Bretaña, Perigord, Languedoc y Provenza
Bretaña, Perigord, Languedoc y Provenza
Aunque nuestra intención es visitar mucho más que la Bretaña francesa, lo único que tenemos claro en nuestro itinerario es que visitaremos precisamente la Bretaña francesa. Ya nos hemos informado bastante bien, pero se admiten sugerencias. ¿Conocéis alguna buena guía de la región o de Francia en general'
Para ganar tiempo, saldremos el viernes 15 de junio y pasaremos la noche en Ocaña, antes de Madrid. Al día siguiente, cruzaremos lo que nos quede de España y subiremos por Francia hasta la misma Bretaña. Tal vez paremos en Biarritz o Bayonne a comer, ¿es una buena idea?
Tras tres o cuatro días en Bretaña (o los que hagan falta), bajaremos de nuevo hacia Burdeos para atravesar el Perigord Negro y los pueblos medievales que bordean el Dordoña. Luego conoceremos el Languedoc y sus castillos cátaros, para finalmente recorrer lo principal de la Provenza. No sé si nos dará tiempo de llegar hasta Mónaco. Nos volveremos cuando no nos quede más tiempo.
Todo esto gracias a las cadenas de hoteles de carreteras como Première Classe, Etap o B&B.
Para ganar tiempo, saldremos el viernes 15 de junio y pasaremos la noche en Ocaña, antes de Madrid. Al día siguiente, cruzaremos lo que nos quede de España y subiremos por Francia hasta la misma Bretaña. Tal vez paremos en Biarritz o Bayonne a comer, ¿es una buena idea?
Tras tres o cuatro días en Bretaña (o los que hagan falta), bajaremos de nuevo hacia Burdeos para atravesar el Perigord Negro y los pueblos medievales que bordean el Dordoña. Luego conoceremos el Languedoc y sus castillos cátaros, para finalmente recorrer lo principal de la Provenza. No sé si nos dará tiempo de llegar hasta Mónaco. Nos volveremos cuando no nos quede más tiempo.
Todo esto gracias a las cadenas de hoteles de carreteras como Première Classe, Etap o B&B.
Última edición por JANGEL el 02 Jul 2007 13:25, editado 1 vez en total.
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- Irene_Adler
- La Adler
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- Registrado: 13 Ene 2006 20:19
- Ubicación: Ciudad de las bajas pasiones
Francia es una delicia vayas a donde vayas. Yo creo que está infravalorada. Como veo que vas a hacer un recorrido amplio, te doy algunos consejitos:
Primero la zona del Perigoux es una maravilla. Tiene una arquitectura que me encanta y los pueblos son verdaderos museos. Cerca tienes la reproduccion de las cuevas de Lascaux ( no se pueden visitar las originales) que son junto con Altamira la cumbre del arte rupestre. Tambien cerca tienes el santuario de Rocamadour, verdadera curiosidad escavada en la roca.
Segundo la zona de la Bretaña tiene el magnifico Monte Sant Michel y su marea que dicen que alcanzaría a un caballo galopando. Tambien es bonito Sant Malo. Por supuesto en la subida tambien merece mucho la pena Burdeos y ya no te digo si te acercas a algun castillo del Loira. Una recomendacion es el precioso pueblo de St. Emilion.
En la zona de la Provenza prohibido perderse Carcassona, una de las cuidades mas bonitas de Francia y tampoco desdeñable Avignon con su palacio de los Papas. De camino tienes Toulouse con muestras de arquitectura muy apreciadas.
Todo sembrado con el mejor romanico del mundo ( Moissac, Poitiers, museo de Toulouse, St. Savin, Perigord,...) y con un gótoco esplendoroso ( Burdeos, Le Mans, ...).
Que lo disfruteis.
Primero la zona del Perigoux es una maravilla. Tiene una arquitectura que me encanta y los pueblos son verdaderos museos. Cerca tienes la reproduccion de las cuevas de Lascaux ( no se pueden visitar las originales) que son junto con Altamira la cumbre del arte rupestre. Tambien cerca tienes el santuario de Rocamadour, verdadera curiosidad escavada en la roca.
Segundo la zona de la Bretaña tiene el magnifico Monte Sant Michel y su marea que dicen que alcanzaría a un caballo galopando. Tambien es bonito Sant Malo. Por supuesto en la subida tambien merece mucho la pena Burdeos y ya no te digo si te acercas a algun castillo del Loira. Una recomendacion es el precioso pueblo de St. Emilion.
En la zona de la Provenza prohibido perderse Carcassona, una de las cuidades mas bonitas de Francia y tampoco desdeñable Avignon con su palacio de los Papas. De camino tienes Toulouse con muestras de arquitectura muy apreciadas.
Todo sembrado con el mejor romanico del mundo ( Moissac, Poitiers, museo de Toulouse, St. Savin, Perigord,...) y con un gótoco esplendoroso ( Burdeos, Le Mans, ...).
Que lo disfruteis.
En Sant Michel, si te puedes permitir estirar un poco el presupuesto, hay un hotel una vez entrado al monte en sí mismo que tiene un buenísimo restaurante además... Ahora no recuerdo cómo se llama, pero te lo diré. Allí mismo es donde hacen las galletas esas tan famosas de la caja de metal azul con una abuelita dibujada (Mere Poulard o algo así)
Estar en las habitaciones de ese hotel es como estar en el interior del propio monte. Por la mañana, al amanecer, sales a dar una vuelta hasta la abadía y no encuentras ni un alma.
Te lo recomiendo.
Estar en las habitaciones de ese hotel es como estar en el interior del propio monte. Por la mañana, al amanecer, sales a dar una vuelta hasta la abadía y no encuentras ni un alma.
Te lo recomiendo.
No sé cuantos días tienes pensados Jangel, pero ver todo eso lleva su tiempo. Lo digo porque yo he ido visitando Francia por zonas, y por ejemplo la zona de Midi Pyrénées me llevó sus días y sus noches . La zona de Bretaña también... Hay tanto para ver. Respecto a la Provenza y el Loira otro tanto.
