MONTE MISERIA
Título original: Mount Misery
Autor: Samuel Shem
ISBN: 978-84-339-6775-6
P.V.P: 12 €
Nº de páginas: 688
Colección: Compactos
Traducción: Jesús Zulaika
Editorial: Anagrama
Sinopsis: Roy Basch, el protagonista de La Casa de Dios, continúa su aprendizaje. Ya se ha graduado y sabe bastante sobre el arte de curar los cuerpos, y ahora quiere dedicarse a la delicada tarea de sanar el espíritu. Y tras un largo viaje, hará su especialización en psiquiatría en el renombrado hospital Monte Miseria. Pero si su año de prácticas antes de graduarse fue lo más parecido a una obra del marqués de Sade puesta en escena por los hermanos Marx, el aprendizaje de la psiquiatría le permitirá conocer –y hasta participar– en el terrible esperpento en que pueden convertirse todas las teorías sobre la enfermedad mental. El talento salvaje que mostraba Samuel Shem en su primer libro reaparece aquí en todo su esplendor, y la caricatura de las diferentes tendencias de la psiquiatría es demoledoramente divertida y concienzudamente sangrienta.
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Monte Miseria - Samuel Shem
Moderadores: magali, Ashling, caramela
Re: Monte Miseria - Samuel Shem
Lo he comprado en iberlibro y estoy a la espera de que me llegue. Lo encontré buscando literatura de temática psiquiátrica. Añado el comentario que encontré sobre este libro en particular
Comentario: Samuel Shem, el autor de Monte Miseria, es psiquiatra. En realidad, el psiquiatra es Stephen J. Bergman. Samuel Shem fue el seudónimo que eligió Stephen J. Bergman cuando decidió firmar y publicar su primera novela: La Casa de Dios. Desde entonces, Bergman y Shem conviven armoniosamente, uno, como director de la sección clínica de la Facultad de Medicina de Harvard; el otro, como autor de éxito. La Casa de Dios estuvo por largo tiempo en la lista de best-sellers, vendió más de dos millones de ejemplares y desde entonces los estudiantes de medicina de los Estados Unidos lo consideran un texto esencial; “La Biblia”, le dicen.
Monte Miseria es la oportuna continuación de La Casa de Dios. En aquella novela, Roy Basch describía sus primeros pasos en el mundo de la medicina; en ésta se refiere a su permanencia en una singular clínica psiquiátrica. Ahí deberá tratar a pacientes que, abrumados por la depresión, están al borde del suicidio. Allí se cruzará con médicos más interesados en el arte del comercio que en el arte de la cura. Esos médicos y sus pacientes, son los personajes de la novela. Roy Basch es, una vez más, el narrador de la historia. Una historia que podría comenzar en 1812, cuando un grupo de yanquis “con inquietudes cívicas” fundó un hospital urbano dedicado a las enfermedades del cuerpo. Tiempo después, ese mismo grupo decidió que ya era hora de tener un hospital para el tratamiento de las enfermedades de la mente. Eligieron una colina que a comienzos del siglo XVIII los granjeros puritanos habían bautizado Monte Miseria. No era un nombre caprichoso: los “violentos vientos del nordeste” la azotaban sin descanso. Los emprendedores yanquis pensaron que Monte Miseria era el nombre que mejor le cabía al nuevo hospital, y así lo llamaron.
A ese sitio ingresa Roy Basch. Las prácticas que había realizado en La Casa de Dios ahora son un mero recuerdo. El presente de Basch está en el hospital Monte Miseria. Allí se propone hacer su especialización en psiquiatría. Imagina un futuro deslumbrante, pero todo se derrumba cuando el talentoso doctor Ike White, su admirado supervisor, se suicida. A partir de esa muerte, Roy Basch se planteará un interrogante que, sin respuesta, sobrevolará a lo largo de la novela. “Me horrorizó —dice— la idea de que estaba matándome para aprender una profesión que se suponía evitaba que la gente se matase, pero cuyo experto mundial acerca de cómo hacerlo me había estrechado la mano a las diez y media de la noche y a las once de esa misma noche esa misma mano estaba metiéndose en la boca las pastillas necesarias para darse muerte, cosa que a la mañana siguiente negaban todos los demás expertos mundiales que me estaban enseñando psiquiatría”.
