Ronda nocturna (Mi relato concurso con título: Silencio)
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- GANADOR del III Concurso de relatos
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Ronda nocturna (Mi relato concurso con título: Silencio)
Desde el mismo instante en que había decidido aceptar encuadrarse en las rondas nocturnas, la vida para ella tenía como único eje esa elección y, por más que buscaba otras razones, no podía negar que el giro tan brusco que había experimentado su relación, a él le había pasado totalmente desapercibido. En un principio le había disgustado que su marido la abandonase en esas horas oscuras de la noche, presa de un miedo atroz a la soledad, a los murmullos de la oscuridad que apenas podía descifrar. Pero poco a poco se fue acostumbrando, sobre todo a partir de que le conoció. Apareció un día en el puesto de legumbres que ella frecuentaba, alto, moreno, con la piel fuertemente bronceada como si acabase de surgir de los arrabales del sol. Sus ojos penetraron en ella y ella sintió que por el cuerpo le subía y le bajaba una corriente desbocada, una llama ardiente en zozobra. Cada mañana se acercaba a comprar, observaba sus movimientos desde cada esquina del mercado y percibía cómo sus ojos le llevaban a su terreno. Durante dos semanas se sintió atrapada en la tela de araña de sus caricias deseadas, de besar su cuerpo y dejarse amar con locura. Pero en la soledad de la noche, volvía, con su oficial de ronda, a dar vueltas en la cama, a buscar en el aire el cuerpo lejano de él, a desearlo con tanta fuerza que, al despertar, siempre se sentía húmeda, cansada, vacía.
Fueron quince días de afianzar la atracción mutua. Aquel lunes, tras un fin de semana amargo, al dirigirse de regreso a su casa, surgió por su espalda como una aparición y su corazón saltó sobre los tejados, las montañas; de un brinco recorrió el universo mientras que él se ofrecía a llevarle la bolsa porque debía de pesar bastante, si no le importaba. Ella movió la cabeza y le alargó el brazo. Los primeros pasos transcurrieron en silencio, con los ojos nerviosos de un lado a otro, para mirarse de soslayo, para sentir moverse el cuerpo de uno junto al del otro, una sonrisa.
Todo ya fue un remolino de recuerdos ahora borrosos. Las citas nocturnas aisladas dejaron paso a la frecuencia de cada noche compartida mientras el oficial hacía su ronda nocturna.
Le parecía imposible que su cuerpo pudiese volverse joven de deseo, un deseo apagado minuto a minuto, que no afloraba desde varios años atrás. Desear cada vez menos el contacto con el cuerpo del oficial que se le había vuelto extraño, tosco, insensible en la piel.
Y él, después del toque se queda, se arrastraba entre las sombras, se deslizaba de portal en portal escondiéndose y dejando de respirar cuando escuchaba acercarse los coches de la patrulla. Contenía el corazón acallando sus latidos cuando los disparos sonabas lejos, o cerca, y pensaba que otro había caído sin remisión. La impotencia. Regresaba a las sombras para encontrarse con aquella mujer que le había devuelto el ansia por vivir después de aquellos años de cárcel, de picar piedras y más piedras, de conseguir escapar y cruzar el país. Vivía con nombre falso, con el temor de ser descubierto, jugándose la vida para poder sentirla y no morirse ahogado en la inactividad y la frustración.
Por la noche sus cuerpos se buscaban para satisfacer la ansiedad que los consumía. Se entrelazaban con la esperanza de que algún día no pudieran separarse y poder vivir sin temor, sin separaciones al amanecer, antes de que llegase el oficial. ‘Así no podemos seguir. Tienes que venir a mi casa’. ‘No, sabes que no puede ser. El oficial me buscaría y acabaría por matarnos a los dos. Así corremos menos peligro, no puede enterarse’. ‘Para mí es un infierno’. ‘¿Y qué te crees que siento yo? Tengo miedo, sigamos así, por favor’. Y otra vez volvían al amor, a recorrerse el cuerpo en caricias, a soñarse mutuamente y alcanzar el éxtasis. ‘Hasta la noche, amor’. ‘Adiós, y ten mucho cuidado’.