No me hagas mucho caso, porque yo soy muy "minuciosa" y una vez allí quiero ver tantas cosas que quizás no es tu plan. Como me conozco restrinjo zonas, para verlas con bastante detenimiento. Una vez que coges el coche te vas a encontrar con sitios que quizás no tenías en la lista y al final merecerán una parada.
Como fudamentalmente hablabas de la Bretaña, personalmente, pienso que te llevará varios días.
No me hagas mucho caso, porque yo soy muy "minuciosa" y una vez allí quiero ver tantas cosas que quizás no es tu plan. Como me conozco restrinjo zonas, para verlas con bastante detenimiento. Una vez que coges el coche te vas a encontrar con sitios que quizás no tenías en la lista y al final merecerán una parada.
Como fudamentalmente hablabas de la Bretaña, personalmente, pienso que te llevará varios días.
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En efecto, Page, cada región lleva su tiempo. Más o menos estimé bien, pues tampoco queríamos entrar con demasiada profundidad en un sitio y cansarnos, pero, si resumismos, viendo lugares destacados, hemos dedicado a cada lugar:
- Bretaña: cinco días.
- Perigord: un día.
- Languedoc y alrededores: tres días.
- Provenza: 4 días.
Ya os diré lo que hemos visto exactamente.
Por lo demás, viaje sin incidentes. El único inconveniente fue adaptarnos a los horarios de comidas porque las 14:00 francesas son como las 16:00 españolas y a las 13:45 ya no te admiten en casi ningún sitio para almorzar).
El viaje ha resultado fascinante. Además, he resucitado mi francés olvidado, que nunca viene mal. Y me he dado cuenta de que entiendo y hablo el idioma mejor de lo que creía.
Han sido dos semanas intensas de las que destaco lo siguiente:
- La gastronomía. Es, sin lugar a dudas, la mejor que hemos encontrado fuera de España.
- Los platos fuertes del viaje: Le Mont Saint Michel, los pueblecitos junto al Dordoña en el Perigord, Carcasona y Mónaco.
- La economía igualada. Ya no nos parecen más caros los precios fuera de España, aunque esto viene ocurriendo desde la entrada del euro con casi todos los países que mantenían un nivel de vida más alto que el nuestro. Se puede comer bien por lo mismo que en España (también hay bocadillos y McDonald's, pero si te puedes permitir un menú, los hemos encontrado desde 8 a 18 euros por persona).
- Toda la gente que hemos encontrado ha sido verdaderamente agradable. No sé si tendrá algo que ver nuestra inquietud por utilizar el francés, pero se han portado con nosotros extraordinariamente bien. Así que no puedo secundar el tópico de que los franceses no son amables.
Lo negativo:
- Los horarios, hasta que te adaptas. A las 19:00 cierra casi todo y a las 14:00 te quedas sin comer si no eres listo. Como muy tarde hay que comer hacia las 13:00.
- Los precios del combustible, bastante más altos que en España. Hay que repostar en las estaciones de servicio de los hipermercados o en las de ELF, que mantienen los mejores precios. Ojo, los domingos y festivos cierran hasta las gasolineras, es mejor repostar el día anterior antes de las 19:00 (hora de cierre de los comercios en general).
- Los TPV portátiles. O están en malas condiciones o no los saben usar, pero en los comercios se cargan la banda de las tarjetas. Primero fue con mi Mastercard, luego con la de mi mujer. Lo curioso es que siguen sirviendo para sacar dinero en los cajeros y los peajes en la autopista, pero en los demás sitios eran rechazadas después de n usos.
- Las comisiones por sacar dinero en cajeros. Sólo lo hicimos dos veces, pero resultan demasiado altas, más incluso que las que existían antes por el cambio de divisa. Recomiendo pagar con tarjeta (mientras se pueda) o llevar algo de metálico desde España.
- Bretaña: cinco días.
- Perigord: un día.
- Languedoc y alrededores: tres días.
- Provenza: 4 días.
Ya os diré lo que hemos visto exactamente.
Por lo demás, viaje sin incidentes. El único inconveniente fue adaptarnos a los horarios de comidas porque las 14:00 francesas son como las 16:00 españolas y a las 13:45 ya no te admiten en casi ningún sitio para almorzar).
El viaje ha resultado fascinante. Además, he resucitado mi francés olvidado, que nunca viene mal. Y me he dado cuenta de que entiendo y hablo el idioma mejor de lo que creía.
Han sido dos semanas intensas de las que destaco lo siguiente:
- La gastronomía. Es, sin lugar a dudas, la mejor que hemos encontrado fuera de España.
- Los platos fuertes del viaje: Le Mont Saint Michel, los pueblecitos junto al Dordoña en el Perigord, Carcasona y Mónaco.
- La economía igualada. Ya no nos parecen más caros los precios fuera de España, aunque esto viene ocurriendo desde la entrada del euro con casi todos los países que mantenían un nivel de vida más alto que el nuestro. Se puede comer bien por lo mismo que en España (también hay bocadillos y McDonald's, pero si te puedes permitir un menú, los hemos encontrado desde 8 a 18 euros por persona).
- Toda la gente que hemos encontrado ha sido verdaderamente agradable. No sé si tendrá algo que ver nuestra inquietud por utilizar el francés, pero se han portado con nosotros extraordinariamente bien. Así que no puedo secundar el tópico de que los franceses no son amables.
Lo negativo:
- Los horarios, hasta que te adaptas. A las 19:00 cierra casi todo y a las 14:00 te quedas sin comer si no eres listo. Como muy tarde hay que comer hacia las 13:00.
- Los precios del combustible, bastante más altos que en España. Hay que repostar en las estaciones de servicio de los hipermercados o en las de ELF, que mantienen los mejores precios. Ojo, los domingos y festivos cierran hasta las gasolineras, es mejor repostar el día anterior antes de las 19:00 (hora de cierre de los comercios en general).
- Los TPV portátiles. O están en malas condiciones o no los saben usar, pero en los comercios se cargan la banda de las tarjetas. Primero fue con mi Mastercard, luego con la de mi mujer. Lo curioso es que siguen sirviendo para sacar dinero en los cajeros y los peajes en la autopista, pero en los demás sitios eran rechazadas después de n usos.
