me ha parecido bien la resolución de tu relato. Para sangre ya tenemos cada día el telediario.
Algunas veces he oído llamar cobarde a esos que saltan por los aires llevándose la vida de otras personas. Se les podrá llamar lo que sea, pero cobardes...
Creo que es el resultado de someter a determinados pueblos a una presión que el ser humano no está diseñado para soportar: la completa falta de esperanza. Si el ser humano es despojado de una luz de esperanza, su alma se vuelve ciega y cualquiera puede llenarla de fanatismo. (Para algunos, intentar explicar ésto, es justificar atentados)
En fin, que me ha parecido bien la resolución de tu relato. Para sangre ya tenemos cada día el telediario.
inch-Allah
Eso es lo que me gusta del relato de JANGEL, que tiene un toque de esperanza cuando pudiera ser tragedia. Dios o Alá o Manitú (es lo mismo), no tienen hoy sitio en los Paraísos. Esa noche duerme todo el mundo más a gusto. Me he imaginado la escena en las calles de Lavapiés.
Brian, tu avatar es tan inmenso que nos llevas a todos hacía la derecha...mmmm.
Brian, tu avatar es tan inmenso que nos llevas a todos hacía la derecha...mmmm.
¿Sabes lo que me ha chocado en el relato? No el mensaje de esperanza, no. El hecho de que el suicida, en vez de ponerse cerca de la cola para causar el mayor daño, entre en la panadería.
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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lucia escribió:¿Sabes lo que me ha chocado en el relato? No el mensaje de esperanza, no. El hecho de que el suicida, en vez de ponerse cerca de la cola para causar el mayor daño, entre en la panadería.
Tal vez tenía que haber añadido algún detalle más para que quedara más claro, pero como lo escribí sobre la marcha...
Por una parte, mi idea era que la panadería no fuera más que un puesto abierto, justo al lado de la comisaría, y la cola de aspirantes quedaba en la misma calle. Así que todos estaban cerca de la cola y la comisaría y el daño ocasionado por la explosión hubiera sido prácticamente igual de importante. Quizás al fallido suicida le resultó más fácil acercarse a la panadería sin llamar demasiado la atención.
Por otro lado, al descubrir los explosivos y exclamar su alabanza a Dios, quedaba expuesto al público. Así que, aunque el panadero y sus amigos le dejaron ir, posiblemente los aspirantes a policías que se hubieran percatado del incidente no pensarían lo mismo...
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- GANADOR del III Concurso de relatos
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- Registrado: 05 Mar 2006 12:19
- Ubicación: Al noreste de Madrid
Hoy han publicado una foto en el periódico de un hombre ahorcado. El pie de página dice lo siguiente:
Ahorcado por un atentado cometido hace una semana:
Cientos de personas acudieron ayer a presenciar en una plaza de la localidad de Zahedán la ejecución de .... Este hombre fue condenado a muerte por haber participado en un ataque con explosivos contra un autobús de los Guardias Revolucionarios en el que murieron 11 personas el pasado 14 de febrero.
Se ve que el paraíso había vuelto a abrir sus puertas.
¿Por qué tanta gente observando cómo era ahorcado?
¿Aceptamos el ojo por ojo?
¿no hay ninguna esperenza....,? quizá solo en la literatura
Ahorcado por un atentado cometido hace una semana:
Cientos de personas acudieron ayer a presenciar en una plaza de la localidad de Zahedán la ejecución de .... Este hombre fue condenado a muerte por haber participado en un ataque con explosivos contra un autobús de los Guardias Revolucionarios en el que murieron 11 personas el pasado 14 de febrero.
Se ve que el paraíso había vuelto a abrir sus puertas.
¿Por qué tanta gente observando cómo era ahorcado?
¿Aceptamos el ojo por ojo?
¿no hay ninguna esperenza....,? quizá solo en la literatura
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- Fenix
- No tengo vida social
- Mensajes: 2248
- Registrado: 25 Abr 2006 21:33
- Ubicación: En mi casa, dónde si no
Lo curioso es que el final de lo que cuentas podía muy bien haber ocurrido así, debido a la forma tan oriental de ver la vida que tienen en estos paises o, haberlo lapidado allí mismo.
Nos sorprendemos de ver cientos de espectadores asistiendo a una ejecución. ¿No asistíamos en España a los autos de fé? El último en la plaza de San Francisco en Sevilla a principios del XIX.
Nos sorprendemos de ver cientos de espectadores asistiendo a una ejecución. ¿No asistíamos en España a los autos de fé? El último en la plaza de San Francisco en Sevilla a principios del XIX.