El oficial penetró en el portal. Con los zapatos en la mano subió al piso, caminando de puntillas para no despertarla. Al cerrar la puerta ella abrió los ojos y se levantó para prepararle el desayuno. Apenas había dormido y estaba cansada pero todo seguía aparentando normalidad. A ratos temblaba al recordar la soledad de esa noche. El oficial hablaba más que nunca y ella no podía prestarle atención. Desde la ducha llegaba la voz fuerte del hombre cantando, desbordando alegría y ella solo tenía dolor, angustia y mil preguntas rondándole sin respuestas. Mientras el oficial apuraba el pan, le iba contando a su mujer cómo esa noche le habían asignado esa zona para hacer su ronda, aunque a él no le gustaba porque siempre podía encontrarse a algún conocido del barrio y le jodía tener que disparar. Porque, en fin, su obediencia estaba por encima de todo y no podía elegir. Ella intentaba discernir entre el sueño y la realidad. ¿Por qué él no había aparecido aquella noche? ¿Había soñado los disparos o estaba despierta? ¿Se le había escapado una lágrima o todo había sido producto de su fantasía? Y el oficial no dejaba de hablar, no comprendía cómo la gente se jugaba su vida a una carta, por qué se atrevían a salir a la calle tras el toque de queda sabiendo que ellos, los salvaguardas del orden disparaban primero y después, si había tiempo, les preguntaban dónde iban. ‘Pues ya ves, querida, no hay manera de convencerlos. Se la juegan a una carta y esta noche lo descubrí moviéndose entre los portales, como una liebre solitaria en plena época de caza y, con la pistola... por cierto, después acuérdate de limpiarla’. Ella temblaba, se le caían los cubiertos y se agachaba para secarse las lágrimas, de espaldas al oficial, que continuaba con su relato completamente excitado. ‘Un disparo, solo uno que le entró por la espalda y se alojó directamente en el corazón. Y eso que había poca luz’. Sin tiempo a terminar, no pudo comprobar cómo ella se desplomaba y su frente se estrellaba contra el suelo en un golpe seco.
Fueron quince días de afianzar la atracción mutua. Aquel lunes, tras un fin de semana amargo, al dirigirse de regreso a su casa, surgió por su espalda como una aparición y su corazón saltó sobre los tejados, las montañas; de un brinco recorrió el universo mientras que él se ofrecía a llevarle la bolsa porque debía de pesar bastante, si no le importaba. Ella movió la cabeza y le alargó el brazo. Los primeros pasos transcurrieron en silencio, con los ojos nerviosos de un lado a otro, para mirarse de soslayo, para sentir moverse el cuerpo de uno junto al del otro, una sonrisa.
Todo ya fue un remolino de recuerdos ahora borrosos. Las citas nocturnas aisladas dejaron paso a la frecuencia de cada noche compartida mientras el oficial hacía su ronda nocturna.
Le parecía imposible que su cuerpo pudiese volverse joven de deseo, un deseo apagado minuto a minuto, que no afloraba desde varios años atrás. Desear cada vez menos el contacto con el cuerpo del oficial que se le había vuelto extraño, tosco, insensible en la piel.
Y él, después del toque se queda, se arrastraba entre las sombras, se deslizaba de portal en portal escondiéndose y dejando de respirar cuando escuchaba acercarse los coches de la patrulla. Contenía el corazón acallando sus latidos cuando los disparos sonabas lejos, o cerca, y pensaba que otro había caído sin remisión. La impotencia. Regresaba a las sombras para encontrarse con aquella mujer que le había devuelto el ansia por vivir después de aquellos años de cárcel, de picar piedras y más piedras, de conseguir escapar y cruzar el país. Vivía con nombre falso, con el temor de ser descubierto, jugándose la vida para poder sentirla y no morirse ahogado en la inactividad y la frustración.
Por la noche sus cuerpos se buscaban para satisfacer la ansiedad que los consumía. Se entrelazaban con la esperanza de que algún día no pudieran separarse y poder vivir sin temor, sin separaciones al amanecer, antes de que llegase el oficial. ‘Así no podemos seguir. Tienes que venir a mi casa’. ‘No, sabes que no puede ser. El oficial me buscaría y acabaría por matarnos a los dos. Así corremos menos peligro, no puede enterarse’. ‘Para mí es un infierno’. ‘¿Y qué te crees que siento yo? Tengo miedo, sigamos así, por favor’. Y otra vez volvían al amor, a recorrerse el cuerpo en caricias, a soñarse mutuamente y alcanzar el éxtasis. ‘Hasta la noche, amor’. ‘Adiós, y ten mucho cuidado’.
