Poeta uruguaya nacida en Salto en 1934.Desde 1978 se radicó en Montevideo donde inició su carrera poética en 1954 con su obra «Poemas». Su ascendencia italiana y vasca la convirtió en una poeta singular, cuya obra respondió siempre a las exigencias de su mundo interior, donde la naturaleza, la magia, la mitología y el misterio, se convirtieron en importantes protagonistas.El conjunto de su obra, reunida en «Los papeles salvajes», se amplió con dos volúmenes que incluyeron «La liebre de marzo», «Mesa de esmeralda», «La falena», «Membrillo de Lusana» y «Diamelas de Clementina Médici». Sus poemas y relatos fueron traducidos al inglés, francés, portugués e italiano. Recibió importantes distinciones entre las que se destacan la Beca Fullbright y el Primer Premio del Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2001. Murió en Montevideo el 17 de agosto del 2004.
Bibliografía:
- Poemas (1954)
Humo (1955)
Druida (1959)
Historial de las violetas (1965)
Magnolia (1968)
La guerra de los huertos (1971)
Está en llamas el jardín natal (1975)
Papeles Salvajes (recopilación)
Clavel y tenebrario (1979)
La liebre de marzo (1981)
Mesa de esmeralda (1985)
La falena (1989)
Membrillo de Lusana (1989)
Misales (1993)
Camino de las pedrerías (1997)
Reina Amelia (1999)
Diamelas a Clementina Médici (2000)
Rosa mística (2003)
Marosa Di Giorgio
Moderadores: Tessia, lunallena
Marosa Di Giorgio
Marosa Di Giorgio
Última edición por Megan el 22 Feb 2009 02:45, editado 1 vez en total.
Re: Marosa Di Giorgio
Rosa mística
Venía una tormenta de las que no se ven nunca, toda plateada, con dientes rabiosos, hablaba.
Celiar abrió los ventanos y los volvió a entornar.
Vio a Diamanta sentada en el patio, mientras le caían a las manos unos guijarros que bajaban de la borrasca, blancos, brillantes, como de hielo y con ese olor a las azucenas; ella hizo una especie de ramo.
-Diamanta, ven; para acá.
Ella quedó quieta con el vestido listado que le cubría los pies y las manos.
El recordó el casamiento, y antes, cuando la miraba ir a la escuela, y se le acercó un día diciéndole:
–Tus ojos me gustan tanto. ¿Y si nos casamos?
En realidad era recién que le había visto los ojos, chicos como los de las muñecas, de un celeste rayado y radioso, miraban más allá del cielo, los acontecimientos en la eternidad. Hubiese bastado que tuviese sólo uno; dos era demasiado. Recordó el día nupcial aunque se le iba como un buque, y lo volvía a traer. Los parientes, todos comiendo confites, el vestido e Diamanta; de organdí hasta el suelo, color amarillo rabioso, yema de huevo, y el velo azul rodeado de huevo. Así la trajo a la cama, después de la pavana se cerró la puerta. Ella no se reclinó; buscó en el bolsón de novia una cuaderna, y estudió toda la noche; él la ayudó en aritmética, geografía, y en otra cosa escrita ahí que no se entendía.
Pasaron del mismo modo todos los días. Hoy, bajo la tormenta, él se animó:
-Diamanta, ponte el vestido, el de novia. Hagamos como que hoy nos casamos. Nos casamos, hoy.
Ella, imprevistamente, obedeció; fue al ropero, salió; abajo, se colocó la diadema y el velo.
Cuando él la fue a enlazar, ella se escapó por la ventana; él la siguió, la perdió, la encontró detrás de las zarzas, parada y rígida, y brillando como si fuera sólo un cirio.
Él, entonces, quedó desconocido, se puso unos guantes de asesino, cortó las espinas, la trajo hasta sí. Le quitó todos los celajes que parecían mil, y el último, de entre las piernas, del que cayeron miosotis y algunos caramelos, que el viento llevaba y desparramaba.
Durante el zarpazo ella sacó un poco la lengua, roja como el botón de las rosas, perdió saliva y lágrimas; dio un grito lujurioso y chiquito.
El mundo, al oírlo, quedó parado. Se terminó el vendaval.
Celiar quedó helado. Hablaba con el pensamiento y se oía, sin embargo gritado en los aires:
-Por Dios, Diamanta, tienes los velos; ve tras de las espinas; qué pecado fue hecho. Párate como la Virgen. Jamás contaré lo habido. A ver, dónde está tu himen. Te lo daré; lo tendrás, nuevamente, te lo pegaré.
Vio el cendal de ella goteando como las rosas, y los dos senos con los pezones moviéndose y cuchicheando y que parecían ya incolmables.
Qué pecado fue cometido.
Diamanta ondeaba como una víbora.
El resto del mundo estaba azul, negro y quieto.
Venía una tormenta de las que no se ven nunca, toda plateada, con dientes rabiosos, hablaba.
Celiar abrió los ventanos y los volvió a entornar.
Vio a Diamanta sentada en el patio, mientras le caían a las manos unos guijarros que bajaban de la borrasca, blancos, brillantes, como de hielo y con ese olor a las azucenas; ella hizo una especie de ramo.