Entre esos expertos mundiales se encuentra el doctor Blair Seller, un médico sin escrúpulos, tenaz aspirante al Premio Nobel, que ha desarrollado una terapia singular: procura que sus pacientes lleguen hasta el límite de lo tolerable, aunque se les vaya la vida en eso. Otros dos profesionales ajenos a la ética son el doctor Errol Cabot, perito en el tratamiento farmacológico de la enfermedad mental, y el doctor Win Winthrop, su fiel y devoto ayudante. Ambos, en connivencia con los laboratorios, no vacilan en ensayar nuevos medicamentos y en utilizar a sus enfermos como conejitos de la India. En la vereda de enfrente, algo más cerca de la moral científica, se encuentran el doctor Malik, un brillante psiquiatra que propone el deporte como complemento de cualquier tratamiento, y el doctor Scholomo Dove, una suerte de ortodoxo freudiano que sostiene: “Los pacientes se pasan la sesión tendidos en el diván, pensando que están diciendo la verdad. Nuestro trabajo consiste en hacerles ver que están mitiendo”.
La salud mental en Monte Miseria se rige exclusivamente por las leyes del mercado. Todos los internados son medicados a mansalva. “Aparte de las pastillas —explica el doctor Malik—, la única manera de ganarse la vida como psiquiatra es escribir algunas de esas gilipolleces sobre ”autoayuda”.” Las terapias no están sujetas a las características de cada enfermo sino al monto que por ese paciente (“ese cliente”) cubre el seguro. Un borderline hoy puede ocupar una cama en la sala de alto riesgo y mañana ser dado de alta sólo porque se precisa esa cama para un paciente-cliente con una cobertura mayor. Roy Basch, narrador y personaje, debe lidiar con sus colegas, con sus pacientes, con Berry, su novia, y con Jill, su ocasional amante. Esta novela es el resultado de semejante ejercicio. A lo largo de casi setecientas páginas, Samuel Shem revelará las grandezas y los infortunios que debió vivir su alter-ego Roy Basch en el interior de un hospital psiquiátrico.
John Updike señaló que Monte Miseria es “un libro que hace por la medicina lo que Trampa 22 hizo por la vida militar”. Efectivamente, la novela de Samuel Shem tiene más de un punto en común con la celebrada novela de Joseph Heller. Shem, igual que Heller, opta por el humor y el sarcasmo. Como Heller, recurre a una escritura ágil y provocativa, prescinde de las palabras altisonantes y de la denuncia grandilocuente. Sin perder la sonrisa, bosqueja un inquietante cuadro del negocio de la salud, de cómo en estos días se gesta y practica ese negocio. Trampa 22 se convirtió en una película de éxito, en un clásico del humor negro. Seguramente Monte Miseria seguirá ese camino: está pidiendo a gritos ser filmada.
Comentario: Samuel Shem, el autor de Monte Miseria, es psiquiatra. En realidad, el psiquiatra es Stephen J. Bergman. Samuel Shem fue el seudónimo que eligió Stephen J. Bergman cuando decidió firmar y publicar su primera novela: La Casa de Dios. Desde entonces, Bergman y Shem conviven armoniosamente, uno, como director de la sección clínica de la Facultad de Medicina de Harvard; el otro, como autor de éxito. La Casa de Dios estuvo por largo tiempo en la lista de best-sellers, vendió más de dos millones de ejemplares y desde entonces los estudiantes de medicina de los Estados Unidos lo consideran un texto esencial; “La Biblia”, le dicen.
Monte Miseria es la oportuna continuación de La Casa de Dios. En aquella novela, Roy Basch describía sus primeros pasos en el mundo de la medicina; en ésta se refiere a su permanencia en una singular clínica psiquiátrica. Ahí deberá tratar a pacientes que, abrumados por la depresión, están al borde del suicidio. Allí se cruzará con médicos más interesados en el arte del comercio que en el arte de la cura. Esos médicos y sus pacientes, son los personajes de la novela. Roy Basch es, una vez más, el narrador de la historia. Una historia que podría comenzar en 1812, cuando un grupo de yanquis “con inquietudes cívicas” fundó un hospital urbano dedicado a las enfermedades del cuerpo. Tiempo después, ese mismo grupo decidió que ya era hora de tener un hospital para el tratamiento de las enfermedades de la mente. Eligieron una colina que a comienzos del siglo XVIII los granjeros puritanos habían bautizado Monte Miseria. No era un nombre caprichoso: los “violentos vientos del nordeste” la azotaban sin descanso. Los emprendedores yanquis pensaron que Monte Miseria era el nombre que mejor le cabía al nuevo hospital, y así lo llamaron.