El oficial penetró en el portal. Con los zapatos en la mano subió al piso, caminando de puntillas para no despertarla. Al cerrar la puerta ella abrió los ojos y se levantó para prepararle el desayuno. Apenas había dormido y estaba cansada pero todo seguía aparentando normalidad. A ratos temblaba al recordar la soledad de esa noche. El oficial hablaba más que nunca y ella no podía prestarle atención. Desde la ducha llegaba la voz fuerte del hombre cantando, desbordando alegría y ella solo tenía dolor, angustia y mil preguntas rondándole sin respuestas. Mientras el oficial apuraba el pan, le iba contando a su mujer cómo esa noche le habían asignado esa zona para hacer su ronda, aunque a él no le gustaba porque siempre podía encontrarse a algún conocido del barrio y le jodía tener que disparar. Porque, en fin, su obediencia estaba por encima de todo y no podía elegir. Ella intentaba discernir entre el sueño y la realidad. ¿Por qué él no había aparecido aquella noche? ¿Había soñado los disparos o estaba despierta? ¿Se le había escapado una lágrima o todo había sido producto de su fantasía? Y el oficial no dejaba de hablar, no comprendía cómo la gente se jugaba su vida a una carta, por qué se atrevían a salir a la calle tras el toque de queda sabiendo que ellos, los salvaguardas del orden disparaban primero y después, si había tiempo, les preguntaban dónde iban. ‘Pues ya ves, querida, no hay manera de convencerlos. Se la juegan a una carta y esta noche lo descubrí moviéndose entre los portales, como una liebre solitaria en plena época de caza y, con la pistola... por cierto, después acuérdate de limpiarla’. Ella temblaba, se le caían los cubiertos y se agachaba para secarse las lágrimas, de espaldas al oficial, que continuaba con su relato completamente excitado. ‘Un disparo, solo uno que le entró por la espalda y se alojó directamente en el corazón. Y eso que había poca luz’. Sin tiempo a terminar, no pudo comprobar cómo ella se desplomaba y su frente se estrellaba contra el suelo en un golpe seco.
Última edición por takeo el 01 Jun 2006 18:53, editado 1 vez en total.
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bblanco escribió: me ha parecido muy previsible el final.
Saludos,
Begoña
Supongo que sí, pero había que elegir: ¿Continúa su vida anodina al lado del oficial?, ¿se escapa con el otro?. Al final, resulta que no es una historia de amor (o sí, vete a saber), sino de la falta de libertad.
Cuando no pongo los nombres de los personajes es porque intento universalizar el tema: en cualquier lugar del mundo en donde no haya libertad, alguien morirá por sus ideas. Eso no es aceptable.
Gracias, Merxe por leerlo dos veces. (Dicen que dos mejor que una)
Escribir y ser leído y... recibir comentarios elogiosos ¿estaré soñando?
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Muy bueno
Yo también adiviné el final, pero no tan temprano, lo supe cuando se sabe que ella durmió sola esa noche. Antes de eso, pensaba que el oficial los sorprendería en cualquier momento, al estilo Cruz de navajas
Buena historia, lo del toque de queda me trajo malos recuerdos, pero añade mayor tensión al relato.
Yo también adiviné el final, pero no tan temprano, lo supe cuando se sabe que ella durmió sola esa noche. Antes de eso, pensaba que el oficial los sorprendería en cualquier momento, al estilo Cruz de navajas
Buena historia, lo del toque de queda me trajo malos recuerdos, pero añade mayor tensión al relato.
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JANGEL escribió: ¡Estamos creando escuela (es una forma de hablar ) con esto de los finales sorprendentes!
Los finales sorprendentes supongo que son la esencia de los relatos. Son tan cortos que, si no te sorprenden parece como que les falta algo. El final del relato es la salsilla del ingrediente (vamos, para mojar pan)
Para quien le interese, les gusten los relatos y las sorpresas recomiendo este libro: "Cuentos de la Cábila" de Antonio Pereira (Ed. Edilesa). Yo lo compré en La Casa del Libro en el 2001, 11,87 euros.
Fue un descubrimiento, un verdadero placer su lectura.
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