-Diamanta, ven; para acá.
Ella quedó quieta con el vestido listado que le cubría los pies y las manos.
El recordó el casamiento, y antes, cuando la miraba ir a la escuela, y se le acercó un día diciéndole:
–Tus ojos me gustan tanto. ¿Y si nos casamos?
En realidad era recién que le había visto los ojos, chicos como los de las muñecas, de un celeste rayado y radioso, miraban más allá del cielo, los acontecimientos en la eternidad. Hubiese bastado que tuviese sólo uno; dos era demasiado. Recordó el día nupcial aunque se le iba como un buque, y lo volvía a traer. Los parientes, todos comiendo confites, el vestido e Diamanta; de organdí hasta el suelo, color amarillo rabioso, yema de huevo, y el velo azul rodeado de huevo. Así la trajo a la cama, después de la pavana se cerró la puerta. Ella no se reclinó; buscó en el bolsón de novia una cuaderna, y estudió toda la noche; él la ayudó en aritmética, geografía, y en otra cosa escrita ahí que no se entendía.
Pasaron del mismo modo todos los días. Hoy, bajo la tormenta, él se animó:
-Diamanta, ponte el vestido, el de novia. Hagamos como que hoy nos casamos. Nos casamos, hoy.
Ella, imprevistamente, obedeció; fue al ropero, salió; abajo, se colocó la diadema y el velo.
Cuando él la fue a enlazar, ella se escapó por la ventana; él la siguió, la perdió, la encontró detrás de las zarzas, parada y rígida, y brillando como si fuera sólo un cirio.
Él, entonces, quedó desconocido, se puso unos guantes de asesino, cortó las espinas, la trajo hasta sí. Le quitó todos los celajes que parecían mil, y el último, de entre las piernas, del que cayeron miosotis y algunos caramelos, que el viento llevaba y desparramaba.
Durante el zarpazo ella sacó un poco la lengua, roja como el botón de las rosas, perdió saliva y lágrimas; dio un grito lujurioso y chiquito.
El mundo, al oírlo, quedó parado. Se terminó el vendaval.
Celiar quedó helado. Hablaba con el pensamiento y se oía, sin embargo gritado en los aires:
-Por Dios, Diamanta, tienes los velos; ve tras de las espinas; qué pecado fue hecho. Párate como la Virgen. Jamás contaré lo habido. A ver, dónde está tu himen. Te lo daré; lo tendrás, nuevamente, te lo pegaré.
Vio el cendal de ella goteando como las rosas, y los dos senos con los pezones moviéndose y cuchicheando y que parecían ya incolmables.
Qué pecado fue cometido.
Diamanta ondeaba como una víbora.
El resto del mundo estaba azul, negro y quieto.
Re: Marosa Di Giorgio
Poema x de "Magnolia" (1965)
Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un poema.
ahora, sólo digo lo que él es:
un relámpago,
un perfume,
el hijo varón de las rosas.
Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un poema.
ahora, sólo digo lo que él es:
un relámpago,
un perfume,
el hijo varón de las rosas.
Re: Marosa Di Giorgio
Los leones rondaban la casa de "Mesa de esmeralda" (1985)
Los leones rondaban la casa
Los leones rondaban la casa.
Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.
Parecían salir de los paraísos y el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos eran muy bellos.
Los ojos como perlas. Y un broche brillante en el pecho
entre aquel pelo áureo.
Los leones entraron a la casa.
Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar,
el cometa Halley, las queridísimas sábanas nevadas,
la colección estampillas. Y a traer los sudarios.
Los leones eran al mismo tiempo, presentes e invisibles,
al mismo tiempo, visibles e invisibles.
Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la miel
y la carne que cortaban.
Llevaron hacia afuera a la abuela oscura, la que tenía una
guía de rositas alrededor del corazón.
Y la comieron fríamente. Como en un simulacro.
Y -como si hubiese sido un simulacro!- ella tornó a la
casa y dijo: -Los leones rondaron siempre. Están delante
de los paraísos y el rosal. Dijo: -Los leones están acá.
Los leones rondaban la casa
Los leones rondaban la casa.
Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones rondaron siempre.
Parecían salir de los paraísos y el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos eran muy bellos.
Los ojos como perlas. Y un broche brillante en el pecho
entre aquel pelo áureo.
Los leones entraron a la casa.
Corrimos a esconder los floreros de sal, de azúcar,
el cometa Halley, las queridísimas sábanas nevadas,
la colección estampillas. Y a traer los sudarios.
Los leones eran al mismo tiempo, presentes e invisibles,
al mismo tiempo, visibles e invisibles.
Se oía el rumor de la leche que robaban, el clamor de la miel
y la carne que cortaban.
Llevaron hacia afuera a la abuela oscura, la que tenía una
guía de rositas alrededor del corazón.
Y la comieron fríamente. Como en un simulacro.
Y -como si hubiese sido un simulacro!- ella tornó a la
casa y dijo: -Los leones rondaron siempre. Están delante
de los paraísos y el rosal. Dijo: -Los leones están acá.