A ese sitio ingresa Roy Basch. Las prácticas que había realizado en La Casa de Dios ahora son un mero recuerdo. El presente de Basch está en el hospital Monte Miseria. Allí se propone hacer su especialización en psiquiatría. Imagina un futuro deslumbrante, pero todo se derrumba cuando el talentoso doctor Ike White, su admirado supervisor, se suicida. A partir de esa muerte, Roy Basch se planteará un interrogante que, sin respuesta, sobrevolará a lo largo de la novela. “Me horrorizó —dice— la idea de que estaba matándome para aprender una profesión que se suponía evitaba que la gente se matase, pero cuyo experto mundial acerca de cómo hacerlo me había estrechado la mano a las diez y media de la noche y a las once de esa misma noche esa misma mano estaba metiéndose en la boca las pastillas necesarias para darse muerte, cosa que a la mañana siguiente negaban todos los demás expertos mundiales que me estaban enseñando psiquiatría”.
Entre esos expertos mundiales se encuentra el doctor Blair Seller, un médico sin escrúpulos, tenaz aspirante al Premio Nobel, que ha desarrollado una terapia singular: procura que sus pacientes lleguen hasta el límite de lo tolerable, aunque se les vaya la vida en eso. Otros dos profesionales ajenos a la ética son el doctor Errol Cabot, perito en el tratamiento farmacológico de la enfermedad mental, y el doctor Win Winthrop, su fiel y devoto ayudante. Ambos, en connivencia con los laboratorios, no vacilan en ensayar nuevos medicamentos y en utilizar a sus enfermos como conejitos de la India. En la vereda de enfrente, algo más cerca de la moral científica, se encuentran el doctor Malik, un brillante psiquiatra que propone el deporte como complemento de cualquier tratamiento, y el doctor Scholomo Dove, una suerte de ortodoxo freudiano que sostiene: “Los pacientes se pasan la sesión tendidos en el diván, pensando que están diciendo la verdad. Nuestro trabajo consiste en hacerles ver que están mitiendo”.
La salud mental en Monte Miseria se rige exclusivamente por las leyes del mercado. Todos los internados son medicados a mansalva. “Aparte de las pastillas —explica el doctor Malik—, la única manera de ganarse la vida como psiquiatra es escribir algunas de esas gilipolleces sobre ”autoayuda”.” Las terapias no están sujetas a las características de cada enfermo sino al monto que por ese paciente (“ese cliente”) cubre el seguro. Un borderline hoy puede ocupar una cama en la sala de alto riesgo y mañana ser dado de alta sólo porque se precisa esa cama para un paciente-cliente con una cobertura mayor. Roy Basch, narrador y personaje, debe lidiar con sus colegas, con sus pacientes, con Berry, su novia, y con Jill, su ocasional amante. Esta novela es el resultado de semejante ejercicio. A lo largo de casi setecientas páginas, Samuel Shem revelará las grandezas y los infortunios que debió vivir su alter-ego Roy Basch en el interior de un hospital psiquiátrico.
John Updike señaló que Monte Miseria es “un libro que hace por la medicina lo que Trampa 22 hizo por la vida militar”. Efectivamente, la novela de Samuel Shem tiene más de un punto en común con la celebrada novela de Joseph Heller. Shem, igual que Heller, opta por el humor y el sarcasmo. Como Heller, recurre a una escritura ágil y provocativa, prescinde de las palabras altisonantes y de la denuncia grandilocuente. Sin perder la sonrisa, bosqueja un inquietante cuadro del negocio de la salud, de cómo en estos días se gesta y practica ese negocio. Trampa 22 se convirtió en una película de éxito, en un clásico del humor negro. Seguramente Monte Miseria seguirá ese camino: está pidiendo a gritos ser filmada.
Última edición por Emera el 01 Dic 2010 14:05, editado 1 vez en total.
Re: Monte Miseria - Samuel Shem
Este hilo me ha recordado que tengo "La casa de Dios" pendiente. A ver si me decido y, si me gusta, ya buscaré éste .
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