- Las comisiones por sacar dinero en cajeros. Sólo lo hicimos dos veces, pero resultan demasiado altas, más incluso que las que existían antes por el cambio de divisa. Recomiendo pagar con tarjeta (mientras se pueda) o llevar algo de metálico desde España.
Última edición por JANGEL el 02 Jul 2007 13:50, editado 1 vez en total.
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Para que se ajuste más a la realidad, he cambiado el título del hilo. Ahora empezaré a comentar el viaje, poco a poco, pero sin entrar en demasiados detalles para no cansaros, sólo resaltando lo principal. Luego iré añadiendo fotos.
Viernes 15 y sábado 16 de junio. Comienzo del viaje y llegada a Francia
Como sabíamos que estaríamos cansados, no queríamos empezar el viaje realizando una primera jornada agotadora y menos aún sin reservas de hotel. Llegar muy tarde a una ciudad podía significar tener que dormir en el coche.
El viernes salimos después del almuerzo, con el maletero del coche lleno de maletas (dos para cada uno, repartiendo la ropa para no tener que cargar con todo el equipaje en cada parada). Nuestra primera escala era Ocaña, a donde llegamos hacia las ocho de la tarde. Nuestro objetivo era acercarnos lo máximo posible a Madrid, pero sin entrar en su complicado tráfico de viernes por la tarde. Ocaña tiene poco que resaltar, salvo su bonita Plaza Mayor.
Ayuntamiento en la Plaza Mayor de Ocaña
Por otra parte, no había mucho ambiente para ser viernes noche, así que decidimos cenar en el restaurante del Hotel Emperatriz, donde nos alojábamos (la única reserva hecha con antelación). Fue todo un acierto y un buen comienzo.
Tempranito, el sábado reemprendimos la marcha hacia la frontera. Después de circunvalar Madrid por la M50 y la M45, paramos a desayunar en Buitrago del Lozoya. Nos atrajo la señal de color marrón que destacaba este pueblecito como sitio de interés. En efecto, así era. Nos encantó y, además de tomar unos churros con chocolate, paseamos por sus calles durante un buen rato.
Buitrago del Lozoya
Seguimos adelante y, como Mª Carmen no conocía la ciudad, paramos a almorzar en Vitoria. ¡Menuda elección! ¡Con lo bien que se come en el País Vasco! Además, acertamos con el restaurante. ¡Riquísimo!
Todo lo que quedaba ya, después de pasear por Vitoria, era carretera y más carretera. Cruzamos la frontera por Irún, nos dirigimos hacia Burdeos y, aunque cansados, determinamos continuar tres horas más hasta Nantes. Allí, gracias a los viejos catálogos que guardaba de años atrás, localizamos un hotel de la cadena Etap y conseguimos habitación.
Anécdota de la jornada: Estando en Buitrago, recibí la llamada de mi nuevo editor, dándome noticias muy buenas. Ya os contaré detalles.
Comentario: Todos los hoteles en los que nos instalamos pertenecían a este tipo de hoteles de carretera pensados para pasar la noche. Aunque no siempre ocurre así, suelen estar situados en la periferia de sitios importantes, con fácil salida a las carreteras. En este viaje hemos utilizado los Etap, B&B y Premiere Class (que rondan entre los 35 y los 40 euros por noche; quizás los que mejor equipados estén sean los Etap) y los Campanile (de dos estrelas, con precios de 59 a 75 euros aproximadamente, más parecidos a un hotel convencional).
Viernes 15 y sábado 16 de junio. Comienzo del viaje y llegada a Francia
Como sabíamos que estaríamos cansados, no queríamos empezar el viaje realizando una primera jornada agotadora y menos aún sin reservas de hotel. Llegar muy tarde a una ciudad podía significar tener que dormir en el coche.
El viernes salimos después del almuerzo, con el maletero del coche lleno de maletas (dos para cada uno, repartiendo la ropa para no tener que cargar con todo el equipaje en cada parada). Nuestra primera escala era Ocaña, a donde llegamos hacia las ocho de la tarde. Nuestro objetivo era acercarnos lo máximo posible a Madrid, pero sin entrar en su complicado tráfico de viernes por la tarde. Ocaña tiene poco que resaltar, salvo su bonita Plaza Mayor.
Ayuntamiento en la Plaza Mayor de Ocaña
Por otra parte, no había mucho ambiente para ser viernes noche, así que decidimos cenar en el restaurante del Hotel Emperatriz, donde nos alojábamos (la única reserva hecha con antelación). Fue todo un acierto y un buen comienzo.
Tempranito, el sábado reemprendimos la marcha hacia la frontera. Después de circunvalar Madrid por la M50 y la M45, paramos a desayunar en Buitrago del Lozoya. Nos atrajo la señal de color marrón que destacaba este pueblecito como sitio de interés. En efecto, así era. Nos encantó y, además de tomar unos churros con chocolate, paseamos por sus calles durante un buen rato.
Buitrago del Lozoya
Seguimos adelante y, como Mª Carmen no conocía la ciudad, paramos a almorzar en Vitoria. ¡Menuda elección! ¡Con lo bien que se come en el País Vasco! Además, acertamos con el restaurante. ¡Riquísimo!
Todo lo que quedaba ya, después de pasear por Vitoria, era carretera y más carretera. Cruzamos la frontera por Irún, nos dirigimos hacia Burdeos y, aunque cansados, determinamos continuar tres horas más hasta Nantes. Allí, gracias a los viejos catálogos que guardaba de años atrás, localizamos un hotel de la cadena Etap y conseguimos habitación.
Anécdota de la jornada: Estando en Buitrago, recibí la llamada de mi nuevo editor, dándome noticias muy buenas. Ya os contaré detalles.
Comentario: Todos los hoteles en los que nos instalamos pertenecían a este tipo de hoteles de carretera pensados para pasar la noche. Aunque no siempre ocurre así, suelen estar situados en la periferia de sitios importantes, con fácil salida a las carreteras. En este viaje hemos utilizado los Etap, B&B y Premiere Class (que rondan entre los 35 y los 40 euros por noche; quizás los que mejor equipados estén sean los Etap) y los Campanile (de dos estrelas, con precios de 59 a 75 euros aproximadamente, más parecidos a un hotel convencional).
