Mariposas en la nieve - Lola Beccaria

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¿Qué significa hacerse mayor? Adquirimos responsabilidades y ganamos el ser dueños de nosotros mismos. Por el camino, sin embargo, se nos ha ido hurtando el placer de jugar, la espontaneidad, la ilusión inquebrantable, la fe en nuestros sueños, la confianza en que algún día podmeos llegar a volar. En algún lugar parece estar escrito que los adultos debemos ser serios y respetables antes que originales y divertidos.
¿Es posible recuperar esa parte de la infancia? La protagonista de esta historia se ve inmversa en una aventura que hace descarrilar su ordenada vida. Perdida en el desasosegante y pulcro paisaje de un lugar llamado Raspajo de la Sierra, se dará de bruces con las dolorosas caricaturas de tan esforzada respetabilidad, para descubrirse con el inusitado coraje y la inconsciente alegría de una niña. De vuelta a su realidad cotidiana, y perseguida porla inquietud de haberse enfrentado con unos fantasmas que le pertenecen, intentará encontrar la pista para comenzar a vivir sin las alas cortadas.

Mariposas en la nieve es un relato de misterio y suspense, un relato sobre la rebelión de los sentimientos domesticados, un cuento de hadas contemporáneo para quienes, a pesar de habernos hecho mayores, no renunciamos a seguir creyendo en ellos. ¿Se puede desandar el camino de la realidad cotidiana y sin magia en la que habitualmente nos movemos? Intentémoslo. Mariposas en la nieve es una novela de desaprendizaje, que busca asomarse y empujarnos a ese tipo de pequeñas osadías que pueden variar nuestro destino. Cuando la experiencia salta por los aires, quizá nos queda esa oportunidad. En este historia no hay espacio para los milagros, sí para la esperanzada fantasía de lo posible.

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Os adjunto tambien la critica de El semanal digital, que me hizo comprarme el libro:

Una buena novela española

Mariposas en la nieve, de Lola Beccaria (Anagrama) resulta una novela entrañable, íntima, deliciosa; un viaje lleno de signos que nos recuerdan la alegría perdida de la niñez. Aquella pureza, aquella fe, ambición y energía. Aquella creencia en lo imposible, aquellas ganas de volar. Porque al crecer hemos dejado de creer. Porque "nuestra mirada sólo está acostumbrada a abarcar cierta cantidad de paisaje, sin pretender traspasar el horizonte de lo que alcanza a ver". Nos hacemos adultos y perdemos "las ganas de desear".

Una concertista de piano nos describe su casa como el refugio de una soledad donde la música sirve de parapeto ante "la propia impertinencia de la vida". Al regreso de un concierto, ya de noche, se pierde en la carretera. Pero encuentra cobijo en un pueblo llamado Raspajo de la Sierra. Y es allí donde todo se trastoca. Sus habitantes llevan un niño harapiento detrás de cada uno. Un niño que parece no existir, y que hace lo imposible por llamar la atención de cada adulto. Nuestro personaje recorre la alameda, la plaza y se instala en la terraza de un café, donde la extrañeza de lo que ve le lleva a una reflexión, a un diálogo con su propia alma, en la encarnación de una niña. Una niña que es imagen de su propia infancia.

La pregunta clave de esta novela se plantea en la página 84. "¿Cuándo dejaste tú de ser niña?". Y la autora se contestará un poco más allá: tal vez fuera en "el momento en que dejé de perseguir mariposas y me resigné a observarlas desde lejos para no sufrir". Esas mariposas representan los sueños de la niñez. Sueños que olvidamos y que son en realidad nuestra verdadera madurez.

Lola Beccaria ha escrito una novela donde el milagro de la literatura hace posible otro milagro mayor: el de la revelación de una felicidad que parecía definitivamente finiquitada, y donde el amor vence a la muerte.

[madison]

No está nada mal eh Merxe?

[merxe]

Voy por la mitad, y me esta encantando, a ver que tal acaba.

Creo que te iba a encantar madison, pero te lo ratifico cuando lo termine

[merxe]

- No. No podemos vivir con tanto miedo.

Mantuve la tensión de esa frase por un tiempo, enardecida. Pero yo había convivido siempre con el miedo. Solo de pensar en desprenderme de él, se me vino encia todo su peso, obligándome a recostar de nuevo mi cuerpo contra aquella fachada. No quería despojarme de su abrigo. Quería vivir con él, lo necesitaba. Si alguien me hubiera ofrecido la posibilidad de abandonarlo para siempre, me habría negado de raíz. Prescindir de ese resorte me habría dejado indefensa, al descubierto. Porque no había ningún sustituto conocido de que echar mano.

