fahrenheit escribió:De nuevo me sorprende la descripción técnica que hace Dahl, era de los que se documentaban bien para escribir, pero sin pasarse de erudito, eso me gusta.
Yo también agradezco este detalle que tiene Dahl de ilustrarnos un poco sobre la ebanistería británica dieciochesca, del mismo modo que en el pasado cuento nos ilustró sobre la fisiología circulatoria del cuerpo humano. Además, con Internet cualquier cosa se puede llevar un poco más allá. He estado viendo algunas imágenes de cómodas Chippendale, pero ninguna se ajustaba de forma exacta a la descripción de la cómoda Boggis.
Está muy bien eso que señala Carmen del cambio del punto de vista narrativo justo en el momento final. Además, me encanta esa escena de transición en la cual Boggis se marcha hacia su coche riéndose solo, al principio conteniéndose para no dar saltitos de alegría porque no es propio de un clérigo, finalmente haciendo cabriolas de puro contento cuando considera que se ha alejado lo suficiente, y además sintiendo que desde el estómago le suben burbujas de alegría y que todas las florecillas del campo se han convertido en monedas de oro.
¡Qué chasco le espera al pobre! La verdad es que este relato logra que termines sintiendo pena por el pícaro Boggis, aunque supongo nos influye también la pena por la cómoda en sí misma. Me gusta mucho, por cierto, la forma de terminar el cuento, dejándonos sin saber cómo reaccionará Boggis a su vuelta...  |
El momento de mayor cinismo es cuando el falso clérigo dice, refiriéndose a los falsificadores victorianos de muebles: "
¡La cantidad de tiempo y desvelos que algunos mortales emplean en engañar a los ingenuos! ¡Es algo que da verdadero asco!". La verdad es que lo que le ocurre a este pícaro le está bien empleado. Todas sus artimañas para convencer al desconfiadísimo Rummins se le acaban volviendo en contra, no sólo el haber dicho
que lo único que necesitaba eran las patas y que el resto sólo valía para leña, sino incluso el detalle de haber dejado su furgoneta lejos para que no recelaran de ella (esos seiscientos metros que tuvo que recorrer para recuperarla resultaron fatales). |
En fin, que me encantan los argumentos de los cuentos de este hombre.