Última edición por JANGEL el 04 Jul 2007 09:51, editado 1 vez en total.
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Domingo 17, Lunes 18 y Martes 19 de junio. Norte de Bretaña.
Mis estimaciones no fueron malas, pero sobre la marcha tuvimos que cambiar nuestros planes porque vimos más cosas en Bretaña de las que teníamos pensadas y luego desechamos algunos lugares que nos parecieron menos interesantes o quizás "repetitivos". Aunque cada población es diferente, hay muchas similitudes entre un pueblo bretón y otro. Los más importantes que vimos nos recordaron a la Quebec canadiense que habíamos conocido el verano anterior, con una parte alta y otra baja donde se encontraba el puerto (esto ocurre con Dinan, Morlaix y Auray, por ejemplo).
El domingo fue un día muy lluvioso, pero el mal tiempo no nos arredró, a pesar de que el agua caló nuestra mochila y nuestros impermeables. Fuimos a Nantes, a recorrer su histórico centro y el Castillo de los Duques de Bretaña.
Tumba de Francisco II en la catedral de Nantes
Lamentablemente, los comercios estaban cerrados. La célebre y bonita Galería Pommeraye hubiera estado encantadora con todo abierto.
Passage Pommeraye
Después de conocer su casco monumental e histórico no hay que perderse este rinconcito más moderno. Y para comer recomiendo acercarse hasta los aledaños de la catedral, rodeada de creperías, y probar las típicas gallettes (especie de crêpes salados elaborados con trigo negro) y crêpes en un restaurante como Au Vieux Quimper, por ejemplo.
De camino a Rennes paramos a merendar en Chateaubriant, un pueblo con restos de su pasado medieval que se había adaptado bien a los tiempos.
Galería renacentista del castillo de Chateaubriant
En Rennes disfrutamos plenamente del paseo, viendo el canal, las casas de entramado de madera por doquier y las terrazas donde se agolpaba la gente para charlar y tomar unas copas. Fijaos en las fachadas inclinadas de la siguiente foto, pues no es un efecto óptico.
Place du Champ Jacquet, Rennes
Las callejuelas de su casco antiguo deben recorrerse. Y no estaría mal cenar en Sucellos, un restaurante de cocina creativa a la bretona realmente sensacional (cenamos por unos 40 euros los dos, pero fue una cena de lujo).
Rue Rallier du Baty
Pasamos la noche en otro hotel de la cadena Etap (hasta el momento encontrábamos plazas, aunque había que procurar llegar sobre las 19:00 como muy tarde) y por la mañana seguimos nuestro camino hacia la costa. No lo teníamos en nuestro itinerario, pero fue una buena idea desayunar en Vitré, con su fantástico casco antiguo, y visitar el castillo de Fougères, uno de los mejores que he visto hasta ahora (y he visto muchos).
Rue d'Embas, murallas y castillo de Vitré
Hay que caminar por las calles de Vitré y descubrir uno a uno sus secretos. Es una suerte conocer estas poblaciones un día entre semana, aunque la actividad sea mucho menor que un sábado o un domingo. Se respira el verdadero ambiente de los pueblos.
La extraña arquitectura de la mansión Hotel du Bol, en la Rue d'Embas de Vitré
No mucho más lejos, siguiendo hacia el norte, hay que hacer una parada en Fougeres y patearse las murallas y las torres de su castillo.
Vista de Fougeres desde la iglesia de Saint Leonard
Antes de adentrarnos en la costa bretona, era obligatorio parar en Le Mont Saint Michel. El montículo aparecía a nuestra vista, como flotando sobre los campos, como algo espectral. Conforme nos acercábamos, ganaba tamaño y nos parecía más fantástico, sacado de un cuento de hadas.
Le Mont Saint Michel
En Saint Michel nos detuvimos un buen rato, subiendo sus cuestas (es cierto, hay hoteles allí donde me hubiera gustado dormir, de no ser porque teníamos que continuar avanzando) y visitando la abadía, todo un laberinto de plantas, escaleras y pasajes que me hizo pensar en El nombre de la rosa. Vimos Saint Michel con marea baja y los turistas (por primera vez encontrábamos un buen puñado de ellos) caminaban por las arenas que rodeaban el promontorio.
La tarde nos cayó encima cuando llegamos a Saint Malo, una población muy pensada para el turismo que ha perdido gran parte de su encanto, aunque ver desde fuera el recinto amurallado es muy evocador. A pesar de todo, al contrario que me pasó más adelante con Saint Tropez, Saint Malo no me decepcionó y supe disfrutar de sus paisajes y sus paseos.
Para terminar el lunes, fuimos a cenar a la cercana Dinard. Justo en la playa y junto a la piscina climatizada había un restaurante donde nos deleitamos con ostras y mejillones a muy buen precio.
Saint Malo desde Dinard
Esa noche nos falló el Hotel Etap. Era de una categoría algo superior y no había plazas. Casi igual de cerca de Saint Malo había un Hotel B&B y allí nos alojamos. A la mañana siguiente, comenzamos a bordear la costa bretona. Pero antes nos acercamos a Dinan, una de las joyas de Bretaña.
Rue du Jerzual, Dinan
Es obligatorio ir y pasar al menos dos o tres horas allí, subiendo a la atalaya para contemplarla desde las alturas y bajando hasta el puerto.
Llamativo demonio que sostiene la pila de agua bendita en la iglesia de Saint Malo, Dinan
Antes de llegar hasta el cabo Frehel, una de las más visitadas prolongaciones del litoral que se adentra en el mar, conviene pararse en la fortaleza La Latte.
Fort La Latte
Su visión es realmente cautivadora y puede contemplarse el cabo Frehel en toda su extensión. La fortaleza, como averiguamos dos días después por casualidad, se utilizó en la película Los vikingos, protagonizada por Tony Curtis y Kirk Douglas. Gracias al emocionante desenlace de la película (en francés, claro), pudimos ver por dentro la fortaleza, algo que no pudimos hacer en su momento por encontrarla cerrada.