No se podía vivir siempre a lomos del valor, siempre en la cabalgadura de la valentía y en la tensión del esfuerzo, siempre aguantando empellones y pugnando or no caer, aferrado a la silla de montar. El valor me producía vértigo, mientras que el miedo era un vehículo conocido y seguro, garantía de tranquilidad.

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Muchas veces me había devanado el pensamiento en busca de una definición simple de madurez. Quizás valdría para ello la imagen de aquel niño: el modo en que mantenemos erguida el alma mientras la vida nos patea, la forma en que llevamos el dolor y lo incorporamos a nuestra experiencia con la sencilla, elegante actitud de saber que eso es justamente lo que nos hace honorables. Quizás eso era la madurez. Una secreta herencia de nuestra infancia.

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Es posible que los humanos necesitemos asistir a espectáculos extremos y experimentar vivnecias que sobrepasan el límite de la lógica, para darnos cuenta de determinadas verdades de peso, cuya importancia quedaría velada para siempre de no dársenos la oportunidad de ser zarandeados, a lo bestia y sin contemplaciones, por los certeros golpes de la evidencia. La vida está encarriladade tal manera que son pocas las oportunidades de revelación. Vamos, venimos, trabajamos, descansamos, comemos, hablamos, luchamos contra elementos, sin pararnos gran cosa a poner en duda la estructura que nos sostiene. El ámbito de lo razonable es un espacio acotado, perfectamente defendido contra lo incógnito. Nuestra mirada solo está acostumbrada a abarcar cierta cantidad de paisaje, sin pretender traspasar el horizonte de lo que alcanza a ver

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Qué infantil era, qué ciega mi esperanza que crédula mi fe. ¿Es que no veía que no era posible? ¿Es que no me di sufientes coscorrones cayéndome del columpio como para aprender que no se vuela? ¿Qué hacía que los niños no vieran lo obvio, empeñados en creer y creer en los milagros? ¿Por qué nacíamos así, con esa estúpida confianza en lo mágico, en que todo puede darse, en que los sueños se cumplen y uno es tan poderoso como para poder conseguir lo que quiere con solo desearlo? Cuando luego la vida se encarga de monstrarnos... Ni siquiera me molesto en decirlo. Es tan evidente que hasta me repugna dedicarle más palabras.

Y, sin embargo, contemplando a la niña balanceándose rabiosamente, sentí envidia de aquella sensación de poder, de creer, de esperar volar, sentí envidia de aquella gigantestaca terquedad de un cuerpo tan pequeño. Sentí envidia de aquella inmensa fé, de aquela hercúlea ambición, de aquella torrencial energía. Fé, ambición, energía, que yo, más grande en estatura corporal con más fuerza muscular y física, con mayores recursos mentales, había perdido en algún punto de mi existencia.

[merxe]

Me sentí como cuando de niña veía una mariposa e intentaba cogerla. Volando era una preciosidad, pero yo corría peligro de perderla, de que se alejara, de no volver a verla jamás. Por eso la persegúi para atraparla. Una vez lo conseguí, pero apreté tanto los dedos para que no se escapara que la mariposa murió. Yono queria hacerle daño, al contrario, pero el caso es que la maté. Aquello me resultó doloroso, y me dejó un regusto amargo del deseo. Entendí que había que elegir entre ver las cosas de lejos, sin poder tocarlas, o arriesgarme a acercarrse a ellas con el peligro de que murieran. Y lo mismo podía pasar con las personas. Cuanto más alejada permaneciera, menos riesgo correríamos, ellas y yo. Tal vez aquel fue el moemento en que dejé de ser niña, el momento en que dejé de perseguir mariposas y me resigné a observarlas desde lejos para no sufrir.


Quizás por eso había dejado de ser niña. Para no permitir que situaciones como estas volvieran a perturbar mi existencia. Para no esperar milagros o imposibles ni ilusionarme, para no establecer lazos, para no asfixiar a nadie y menos a quien más quieres, y para que nadie jugase con el dolor de abandonarme. Mejor spla - me dije - que malherida.

[madison]

Ya te vale Merxe no tienes piedad de mi no me puedo resistir a este libro, veo que pasará al primero de la cola

[merxe]

Madison, no te lo pierdas. Creo que te puede encantar.

Además despues de todas las recomendaciones que me has hecho, dejame hacerte una. (espero acertar)

[madison]

Por supuesto que te voy a hacer caso

[lucia]

El párrafo de las mariposas es precioso

[merxe]

Una de las cosas que más me está gustando el libro, es que esta escrito en prosa, pero parece que estás leyendo una poesia.

[madison]

Pues ya lo tengo