Faro de cabo Frehel
Debido a los horarios, nos costó encontrar un sitio donde almorzar, pero nos admitieron en un restaurante de carretera en el que nos sirvieron el menú del día sin indicarnos en qué consistía. Comimos extraordinariamente bien y a buen precio. Eso de ir a la aventura suele funcionar.
Después, paramos en Saint Brieuc, pero, después de Dinan, Vitré y Fougères, no nos pareció llamativa más que su catedral, así que nos fuimos pronto, dirigiéndonos otra vez hacia la costa.
Catedral de Saint Brieuc
Sí que merecía la pena echar un vistazo a la abadía en ruinas de Paimpol (aunque no entramos porque ya habíamos visto otras mucho más grandes, en Bélgica y recientemente en Galicia) y patearse las calles de Treguier.
Casas de Treguier
Pero el día se iba y no pudimos llegar a Perros-Guirac. Nos fuimos directamente a Morlaix (en lugar de Brest, algo más lejos) y encontramos alojamiento en un Hotel Campanile (son algo más caros pero mejor equipados). Morlaix es una ciudad de la que guardo un grato recuerdo, seguramente porque me recuerda un poco a Segovia. Además de calles fascinantes, tiene un viaducto en su centro, que une los dos sectores de la ciudad alta.
Viaducto de Morlaix desde la Place des Otages
En la ciudad baja, cerca de los pilares del viaducto, encontramos un restaurante abierto y cenamos a base de pescado. Fue la comida más cara, pero de las más exquisitas.
Anécdota: Estando en el cabo Frehel recibí otra buena noticia. Me llamaron para una entrevista de trabajo y se trataba de un puesto realmente interesante. Concertamos una cita para mi regreso.
Mis estimaciones no fueron malas, pero sobre la marcha tuvimos que cambiar nuestros planes porque vimos más cosas en Bretaña de las que teníamos pensadas y luego desechamos algunos lugares que nos parecieron menos interesantes o quizás "repetitivos". Aunque cada población es diferente, hay muchas similitudes entre un pueblo bretón y otro. Los más importantes que vimos nos recordaron a la Quebec canadiense que habíamos conocido el verano anterior, con una parte alta y otra baja donde se encontraba el puerto (esto ocurre con Dinan, Morlaix y Auray, por ejemplo).
El domingo fue un día muy lluvioso, pero el mal tiempo no nos arredró, a pesar de que el agua caló nuestra mochila y nuestros impermeables. Fuimos a Nantes, a recorrer su histórico centro y el Castillo de los Duques de Bretaña.
Tumba de Francisco II en la catedral de Nantes
Lamentablemente, los comercios estaban cerrados. La célebre y bonita Galería Pommeraye hubiera estado encantadora con todo abierto.
Passage Pommeraye
Después de conocer su casco monumental e histórico no hay que perderse este rinconcito más moderno. Y para comer recomiendo acercarse hasta los aledaños de la catedral, rodeada de creperías, y probar las típicas gallettes (especie de crêpes salados elaborados con trigo negro) y crêpes en un restaurante como Au Vieux Quimper, por ejemplo.
De camino a Rennes paramos a merendar en Chateaubriant, un pueblo con restos de su pasado medieval que se había adaptado bien a los tiempos.
Galería renacentista del castillo de Chateaubriant
En Rennes disfrutamos plenamente del paseo, viendo el canal, las casas de entramado de madera por doquier y las terrazas donde se agolpaba la gente para charlar y tomar unas copas. Fijaos en las fachadas inclinadas de la siguiente foto, pues no es un efecto óptico.
Place du Champ Jacquet, Rennes
Las callejuelas de su casco antiguo deben recorrerse. Y no estaría mal cenar en Sucellos, un restaurante de cocina creativa a la bretona realmente sensacional (cenamos por unos 40 euros los dos, pero fue una cena de lujo).
Rue Rallier du Baty
Pasamos la noche en otro hotel de la cadena Etap (hasta el momento encontrábamos plazas, aunque había que procurar llegar sobre las 19:00 como muy tarde) y por la mañana seguimos nuestro camino hacia la costa. No lo teníamos en nuestro itinerario, pero fue una buena idea desayunar en Vitré, con su fantástico casco antiguo, y visitar el castillo de Fougères, uno de los mejores que he visto hasta ahora (y he visto muchos).
Rue d'Embas, murallas y castillo de Vitré
Hay que caminar por las calles de Vitré y descubrir uno a uno sus secretos. Es una suerte conocer estas poblaciones un día entre semana, aunque la actividad sea mucho menor que un sábado o un domingo. Se respira el verdadero ambiente de los pueblos.
La extraña arquitectura de la mansión Hotel du Bol, en la Rue d'Embas de Vitré
No mucho más lejos, siguiendo hacia el norte, hay que hacer una parada en Fougeres y patearse las murallas y las torres de su castillo.
Vista de Fougeres desde la iglesia de Saint Leonard
Antes de adentrarnos en la costa bretona, era obligatorio parar en Le Mont Saint Michel. El montículo aparecía a nuestra vista, como flotando sobre los campos, como algo espectral. Conforme nos acercábamos, ganaba tamaño y nos parecía más fantástico, sacado de un cuento de hadas.
Le Mont Saint Michel
En Saint Michel nos detuvimos un buen rato, subiendo sus cuestas (es cierto, hay hoteles allí donde me hubiera gustado dormir, de no ser porque teníamos que continuar avanzando) y visitando la abadía, todo un laberinto de plantas, escaleras y pasajes que me hizo pensar en El nombre de la rosa. Vimos Saint Michel con marea baja y los turistas (por primera vez encontrábamos un buen puñado de ellos) caminaban por las arenas que rodeaban el promontorio.
La tarde nos cayó encima cuando llegamos a Saint Malo, una población muy pensada para el turismo que ha perdido gran parte de su encanto, aunque ver desde fuera el recinto amurallado es muy evocador. A pesar de todo, al contrario que me pasó más adelante con Saint Tropez, Saint Malo no me decepcionó y supe disfrutar de sus paisajes y sus paseos.
Para terminar el lunes, fuimos a cenar a la cercana Dinard. Justo en la playa y junto a la piscina climatizada había un restaurante donde nos deleitamos con ostras y mejillones a muy buen precio.
Saint Malo desde Dinard
Esa noche nos falló el Hotel Etap. Era de una categoría algo superior y no había plazas. Casi igual de cerca de Saint Malo había un Hotel B&B y allí nos alojamos. A la mañana siguiente, comenzamos a bordear la costa bretona. Pero antes nos acercamos a Dinan, una de las joyas de Bretaña.
Rue du Jerzual, Dinan
Es obligatorio ir y pasar al menos dos o tres horas allí, subiendo a la atalaya para contemplarla desde las alturas y bajando hasta el puerto.
Llamativo demonio que sostiene la pila de agua bendita en la iglesia de Saint Malo, Dinan
Antes de llegar hasta el cabo Frehel, una de las más visitadas prolongaciones del litoral que se adentra en el mar, conviene pararse en la fortaleza La Latte.
Fort La Latte
Su visión es realmente cautivadora y puede contemplarse el cabo Frehel en toda su extensión. La fortaleza, como averiguamos dos días después por casualidad, se utilizó en la película Los vikingos, protagonizada por Tony Curtis y Kirk Douglas. Gracias al emocionante desenlace de la película (en francés, claro), pudimos ver por dentro la fortaleza, algo que no pudimos hacer en su momento por encontrarla cerrada.
Faro de cabo Frehel
Debido a los horarios, nos costó encontrar un sitio donde almorzar, pero nos admitieron en un restaurante de carretera en el que nos sirvieron el menú del día sin indicarnos en qué consistía. Comimos extraordinariamente bien y a buen precio. Eso de ir a la aventura suele funcionar.
Después, paramos en Saint Brieuc, pero, después de Dinan, Vitré y Fougères, no nos pareció llamativa más que su catedral, así que nos fuimos pronto, dirigiéndonos otra vez hacia la costa.
Catedral de Saint Brieuc
Sí que merecía la pena echar un vistazo a la abadía en ruinas de Paimpol (aunque no entramos porque ya habíamos visto otras mucho más grandes, en Bélgica y recientemente en Galicia) y patearse las calles de Treguier.
Casas de Treguier
Pero el día se iba y no pudimos llegar a Perros-Guirac. Nos fuimos directamente a Morlaix (en lugar de Brest, algo más lejos) y encontramos alojamiento en un Hotel Campanile (son algo más caros pero mejor equipados). Morlaix es una ciudad de la que guardo un grato recuerdo, seguramente porque me recuerda un poco a Segovia. Además de calles fascinantes, tiene un viaducto en su centro, que une los dos sectores de la ciudad alta.
Viaducto de Morlaix desde la Place des Otages
En la ciudad baja, cerca de los pilares del viaducto, encontramos un restaurante abierto y cenamos a base de pescado. Fue la comida más cara, pero de las más exquisitas.
Anécdota: Estando en el cabo Frehel recibí otra buena noticia. Me llamaron para una entrevista de trabajo y se trataba de un puesto realmente interesante. Concertamos una cita para mi regreso.
Última edición por JANGEL el 10 Jul 2007 09:34, editado 4 veces en total.
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Miércoles 20 y Jueves 21 de junio. Sur de Bretaña.
Amaneció otra mañana lluviosa, que nos impidió ver Brest con tranquilidad, aunque luego amainó la tormenta y se aclaró el cielo. Brest tiene poco que enseñar en comparación con otras poblaciones. Además, sus accesos dejan que desear. Se tarda mucho en entrar y salir.
Castillo y torre Tanguy de Brest
Nosotros, de todas formas, teníamos que atravesarla para ir al cabo Matthieu, uno de los más bonitos de Bretaña.
Cabo Saint Matthieu
El cabo Matthieu tiene un alto faro, construido junto a las ruinas de una abadía, cuya capilla parece el esqueleto de un barco o de una ballena tumbada. El mar estaba algo revuelto y las olas chocaban contra las olas del faro de señales que precede al cabo.
Faro, ruinas de la abadía y pórtico de la iglesia parroquial de Saint Matthieu
Camino de la Punta de Raz, que es como el cabo Fisterra de Galicia y, de hecho, se encuentra en una región llamada Finisterre, comimos en una crepería, en medio del bosque, cerca de Chateaulin. ¡Qué ricos los crepes, salados y dulces! Mmm. Luego, paramos en Locronan, un pueblecito singular declarado de interés histórico artístico por las autoridades francesas. Es muy pequeñito y apacible y la verdad que resulta encantador.
Place de l'eglise de Locronan
En la Punta de Raz soplaba el viento con bastante fuerza, tanto como para que doliera la cabeza. No obstante, a pesar de lo turístico que se ha vuelto y de no tener el mismo encanto salvaje que otros cabos, es recomendable ir a verlo.
Punta de Raz
Ir y venir por la costa, hacia los extremos del litoral, significó invertir mucho tiempo y cansarnos más. Llegamos temprano a Vannes, aunque nos costó encontrar alojamiento, y nos quedamos a descansar en el hotel. Fue la única vez que, por proximidad, hicimos uso del McDonald's (estaba a cincuenta metros). Fue una buena decisión, porque nos esperaba una jornada agotadora al día siguiente.
Primero, Vannes, la puerta del golfo de Morbihan. Esta zona es una de las más visitadas por los turistas, franceses y extranjeros. Vannes guarda restos de sus murallas y torres y un casco donde volvíamos a encontrar las típicas casas del siglo XVI y XVII, con entramado de madera y pizarra en las fachadas.
Plaza de la Catedral en Vannes
Después, tocaba acercarse a Carnac y Locmariaquer, para visitar dos de los mayores núcleos megalíticos de Bretaña (el tercero se encontraba en la costa norte).
Menhir Le Geant en Manio, cerca de Carnac
No me esperaba algo tan impresionante, campos enteros sembrados de hileras de espigados menhires durante más de cuatro kilómetros, esparcidos en fincas distintas que se denominaban con nombres bretones según el municipio (Kerlescan, Kermario y Menec). El Gran Menhir partido (de veinte metros) y el dolmen con inscripciones de Locmariaquer también resultaron sensacionales.
Alineamiento de menhires de Kermario
Por último, tras un buen almuerzo en otro bar de carretera (nos pusieron de nuevo delante un tierno y exquisito entrecot de ternera, qué buena carne hay en Francia), paseamos por Auray, otro de esos pueblos con una calle que conduce hasta la parte baja y el puerto.
Puerto de Auray
El final del día, tras muchos kilómetros deshaciendo carretera hacia Burdeos, lo pasamos en Saintes. Por primera vez veíamos las calles llenas de gente. Era el Día de la Música, una fiesta nacional, y la multitud se agolpaba en las plazas y calles, alrededor de coros, músicos, grupos, bailarines... Incluso en la iglesia tocaban el órgano. Fue una bonita experiencia. Saintes, además, guarda restos romanos, como el Arco de Triunfo o el anfiteatro. Así poníamos punto final a nuestro viaje por Bretaña y comenzaba otra aventura.
Amaneció otra mañana lluviosa, que nos impidió ver Brest con tranquilidad, aunque luego amainó la tormenta y se aclaró el cielo. Brest tiene poco que enseñar en comparación con otras poblaciones. Además, sus accesos dejan que desear. Se tarda mucho en entrar y salir.
Castillo y torre Tanguy de Brest
Nosotros, de todas formas, teníamos que atravesarla para ir al cabo Matthieu, uno de los más bonitos de Bretaña.
Cabo Saint Matthieu
El cabo Matthieu tiene un alto faro, construido junto a las ruinas de una abadía, cuya capilla parece el esqueleto de un barco o de una ballena tumbada. El mar estaba algo revuelto y las olas chocaban contra las olas del faro de señales que precede al cabo.
Faro, ruinas de la abadía y pórtico de la iglesia parroquial de Saint Matthieu
Camino de la Punta de Raz, que es como el cabo Fisterra de Galicia y, de hecho, se encuentra en una región llamada Finisterre, comimos en una crepería, en medio del bosque, cerca de Chateaulin. ¡Qué ricos los crepes, salados y dulces! Mmm. Luego, paramos en Locronan, un pueblecito singular declarado de interés histórico artístico por las autoridades francesas. Es muy pequeñito y apacible y la verdad que resulta encantador.
Place de l'eglise de Locronan
En la Punta de Raz soplaba el viento con bastante fuerza, tanto como para que doliera la cabeza. No obstante, a pesar de lo turístico que se ha vuelto y de no tener el mismo encanto salvaje que otros cabos, es recomendable ir a verlo.
Punta de Raz
Ir y venir por la costa, hacia los extremos del litoral, significó invertir mucho tiempo y cansarnos más. Llegamos temprano a Vannes, aunque nos costó encontrar alojamiento, y nos quedamos a descansar en el hotel. Fue la única vez que, por proximidad, hicimos uso del McDonald's (estaba a cincuenta metros). Fue una buena decisión, porque nos esperaba una jornada agotadora al día siguiente.
Primero, Vannes, la puerta del golfo de Morbihan. Esta zona es una de las más visitadas por los turistas, franceses y extranjeros. Vannes guarda restos de sus murallas y torres y un casco donde volvíamos a encontrar las típicas casas del siglo XVI y XVII, con entramado de madera y pizarra en las fachadas.
Plaza de la Catedral en Vannes
Después, tocaba acercarse a Carnac y Locmariaquer, para visitar dos de los mayores núcleos megalíticos de Bretaña (el tercero se encontraba en la costa norte).
Menhir Le Geant en Manio, cerca de Carnac
No me esperaba algo tan impresionante, campos enteros sembrados de hileras de espigados menhires durante más de cuatro kilómetros, esparcidos en fincas distintas que se denominaban con nombres bretones según el municipio (Kerlescan, Kermario y Menec). El Gran Menhir partido (de veinte metros) y el dolmen con inscripciones de Locmariaquer también resultaron sensacionales.
Alineamiento de menhires de Kermario
Por último, tras un buen almuerzo en otro bar de carretera (nos pusieron de nuevo delante un tierno y exquisito entrecot de ternera, qué buena carne hay en Francia), paseamos por Auray, otro de esos pueblos con una calle que conduce hasta la parte baja y el puerto.
Puerto de Auray
El final del día, tras muchos kilómetros deshaciendo carretera hacia Burdeos, lo pasamos en Saintes. Por primera vez veíamos las calles llenas de gente. Era el Día de la Música, una fiesta nacional, y la multitud se agolpaba en las plazas y calles, alrededor de coros, músicos, grupos, bailarines... Incluso en la iglesia tocaban el órgano. Fue una bonita experiencia. Saintes, además, guarda restos romanos, como el Arco de Triunfo o el anfiteatro. Así poníamos punto final a nuestro viaje por Bretaña y comenzaba otra aventura.
Última edición por JANGEL el 10 Jul 2007 09:46, editado 1 vez en total.
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¡Cómo me gustan esos pueblecitos de ambiente medieval!
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
Viernes 22 de junio. El Perigord Negro
Pasar la noche en Saintes en lugar de en Burdeos (tuvimos suerte de encontrar habitación y de que Saintes estuviera justo al lado de la autopista) significó amplias ventajas. Primero, aunque no vimos Burdeos, no tuvimos que perder tiempo entrando y saliendo de esa gran ciudad. Segundo, podíamos dirigirnos sin entrar en enormes circunvalaciones hacia el valle del Dordoña y el Perigord, como era nuestro propósito. En este tipo de viajes tienes que tomar decisiones sobre la marcha y preferíamos sacrificar Burdeos (una ciudad de paso para los españoles que podríamos visitar más adelante) para ver tranquilamente los pueblecitos del Dordoña.
Nuestra primera parada, después de cruzar Libourne y el río Dordoña por primera vez, fue Saint Emilion, un pueblo sorprendente. Volvíamos a encontrar el ambiente medieval y arcaico sin apenas esperarlo. Era uno de los sitios que pensábamos ver (lo tenía en el itinerario que había preparado), pero no habíamos visto suficientes fotografías, afortunadamente. Lo mejor es que los sitios te asombren. Y eso volvía a ocurrir con este pueblecito, gran productor de vinos. Tanto es así que nos llevamos varias botellas, como ya habíamos hecho en Locronan con la cidra típica bretona (parecida a la sidra asturiana).
Saint Emilion
Lo mejor fue que ese día nos esperaban más maravillas. Maravillas que no pueden capturarse en fotos, lamentablemente. Hay que verlas en persona, con los cambios de luz propios de estas latitudes y esa indecisión de la atmósfera, que unas veces nubla y otras aclara el cielo. La visión de Beynac nos dejó turbados. El caserío ascendía por una empinada ladera (muy empinada, como luego pudimos comprobar al subir la calle principal) y quedaba coronado en la cumbre por un hermoso castillo, el mismo que utilizaron para el rodaje de Juana de Arco.
Gabarra típica navegando por el Dordoña entre los tejados de Beynac
Las vistas desde cualquiera de estos pueblos eran evocadoras. Se contemplaba el valle del Dordoña y los lugares circundantes, como el castillo de Castelnaud.
Vistas del Dordoña desde el castillo de Beynac
Ciertamente, se trataba de paisajes hermosos, pero no dejaban de asombrarnos las llegadas a los pueblecitos, como ocurrió también con La Roque-Gageac, aldea levantada al pie de un precipicio. Tiempo atrás, algunas de sus casas fueron destruidas por un desprendimiento en el que fallecieron varias personas y, sobre los muros de roca, quedaban las marcas de los tejados que una vez se posaron allí.
La Roque-Gageac
Terminamos la ruta en Domme, otro pueblecito medieval levantado sobre un montículo que guarda en sus entrañas unas bonitas cuevas. Después nos dirigimos a Sarlat, capital de la región y de la oca.
Lanterne des Morts, en Sarlat
En resumen, se trataba de pueblos que parecían permanentemente preparados para rodar una película de época. Tan deliciosos me parecieron sus rincones como el hígado de oca que cené o el magret de pato que comió mi mujer. Fue un buen lugar para terminar el día, antes de ir a pasar la noche en Toulouse.
Place de la Liberté, Sarlat
Hubiera estado bien dedicarle otra jornada a esta región, pues había otros pueblos interesantes que dejamos atrás. Pero no teníamos tiempo y, por otro lado, nos llevábamos las mejores impresiones del Perigord.
Pasar la noche en Saintes en lugar de en Burdeos (tuvimos suerte de encontrar habitación y de que Saintes estuviera justo al lado de la autopista) significó amplias ventajas. Primero, aunque no vimos Burdeos, no tuvimos que perder tiempo entrando y saliendo de esa gran ciudad. Segundo, podíamos dirigirnos sin entrar en enormes circunvalaciones hacia el valle del Dordoña y el Perigord, como era nuestro propósito. En este tipo de viajes tienes que tomar decisiones sobre la marcha y preferíamos sacrificar Burdeos (una ciudad de paso para los españoles que podríamos visitar más adelante) para ver tranquilamente los pueblecitos del Dordoña.
Nuestra primera parada, después de cruzar Libourne y el río Dordoña por primera vez, fue Saint Emilion, un pueblo sorprendente. Volvíamos a encontrar el ambiente medieval y arcaico sin apenas esperarlo. Era uno de los sitios que pensábamos ver (lo tenía en el itinerario que había preparado), pero no habíamos visto suficientes fotografías, afortunadamente. Lo mejor es que los sitios te asombren. Y eso volvía a ocurrir con este pueblecito, gran productor de vinos. Tanto es así que nos llevamos varias botellas, como ya habíamos hecho en Locronan con la cidra típica bretona (parecida a la sidra asturiana).
Saint Emilion
Lo mejor fue que ese día nos esperaban más maravillas. Maravillas que no pueden capturarse en fotos, lamentablemente. Hay que verlas en persona, con los cambios de luz propios de estas latitudes y esa indecisión de la atmósfera, que unas veces nubla y otras aclara el cielo. La visión de Beynac nos dejó turbados. El caserío ascendía por una empinada ladera (muy empinada, como luego pudimos comprobar al subir la calle principal) y quedaba coronado en la cumbre por un hermoso castillo, el mismo que utilizaron para el rodaje de Juana de Arco.
Gabarra típica navegando por el Dordoña entre los tejados de Beynac
Las vistas desde cualquiera de estos pueblos eran evocadoras. Se contemplaba el valle del Dordoña y los lugares circundantes, como el castillo de Castelnaud.
Vistas del Dordoña desde el castillo de Beynac
Ciertamente, se trataba de paisajes hermosos, pero no dejaban de asombrarnos las llegadas a los pueblecitos, como ocurrió también con La Roque-Gageac, aldea levantada al pie de un precipicio. Tiempo atrás, algunas de sus casas fueron destruidas por un desprendimiento en el que fallecieron varias personas y, sobre los muros de roca, quedaban las marcas de los tejados que una vez se posaron allí.
La Roque-Gageac
Terminamos la ruta en Domme, otro pueblecito medieval levantado sobre un montículo que guarda en sus entrañas unas bonitas cuevas. Después nos dirigimos a Sarlat, capital de la región y de la oca.
Lanterne des Morts, en Sarlat
En resumen, se trataba de pueblos que parecían permanentemente preparados para rodar una película de época. Tan deliciosos me parecieron sus rincones como el hígado de oca que cené o el magret de pato que comió mi mujer. Fue un buen lugar para terminar el día, antes de ir a pasar la noche en Toulouse.
Place de la Liberté, Sarlat
Hubiera estado bien dedicarle otra jornada a esta región, pues había otros pueblos interesantes que dejamos atrás. Pero no teníamos tiempo y, por otro lado, nos llevábamos las mejores impresiones del Perigord.
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